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Vanko y Elián, sexo salvaje
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Tiempo de lectura: 17 minutos

Era la víspera de uno de esos días de fiesta de la Comunidad en que nada tienes que hacer, me fui a la casa de mis padres a media tarde para estar con ellos, a que me mimen, como hace siempre mi vieja, y que mi viejo se rasque generosamente su faltriquera por mi gesto de estar con ellos. Tengo que decir que mi viejo cada vez que voy a casa sin prisas me unta bien. En la noche mis padres me contaron todas sus cuitas como problemas y la verdad es que problemas no tienen de ninguna clase más que la soledad, porque los hijos ya estamos emancipados. No tengo ni idea de por qué mis hermanos nunca van a visitarles ni llaman por teléfono para interesarse por ellos. Yo fui el último en irme, lo hice al acabar mi máster y con todas las bendiciones, me alquilé un par de habitaciones que no era del agrado de mi padre, por lo que me compró un dúplex como regalo de cumpleaños.

El asunto es que cada vez que voy para varias horas o uno o dos días les acompaño a todo. A todo quiere decir a todo de verdad. Al levantarme por la mañana, eran las 9, me voy de la cama al desayuno que ya estaba preparado. Allí están mis viejos aguardando hasta que yo llegara. En el desayuno mi madre, que es de la junta parroquial y colaboradora en Caritas, me preguntó si querría acompañarla a la misa de 12:00. Le dije:

— Mita, no tienes que preguntarme, tienes que decirme solamente, que yo vengo para estar con vosotros…

Ellos lo saben, pero siempre, cada domingo, pregunta, por si me canso y de mí obtiene la misma respuesta. Mi padre nos dijo que a la salida de misa nos esperaría en la plaza de la Constitución, en el bar Monerris, para tomar algo y luego nos llevaría a comer al Náutico. Mi padre siempre va a misa en sábado con sus amigos de la Hermandad y luego cenan juntos, viene a casa hacia las once y siempre nos sorprende a mi madre y a mí conversando. Este día dijo:

— Con lo que habláis cada vez que os dejo sueltos podríais escribir libros para llenar una estantería.

Durante el desayuno, después de la invitación que me hizo mi madre, mi viejo, mirándome, dijo:

— Prepárate y ármate de valor, te pondrás incómodo, hasta a mí me molestó, que ya es decir…, así que ya te puedes imaginar; si yo fuera tú, no iría hoy.

Mi madre, con cara de preocupación, dijo:

— No tengas cuidado, iremos a San Antonio, allí también es a las 12 en punto.

Ni me negué en ir ni me apetecía ir, pero si mamá va, yo también, porque quiero acompañarla. Así quedamos, y así hicimos. A las 11:30 salíamos tomados del brazo mi madre y yo y nos fuimos a San Antonio despacio. Llegamos con tiempo para elegir asiento y mi madre eligió un segundo banco.

Leyeron un pasaje de los 10 mandamientos, creo recordar que era del Deuteronomio, y en el Evangelio Jesús decía que había que amar a Dios y al prójimo, que eran los mandamientos más importantes. Al cura le dio por hablar del cuarto mandamiento, de la soledad y abandono de los padres y abundó en palabras para describir cómo era eso, entre otras cosas habló de visitar a los padres y dijo algo así como "No seáis brutos, que bien supimos mamar de las ubres de nuestras madres hasta dejarlas secas…, No cuesta tanto ir a visitarlos, salir a pasear con ellos…, Como hagáis con vuestros padres, harán vuestros hijos con vosotros…". Mi madre tomó mi mano y la apretaba con lágrimas en los ojos. El cura siguió hablando y ahora se refería a los otros, al prójimo, a los necesitados, haciendo hincapié en que había que ayudarles.

Al acabar la ceremonia mi madre quiso saludar al cura y me presentó como hijo modélico. Al cura le dio un sustantivo donativo "para lo que necesitara", y nos fuimos hacia la plaza de la Constitución.

Mientras paseábamos le dije:

— Suerte que no le dijiste que yo soy gay.

— Eso a él no le importa, ¿acaso siendo gay haces daño a alguien?

Todavía cerca de la iglesia se nos acerca un chico joven, sucio, olía muy mal, y en un mal castellano nos pidió limosna, porque no encontraba trabajo. Mientras mi madre escarbaba el bolso para darle unas monedas, yo le pregunté cómo se llamaba.

— Havryil.

— ¿De dónde eres?

— Ukraína.

Me explicó en un pésimo castellano que tenía 19 años, que salió de Ucrania a los 16 para trabajar, que lo soltaron en Alemania y hacía un año que pedía limosna por varios sitios de España. Le pedí a mi madre 20 euros, se los di y le dije que comiera y se tomará una cerveza comiendo y a las 6 de la tarde le esperaba en la casa de mis padres para hablar del trabajo. Mi madre le dio una tarjeta para que supiera la dirección.

Cuando le contamos a mi padre, desconfió de que se presentará, “porque hay muchos que piden limosna por no trabajar” e insistía “igual pertenece a una de esas mafias orientales”. Tras la comida nos fuimos a pasear por la orilla del mar, porque hacía buen tiempo, pero como a mi madre se le hundían los tacones en la arena, regresamos de inmediato al paseo marítimo. Regresamos a casa en taxi, igual que habíamos ido. Ya me había olvidado del chico ucraniano, ni me acordaba del nombre, estaba preparándome para irme a mi casa. Sonó el timbre, contesté, era él, y le dije que esperara un momento que yo salía. Me despedí de mis viejos y al irme mi padre me dijo:

— Ojo a quien metes en tu casa, llámanos que si no, yo te llamaré a las diez, que no tengo otro hijo…

— Papá, sí los tienes…

— Dime dónde e iré a recogerlos…

Mejor callar que hacer sufrir. Ese día, al despedirme tras estas breves palabras, besé a mi padre, pues siempre le daba un medio abrazo. Él estaba con los ojos empapados de lágrimas. Ya en la puerta, mi madre me dijo que en casa solo se hablaba de mí como hijo, porque mi padre se ponía mal si se nombraba a mis hermanos. En el secreto de mis pensamientos me hice el propósito de visitar a mis cuatro hermanos, Adolfo, León, Daniela y Fernando, para hablar de la situación que se estaba creando; el problema es que todos no vivían en el mismo lugar.

Me encontré al ucraniano sentado en el suelo esperando. Le pregunté de nuevo el nombre “Havryil”, yo no entendí nada y me dijo que el español era Gabriel. No le di importancia, en el mundo actual el nombre sirve primero para llamarnos y después para que el Estado, la policía, los bancos y otras entidades nos controlaran. Como decide ir hasta mi casa a pie para conversar y conocernos, caminamos como 50 minutos hablando. Entonces me contó con más detalles su vida. Ser gay en Ucrania es legal, casarse no, pero la sociedad es totalmente contraria. La gente de su pueblo lo había perseguido para darle un castigo del que podría resultar la muerte y tuvo que escapar, pasó por Alemania, Francia, Italia y España buscando trabajo. No tenía amigos ni pertenecía a ninguna asociación ilegal de mendigos, pero eso mismo le producía `problemas. Le aseguré que le iba a dar trabajo y, al menos esta noche, tendría cama para dormir en mi casa.

Llegamos a casa, le mostré una habitación que estaba preparada para cualquier emergencia y le dije que antes de sentarse o tocar cualquier cosa debía lavarse bien.

— Quítate toda la ropa y ponla ahí; de momento aquí tienes algo para vestirte, todo es nuevo.

Le di camisa, un short, slip y sayonaras, todo sin estrenar. Me fui a la cocina, preparé una cena en base a fiambres. Cuando ya estaba todo preparado, me senté ante el televisor a esperar. Salió de la habitación vestido con todo lo que le había dado y me pareció otra persona. Me preguntó por la ropa suya y le dije que la había puesto para quemar porque la vi sucia, rota e inservible. El short nuevo que se había puesto era de lycra, pero inadecuado para él, pues, tan escuálido como estaba, le colgaba por todas partes. Le prometí que al día siguiente iríamos de compras.

Luego conversábamos sobre las posibilidades de trabajo. Me iba fijando en el muchacho de seis años menos que yo, guapo, pelo rubio, que no lo había notado de sucio que estaba, ojos como zafiros, brillantes y relucientes, labios adelgazados, pero de aspecto grueso y muy rojos, nariz recta con tendencia a ancharse en las alas nasales. Quitada la dentadura que había sufrido algún desperdicio, el muchacho era hermoso a tope.

— ¿Tienes dolor en la dentadura?, le pregunté.

— Sí, aquí, me señaló por fuera el lugar de su dolor, y además necesitaba una limpieza.

— Mañana iremos a comprar ropa, luego al médico, a más tarde a la casa de mis padres… ¿Tienes documentos personales?

Todo lo llevaba en la mano, me lo mostró, su pasaporte era ininteligible para mí, pero auténtico y con eso me bastaba.

— Vamos a la cocina.

Me sigilo y le dije:

— Siéntate aquí, esta es mi cocina, una mujer viene una vez por semana, viernes; cuando ella está aquí, tú no estás, te metes en tu cuarto, lo que haga, sea lo que sea, lo hace todo bien, pero de momento te manejas aquí; pórtate bien, te pagaré sueldo, tu trabajo de momento será cuidar de la casa y de mí, ya veremos luego…

Me hubiese gustado ver el agua de la ducha, debió ser de todos los colores, pero el chico quedó para comérselo, aunque tenía el pelo mal cortado, un pelo que enredado no parecía feo, pero solo al verlo decidí que esa sería la primera cosa apenas levantarnos al día siguiente, igualar el pelo y estructurar la belleza de su pelo rubio. Abajo de casa teníamos a mi peluquero, que siempre me quería hacer cosas raras y me mostraba fotos, pero yo me resistía. Tenía en mi pensamiento que eso era lo primero. Estaba triste por la vida de Vanko, pensé que había que llamarlo en español: Regalo de Dios, pero no me pareció adecuado. Se lo insinué y me contestó: «Vanko». Me pareció bonito y ganas tenía de darle un fuerte beso, pero me frené para no aparecer dominante

Después de la cena, nos despedimos y le acompañé hasta la puerta de la habitación, dándole un despertador, que estaba preparado para que sonara a las 7:00 y poder desayunar e ir hacer todas las tareas. Dándole el despertador, le dije:

— Desayuno a las 8:30.

Me contestó algo que no entendí y me pidió un papel y lápiz para escribir: Добре, я готую сніданок. Luego me dijo: «Bueno, preparar el desayuno». No entendí, pero me gustaron las letras. Me fui a acostar cansado. A no sé que hora escuché unos pequeños gritos y salí de mi habitación como estaba en la cama, totalmente desnudo, para encontrarme a Vanko, sentado en el suelo lleno de pánico con la camisa y el slip puestos. Al parecer había sufrido un mal sueño. Lo invité a entrar en mi habitación y descubrí que tenía pánico a la soledad encerrado en cuatro paredes. Le dije que descansara en mi cama y al poco rato se durmió. Entonces me acosté con cuidado al otro extremo de mi ancha cama y me dormí. Al despertar, Vanko no estaba, me pareció que había tenido un sueño y me metí al baño y a la ducha. Me vestí y me fui a la cocina para preparar el desayuno.

Cuando a las 8.15 entré en la cocina a preparar el desayuno, ya estaba Vanko vestido con la poca ropa que le di y acabando de preparar un desayuno. Preparó de todo lo que había a disposición y comí más a gusto que nunca. La poca conversación en el desayuno fue:

— Te voy a dar unos pantalones para ir al peluquero; después nos vamos a comprarte tu ropa adecuada; esos pantalones que te pondrás los dejas en la tienda para tirar, son de mi padre, que me los puso mi madre después de una borrachera que tuve con mi padre donde nos pusimos a tope de mierda mi padre y yo.

Creo que no entendía una puta mierda de lo que le dije, pero era un modo de acordarme de aquella noche en que mi padre y yo nos zampamos tres botellas de whisky, vomitamos, nos cagamos, nos meamos, maldijimos a todo puto suelto… La pobre de mi madre aguantando a esposo e hijo, pero jamás me lo pasé tan bien con mi padre. Nos hicimos más amigos y cuando lo recordamos siempre me dice: «para que no hiciéramos peores cosas, tu madre nos la mamó a los dos, y ¡qué bien mama tu madre, joder!».

No sé si Vanko me entendía lo que yo recordaba en voz alta, porque hablaba muy deprisa, pero a mí, solo de pensarlo, ya me pone y se me para. Si no hubiera estado mi madre, creo que mi padre y yo hubiéramos estado follando, seguro que sí, aunque no sé quien de los dos hubiera estado arriba, por lo machos que somos los dos, lo que me parece que viene de raza; porque si yo pongo el culo para que me la metan no viene de raza sino por contemporizar y dar gusto a otros, de todas formas tener una polla en el culo es cosa linda y extremadamente maravillosa, pero meterla es insuperable.

Fuimos al peluquero y le dije que tenía 19 años, así que nada de peinados retro, sino muy a lo suyo, me mostró varias fotos y le dije que se las mostrara y Vanko eligió lo que quiso. Me lo dejó guapísimo, como para enamorarme de él. La verdad es que me estaba enamorando de él, pero no quería que se notara.

Nos fuimos a una tienda de ropa juvenil. Le dije que eligiera lo que quisiera o le gustara que yo luego le compraría lo que me pareciera oportuno. Dejamos encargado al empleado que nos lo mandara a casa porque era mucho y teníamos que hacer otras cosas, pero de la tienda salió vestido para no avergonzarse ni avergonzarme, era muy otro y muy apuesto. Lo miré, hice que se mirara en el gran espejo, camiseta manga corta negra, gorra, jeans skinny y unas simpáticas zapatillas. También yo me compré otras cosas para ir afines cuando saliéramos juntos.

Por el camino nos compramos algunas pulseras de poca monta y se embobó en un collar, lo pagué y se lo dieron, no se había dado cuenta de que yo lo estaba pagando y se lo puso de inmediato. Se le veía feliz. Fuimos a ver un amigo mío, cliente de mi padre y abogado y le puse al orden sobre Vanko para que obtuviera la residencia. Mi amigo Marcos, el abogado, llamó a su gestor y este ni corto ni perezoso lo puso como empleado mío y preparó todo, la seguridad social, la residencia con trabajo y me dijo que no tardaría muchos días. No sé qué influencias utilizó pero a los 20 días todo estaba en regla.

En esos 20 días, íbamos con todas las precauciones, nunca salía sin mí, comenzamos a hacernos amigos, le daba clases de español y avanzó mucho. Pero también Vanko se enamoró de mí. Sus malos sueños en la noche le hacían reaccionar de modo que se venía a mi cama, unas veces yo me despertaba, otras ni eso. Pero se fue acostumbrando a mi cama y cada vez venía antes y se desnudaba para meterse bajo mis sábanas. Poco a poco, dejamos su habitación para visitas como ya era antes y dormíamos desde el primer momento en mi cama, vamos, en nuestra cama. Él hacía como yo, se desnudaba del todo y entraba bajo la cobija. Hasta el día en que a causa de mis prisas, me desperté poco después que él y me metí somnoliento a la ducha estando Vanko duchándose. Me disculpé, pero me agarró del brazo y me hizo entrar.

Nos duchamos, es verdad que los roces eran muy sensible y su cuerpo ya no era tan lánguido como al principio y estaba mejor y me abrazó, un abrazo de agradecimiento que en esas condiciones rozaron nuestras pollas y no tardaron en poner su erección al máximo las dos. Como si fuera algo natural, me masturbé nervioso y tardaba mucho, entonces Vanko me ayudó masturbando mi verga, y luego se puso de rodillas para mamar mi polla. Le tomé de sus sobacos para que se levantara, pero no quiso y, al rato de producirme mucho placer, me hizo eyacular y se tragó toda mi leche. No sabía yo qué hacer en ese momento. Se levantó, me besó y resucité dándole lengua y degustando mi lefa. Tras el beso me puse de rodillas y me comí su polla, pasando la lengua por el frenillo y la corona del grande. No tardó en eyacular, igualmente tragué su lefa. Me levanté, me abrazó y nos besamos largo, tanto que resucitaron nuestras pollas y, siendo ya tarde, nos masturbamos los dos bajo el agua. Fue como el sello de nuestro enamoramiento. Pero el desayuno fue en silencio, nos sentíamos los dos culpables, como si yo me hubiera aprovechado del pobre y él de mi confianza. No nos miramos en todo el desayuno. Salí a mi trabajo y se quedó en casa, ni nos despedimos. Mi día fue duro de trabajo y preveía que acabaría hacia las tres. Lo llamé para decirle que no podría ir a comer a las dos a causa del trabajo y me dijo:

— Pues yo tampoco comeré.

Entonces le dije que se viniera a mi oficina que iríamos a comer por algún lugar. Aceptó con voz más alegre. Desde ese día, aunque era oficialmente mi empleado, dejó de serlo realmente para convertirse en mi amante. Ya habían transcurrido cuatro mese que dormíamos en la misma cama y yo no me resistía a tener un cuerpo desnudo al lado de modo inútil, así que cada día teníamos alguna experiencia, empezamos con tocamientos, luego los besos incontenibles, los tocamientos lascivos, cuando llegó el tiempo de las mamadas ya valía todo y me pidió que se la metiera. Me resistí algunos días, pero sucumbí. Por fin escuché su voz natural gritando de placer. Nos convertimos en indispensables el uno para el otro. Yo lo necesitaba y él me necesitaba. Yo necesitaba un chico que supiera amar, humilde, sencillo y cariñoso, con ganas de trabajar y divertirse, muy amoroso y sin complejos. Eso lo descubrí en Vanko. Él necesitaba un amigo, que comprendiera su situación, que lo amara sin condiciones y le asegurara una vida pacífica, tranquila y sin traiciones —son palabras suyas—, y lo amé. Nos amamos, nos vemos el uno para el otro, sin mutuos aprovechamientos, pero todo muy aprovechable.

Mis padres solo me preguntaban cómo se portaba y solo les expliqué que cumplía con su deber y que era tranquilo, sincero y trabajador. Mi padre se pasó por mi casa para hablar conmigo y, como yo no estaba, Vanko lo atendió admirablemente. Hasta mi padre sintió cariño por él. Mi madre me llamó para decirme que me esperaba el domingo, es decir, el sábado tarde y domingo, y le dije que no podría ir porque era el cumpleaños de Vanko, que cumplía 20 y me parecía que debía estar acompañándolo porque no tenía otra familia que lo hiciera. Mi madre entendió de momento. A la hora me estaba llamando mi padre para que el domingo trajera a Vanko para celebrar los cuatro su vigésimo cumpleaños, que no me podía negar porque ya había reservado y nos esperaba a los dos sí o sí, que eligiera. Decidí que sí y lo comuniqué con Vanko. Se quedó gratamente preocupado. Le alegraba la invitación diciéndome que mi padre era un hombre muy agradable y que le gustaría conocer a mi madre, pero que no sabría cómo debiera tratarlos ni comportarse. Le dije:

— Tú haz lo mismo que yo, te preguntan, respondes siempre con la verdad; te miran, los miras; te sonríen, les sonríes; si lloran, ponte preocupado y amable; si yo los beso, tú los besas…, ¿entendido?

— Sí, entendido, como un hijo, ¿sí?

— Eso, como un hijo, les va a gustar y te amarán.

— Y si me preguntan si te quiero, ¿qué les digo?

— La verdad, siempre la verdad.

— ¿Tú que les has dicho?

— Nada.

— ¿Por qué?

— Porque no me han preguntado.

— ¿Y si te preguntaran qué les dirías?

— La verdad.

— ¿Cuál es la verdad?

— Que te quiero con toda mi alma.

— Y…, qué dirían ellos?

— Pueden decir lo que quieran, eso no cambia nada, ni mi amor a ti, ni mi amor a ellos.

— Entonces los voy a querer mucho…

— Eso es asunto tuyo.

Ya tenía completamente entrenado a Vanko. No deseaba las mentiras, mis padres habían sabido siempre mis sentimientos, no les gustaba pero me entendieron y me defendieron siempre; es ahora cuando les gusta que yo sea como soy, porque dicen que tienen hijo. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero mentir a la familia —sobre todo a los propios padres— es la peor de las felonías que uno puede realizar, porque son los que siempre nos defenderán, incluso en contra de su modo de pensar.

Era sábado en la tarde y mi padre llamó para preguntar si íbamos a ir en la tarde o al día siguiente domingo. Le dije que el domingo, pero él insistió en que hiciera como siempre que «a la mamá le ayudaba mucho mi compañía».

— Papá, si me lo pides tú, yo iré a acompañar a la mamá y cuando llegues me regreso a casa hasta el domingo.

Mi papá insistió en que fuéramos los dos ya en la tarde y nos quedáramos en casa.

— Papá, comprenderás que nos hemos acostumbrado a dormir en una sola cama…

— Lo suponía y he hecho cambiar la cama de tu habitación…

— Pero, papá…

— ¡Hijo, por lo que más quieras, no te quiero perder!

— Gracias, papá, como gustes.

Llegó el sábado. Nos vestimos bien, elegantes, airosos, pero con detalles para celebrar el cumpleaños. Toda la ropa que nos pusimos de dentro afuera era nueva. Todo era igual, excepto en el color, cada uno llevaba el suyo, a mí me encantan los rojos y a Vanko los grises. Los jeans eran exactamente igual, negros de diferente talla, super skinny, muy pegados, marcando bien el culo, camiseta roja con dibujos yo y camiseta gris Vanko, sudadera gris Vanko y sudadera negra yo, ambas sin letras. Yo iba con la cabeza descubierta como es mi costumbre, Vanko con gorra y visera hacia atrás. Yo llevaba el AppleWatch que me regalo mi padre en la última Navidad. Vanko no tenía costumbre de llevar reloj, se puso una pulsera de las baratas porque yo se lo indiqué.

Al llegar nos saludamos. Mi madre muy besucona agradeció nuestros besos, mi padre buscó mi beso y lo halló. Vanko besó a mi padre y lo sorprendió muy gratamente. Nos sentamos a hablar y les dijimos que habíamos decidido vivir juntos, pero de momento no nos íbamos a casar por respeto a ellos. Mi madre quería hablar para darnos libertad, pero mi viejo le dijo que se callara. Entonces yo dije:

— Para todo el mundo somos amigos, para algunos es mi empleado y para vosotros es mi amante.

Quedó zanjada esta cuestión y mi padre se levantó para abrazarnos y darnos la enhorabuena. Mi madre no sabía qué hacer y dijo tímidamente:

— Entonces…, mañana… la misa… ya no podrás acompañarme…

De sopetón, Vanko, me puso la mano en la boca y dijo:

— Mamá, como ha hecho Elián siempre, haremos ahora, solo que tienes un hijo más.

Con lo exageradamente besucona que es mi madre, se levantó y lo besó muy cariñosamente con lágrimas en los ojos.

— Ya lo ves mamá, así van a ser las cosas…, me parece que lo vas a querer tanto o más que a mí, solo por 20 euros que le diste, dije yo divertido.

— Si los hijos costaran 20 euros no compraría ninguno, pero si cuestan cariño… es otra cosa, ¿no crees, Eliancito?

Tiempo que no me había llamado Eliancito, últimamente solo era Elián. Nos fuimos a mi habitación a cambiarnos para ponernos más ligeros. Me puse un short jeans y una camiseta. Vanko me preguntó qué se ponía y le dije que mirara en su parte del armario. Allí estaba escrito en un conjunto de ropas con etiqueta: «Ropa para Vanko». Se rió y se vistió casi como yo, cambiaba el color de la camiseta, pues no tenía nada en color rojo.

Después de cenar, nos sentamos a tomar unos whiskys —a mi madre le gusta el whisky— y a conversar, nos sinceramos con mi madre y quedó establecido el hecho de tener un hijo más. Cuando a las once llegó mi padre, vimos un rato la televisión hablando los cuatro casi a la vez hasta medianoche que nos metíamos en la cama.

Esa noche no tuvimos sexo, todo fueron besos y contarnos nuestra grata experiencia vivida. Conversamos hasta casi la una pasada la medianoche con la luz apagada y bien pegados uno al otro, felices, muy contentos, cruzamos nuestras piernas, sentíamos nuestros penes entre nuestros muslos y nos encontrábamos bien. Cuando yo musité las tres avemarías que desde pequeño tenía por costumbre hacer en cada noche ya en la cama, me sorprendí que Vanko musitaba algo en su lengua materna, y poco a poco nos dormimos casi sin darnos cuenta.

Al despertar fuimos a la ducha y al baño, alternábamos siempre para ganar tiempo y, vestidos como en la noche anterior, fuimos a desayunar. Le dije a mamá que Vanko también reza por las noches, pero no sabía qué.

— ¿Qué rezas en la noche, Vanko?, preguntó mi madre.

— El saludo del ángel a María, tres veces, me lo enseñó mi mamá desde pequeño, ¿es bien?, contestó.

— Es lo mismo que me enseñó mamá a mí, dije mirando a mi madre.

— Me lo imaginaba, lo musitas siempre y yo lo decía sin pronunciar para no molestar, pero me gustaba oírte…, añadió Vanko.

Como cada domingo, después del desayuno tocaba arreglarse y ponerse guapos, pero ese domingo era cumpleaños de Vanko y al salir a la sala estaba mi padre esperándonos, sentado en el sofá. Al ver que entrábamos al salón, se levantó, felicitó a Vanko, lo felicitamos también mamá y yo y mi padre le dio un obsequio en nombre de todos. Vanko lo desenvolvió muy nervioso y había, a su vez, dos paquetes dentro, uno grueso y otro delgado, desenvolvió el grueso y amaneció un iPhone; desenvolvió el estrecho y apareció un AppleWatch. Se puso feliz, se dirigió a mi padre y lo besó como besaría un hijo a su padre, besó a mi madre y me besó a mí, fue la primera vez que le metí la lengua en la boca y se paseó la suya en mi boca. Nos pusimos los cuatro felices. Vanko y yo nos fuimos a la habitación, le dije que los pusiera a cargar para usarlos enseguida y que sincronizara el Watch con el iPhone. Salimos para estar con los viejos conversando hasta poco antes de las 11:30 que nos vestimos elegantes. Acompañamos a mi madre a la Iglesia y luego fuimos a buscar a mi padre y a comer.

Como hacía yo siempre, hacia las 6 de la tarde, regresamos a casa, nos pusimos cómodos con short y sin camisa, tomamos una pequeña colación, nos sentamos ante el televisor.

— Se supone que nuestro compromiso va en serio…, dijo Vanko.

— Por mi parte, sí, contesté

— Por la mía también. Entonces… ¿hoy follamos en serio?, preguntó.

— ¿No ha sido siempre en serio?

— No, porque lo hacíamos una vez y luego a dormir, ¿podemos follar ya hasta el amanecer?, preguntó.

— ¿Estás cansado?

— ¡No!, dijo tajante y secamente.

— Pues follamos hasta cansarnos, respondí

Me levanté, me quité el short, hizo como yo y sobre el sofá iniciamos nuestro más esplendoroso beso. No nos habíamos lavado la boca y se notaban todos los ricos sabores de la comida en nuestra boca. Dejé su boca y me puse beso a beso a recorrer centímetro a centímetro su cuello, su hombro, su peludo sobaco, por el pectoral me fui a besar y morder su pezón, luego el otro y después recorrí por el esternón hasta el ombligo que llené de mis babas de tanto chuparlo y besarlo. Vanko iba besando mi cuello por detrás y, conforme yo iba descendiendo lentamente por su cuerpo, él besaba cada una de mis vértebras, no dejó ninguna por besar, produciéndome un inmenso placer al sentir el suave contacto de sus labios en todos mis huesos de la columna. Cómo fue…, ni me acuerdo, pero nos quedamos en un 69 estando yo besando su región púbica llena de pelos y el me besaba iterativamente el sacro como si buscara sus orificios y finalmente se puso a besar el coxis, a comerlo hasta que bajó a mi ano y lo lamió, lo lamió y lo lamió como si quisiera comérselo y succionaba, hasta que metió su lengua empujando hacia adentro. Justo era cuando yo estaba en el mejor momento de comerme su polla, que estaba bien crecida y decidí incorporarme y sentarme sobre ella de cara a él y fui dejando caer mi cuerpo hasta meterla del todo y apoyar todo mi peso sobre su pubis para que me llegara profundo.

Comenzaron los espasmos al tiempo que yo subía y bajaba, ayudándome de sus movimientos espasmódicos y al rato, cuando su polla en mi interior la noté totalmente hinchada, me incliné poco a poco a besarle los ojos, la nariz y su boca. En este sacrosanto beso empezó el chorreo de lefa en mi interior y al instante mi polla, aprisionado por ambos cuerpos, dejó escapar sus flujos para deleite nuestro. El beso más largo de nuestro orgasmo, nos hizo sentir más unidos que nunca. Quietos, esperando que su polla se salga por inercia propia, deteniendo el beso solo para respirar, nuestras caras, nuestros cuerpos y todo nuestro ser estaban en perfecta combinación unidos en la inmensidad de nuestro cosmos. Cuando la verga de Vanko se cansó de estar en la guarida de mi ano, se escapó, interrumpimos el beso para cerrar luces del salón y seguir follando en nuestra habitación.

Al llegar a nuestra habitación nos entraron rabiosas ganas y nos pusimos a tocarnos uno al otro por puro placer de sentir. Con frecuencia cierro los ojos palpando el cuerpo de mi amante. Vanko ha aprendido esto de mí y nuestras pollas crecen, es el momento de elegir quién folla a quien espontáneamente. Yo quería volver a sentir a Vanko en mi interior y me puse tumbado en la cama mirando abajo y Vanko me levantó las piernas poniéndolas en tijeras y aproximó su polla a mi culo perfectamente dilatado. Noté que entró de inmediato, pero más profundo al tener mi cabeza tocando sábanas y el resto del cuerpo a su disposición. Tanto estaba yo lleno de regusto que comencé a mover mi cadera en círculo para sentir mejor placer y darle mayor gusto a mi amante. Desparramó su polla todo el semen fresco, recién creado después de un largo mete y saca con el que me dejó casi sin respiración.

Sacó de mi culo su polla, me tumbó en la cama de cara al techo y Se puso a comerme la verga que no tardó en derrochar mis néctares. Nos quedamos uno sobre el otro, satisfechos y a la vez con ganas, pero cansados por lo que lo mejor fue tomar la decisión de amarnos besándonos. Mi culo iba soltando la lefa que directamente caía sobre la sábana. Dejamos que se desperdiciara por el poder que teníamos de crear más esperma y más posibilidad de placer.

Cada vez, después del descanso, nos levantábamos para cambiar de lugar. Sentíamos sed por el sudor y el desgaste y nos fuimos a la cocina. Bebimos agua, mucha agua, como dos vasos cada uno. Nos besamos, un sabor muy limpio. Saqué dos vasos anchos y serví abundante whisky en cada uno, para entrar en furor. Al segundo sorbo, Vanko comenzó a ponerse en plan tentador, seduciéndome y haciendo movimientos eróticos y me estaba propiciando un encanto que me hechizaba hasta la fascinación. Embelesado por la magia de mi ángel y su atractivo hechizo revivió en mí la más voluptuosa lujuria en mi corazón que despertó mi lascivia más impúdica hasta desear comerme a mi apreciado y sensual amante de la manera más obscena posible, tal me sentí y de modo tan embrujado que, con la más extrema impudicia y de modo violento, lo tiré sobre la mesa y sin más avisos ni aspavientos, metí mi polla violentamente en su hoyo con el total deseo de follarlo hasta reventar su culo por semejante violación. Ni descansé, ni preparé, gritaba Vanko como una loca perdida y yo follando, dentro, fuera, dentro y sin parar hasta que todos mis jugos se establecieron en su interior.

Las lágrimas de Vanko por el dolor y el placer eran reales, gruesas lágrimas como perlas nacaradas, pero a la vez satisfactorias. Nos quedamos sobre la mesa de la cocina un rato besándonos y al incorporarnos, nos acabamos el resto del whisky para irnos a la cama. Volvimos a comenzar, una y otra vez, y otra; eran las 6:00, amaneciendo cuando dijimos de dormir una hora para luego ir a trabajar yo a la oficina y Vanko en casa poniendo orden antes de que llegara Filomena, la empleada de mis padres que pasaba por mi casa una vez a la semana. No nos parecía justo que pagaran justos por pecadores tanta suciedad y tanta violencia sexual. Filomena debía encontrar el desastre habitual, no el desenfreno de una noche de placer continuado.

Cuando nos despedimos después del desayuno, me dijo Vanko:

— Te espero a las 3:00 para comer y dormir una larga siesta que esta noche quiero verte de nuevo en tu pasión más brutal como ayer.

— Te gustó, estaba preocupado porque solo pensé en mi voluptuoso placer.

— Me gusta así, no me lo habías hecho nunca, siempre tan fino, pero me gusta tu parte salvaje.

Nos besamos y a trabajar satisfecho, recordando la mejor noche que había tenido en toda mi puta y licenciosa vida.

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