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Follar con los gregüescos puestos a Florencio

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Suelo decir que soy muy caprichoso, pero no exijo mis caprichos, sino que busco la posibilidad de disfrutar de algunos. Vi un día a la abuela cosiendo con una sigma, maravillosa máquina de coser, ni sabía que ella tenía una. Estaba cosiendo unos pantalones para el abuelo, porque a él no le gustaba ir a tiendas a probarse. La abuela que de joven había sido ayudante de sastre y después tenía la propia sastrería hasta que el prêt à porter derrumbó la confección de media costura, porque el prêt à porter afectó al sastre o sastres de la clase media, no a la alta costura. Mi abuelo tenía su sastresa personal. Envidioso yo, quise tener también mi sastresa personal y, yendo vestido solo con mi tanga como de costumbre, me acerqué a la abuela.

Me encantaba el ronroneo de la máquina cuando cosía, me arrimaba a la máquina como ayudando a sujetar las partes largas y notaba la vibración de la máquina en mis huevos. La abuela me miraba con media sonrisa al ver mis ojos en blanco y como gozando. Lo bueno de la abuela, entre otras muchas cosas, es que no hacía comentarios aunque adivinaba lo que pasaba. Siempre decía que ver a sus nietos delante de ella ya le hacía gozar. Creo que por eso nos consentía todo. ¿Que si he dicho todo? Pues sí, he dicho todo. Sí, nos ha visto follar en la piscina y pasa como si no hubiera nadie. ¿Se habrá acostumbrado? No; es que la abuela es así, mientras nos vea felices y el abuelo le asegure que estamos sanos y fuera de peligro, la abuela contenta. A mí me parece que me quiere un poco más o de modo diferente que a los demás. El mismo Lorenzo lo nota porque me suele decir: “Yo soy el nieto de verdad de la abuela, pero tú eres su nietísimo”, con esto lo ha dicho todo.

Me dice la abuela:

— ¿Quieres que te cosa algo…, un pantalón, una camisa, una chaqueta…?

— Sí, abuela, me gustaría tener un par de gregüescos, respondí.

— ¿De grequé?, preguntó la abuela.

— De gregüescos o greguescos…

— ¡Ah!, de calzas a lo don Juan de Austria!

— Sí, abuela, algo como eso mismo, pero sin calzas, dije yo.

— Eso está hecho, ¿con forro o sin forro?, ¿a cintas o completos? Muy cortos o hasta casi las rodillas

— ¡Joder!, abuela, es que te lo sabes todo…, cortos, cintura baja y sin calzas…

— Eso es fácil; el de cintas mañana lo tienes ya, porque tengo tela como de seda para el interior. Uno entero para ti… tendría que ser de satén, seda de color, lycra… ¿qué color te gustaría? Ah, no, yo elijo lo mejor, uno rosado fuerte y otro marrón, oscuro y claro, eso es bueno para ti, déjame, mañana vienes a probarte el de cintas.

Me puse feliz, pero no conté nada a nadie, porque era un capricho muy caprichoso. Así que al día siguiente con mi tanga puesta me puse delante de la abuela que estaba cosiendo otro pantalón para el abuelo. No dije nada. Los caprichos se dicen, se sugieren, pero no se exigen. Paró de coser, escarbó en su cajón de sastre y me dijo:

— Ponte esto a ver…, si te va bien solo me falta ajustar el elástico, a no ser que quieras que te ponga cintas de sujetar…

— Mejor elásticos, abuela, respondí.

Era un perfecto short, solo que tenía una tela blanca de toque sedoso muy suave y unas cintas sobre el sedoso. Era como dos pantalones bombachos, uno encima del otro y acababan por debajo de la ingle. El blanco dentro y las cintas del beige estaban unidos por velcro. La abuela ajustó la parte inferior para el elástico de los muslos…, luego le pregunté por qué los unía por velcro en lugar de coserlos y a la abuela y me dijo:

— Blanco y color no se deben lavar juntos, porque mancha o destiñe y ensucia el blanco…, —me mira a los ojos— aquí tienes en color crema un repuesto, solo tienes que despegar el velcro para lavar por separado y poner de fondo el que quieras…

— ¿Y el que va sin cintas?

— Esta tarde voy a comprar la tela… pero quiero saber si el toque de esa lycra te gusta porque la seda da más calor, así que te quitas el tanga y te lo vuelves a poner…

— ¿Aquí, abuela?

— Hijo, ya no me falta nada que ver en este mundo y menos de ti, haz lo que quieras…

Pensé que era verdad y se me empezó a poner un poco dura. Respiré profundo y me quité todo y volví a ponerme el gregüesco. Se sentía bien, caminé un poquito y me daba gusto el toque, me lo quité enseguida, antes de que lo ensuciara con mi presemen, me puse mi tanga, acomodando bien mi polla para disimular algo y…

— Descuida, hijo, no te preocupes, eres muy sensible…, anda vete, ya veo que te gusta ponerte esta lycra… ¿cuántos quieres?

— Abuela, uno o… o dos, no más…

— Este te lo llevas en media hora y el amarillo también, mañana te doy los otros… mejor los usas sin nada, porque con esta bombacha no se va a notar nada.

— Qué lindos, quedan muy retro…

— Muy retro…, claro que muy retro, siglos de retro…

A la media hora me llamaba a la puerta diciendo

— Aquí los tienes, ponte uno y a ver que lo ajuste sin apretar.

Abrí la puerta, me los dio, la besé, me puse uno, el blanco, aunque el otro también iba completo. Salí, fui donde la abuela, me hizo dar vueltas sobre mí mismo y me dijo:

— Yo les hacía a mis niños esto en solo blanco cuando eran pequeños, así no se notaban los pañales; te quedan bien.

Como siempre me ha gustado llamar la atención, salí a la calle y todos me miraban. Si hubiera llevado calzas, jubón y ropilla pareciera estar en el siglo XVI. Al día siguiente tenía los otros sin cintas. Mis amigos Lorenzo, Zigor y Mauro me preguntaban dónde había comprado semejantes paramentos y no quería decirles, pero la abuela se asomó, se me puso en jarras mirándome y no tuve más remedio que declarar la verdad. Ellos se pusieron a mirarla y la abuela se pasó una semana dándole a la sigma. Con estos calzones pasamos el resto del verano. La abuela nos hizo muchos para que nos cambiáramos con frecuencia, porque no usábamos con ellos más ropa interior.

La cinturilla superior era ancha y la abertura para usar el pene con tres botones, de modo que fácilmente salía la polla y los huevos. Para follar no era necesario sacárselos del todo, aunque más nos gustaba la desnudez. Nuestro lugar preferido era el claro del bosque. Allá que nos íbamos cada día para correr, caminar, pasear. Una vez que llegábamos, ya sabíamos que era para follar los cuatro con los cuatro. Pero he aquí que al entrar en el claro nos vimos a un tipo sentado, arrimando su espalda a un árbol, iba con jeans largos, zapatillas y la camisa a rayas abierta, mostraba buenos pectorales y algo de pelos, no tenía el abdomen a cuadros, pero sí lo tenía muy plano; en bandolera llevaba una bolsa de ruda tela y en las manos tenía una especie de bloc y con un lápiz de tinta indeleble iba dibujando lo que tenía delante.

— Hola, nos dijo.

— hola, contestamos los cuatro a la vez.

— ¿Venís a lo de siempre?, preguntó.

— ¿Por qué preguntas eso?, dijo Zigor que al parecer lo conocía.

— Oye, Zigor, diles a tus amigos…, no; mejor, preséntame, ¿sí?

— Mis amigos, Joel, Lorenzo y Mauro; él es Florencio, un compañero de la nocturna, los dos estamos acabando el bachillerato.

— Y…, ¿qué hace aquí?, preguntó Lorenzo.

Florencio se levantó a darnos la mano al tiempo que decía:

— Florencio es mi nombre completo, pero en casa y mis amigos me dicen Floren, si queréis me decís igual, hace tiempo que vengo por aquí, un día os vi cómo os divertíais, pero no me atreví a salir; he venido varias veces a distintas horas y he esperado aquí, pero no he tenido suerte de encontraros y me las he arreglado yo solo…; hoy he tenido, al menos, la suerte de poderos saludar, ni voy a exigiros nada ni nada diré a nadie, por mí no será…

— Mira, Floren, has sido sincero en lo que has dicho y es una pena que estás solo, ya sabes qué somos y cómo hacemos, ahora nos pillas sin saber como emparejarte, pero bienvenido seas: el que es amigo de Zigor, puede ser amigo nuestro…, dijo Lorenzo sensatamente y todos asentimos con sonrisa y con la cabeza.

— No sabía que tú eras gay, Floren, te imaginaba un homófobo o al menos que pasabas de nosotros…, no sé qué…, dijo Zigor.

— Tú conoces a Silver, bueno, quizá lo conozcas mejor por Silverio González…, sí, ¿no?…, preguntó Floren.

— Sí, creo que sí, por el nombre seguro, pero no sabría ahora decir bien de quién se trata, dijo Zigor.

— Se sentaba siempre detrás tuyo.

— Ah, coño, sí, un tío de puta madre, ¿qué pasa con él?

— Es mi…, somos amigos, bu- bueno… casi novios, confesó Floren.

Zigor se bajó su gregüescos dejando una nalga abierta y dijo:

— Escribe en mi nalga tu número de móvil y en tu cuaderno anota el mío, así nos pondremos de acuerdo.

— Cuando Zigor te avise, te traes contigo al tal Silver, lo conoceremos y si es de puta madre, como dice Zigor, pues igual puede ser nuestro amigo, dije yo.

— Ellos dos, Lorenzo y Joel empiezan este año la Universidad, creo que ya saben lo que van a estudiar, pero no quieren decírnoslo, ellos sabrán por qué —dijo Mauro y añadió— pero yo tengo ganas de caña y no de parla.

— ¿Por qué lleváis esos gayumbos o como se llame? ¿Estáis en una fiesta?, preguntó Floren.

Zigor le explicó que se trataba de un reputo invento mío y que era un modo de ser diferente. Le gustó la idea y se rió. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo nos echamos todos encima de Floren, el cual guardó en su bolsa el cuaderno y su lápiz. Como si le fuéramos a dar una paliza, quién le besaba, quién le metía mano y decidimos, sin ponernos de acuerdo, en desnudarlo porque se tenía que estrenar. Unos por arriba, otros por abajo lo dejamos canuto, su poronga ya estaba dando señales de despertar, gruesa, muy gruesa y morena, casi negra, no excesivamente larga, pero yo que me había quitado mis gregüescos y los había puesto junto con la ropa de Floren, me coloqué de rodillas para chupar aquella gorda polla, Lorenzo se me unió y entre los dos la dejamos bien tiesa, dura —señalaba el este en horizontal— y muy húmeda. Zigor se puso detrás de Floren mordisqueando su hombro y lamiendo su cuello. Mauro, por encima de Lorenzo y de mí se metió a darle boca y se besaban chupándose hasta las mismas entrañas. Zigor le empujó un poco hacia adelante y Floren se inclinó un poco sin dejar de besar a Mauro. Como imaginé que Mauro deseaba una penetración de Floren, pasé a comerle el culo a Mauro mientras Zigor inició los preparativos con saliva y dedos en torno al hoyo de Floren para iniciar la penetración que no tardaría en hacer efectiva.

¡Joder! ¡Cómo chupaba Lorenzo la polla de Floren!, se la comía con ganas, pero quiso evitar la eyaculación y dio paso a Mauro que ya estaba medio preparado, se metió detrás de Zigor, cuando vio que yo comencé a comerme la polla de Mauro mientras era follado por Floren. Como que estaban los tres, Mauro, Floren y Zigor suspirando y gimiendo de dolor y placer mezclado con «Aaagh» y «qué rico» mezclados, se escuchaba también desde delante donde yo me comía la polla de Mauro, cómo Lorenzo cacheteaba las nalgas de Zigor y le comía el hoyito, metiendo lengua también. Aquello parecía una sinfonía del sexo.

De repente me empujaron hacia atrás y me caí de culo porque, sin previo aviso, Lorenzo se la metió a Zigor de una embestida y produjo un movimiento en cadena. Me levanté, me puse firme de rodillas a mamar la polla de Mauro y la cadena se invirtió:

— Aaaah, aahh, me corro, gritó Mauro por cada uno de sus empujes y por cada chorro que yo iba tragando para que nada se desperdicie.

Me enderecé y con un beso le ofrecía a Mauro de su propio esperma. Luego Floren comenzó a gritar sin saber ni que decía, como si hablara en una lengua de otro sistema planetario y notaba cómo se relamía de gusto Mauro. No tardó Zigor en soltar su lefa dentro de Floren y gritaba como siempre:

— ¡Uy, uy, uy!, ¡qué rico!, ¡ahí va!, ¡uy, uy uy!, ¡aahh, ooooh!

Y se agarró a la espalda de Floren porque se le aflojaron las piernas del inmenso placer por su fuerte eyaculación. Se echaron todos al suelo, sobre la hierba, yo estaba de rodillas, meneándomela para eyacular y echarme al suelo. Al parecer estaba tan nerviosamente impresionado que tardaba en eyacular, no me salía y estaba muy sudado, más que todos. Lorenzo se dio cuenta y se vino a levantarme y ponerme en cuatro para pasear su polla por la raja de mi culo. No sé qué señal les dio que todos los otros tres se levantaron y se pusieron a meneársela al lado de Lorenzo. Yo, con la cabeza en el suelo y apoyada en un brazo, intenté abrir mi culo, Lorenzo me quitó la mano y seguí dándole a mi polla por mi cuenta. Lorenzo, con todo el cuidado del mundo metió el cipote en la puerta de mi culo y empujó, ganas que tenía yo, no opuse resistencia y se me abrieron todos los esfínteres. Lorenzo descargó su semen dentro. Luego me la metió Floren y por indicación de Lorenzo me llenó las nalgas de semen. Zigor ya la metió seguido sin resistencia que no lo notaba y se puso debajo de mí. Entonces Mauro metió su polla junto a la de Zigor y descargaron casi a la vez ambos. Entonces fue cuando sentí que me iba y grité. Sin pérdida de tiempo Floren se metió debajo de mi polla, apoyando su cabeza sobre el abdomen de Zigor y recogió mi abundante semen que degustaba y tragaba como si se tratara de un dulce néctar.

Nos tumbamos a descansar, puse mi cabeza sobre el pecho de Lorenzo mientras los otros tres se juntaron a besarse en el tiempo de reposo. Lorenzo me iba dando besos. Al cabo de un rato, Lorenzo preguntó a Floren la hora, porque era el único con reloj. Y era ya buena hora para bajarnos. Le explicó cómo íbamos a bajar a casa y le dijo:

— De aquí nos vamos a la piscina de nuestra casa; hoy te podemos invitar a comer en nuestra casa, pero en adelante nos pondremos de acuerdo, sobre todo si venís los dos, porque a la abuela no le gusta improvisar.

Como siempre nosotros cuatro usamos los gregüescos de sombrero y las chanclas en los pies, Floren se puso sus jeans y camisa al cuello, se calzó sus zapatillas y puso su slip en un bolsillo de sus jeans. Empezamos a correr. Ese día no nos cruzamos con nadie. Al llegar a la puerta, Lorenzo me indicó que avisara a la abuela que teníamos un invitado. Yo sin pensarlo dos veces, entré en la casa corriendo, pasé a la cocina y le dije a la abuela que teníamos un invitado, por la puerta de la cocina salí al jardín y ellos me vieron y Zigor me dijo:

— ¿Así, totalmente desnudo, has entrado a darle el aviso a la abuela?

— No, coño, no —dijo Lorenzo— ¿no ves que lleva el gregüesco ese en la cabeza? ¿Qué más da? Si la abuela le ha hecho probar todos nuestros gregüescos para ver si estaban bien y se los cambiaba delante de ella…, ya le ha visto demasiado, si es el puto nietísimo, joder, es más nieto que yo, coño.

Todos nos pusimos a reír de la parida de Lorenzo y nos echamos a la piscina.

Al salir nos venimos con nuestros gregüescos puestos y Floren vestido con sus jeans y la camisa medio abierta. Lo presentamos a los abuelos. Lo saludaron cordialmente y no preguntaron nada porque escucharon que Lorenzo le decía que a la tarde le llevarían a casa en la camioneta. Luego la abuela me aclaró que estaba a punto de preparar una habitación y le dije que mejor no, aunque vendría él y un amigo más veces era mejor que Lorenzo los devolviera a casa a media tarde para no dar nada a entender sobre nuestra casa a nadie porque que a nadie importa nada, y añadí:

— Tú y el abuelo merecéis nuestro respeto y esto no se puede convertir en una casa de gays, aunque todo el mundo sea bienvenido; una cosa es quedarse a comer y otra a dormir; y cuando venga alguien invitado por ti o por el abuelo, nos avisáis y nos vestiremos adecuadamente porque a nadie le importa nuestro particular modo de ser y vivir; eso no es por nosotros, sino por vosotros, abuela, porque nuestro cariño por tí y por el abuelo es inmenso.

La besé y me dio un sinfín de besos y afloraban las lágrimas de sus ojos. Luego escuché que le contaba esto último al abuelo y le decía que sus nietos la hacían muy feliz y él le decía que con ella todo el mundo irradiaba felicidad. La verdad es que el abuelo estaba enamoradísimo de la abuela y ella de él. Luego el abuelo le preguntó:

— ¿Y a mí no vas a hacerme unos gregorios de esos?

Ella le dio un codazo, diciendo:

— ¿Qué dices? ¿Unos gregüescos para ti? Ni en broma, tú eres un viejo y cómo vas a llevar eso, ellos son jóvenes, tienen ideas locas que no hacen daño a nadie, y todo les cae bien porque son jóvenes y guapos, además de buenos y amorosos.

— Amorosos, sí, bien amorosos, te sacan todo lo que quieren, dijo el abuelo.

— Pues contigo no se quedan cortos, que les has dado hasta la camioneta, dijo burlonamente la abuela.

— Es que ellos son jóvenes y guapos, y les queda bien hasta la camioneta, concluyó el abuelo.

Y se juntaron sus cabezas, pronto la cabeza de la abuela estaba sobre el pecho del abuelo que le hacía caricias sin parar.

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