Nuevos relatos publicados: 0

Los Pastrana y los Salvatierra

  • 18
  • 9.821
  • 9,75 (12 Val.)
  • 0

Ya casi caía la noche y estaba llegando al pequeño pueblo, le habían dado la tarde libre por fin y quería aprovecharla ya que llevaba una semana enclaustrada en esa mansión abandonada. Los señores habían venido a ultimar los detalles de una venta de tierras para asuntos inmobiliarios en esa aburrida zona, un pequeño pueblo en medio de la nada, como decía el señor “dejar ultimados por una vez por todas los asuntos notariales de los terrenos”. Adela ya había escogido de forma visual el lugar donde tomarse algo. Entretanto trataría de holgarse con alguien y en primera instancia había notado la presencia de esa furgoneta abollada, deduciendo que el conductor era el mismo que acostumbraba a ver en sus pequeños paseos alrededor de la mansión. Adela se había acicalado para la ocasión: camiseta sin sostén, marcando pezones; terminaba de complementarla una pequeña falda corta y un tanga de hilo. No destacaba en estatura, pero estaba bien asentada en el suelo, sus pechos parecían dos globos adosados y su medianero culo daba la sensación de que estaba soldado a sus caderas. En una palabra, ese día iba “a por nota“.

Emilito se encontraba sentado en el taburete de la taberna y ya iba por su tercera cerveza, ya que esta semana había habido suerte y había cobrado algo de dinero, incluso Zacarias le había prestado la furgona para el día siguiente. Se había acicalado, vestía su raída camiseta con las letras de “Texaco”que tanto le gustaba. Desgarbado y algo altanero con modales histriónicos, achaparrado de físico, nervioso y charlatán.

Adela entro en la taberna con paso firme y su melena morena, parecía una hembra salvaje; el ambiente se palpaba denso, olor a tabaco rancio y fritanga, apenas una docena de hombres, casi todos maduros y ordinarios, solo al final de la barra percibió el de la furgona que en alguno de sus paseos había observado, sintiéndose algo fallida al poder observarlo de cuerpo entero. Pidió una cerveza, no tardando en observar que dicho personaje se acercaba y sacando su paquete de tabaco le ofrecía un cigarrillo; Adela percibió la vulgaridad del personaje en el primer momento, despeinado, con ese olor a desodorante barato. Por su parte Emilito vio posibilidades, entre el grupo de personas de la taberna, él era el que estaba en mejor disposición, se veía a las claras que la chavala buscaba rollo y estaba seleccionando. Tenía la suerte de su lado ya que Zacarias no estaba, si la cosa se alargaba había la posibilidad de que Zacarias hiciera acto de presencia y todo se abría esfumado.

Transcurrió una hora entre cervezas amargas y cigarrillos, Adela barajo las opciones:

1- Estaba en un lugar lejano dejado de la mano de Dios sin conocer a nadie.

2- Las posibilidades de que entrara algún hombre interesante iban en su contra.

3- Tenía el tiempo limitado, en una hora tenía que estar de vuelta.

Por ese orden de ideas Adela opto por la opción más práctica y decidió coger lo que tenía a mano. En un alarde de impaciencia le dijo a Emilito si podía acompañarla.

Emilito todo orgullo no lo dudo y dio gracias a Dios que había pedido prestada la furgona a Zacarias siendo una suerte que a la mañana siguiente la necesitara para trasladar los cerdos de su padre a otra pocilga.

Emilito arrancó la estridente furgona con Adela a su lado no sin antes dar un rodeo por el vasto pueblo para pasear su gloria ante la gente, si bien vienen dadas las siguientes estrofas de un poeta local de estos lugares.

Cuando los mil contarás

con los trescientos doblados

y cincuenta duplicados,

con los nueve dieces más,

entonces, tú lo verás,

mísera promiscua, te espera

la calamidad postrera de tu

amo y tu señora y tendrá

entonces su fin tu mayor gloria

primera.

Una vez en el camino Adela estiró las piernas blancas en el salpicadero con la falda levantada al mismo tiempo que decía “para cuando puedas“. Dicho comportamiento era debido a que el personaje –Emilito- no tenía más recorrido ni daba más de si, por eso opto por desabrocharle la bragueta y aplicarle una generosa mamada no sin antes de montarlo succionarle sus testículos colgantes y peludos. Lo montó igual que si hubiera montado un consolador: arriba, abajo, al centro y para adentro, estaba excitada y con ganas de macho; Emilito le estrujaba las nalgas y se contenía con bufidos, y es que Emilito era de corrida rápida, por eso poco después de que Adela se viniera en un squirting por sus ganas de macho, Emilito deslefara dentro de su vagina — los metes sacas de ella al montarlo, y ver su verga mojada, así como esos labios vaginales subiendo y bajando le fue superior — para después ella en un acto de impaciencia pasará al asiento del copiloto — al mismo tiempo que dejaba flujos de su vagina así como el semen de Emilito sobre el asiento — y le dijera que se apresurara, que ya le indicaba el camino sobre la marcha.

Al día siguiente Zacarias Pastrana hallábase en el almacén, sin acertar a poner la mente en el trabajo cuando llego la ansiada furgona que había prestado al Emilito. A través de sus dos empleados había sido informado que, Emilito paseo una morra por el pueblo y, se jactaba “que se la había cepillado“. Emilito bajo apresurado y excitado exclamando:

— ¡Me la cepillé! ¡me la tiré en la furgona!

— Ya me lo han contado, que vas alardeando de ello so cabrón, ¿quién era la jamelga? — pregunto Zacarias.

— ¡No te lo creeras! ¡la hija puta se corrió a chorros! ¡me la tiré sin forro! ¡una cacho puta de hostia! ¡la hija puta…! ¡la cerda es la criada de los Salvatierra! ¡la dejé en el camino que lleva a su mansión! ¡la hija puta es la criada de los Salvatierra! ¡me la tiré! ¡la jodí! ¡¡Aún está su puta corrida sobre el asiento!! ¡¡la hija puta me la tiré!! ¡¡es la criada de los Salvatierra!!

— Cálmate y cuéntamelo todo despacio, hijo puta, esto me interesa… — dijo Zacarias.

Adela fue mirada con resquemor por su ausencia de la tarde noche anterior por parte de don Luis procurando no exteriorizarlo por decoro a su mujer. Don Luis pasaba la cincuentena, era un hombre hecho a si mismo, trabajador, honrado con un amor descomunal hacía los suyos. Se encontraba en su antigua mansión la cual había pertenecido a sus padres por la simple cuestión de zanjar la venta de unos terrenos adquiridos al banco, dichos terrenos habían sido requisados a los Pastrana por impago de impuestos, en ellos se pensaba construir una urbanización, la cual llevaría la prosperidad a la zona. Altruista y colaborador en todas la facetas culturales don Luis era muy bien considerado en estos circulos. La animadversión de los Pastrana hacía su persona le había llevado a no salir del lugar hasta dejar el asunto zanjado.

Adela a sus 21 años había llegado a dicha familia a través de un conocido de la familia, dotada de una manera de ser algo retraída, ensimismada pero servicial; de eso hacía tres años ya, recordaba que la primera semana de servir en tan dichosa familia y en ausencia de la señora había sido llamada por don Luis a su dormitorio, allí, ese mismo día fue tumbada y gozada por don Luis, en la segunda noche ya se le pidió que “sacara culo “para profanarlo y así sucesivamente los días sucesivos hasta la llegada de la señora. Solo se le pedía que, tras ser usada cada noche cambiara las sabanas de la cama, ya que como le dijo don Luis “no me gusta el olor a puta para dormir“. Por estas actividades lúdicas su sueldo aumento en unos cuantos céntimos más cada mes, y como dijo Adela en un alarde de sinceridad a una amiga suya “mientras follo no barro“.

Leonidas Pastrana, el patriarca de la familia recibió la noticia esa misma mañana.

— ¡¡Venganza!! ¡clamo venganza! ¡los Salvatierra nos robaron los terrenos y eran de mis padres! ¡¡Venganza!! ¡me las quitaron por el simple hecho de hacerme pagar lo que era mio! ¡las tierras eran de mis padres! — Exclamaba Leonidas a su hijo Zacarias.

Leonidas Pastrana era colérico, había perdido los terrenos que fueron comprados por los Salvatierra por impago de impuestos, no concebía que debía pagar los impuestos y le fueron requisados.

— Padre, no te preocupes la tendrás, iremos poco a poco, en primer lugar me han informado a través del imbécil de Emilito que su hija va a acudir a la pequeña feria. Tendrás las actas notariales a tu nombre otra vez — contesto Zacarias.

— ¡¡Las tierras eran de mis padres!! ¡venganza! Tengo toda la confianza puesta en ti — exclamaba Leonidas.

Zacarias Pastrana era el menor de seis hermanos y en el que Leonidas patriarca había puesto todo el peso de la familia, el más inteligente, se le había enviado a las Americas para que aprendiera mundo, hasta tal punto fue su interés que se sabía la tabla de multiplicar. Era el orgullo de su padre Leonidas. De porte autoritario ante los trabajadores Zacarias daba muestras de su saber aprendido de esos años en las Americas, disciplinado como ninguno, hasta tal punto que en cuando vigilaba los trabajos realizados por sus operarios no dudaba en orinar frente a ellos en señal de poderío. Alto, de cara curtida en las Americas se había hecho tatuar un bisonte en todo su costado. Allí aprendió sobre la vida, siendo un generoso extranjero, nunca dudaba en ese país de dar cobijo a mujeres que no tenían donde dormir, siendo afortunadas incluso, si querían placer, se los daba también, y si no tenían ganas, también eran gozadas. Zacarias opinaba que era su derecho. Se granjeo en las Americas un gran prestigio entre la gente, llegando a ser conocido como el “domador de putas “. Recio, duro, dotado de genio, colérico y arrojado como pocos.

Adela para el colmo de los males esa mañana estaba menstruando, la noche anterior aprovechando que la señora guardaba cama por jaqueca la había esperado don Luis pidiéndole explicaciones por su tardanza. Agarrándola por los brazos don Luis la zarandeo a lo largo del pasillo hasta llegar a su habitación, arrojándola de un empellón. Cayendo sobre ella le dijo que se quitara las bragas, y que se despatarrara, le dijo que “olía a macho”. Acabo de quitarse las bragas y se abrió de piernas, en esa posición fue cotejada por la mano rabiosa de don Luis al mismo tiempo que exclamaba “tienes el coño encharcado, parece un deposito de semen, con lo que yo he hecho por ti y me pagas de esta manera; mañana viene el notario, no saldrás y serás atenta”.

Adela conocía al notario de alguna visita a la ciudad por asuntos de los terrenos, era un gordo seboso entrado en la cincuentena y en su última visita pidió “las bondades de la jamelga “delante de don Luis en clara alusión a su persona, quedando pendiente para cuando zanjaran el contrato de las tierras y como dijo don Luis “tendría ese bonus extra” ya que allá en la ciudad, su familia estaba presente.

Esa misma mañana a través del ama de llaves don Luis era informado que Adela estaba indispuesta, que ella podía quedarse en caso de necesitarla en vez de acompañar a su señora en ese paseo matinal con picnic programado. Descartando al acto don Luis dicha propuesta, ya que bien podrían arreglarse sin nadie, solo era una reunión de negocios. Al salir su señora y la ama de llaves don Luis acudió al cuarto de Adela pidiendo explicaciones y echándole en cara lo que había hecho por ella y ahora encima le hacía esta faena. Sin poder de reprender a Adela tocaron a la puerta apareciendo el notario y su secretario, para después ir directos al despacho.

— Estos terrenos según la ley le pertenecen no hay nada que pueda impedir esa venta a la inmobiliaria para construcción de viviendas y un complejo, es más, dará esa estabilidad económica a la gente del pueblo; no tienes nada que temer, los Pastrana no pagaron los impuestos por cabezotas, no está en tu mano lo que les pasé — dijo el notario.

— Sí, pero son gente muy cerrada, me gusta dejar las cosas claras y esa gente no atiende a razones, por eso he procurado no dejarme ver ni a mi ni a mi familia por la zona — dijo don Luis.

— Tú siempre tan magnánimo, siempre piensas en el bienestar de la gente, tienes ese don de bondad para con la gente con que compartiste tu juventud, pero no tiene vuelta de hoja, la zona necesita esa inyección de inversión — dijo el notario.

— En ese caso dejemos el asunto cerrado, siempre di la posibilidad a esa gente de pagar sus impuestos, pero no hubo manera… — dijo don Luis.

— Los Pastrana no dan más de si, de hecho solo queda su hijo menor y el patriarca tras la muerte de su mujer, son gente sin futuro y sus parámetros culturales son lamentables — dijo el notario.

Con los papeles encima de la mesa el secretario iba seleccionando las actas para posterior firma y el notario dando el visto bueno, previa explicación de la documentación acreditada. Un protocolo que duro una hora, para después servirse unos licores y puros.

— Has hecho un gran trabajo, pero qué tal por aquí, el trabajo, la familia — dijo don Luis.

— Poca cosa, pero soy el único notario en está zona de palurdos y analfabetos, junto con el hermano de mi mujer — señaló al secretario — vamos haciendo lo que podemos; en cuanto a la familia, pues los dos tenemos a nuestros hijos ya con la carrera hecha, obviamente se han quedado en la ciudad — contesto en tono engolado.

— Hacéis buen equipo notarial desde luego, sois de la misma generación, eso es bueno; en cuanto a eso que hablamos en la ciudad… me gustaría… si él no tiene… —dijo don Luis.

— No tenemos secretos el uno para el otro, puedes hablar tranquilo, incluso los mismos gustos —al mismo tiempo que emitía una media sonrisa hacía su cuñado.

— La cuestión es, que ese bono que te prometí está con el periodo, si quieres te compenso algo en metálico… —dijo don Luis.

— También es mala suerte, está mañana al tomar el café en la taberna nos hemos enterado que el imbécil del pueblo se la trajino en la furgona, después tiene la regla… bueno, la yeguita tiene otros orificios accesibles, no hay problema: dile que entre, le he hablado a mi cuñado de ella — dijo el notario en tono contundente.

Don Luis fue en busca de Adela, le dijo que se presentara desnuda, solo con un delantal delante y usara un tampón, que iba a ser gozada igualmente, que sacara culo y menos que hablara delante de los señores.

Así fue como Adela hizo acto de presencia ante el notario y su cuñado, su tez era cetrina, su piel marmórea, caminaba con indecisión, no sabía de forma exacta como actuar. Se había detenido delante de ellos con su cabeza baja mirando al suelo.

— Sirve a los señores algo de bebida Adela.

Ante la expectación del notario y su cuñado se dirigió al mueble bar y cogió el whisky especial para los invitados. Empezó a servirlo, primero al notario, después a su ayudante quedando en primer plano las nalgas frente al primero. De forma mecánica el personaje extendió las manos y las puso sobre el trasero de Adela, separándolas con los pulgares.

— Por lo que veo tiene algo de uso

— ¿Puedo? — pregunto el cuñado.

— Cómo no, faltaría más. Adela, date la vuelta par el señor — dijo don Luis al mismo tiempo que el ayudante le abría las nalgas en la misma operación que el notario.

— ¿Hace mucho tiempo que la tienes?

— Dos años más o menos.

— ¿La habrás estrenado, casi, por su edad…? — al mismo tiempo que se levantaba y sospesaba sus pechos.

— De culo si, en vaginal vino con algo de rodaje, era una joven mal follada. Sin haberla desvirgado vaginalmente, se diría que en pontificado en todos los terrenos. Por cierto, veo que les gusta cotejar el material que van a usar.

— No es muy guapa, pero es prieta y nervuda — dijo el notario al mismo tiempo que tiraba de los pezones —. En fin, hubiera sido interesante hacerle el completo de coño-culo, pero se usará lo que sea factible.

En tono didáctico y aleccionador, con un tono engolado don Luis dijo:

— Señores, a día de hoy se hace tanto anal como vaginal, se encula mucho, los tiempos han cambiado, incluso se come mucho culo.

— Siempre has sido un buen tumba hembras, que suerte tienes — dijo el notario.

— Sin ir más lejos la semana pasada estaba en un viaje de negocios, las dos hembras que gocé les practiqué el anal, una no pasaría de los treinta y la otra una reputada cuarentona. Las dos al practicar el 69 pude observar como sus cavidades anales eran alisadas, grandes y palpitantes. La más joven me dijo que a día de hoy se le pedía mucho culo.

— Eres un gran Salvatierra, pero dejémonos de cháchara y dime dónde puedo trajinármela.

— En el cuarto de invitados, ella misma te llevará. Por cierto, tu gustas también — pregunto mirando al cuñado.

— Si, pero por orden de autoridad él la usa primero, solemos hacerlo uno tras otro, no tenemos edades de tríos — respondió el cuñado.

Adela en tono disciplinante empezó a caminar hacía el cuarto de invitados, el señor notario le pasó una mano sobre sus hombros y en tono cariñoso le dijo:

— Vamos, te haré el orto, por cierto ¿tragas o escupes?

Entraron en la habitación, el notario le dijo que se quitara el delantal, ante él quedo Adela desnuda, de su sexo salía el cordón del tampón. El notario la hizo ponerse a cuatro patas y que se abriera las nalgas con sus dos manos mientras él se desnudaba. Sin ropa, con su gran panza y su pene abultado como una bala de cañón le dio la primera embestida, sin engrase que pudiera servir para deslizar la verga a través del conducto anal, no logrando pasar de la introducción del glande en la cavidad. En un ataque de rabia empujo las nalgas y las abrió de par en par quedando un viable ojete, el problema era que necesitaba lubricación; escupió de forma generosa e introdujo de una tacada dos dedos. Adela se sentía incomoda, no se relajaba, su zona anal se contraía algo. Vuelta a empezar intentando la penetración, esta vez su verga quedo en medio tronco clavada y con furia la saco y la volvió a clavar. Adela emitió un grito agudo, como de un animal herido.

— ¡Deténgase! ¡Duele!

— ¡¡Calla la puta boca!! — al mismo tiempo que de forma sonora sacaba su pene y volvió a escupir sonoramente sobre su glande.

El notario volvió a abrir las nalgas con todas su fuerzas y con potencia empujo quedando la polla bien remachada hasta el fondo.

— Ha costado encularte hija de la gran puta, pero ahora no la saco hasta reventarte.

Adela aguantaba tensionada, mordía la almohada esperando temerosa las próximas embestidas, podía oler el apestoso aliento a tabaco y licor del gordo, notaba el vello de su peludo vientre en sus nalgas; para el colmo menstruaba, el cordón del tampón colgaba de su clítoris. Empezó a bombearla y a ronronear, acelero más sus embestidas, toda la grasa de su obesidad se movía, sudaba, apretaba los dientes; de pronto lanzó un bufido, su respiración era estertórea y entrecortada; saco su pene y cogiendo a Adela de la melena se lo introdujo en la boca. Un momento después ya llenaba la boca de Adela de esperma y quedaba agotado. Adela corrió al baño, le venían arcadas.

Mientras tanto don Luis Salvatierra y el ayudante del notario degustaban sus cigarros y una copa de licor.

— Parece que ya ha terminado su cuñado, a sido rápido, se le notaba ansioso — dijo don Luis girando la cabeza en el sentido que venían las pisadas por el pasillo.

— Si, es un cagaprisas, suele terminar rápido, aquí no tiene muchas oportunidades como esta.

— ¿Y usted?

— Yo me desplazó más a la ciudad, sin ir más lejos hace un mes…

— Por motivos laborales, supongo — dijo don Luis.

— No, la última vez tuve la suerte de que cuidé una semana a mi padre en el hospital antes de su defunción, aproveche, digamos, la circunstancia que se me presentó.

— ¿Y qué tal?

— Me afiancé una buena casa de putas, en esa semana fornique a dieciocho, acudía cuando podía, tuve el placer de agenciarme todo tipo de hembras.

— Bueno, creo que puede prepararse entonces, su cuñado está aquí ya.

El notario entró sudoroso, su rostro estaba al rojo vivo, se estaba abrochando el cinturón, al mismo tiempo don Luis le pregunto:

— ¿Cómo te ha ido?

— ¡¡Escupe!! — respondió tajante el notario.

El ayudante del notario y cuñado era alto y espigado con cara de rata, lucía un bigote canoso nicotinado y era de mirada estrábica; en su juventud había sido militar llegando al grado de sargento raso, a sus veintiocho años, el año de su boda se incorporó en la notaria de su cuñado. Ahora a sus cincuenta y pocos años era un avezado putero que no desperdiciaba oportunidad. Dotado de una polla, que no descomunal, pero si considerables dimensiones la lucía ante las profesionales de la ciudad. Ya presentado el personaje de forma sucinta, diremos que se dirigía por el pasillo al cuarto de invitados.

Al entrar la encontró en el baño contiguo, allí Adela había expulsado el esperma en la taza del baño y se estaba poniendo crema en su zona anal y se cambió el tampón; el cuñado del notario con una seguridad pasmosa se quitó la ropa quedando desnudo por completo; Adela, al salir, con la cara roja y los ojos vidriosos pudo observar como de pie y con el pene erecto la esperaba, en tono tajante le dijo:

— Ponte a cuatro patas, vamos a ver lo que tenemos.

— Sí… sí… yo… estaba… — dijo Adela dubitativa.

— ¡Que te calles!

Adela obedeció, quedo a la vista su coño del cual salía un hilo, su zona anal estaba algo irritada; el cuñado se puso tras ella y le abrió sus nalgas.

— Veo que tu culito está algo irritado y te has puesto cremita eh… pero... no te voy a perdonar la enculada. Así, permaneció unos minutos, abriendo las nalgas y acariciando las nalgas. Tras un lapso de unos minutos, sin tocarla ni decir nada Adela se sentía desconcertada, no la penetraba ni la sobaba. De repente, sin aviso, alineó su pene a la entrada anal y en un golpe de cadera al mismo tiempo que la cogía de la cintura le incrustó todo su fierro hasta el fondo dejándolo clavado sin moverse.

Mientras tanto el notario y don Luis Salvatierra charlaban:

— Ahora ya podrás edificar los terrenos, las actas son claras.

— Sí, voy a iniciar los trámites pertinentes a partir de ahora.

— La zona atraerá inversores, tu pueblo natal te puede estar agradecido.

— Bueno, es gente inculta, no se puede razonar con ellos, también tengo previsto proveerme de nuevos terrenos, sobre la marcha, podré comprar a precio barato los colindantes de la zona.

Desde el pasillo se oye un berrido estridente y atronador.

— Perdona, pero la chica no tiene modales, tendré que advertirla, no da para más.

— Sí, mi cuñado es exigente no va con contemplaciones.

Adela debido a la embestida se vio lanzada para adelante y apenas podía aguantarse aún en estando apoyada; en cuanto al cuñado del notario era de la creencia que la fuerza y el autodominio eran señal de nobleza y se recreaba poniendo el alma en ello. Permaneció inmóvil durante un minuto mientras en tono enfático decía:

— Los hombres no deben rendir culto a las putas, ni siquiera a las que no pagan.

Retrocedió las caderas y saco el fierro, se lo veía engrasado de crema, Adela había tenido cuidado esta vez de lubricarse a conciencia; el cordón del tampón le colgaba por la parte delantera como si fuera la cuerda de una lamparita. Volvió a embestir de una tacada sonora, el tronco quedo insertado de tal manera que los testículos quedaron pegados a las nalgas. La acometida cayo como un misil en el conducto anal siendo la causa que Adela lanzara un estridente alarido. Adela suspiraba de forma pesada. Cuando se recobró de los primeros impactos pudo volver a corregir su postura, nada más tener afianzadas sus manos y pies volvió a recibir otro embate con doble bombeo repetidos y simétricos en intensidad perforadoa.

— ¿La notas? ¿La sientes? ¡Tómala toda! ¡Por puta!

Y emprendió un abordaje con bombeos continuos y profundos, en cada embestida las nalgas de él se contraían y tensaban; dio velocidad a su mete-saca al mismo tiempo que en una explosión de rabia empezó a dar manotazos y cachetes sobre las nalgas de Adela, al mismo tiempo le abría las nalgas con fuerza con las manos.

— ¡Toma! ¡Toma!

La cogió del pelo e hizo que su espalda se arqueara y su cabeza mirara el techo, mientras le suministraba una enculada veloz y profunda. Los bramidos de él resonaban en toda la estancia, era una señal de exhibición de orgullo por su parte.

Adela había sucumbido a las embestidas y aguantaba como podía, tras ella los bufidos, resoplidos y jadeos denotaban la pronta resolución. La cual fue culminada en un coito bucal, de esa manera, con la polla dentro de su boca hasta la campanilla era sometida a mete-sacas orales; noto la viscosidad en su boca seguido de gruñidos de placer; respiraba por la nariz debido a su taponamiento bucal, intentaba aguantar el esperma en la boca, pero la determinación y finalidad era otra.

— ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga de una puta vez! ¡Traga puta!

— Glop, glop, glop…

La nariz también le fue taponada, su cara se hincho como un globo, estaba roja, no le quedo más remedio que coger aire con la boca y engullir la abundante cantidad de esperma. Aún habiendo vaciado en su totalidad le aguanto la nuca un buen rato. Al soltarla quedo extenuada en la cama.

En el salón de invitados don Luis y el notario apuraban otro cigarro.

— Creo que su cuñado se ha recreado bien con ella, el griterío ha sido descomunal, menos mal que no hay nadie.

— Ya te dije que es un gran putero, pone el alma en ello.

Conducida por el cuñado entro Adela, desnuda, con los ojos vidriosos y en las comisuras de los labios se le notaban espumajos de saliva. Por parte del cuñado le fue dado un vaso de agua y atento a ella se aseguro que lo bebiera, mientras los otros observaban.

— Me quería asegurar que la tuviera bien adentro y no tire nada — dijo el cuñado.

— ¿Qué tal ha ido? — pregunto don Luis — aunque a tenor de lo que hemos podido oír deduzco…

— ¡¡Ha tragado!! — respondió tajante el cuñado.

— Entonces, puede retirarse, ¿no? — pregunto don Luis.

— Sí, de mi parte sí, es más, polvo echado, visita acabada.

Don Luis, dirigiéndose a Adela dijo:

— Vete a descansar y lavarte, no sin antes haber limpiado la habitación y cambiado las sabanas; YA SABES QUE NO ME GUSTA EL OLOR A PUTA.

Continuara...

(9,75)