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Nadie me ha trastornado tanto como Alexandra (Parte 2)

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Y es que ese jueves cambió para siempre mi relación con Alexandra. Fue un punto de inflexión en nuestra extraña relación y el principio de un cambio radical que ocasionó que me obsesionase más por ella y que dicha obsesión me produjera cada vez más morbo y deseo fetichista. Ese jueves con su jersey gris y camisa blanca iba a ser el principio de algo que a día de hoy me sigue pareciendo alucinante y aún no me creo que llegase a pasar todo lo que pasó.

Solo sé que al ver que ella no reaccionó mal a mi beso en su cuello (en realidad ni bien ni mal, no reacciono simplemente, permaneció como siempre fría, distante y antipática como si nada hubiera pasado) pero eso me dio mucho valor para a continuación seguir explotando todo ese deseo morboso contenido que tenía por ella.

Por lo que unos segundos después de ese beso en el cuello le dije: “Alexandra, levántate”, ella no reaccionó, estaba como en babia absorta en sus pensamientos y como si no hablase con ella. Por lo que volví a repetir: “Alexandra, por favor, levántate” y yo mismo la forcé a levantarse ayudándola con mis manos. Ella se quedó de pie impasible, fría, distante, callada, borde, inaccesible y con ese gesto de antipatía que siempre había en su rostro. Lo cierto es que era una chica muy rara, extremadamente rara, pues por una parte de su rostro no desaparecía esa especie de altivez con esa pose arrogante, engreída, soberbia y orgullosa como con superioridad moral pero, por otra parte, se dejaba besar y hacer lo que yo quisiera hasta ese momento. Era un cocktail muy raro. Una chica muy rara pero precisamente eso era lo que le daba tantísimo morbo y que fuese tan apetecible, más que ninguna otra chica.

Y todo eso me excitaba, me excitaba mucho, más que ninguna otra de mis alumnas, cierto que la mayoría de mis alumnas tenían la edad de Alexandra (18 años) y probablemente algunas fuesen más guapas y estuviesen más buena que ella, pero ninguna desprendía tanto morbo como ella. Sobre todo porque a pesar de su aparente madurez, seriedad y frialdad estaba seguro de que era todavía virgen, segurísimo, desprendía virginidad por los cuatro costados, se notaba, y eso acrecentaba mucho más el morbo y el deseo hacia ella.

Y el verla ahí de pie delante de mí así tan alta (medía más de 1,70), ancha de hombros y espalda (por eso siempre le quedaban tan bien los jerseys con camisa), tan elegante, tan pija, tan guapa con sus ojos verdes y su cara redondita hacía que yo estuviese cegado completamente por ella. ¿Qué apenas tenía tetas por lo poco que se marcaba en ese jersey gris? sí, es cierto, pero me daba igual pues todos sus demás encantos me tenían loco.

No dejaba de mirar los cuellos de su camisa por fuera del jersey, siempre me encantaba fetichistamente sacárselos por fuera del jersey, y le dije: “te quedan muy bien así los cuellos de la camisa por fuera del jersey, deberías llevarlos siempre así, estás más guapa y elegante”. Ella no contestó ni dijo nada. Fría sin decir nada y con ese rostro tan inexpresivo que nunca sabía qué estaba pensando. Su cara nunca me daba ninguna pista de qué pensaba o si estaba molesta por algo. Pero dado que permanecía muda con su cara engreída, orgullosa y altiva pasé de comerme más la cabeza y directamente me dejé llevar por mis instintos.

¿Y qué me pedía mis instintos? pues comerla ese cuello tan precioso que tenía, me lancé a comerle ese cuello adolescente. Primero lentamente, suavemente, saboreando cada centímetro de su cuello. Y mientras lo hacía la abracé y bajé mis manos hacía su precioso culito y ahí empecé a acariciarlo. Ese culo tan fabuloso embutido en esos vaqueros que tan bien le quedaban. Lo cierto es que lo que más me fascinó más fetichistamente eran sus jerseys y camisas pero también sus pantalones me cautivaban mogollón. Era una chica muy elegante casi sin proponérselo.

Es más, estoy seguro que nunca buscó ser guapa ni elegante ni estar buena, lo escondió, pero era tal el morbo que desprendía que ni escondiéndolo bajo esa sequedad, antipatía y frialdad conseguía aplacarlo. Además estaba seguro que era la primera persona en toda su vida que la acariciaba el culo así a través del vaquero. Lo sabía. Se notaba. Jamás había estado antes con un chico. Yo lo notaba. Y eso me daba un morbo adicional mucho mayor. Y si soy sincero también me da mucho morbo que permanecería así petrificada, fría e inmóvil como si nada de esto estuviera pasando. Dios, qué rara era pero como me gustaba que fuese así.

Me encantaba masajear su culo por encima de su vaquero. Ese culo que nunca nadie antes había tocado. Ay, ese vaquero que tan fabulosamente bien combinaba con el jersey gris y la camisa blanca. Cómo me molaba fetichistamente cómo vestía así de formal, recatada y pija. Y tal acumulación de morbo y fetichismo ocasionó que me acelerase. Recuerdo perfectamente que me dije a mi mismo que parase en ese momento y lo dejase para el siguiente día.

Que por ese día ya había conseguido mucho y que debía dosificar mis avances con ella. Ir poco a poco, lentamente saboreando mis avances día a día y disfrutando así de su fría sensualidad los siguientes días. Tenía miedo de que si me excedía demasiado Alexandra acabara reaccionando y parándome los pies. Aunque era difícil de saber qué pensaba con esa cara tan inexpresiva, esa frialdad, esa antipatía y esa mirada ambigua que desprendía que no podía saber si le estaba gustando u horrorizando. Y si, me dije a mi mismo que parase y lo dejase para otro día, pero una cosa es la razón y otra el instinto.

Y desde luego mis instintos eran todo menos racionales por lo que sin darme cuenta le subí bruscamente el jersey. Llevaba ya por los menos dos meses viéndola vestir así en plan pija con jersey y camisa, y aunque fetichistamente eso me ponía mucho, estaba harto de tanto jersey y no verla bien la camisa. Fue una gozada levantarla ese jersey gris hasta la altura de sus tetitas y poder ver así su camisa blanca. Cierto que era una camisa blanca normal y corriente pero fetichistamente eso a mí me daba igual pues me lancé a besar los dos pequeños bultos que se marcaban en dicha camisa.

Como ya he dicho muchas veces Alexandra apenas tenía tetas, solo dos pequeños bultos de nada, pero me daba igual pues empecé a besar y chupar esos dos bultos con pasión, y empecé a acariciárselos, y a besarlos más, hasta empapar su camisa blanca con mi saliva y empezar a transparentar un poco su pequeño sujetador. ¿Cómo reaccionó ella a esto? pues de la forma que menos me podía esperar pues permaneció inmóvil, quieta, inexpresiva, distante, muy fría y con esa actitud de indiferencia, altivez y bordería que la caracterizaba. Yo no podía creérmelo que no reaccionase ni dijera nada.

Era tan rara. Era una chica tan rara. Es que era muy difícil de comprender y asimilar su comportamiento pues estaba comiéndola las tetas a través de su camisa blanca (y además con la certeza absoluta de que era el primer chico que le hacía eso en toda su vida) y ella impasible, fría y gélida como si eso no fuese con ella. Como pensando en otra cosa, como en las nubes y como si nada de eso estuviera pasando. Y, si soy sincero, lo cierto es que esa sumisión a mí me ponía bastante, no es solo que Alexandra a sus 18 años apestase a virginidad sino que se dejaba hacer impasible, inexpresiva, indiferente y sumisamente esas caricias y chupetones por encima de la ropa. ¿A quién no le iba a motivar tan tremenda dosis de fetichismo y morbo? A mí desde luego me volvía loco jugar así con ella y me trastocaba más que ninguna otra chica que he conocido en mi vida. Era como un juego muy raro pero muy morboso a extremos casi enfermizos.

Sinceramente no sé ni cuánto tiempo estuve así chupando por encima de su camisa blanca sus pequeñas tetas, quizás puede que fueran unos 10 minutos, ni lo sé ni me importa, solo sé que lo que hice a continuación no sé si fue lo más coherente pero si lo más sensato y razonable. Y es que tranquila y pausadamente le bajé su jersey gris y le dije que ya era la hora de irse y que nos veíamos el próximo día.

Ella inexpresivamente como siempre cogió su abrigo, se lo puso y se fue como si nada de esto hubiera pasado. Como si hubiera sido un día más de clase en la academia. Como si todo fuera normal, coherente y lógico. Es que no me canso de decir lo rara que era Alexandra pero cómo me ponía a mí ese comportamiento tan inexplicable e impredecible. Y, lo más importante, que me seguía dando carta blanca para seguir avanzando los siguientes días.

Y sí, vaya que si seguí avanzando como explicaré en el siguiente capítulo, porque ese jersey gris con camisa blanca fue el primero de muchos que aún quedaban por llegar y que me iban a proporcionar el mayor morbo de toda mi vida.

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