Nuevos relatos publicados: 0

Aventura en la escuela nocturna

  • 20
  • 23.253
  • 9,94 (34 Val.)
  • 11

Para los que no me conocen me llamo Fabiana y enseño inglés en escuelas secundarias de Argentina. Trato, por este medio de plasmar en letras mis vivencias y evocar tiempos por momentos calientes y apasionados.

Hace ya bastantes años, cuando tenía yo 25 años y recién había comenzado con mi carrera docente, que debía empezar por encontrar escuelas donde enseñar y me anoté en el consejo escolar para que me asignaran algunos cursos.

La elección de los cursos es aleatoria y no está en nuestra potestad elegir cuales queremos, la única opción que tenemos las docentes es renunciar a ellos si no nos agradan, pero en verdad ese año que no estaba en mayores condiciones de optar sino que no pasaba por una buena situación económica y no podía darme tal lujo.

Llegado marzo, que es cuando empiezan las clases en mi país, me dirijo a una de las escuelas técnicas que me tocó en suerte, en turno nocturno, y observo que tengo un curso que era ya un mito en dicha escuela: 4to.5ta.

Las clases nocturnas en mi país son ocupadas por alumnos mayores de edad que no han podido estudiar o completar sus estudios en la edad habitual, por lo cual el hecho de hacerlo en turno noche les permite también trabajar.

Aunque tal horario de clases puede ser ocupado por gente de todas las edades es habitual que los mayores desistan de hacerlo, dado que generalmente ya a esa edad deben ocupar ese tiempo en sus familias e hijos.

Generalmente en las escuelas técnicas la mayoría de los alumnos son varones, sobre todo en algunas especialidades, en este caso electromecánica, por lo cual daba por descontado que no habría ninguna alumna.

Este curso había construido su mística en base al mal comportamiento, y a pesar de que las generaciones iban pasando es como que había un patrón de conducta que era inalterable: ningún profesor o profesora disfrutaba del ciclo lectivo dado que el alumnado era un tanto forajido, para decirlo de una manera elegante.

Antes de entrar a impartir mí primer pasé por la secretaría inspeccione la nómina de alumnos: las edades iban desde los 18 años a los 23. Siendo la mayoría entre los 18 a los 20 años.

El primer día de clases fue un tanto engañoso, dado que se comportaron de una manera bastante educada –por lo menos para conmigo– salvo el caso de la trifulca final donde dos alumnos se tomaron a golpes en el fondo del aula y tuvo que venir el portero a separarlos.

Es normal que del comportamiento de los alumnos de este tipo de escuelas nocturnas sea un tanto adolescente. A pesar de que fue diseñado para que gente con vocación técnica pudiese evolucionar y educarse, lo normal es que fuesen alumnos repetidores que por no ser admitidos en otras escuelas por ser mayores de edad decantaran allí, más por designio familiar que por propia voluntad.

Generalmente para impartir clases en esos establecimientos se requiere de un carácter férreo y dominante, cosa que por mi edad e inexperiencia aún no contaba. Con mis 25 años no difería en tanto de la edad de estos alumnos. Para colmo de males mi rostro aniñado, mis ojos verdes y mi melena de rulos castaños no ayudaban mucho.

Con el correr de los días y a medida que entre ellos se iban conociendo la cosa se iba relajando y de a poco mostraban esas conductas que tanto los enorgullecía y que a nosotros los docentes tanto nos angustiaba.

Pasó la primera mitad del año sin mayores sobresaltos dentro de esa lógica alocada. Cuando llegaba encontraba dibujos obscenos en el pizarrón, desplantes y malas contestaciones, mi silla en el escritorio con un pene dibujado con tiza, cosas de ese estilo. Cosas que dejaba pasar por miedo a represalias o desplantes a los que no tenía la experiencia como para sobrellevar.

Cierto día de septiembre, y ya completamente habituada a esos comportamientos, al terminar la clase y antes de levantarme del escritorio veo que la mayoría se levanta y vienen hacia mí a preguntarme algo sobre el último ejercicio.

Estaba yo explicándole a uno de ellos cuando claramente noto que una mano me manosea el culo. Me doy vuelta y como eran tantos no pude identificar quien había sido. Dada la sorpresa y sin reconocer al culpable me quede callada e hice como que nada hubiese ocurrido, dado que lo que menos quería era que se enardecieran. Yo desde allí me tenía que dirigir a mi casa y era bien entrada la noche. Tal vez ese fue mi error.

La siguiente clase, en la otra semana, la operatoria fue igual. Cuando me estaba retirando del aula vienen unos cuantos con la excusa de preguntarme y me rodean todos y el manoseo fue más descarado. Me sentí apretujada por una decena de muchachos que apoyaban deliberadamente sus miembros sobre mí, con la excusa de que los empujaban. Como pude y sin violentar aún más la situación pude zafarme de ellos y marcharme.

Para ser completamente sincera debo admitir que más allá del miedo, y luego evocando la situación me produjo cierto morbo, aunque tampoco quería que la situación se me fuera de las manos, a veces el temor juega esas cartas.

Quiera o no a partir de ese momento las clases eran más amenas y relajadas. Ya no había violencia ni malas contestaciones pero el ritual de fin de clases se repetía siempre y cada vez con más intensidad. Era como un pacto implícito: ellos me manoseaban y yo los dejaba, pero sin pactarlo en palabras.

Una noche al llegar a clases veo que sobre el escritorio hay un papel doblado. Lo abro y leo:

“queremos proponerle un juego. ¿Está a dispuesta a jugar? Escriba la respuesta en este papel y déjelo en el escritorio. 4to 5ta”.

Cuando levanto la vista veo que todo me miraban fijamente e hice como si nada y empecé la clase. Les di unos ejercicios y mientras los hacían volví a leer el papel, Tomé un bolígrafo y escribí:

“Ok. ¿Pero a cambio de qué?”.

Tenía idea que si accedía a ese juego corría un peligro evidente. Aquellos no eran chicos, a pesar de su comportamiento infantil. Eran muchachos hechos y derechos que a pesar de su inmadurez representaban un riesgo. Pero la curiosidad pudo más.

Terminé la clase, vinieron a apretujarme y manosearme como de costumbre, y al retirarme veía como todos se abalanzaban sobre el escritorio a leer el papel. El juego había comenzado.

Siempre me gustaron las sorpresas y tengo un espíritu lúdico, y el hecho de jugar de esa manera misteriosa con aquellos alumnos le daba un matiz especial. Indudablemente intuía por donde vendrían los pedidos y reconozco que me excitaba bastante aquello.

Como era de esperar, no bien llegué a clases el papel estaba en el escritorio:

“gracias por aceptar jugar con nosotros. Le proponemos a cambio que nos comportaremos de manera ejemplar y no tendrá de nosotros ninguna queja. A su vez nos comprometernos a protegerla. Como primera consigna le pedimos que escriba en la parte izquierda superior del pizarrón que color es su bombacha. Y otro pedido: a partir de ahora ya que empieza el calor queremos que venga de vestido o pollera. 4to 5ta.”

Intuía que todos los ojos estaban depositados en mí. Tomé coraje, me incorporé y con una tiza escribí en el pizarrón: White. Cuando los mire noté cierta alegría en el rostro de los alumnos y empecé con la clase. Antes de retirarme escribí en el mismo papel:

“Acepto el juego, pero lo que les pido es discreción absoluta y no encontrarme a nadie cuando salgo”.

Luego me retiré, no sin antes someterme al ritual del manoseo.

Para la siguiente clase me apresté a ir tal como me lo habían pedido. Con un vestido azul y blanco tipo solero. La noche estaba calurosa, ya avanzaba la primavera y bien lo ameritaba, por lo cual no levantaría sospecha.

El papel estaba sobre el escritorio:

“muchas gracias por jugar con nosotros. Cuente que nuestra absoluta discreción. Nadie la importunará cuando salgamos y de ser necesario la acompañamos discretamente a su casa para que llegue tranquila. El pedido para hoy es el siguiente: queremos que nos muestre su bombacha. 4to 5ta.”

La verdad me sorprendió el pedido, no tanto por el hecho en sí, sino porque lo tendría que hacer de una manera que fuese como casual, no deliberada. El juego era así, misterioso.

Empecé con la clase y mientras la impartía trataba de dilucidar como resolvería el pedido, hasta que se me ocurrió algo. Estaba hablándoles sobre tiempos verbales caminando por la clase cuando en un momento les pregunto:

—Les molesta si me siento en el escritorio, fue un día largo y me duelen un poco las piernas de estar parada.

Al unísono contestaron que no, por lo cual me senté en el escritorio de frente a ellos y seguí hablando como si nada, con las piernas cruzadas. La atención era completa y solo se escuchaba mi voz. Sus miradas estaban expectantes.

Como la falda era a las rodillas fui moviéndome para que la falda fuese levantando de a poco. Tampoco tenía intenciones que nadie que pasara por el pasillo me viese dando ese espectáculo, podría ser el fin de mi carrera, que recién empezaba.

Cuando vi que era el momento y no se veía nadie en el pasillo, descruce las piernas y me quede unos segundos ante ellos así, dejándole ante sus ojos la visión de mi entrepierna cubierta por una tela de lycra celeste. Sus miradas estaban clavadas allí.

Luego de dar por terminado el espectáculo y mientras ellos copiaban un ejercicio les escribí en el papel:

“reto cumplido, como siempre espero discreción absoluta. Tampoco es necesario que me acompañen hasta mi casa. Con que no me molesten a la salida me alcanza”.

Luego el ritual de siempre, aunque esta vez por lo ligero del vestido pude sentir más sus manos y sus cuerpos.

De más está decir que por aquel entonces ya estaba completamente excitada, pero lo extraño de la situación que quien me excitaba no era una persona. Era 4to 5ta.

Ansiaba que el tiempo pasara pronto para la siguiente clase nocturna. El juego y el hecho que cumplían lo pactado me daba confianza.

En la siguiente clase el papel estaba allí:

“muchas gracias por continuar el juego. Cumplimos nuestra palabra: nos comportamos y somos completamente discretos. No la molestamos a la salida pero si nos aseguramos de que llegue tranquila a su auto. La consigna de hoy es la siguiente: queremos que se saque la bombacha y la deje en el cesto de papeles. A su vez le pedimos que designe quien será acreedor del trofeo. 4to 5ta.”

La consigna me causo gracias. Esos muchachos sabían cómo jugar, eran originales y la cosa se iba poniendo interesante. Podría haber ido al baño y sacármela pero lo hice más atractivo. Cuando estaban haciendo unos ejercicios me senté en la silla tras el escritorio y poco a poco me la fui sacando. Ellos solo pudieron ver cuando la bombacha estaba a la altura de mis pantorrillas. Me levante y tomándola de un extremo la lleve al cesto, sin tratar de ocultarla. Volví a sentarme y escribí en el papel:

“Tal como lo pidieron deje la bombacha en el cesto y creo que se la merece Sarti por sus buenas notas. Espero que no sea un compromiso para él llevársela”.

Luego los apretujones y manoseos que cada vez eran más osados y ya con mi práctica hablaba como si nada con quien tuviese enfrente. Ya abiertamente me levantaban la falda pero al estar rodeada se aseguraban que nadie viera de afuera, y siempre por atrás, para que no pudiese identificar quien era en particular.

Yo ya por ese entonces me prestaba al juego, el mecanismo era siempre el mismo. Ellos lo disfrutaban y yo también aunque sin ningún tipo de demostración de ninguna de las partes.

Quiérase o no, había logrado disciplina y unión en ese grupo. Se iban turnando noche a noche para ponerse por detrás de mí y satisfacer su deseo. Y el hecho de que yo no supiese de quien eran las manos que me manoseaban le daba una sensación especial.

Ya por ese entonces llegaba a casa, cenaba, me acostaba y me masturbaba evocando aquellas manos que me recorrían. Si antes era tras la tela del pantalón, ahora era sobre la liviana tela de mi bombacha, o como en la última noche, sobre mi piel desnuda.

Para la siguiente clase mi entusiasmo era evidente, deseaba jugar con aquellos muchachos. Ese juego me ponía vital y caliente.

Y ahí estaba el papel:

“Ante todo muchas gracias. Nos encantan las clases de inglés, pero mucho más los juegos que tenemos con usted. La consigna de hoy es sencilla: queremos que elija a uno de nosotros y durante la clase lo caliente y excite de alguna manera. Y otro pedido para la siguiente clase: no traiga ropa interior. 4to 5ta”

La cuestión se estaba poniendo caliente y no sabía cómo hacer, pero seguramente algo se me ocurriría. Comencé la clase y después de unos minutos se me ocurrió. Les iba dictando un ejercicio y me dirigí al fondo del aula. Ahí estaba el objetivo: Venturini.

Con absoluta naturalidad me fui hasta donde él estaba y dictándoles a todos, apoye mi culo sobre su brazo y me quede ahí. Podía sentir el calor de mi piel sobre su brazo. Me movía imperceptiblemente pero con firmeza dejando que mis nalgas se clavasen en su brazo. El ante el contacto puso su brazo duro y sentía la tibieza de su piel en mi culo.

Después de un par de minutos y notando que todos habían contemplado el espectáculo me retiré, constatando que Venturini tenía una erección prominente. Tarea cumplida.

Les escribí en el papel:

“Espero que Venturini sueñe esta noche conmigo, creo haber hecho el mérito suficiente. Y si tiene novia, espero que la motivación le permita satisfacerla adecuadamente”

El rito final se intensificó. Ya sus manos hurgaban todo mi cuerpo. Desde atrás apretujaban mis pechos pero por arriba del escote. Mi falda ya estaba por la cintura, pero nadie podía ver desde afuera, eran muy prudentes en eso. Mi rostro no denotaba nada, sabía que era fundamental para que el juego siguiera dentro de esos parámetros.

Sentí como dos manos intentaban bajarme la bombacha y lo dejé hacer. Abrí un poco mis piernas para facilitarle la tarea y luego levante uno a uno mis pies para que pudiese quedarse con el trofeo. Sus manos hurgaban entre mis nalgas pero sin violencia. El canto de una mano rozo mi vagina. Seguramente la retiro mojada. Hubiese gemido en otro momento, pero no me podía dar ese lujo.

Para la clase siguiente debía cumplir con la consigna: sin ropa interior.

Ir sin bombacha no sería problema porque no se notaría, pero sin corpiño era otro tema y no quería que lo notaran en la escuela, por lo cual opté por llevar un saco de lana y un solero blanco liviano y medianamente escotado.

Ya una vez en la clase, el papel:

“Estamos muy contentos y agradecidos por la disposición a jugar. Venturini no se olvidara nunca la experiencia, aunque declara no tener novia. La consigna de hoy es sencilla: queremos que recorra los pasillos y se deje tocar por detrás. Prometemos ser cautelosos y discretos. Y otra cosa. Cuando termine la hora demórese un poco, queremos dejarle un regalo. 4to 5ta”

Ya por ese entonces el juego me calentaba tremendamente. Me saque el saco y tire una tiza al piso. Al agacharme a levantarla comprobaron que había cumplido la consigna. Mis tetas quedaban expuestas ante ellos. Comencé la clase como si nada y no encontré mejor excusa que leerles un texto.

Caminando con el libro por los pasillos me detenía ante cada pupitre y desde atrás dejaba que me tocaran el culo a sus antojos.

A decir verdad cumplían con su palabra y lo hacían de una manera discreta, sin sobresaltos y ordenadamente.

Terminada la clase no anoté nada esta vez en el papel, pero me apresté a cumplir con sus pedidos.

Me rodearon nuevamente y haciendo un círculo no dejaban que se viese al exterior.

Me levantaron la falda pero esta vez no sentí sus manos lo que me llamo la atención. A los pocos segundos escuche un leve gemido y supe cuál era el regalo.

Un líquido tibio se deslizaba por mis nalgas. Luego vino otro y después otro. Luego de unos minutos bajaron mi falda y nos retiramos en paz.

Presentía que todo aquel líquido podía haber empapado mi vestido, por lo cual me dirigí a mi coche en forma apresurada, notando como por mis piernas se escurría abundantemente.

Cuando me senté en la butaca noté que estaba completamente empapada de aquello. Llegué a casa y ante un espejo en mi habitación comprobé que aquellos muchachos habían llenado mi culo con su leche joven.

El vestido estaba todo pegoteado, me lo quite y me duche masturbándome frenéticamente, evocando aquella lechada colectiva.

Ya las cosas se iban poniendo muy calientes y un tanto peligrosas, dado que de descubrirse ese juego, estaban en juego mi trabajo y mi reputación, por lo cual no sabía cómo continuarlo

Era un sentimiento ambivalente, por un lado el miedo a perder todo y por el otro el morbo y la adrenalina de ser el objeto sexual de esos alumnos.

Ya quedaba poco tiempo para terminar las clases y con todas esas dudas me dirigí a la escuela, y como siempre el papel:

“Profe, nos encantó lo que paso la última clase pero sabemos del riesgo que ello conlleva. Queremos más de usted pero no queremos ponerla en peligro. No sabemos cómo continuar esto y quisiéramos pedirle si nos puede aconsejar. Nuestro deseo ya sabe cuál es, pero usted es quien decide”

Sinceramente me tranquilizaron aquellas palabras, veía en sus ojos una expectativa manifiesta. Comencé a dar las clases y algo se me ocurrió:

—Quiero que traduzcan la siguiente frase, la cual es una pregunta y saliéndonos por una vez del inglés técnico tienen que traducir en una hoja y contestarla. Cuando lo hayan hecho dejen la hoja en mi escritorio. No es una prueba

El cuestionamiento los dejó perplejos y pude notarlo en sus miradas. Me dirigí al pizarrón y escribí:

“Do you want to continue with the game?”

No necesitaron usar el diccionario. Las hojas se fueron acumulando en el escritorio y la respuesta era unánime: “yes”

Antes de irme deje un papel escrito sobre el escritorio:

“Estoy dispuesta a jugar pero necesito algo de ustedes. Consigan un lugar adecuado y completamente discreto para el encuentro. Cuando lo tengan me lo dicen por este mismo medio.”

Esta vez no hubo ritual, me fui libremente de la clase. La causa es que se agolparon ante es escritorio para leer el papel. Las cartas estaban echadas.

En la siguiente clase el papel estaba en el escritorio: “nos encanta que siga el juego. Conseguimos un lugar para el sábado. Díganos la hora y allí estaremos. Eternamente agradecidos 4to 5ta”

Por razones de discreción no diré la dirección que me habían dado, pero era una localidad balnearia cercana a la ciudad.

Indudablemente sería la casa de fin de semana de alguno de los alumnos. Antes de irme anoté:

“22 horas del sábado. Les pido como siempre completa discreción. Y otra cosa: yo pongo los límites”

Esta vez tampoco hubo ritual de despedida: ya sabían que lo qué les esperaba era mucho mejor

Pasaron unos días y llego el sábado. Les mentí a mis padres, con quienes aún vivía, y le dije que iba a cenar con unas amigas.

Me había maquillado y preparado para lo ocasión: una camisa blanca, un pantalón turquesa y un conjunto de ropa interior rosa y gris de encaje.

Y lo más importante: tomar la pastilla anticonceptiva. Sabía que aquellos muchachos no eran muy responsables y no se iban a cuidar y yo evidentemente conocía como iba a terminar el juego.

La noche era ideal, estaba templada y estrellada. Conduje por la ruta completamente excitada. Sabía que una veintena de muchachos estaban esperando fervorosamente mi llegada.

Cuando llegué me sorprendió ver pocos auto, cuatro para ser exacta y pensé que algunos de ellos no habían querido o podido ir.

Un par de muchachos estaban en la puerta y les hice seña para que no hablaran. Entramos en la casa, la cual era espaciosa, con una gran sala. Estaban todos. Seguramente habían ido varios en cada auto.

Allí delante de ellos les hablé:

—Hola caballeros de 4to 5ta. Acá estoy, tal como les dije. No quiero que hablen porque para mí sería algo extraño. El juego fue con 4to 5ta y sería extraño escucharlos individualmente... Son un grupo con el que jugamos un lindo juego y este, desde ya les digo, va a ser el fin del juego. Les voy a dar indicaciones precisas y ustedes la van a cumplir, que era como habíamos acordado, yo tendría el control y pondría los límites. Como primera medida quiero que pongan música tranquila, se desvistan y se relajen.

Tal como les pedí uno de los muchachos fue hasta un equipo musical que había, y cambió la música que escuchaban por una más suave.

Rápidamente todos se fueron desvistiendo. Quedaron ante mi, desnudos y en todos los casos con una erección prominente. Pronto me vi rodeada por unos veinte muchachos de ojos deseosos y pijas paradas:

—Es mi turno

Los ojos estaban expectantes y lujuriosos. Sensualmente me fui sacando la ropa hasta quedar en ropa interior

—¿Les gusta lo que ven?

Todos afirmaron con la cabeza entre divertidos y excitados. Luego me saque el corpiño y la bombacha.

—Quiero que se queden así, en un círculo, rodeándome. Yo los voy a tocar pero ustedes aun no a mí.

Lo hicieron y me rodearon en un círculo más abierto. Pasé uno por uno acariciándole por un momento los huevos y la pija, mirándolos a los ojos. Uno no aguanto el estímulo y eyaculó con un chorro fuerte bañándome mi pierna.

Seguí como si nada hubiese pasado hasta completar el círculo. En la siguiente vuelta fui pasando y brevemente les chupe sus pijas paradas brevemente. No los dejaba que me tocaran, yo únicamente a ellos.

Me introducía cada glande en mi boca. Fui probando el sabor y el tamaño de cada uno sin estimularlos demasiado para evitar que acabaran.

Pero dos no aguantaron. Uno no bien me metí su pija en la boca me la lleno de leche. El otro cuando me estaba retirando acabo en mi cara.

Una vez finalizada la vuelta di otra vuelta besándolos profundamente a cada uno, Sus lengua recorrían mi boca pero no dejaba que me tocaran. Los tenía a mi merced, muertos de deseo. Ninguno puso ningún reparo de la leche en mi cara ni del sabor a semen de mi boca.

—Ahora yo me voy a acostar en aquel sofá. Quiero que uno por vez venga a mí y me coja brevemente. Esto recién empieza, y la condición es que no acaben. Cuando yo les digo basta, se retiran y sigue el otro.

Uno a uno fueron ordenadamente al sofá. Yo los recibía con las piernas abiertas y evitando que ellos tomaran la iniciativa les tomaba la pija y la llevaba hasta la entrada de mi concha. Cuando estaba ubicada dejaba que me bombearan. Luego de unos instantes les indicaba con un suave empujoncito que se retiraran y enseguida venía el otro. No eran necesarias las palabras.

Algunas pijas, de un tamaño considerable llegaron hasta mi fondo. Algunas eran gruesas y dilataban mi canal vaginal. En esa noche y en un breve momento, habían pasado más pijas por mi concha que en toda mi vida.

A pesar de ello tres me acabaron sin poder contenerse, por lo cual ya estaba completamente empapada, mezcla de mi flujo y de la cantidad de semen que me inundaba.

Ya para ese entonces estaba completamente excitada y aunque trate de retardar el orgasmo la pija de un rubio alto me lo saco, aunque ahogué el gemido.

Ya completamente extasiada por la situación, y luego de que todos habían probado mi concha les dije:

—Quiero que pongan luz muy tenue

Uno de los chicos fue y apago la luz y dejo una lámpara de pie encendida, por lo cual los rostros apenas se distinguían.

—Bueno, ahora quiero que hagan lo que quieran conmigo pero con cuidado

En un primer momento no sabían cómo tomar la iniciativa hasta que un morocho bajito se acercó y me empezó a succionar un pezón.

De a poco el círculo se entró a cerrar y las manos empezaron a recorrerme. Uno comenzó a besarme profundamente. La luz tenue y el círculo de chicos no me permitía identificarlos. De pronto alguien que me estaba besando mordió mi labio y quise zafar.

—Paren, despacio –le dije tratando de zafar de ellos

Lejos de obedecerme se enardecieron más y supe que el pacto de entendimiento había terminado, por lo cual mostraba una fingida resistencia.

—Paren chicos, despacio –Les reclamé aunque sin convencimiento.

Ya la situación estaba descontrolada y la cosa se ponía candente. Me estrujaban las tetas y succionaban mis pezones mis pezones con avidez. Las manos se agolpaban en mi concha tratando de entrar.

—Paren por favor, me lastiman –fingía reclamarle

Ellos lejos de hacerme caso seguían más y más.

—Ahora vas a ver como 4to 5ta va a disfrutar de vos –escuché decir.

En ese momento sentí como me levantaban del suelo y me dejaban en el aire con las piernas abiertas, completamente doblegada ante ellos. Yo trataba de hacer esfuerzos fingidos para zafar de aquello muchachos pero me tenían inmovilizada.

No podía ver sus caras por la falta de luz y el tumulto. Ya se escuchaban risas y jadeos. Uno de ubico entre mis piernas y me penetró profundamente. Notaba en mi concha que el tamaño de su verga era muy grande y punteaba el cuello de mi útero. Luego de un momento de bombeo explote violentamente en un orgasmo

—Acabó la profe, le gusta como la cogemos –escuché entre sus risas

El que me estaba penetrando acabó y pude sentir el chorro de semen dentro mío. Cuando la sacó su leche se escurría entre mis nalgas. Luego vino otro he hizo lo mismo. Un dedo trataba de meterse en mi culo.

—No, por ahí no –le dije aunque sin éxito y sin convencimiento.

Mientras uno me bombeaba por adelante el otro metía y sacaba frenéticamente su dedo de mi culo. Un ardor fuerte me hacía doler dado que no estaba lubricada

—Nooo, que me duele

En el aire me dieron vuelta, sin tocar el suelo. Decenas de mano me sostenían sin esfuerzo dejándome completamente expuesta a todo. Abrieron totalmente mis pierna y entre la penumbra veía el suelo y sus pies descalzos. Por entre mis tetas pude ver como alguien se ubicaba tras de mi sentí como un glande trataba de entrar en mi culo torpemente.

—Suave chicos, que estoy muy seca ahí.

Dejó en ese instante de tratar de penetrarme y sentí que se masturbaba entre mis glúteos hasta que un chorro dio de lleno en mi ano. Luego me introdujo su dedo, primero uno y luego dos, dejándome bien lubricada.

—Dejame a mí –dijo uno y tomo posición como para penetrarme.

Ubicó su glande en la entrada de mi culo y buscaba de a poco que se fuese introduciendo. Luego de un instante y de algunos intentos lo logro y de un empujón fuerte me la metió toda. Pensé que me desgarraba y por unos instantes creí desmayarme del dolor de dolor. Sentía como taladraba mi ano y de a poco el ardor fue transformándose en placer y sentí como una serie de chorros fuertes me llenaban el recto.

En el aire me ponían en varias posiciones y varios de ellos me acabaron en mi ano, entre el semen y la repetición ya estaba completamente dilatada y lubricada.

—Tráiganla que le hacemos la doble –escuché

Jamás en mi vida había estado en una situación así, con más de un hombre. Y mucho menos con unos veinte.

En andas me llevaron hasta el sofá en donde uno estaba acostado y me penetró por adelante y se quedó quieto con su miembro dentro de mí, esperando que llegase el otro.

Se puso uno por atrás mío y me penetro firmemente sujetándome de mis rulos. Sentía a su vez como me iban acabando en la cara, por lo cual cerraba los ojos para evitar la irritación que me producía el semen en mis ojos.

Ya mis piernas estaban completamente cubiertas de semen que chorreaba copiosamente de mi concha y de mi culo

—Vamos a cogerla afuera que está lindo y no hay vecinos –escuché

Traté de abrir los ojos pero tenía la cara cubierta de leche lo cual me impedía ver.

Así y todo notaba como me llevaban y sentí el aire de la noche en mi cuerpo. Ya no tenía más fuerza y no sentía las piernas. Estaba completamente entregada a esos chicos que ya me habían acabado tantas veces por dentro y por fuera, pero que aún persistían en el juego.

Me acostaron boca abajo en el pasto y me seguían penetrando de a turnos. Cada tanto me daban vuelta y lo hacían desde allí. Ingresando en mi vagina ya completamente adormecida.

Mi concha ya era un depósito de semen y cada tanto lo despedía a borbotones cuando un miembro salía de allí.

Luego de unos minutos, que me parecieron eternos escuché preguntarme:

—¿Está bien profe?

—Si chicos, pero basta. Ya no doy más

Los últimos lechazos daban sobre mis tetas y mi pelo. Me ofrecieron el baño para ducharme pero les dije amablemente que no, que prefería irme ya. En verdad estaba exhausta y no quería darles tiempo a recuperarse y que quisiesen volver a comenzar. Alcanzaron mi ropa y con una toalla saque el semen de mis ojos para ver con claridad. Me alcanzaron mi ropa y me vestí dolorida de tanto sexo desenfrenado.

Me acompañaron hasta mi auto y me despidieron amables y agradecidos. Yo también lo estaba con ellos.

Manejé hasta mi casa y sin hacer ruido me acosté, estaban mis padres y no quería que me viese en ese estado.

Al despertar estaba toda pegoteada, bañada en semen reseco. Me bañe, desayune algo y me volví a acostar. Estaba completamente rendida.

Volví a la clase siguiente y no sabía con qué me iba a encontrar. Después de una vivencia tan intensa con ellos no sabía cómo reaccionarían. Y la nota y un sobre estaban allí.

Abrí el sobre y encontré unas fotos del último encuentro. Prácticamente no se distinguía mi rostro por la cantidad de semen que lo cubría

“No se asuste por las fotos, no vamos a hacer nada con ellas, tan solo atesorarlas. Pasamos una noche inolvidable y esperamos que lo haya sido para usted también. El juego terminó acá y nadie la va a molestar. Desde ya seremos completamente discretos. Con afecto 4to 5ta”.

(9,94)