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En la semana de Pascua

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Era Pascua, habían acabado los desfiles de Semana Santa y del lunes de Pascua y programamos toda la familia un campamento para el fin de semana siguiente, que era un puente largo por la fiesta de san Vicente en lunes; esto nos daba para cuatro días de aire, sol y mar. Nos dispusimos a acampar cerca de una playa nudista en la zona de El Saler donde se sitúa el Parque Natural de la Albufera. Hay allí algunos establecimientos de camping y tendríamos la belleza de El Saler a mano. En un camping se tiene mucha libertad para vivir por lo rústico, sin compromisos sociales, y contamos, además, con algunas comodidades propias de un camping, principalmente baños y agua potable.

Íbamos varias personas de la familia, pero como la mayoría de ellos trabajaban, sólo podían llegar el sábado en la mañana, a la hora del baño y a comer. Mi primo Matías, que era estudiante como yo, y por tanto estábamos todavía de vacaciones, nos ofrecimos a ir el viernes temprano para preparar el campamento. Así que, llegado el viernes, un amigo nos dejó allí con las tiendas de campaña y una mochila con poca ropa, ya que el resto vendría al día siguiente con todos los demás, la mayor parte chicos, porque las chicas si no pueden pintarse y ponerse mil ropas cada día no viven, se quedaron para cuidar de la abuela que no necesita cuidado, pues está menos loca que todas ellas juntas.

Llegamos temprano, antes de comer, y nos pusimos manos a la obra, limpiando la zona —que era lo razonable por tratarse de un camping— y montando las tiendas para poder acabar en cuanto antes e irnos a la playa.

Hacía mucho calor e inmediatamente nos quitamos las camisetas. ¡Matías era un espectáculo! Morenazo, a sus 20 años, era dos años mayor que yo, se le veía muy bien acabado, orgullo de su madre que es también otro monumento. Desde que hacía ejercicio ya desde adolescente, al menos llevaba ya cuatro años dándole duro a su cuerpo, sus brazos y pecho estaban bien definidos, fuertes, pero sin exagerar. Lo más atractivo era esa línea en forma de pluma negra clara cubriendo su pecho, bajando por el vientre y perdiéndose en la línea de la cintura, escondida por el short que vestía. Las piernas eran fuertes y peludas, como me gustan en los demás, pues yo me depilo continuamente. Matías no es muy alto, medía entonces 1,65 metros, pero era todo proporcional y tenía una cara preciosa. Llamaba la atención allá dónde iba. Lo sabía y lo utilizaba como un poder para capitanear a las chicas del barrio ya desde el colegio, teniéndolas bobamente embelesadas, a parte de su extremada simpatía.

Mientras preparábamos el campamento y desde que nos quitamos las camisetas, yo tenía que disimular mi polla que estaba dura todo el tiempo, mirando ese cuerpo fuerte, sudoroso y bronceado que de vez en cuando recaía sobre mí mientras montaba la tienda de campaña. Su sudor se mezclaba con el mío y cuando Matías no miraba pasaba los dedos por donde me había tocado para oler y degustar el sudor propio de un macho bien hecho.

Casi a mediodía habíamos terminado el trabajo y fuimos corriendo a la playa para refrescarnos en el agua del mar, que estaba más fría que el clima exterior. Después de la carrera el agua estaba deliciosa, fría al principio y después en la justa medida y nos quedamos allí bastante tiempo, hasta que nos apretó el estómago y decidimos ir a comer un par de bocatas en un quiosco cercano, con la idea de trasladarnos en otra carrera hasta la zona nudista, donde estuvimos, ahora sí, sin el short, y yo me prendía de la polla de mi primo Matías, aunque también me di cuenta que él miraba de vez en cuando la mía, ya que es algo más larga que la suya, aunque no tan gruesa. Así estuvimos hasta el anochecer, jugando, nadando y tomando el sol. Cuando el sol desapareció, emprendimos la carrera de regreso al camping.

Al caer la noche, fuimos a comer algo y devoramos los sándwiches que habíamos traído. Luego llegó la hora del baño, ya estábamos de puta miseria, con el sudor pegado, la barriga llena empujando y se hacía necesario evacuar, nos veíamos con el sudor pegado al cuerpo y seco de ir mezclado todo el día con sal y arena de la playa.

Las duchas no tenían cortinas, pero estaban separadas por cubículos estrechos, así que descartado todo eso de ducharnos a la vez juntos. Así que no podía seguir mirando mucho y deleitarme viendo la polla de Matías que tanto me había deleitado en la playa.

Mientras me quitaba la ropa, entré en el cubículo y abría la ducha y me mojaba el agua, sentí de pronto mucho frío, gracias a lo cual pude refrescar un poco los pensamientos libidinosos que tenía con respecto a mi primo al que sentía claramente qué parte de su cuerpo lavaba ya que estaba en la ducha de al lado.

Cuando acabé y salí, él ya estaba terminando de secarse y pude disfrutar algunos momentos contemplando ese culo oscuro, aunque un poco más claro que el resto del cuerpo; miraba sobre todo unos pelos muy finos que cubrían las nalgas, pero que se iban volviendo más voluminosos a medida que se acercaban a las piernas.

No voy a negar que mi polla saltó y se puso en dirección a él, señalando su culo, por lo que tuve que dar la vuelta para disimular un poco. Matías ya se estaba dando la vuelta para hablar conmigo y se dio cuenta de mi extremada situación. Con un amago de sonrisa, me miró descaradamente y me dijo:

— La natación y el entrenamiento con pesas ya están dejando tu cuerpo bien definido para tu edad, primo Lucho.

De hecho, yo siempre había sido un adolescente un poco regordete, pero ahora también tenía brazos y piernas fuertes, así como un pecho bien definido y plano el abdomen, aunque sin total definición.

—Sí, pero todavía tengo que trabajar lo suficiente para ser como tú, —dije esto, mientras me puse rápido mi bóxer negro, esperando camuflar la erección notable que tenía, pero a la vez me remarcaba mi espacio en contraste con mi piel excesivamente blanca.

Obviamente estaba satisfecho con el cumplido y pude mirar tranquilo el volumen que marcaba en su bóxer blanco que se había puesto. Sé que él siguió mirándome el culo, como antes había hecho yo disimuladamente.

Nos sentamos en el suelo delante de la tienda y todavía allí tuvimos alguna tontería entre nosotros con palabras indirectas, referencias al gimnasio a donde cada uno íbamos y a nuestra imagen externa. El podía presumir de las chicas que le seguían y yo podía presumir de mi altura, mi cara más bonita que la suya y sobre todo de mi timidez. Porque cada uno decía lo del otro hasta que nos sentíamos avergonzados de los piropos y decíamos cosas que no eran verdad del todo, pero para bajar el volumen de alabanzas. Todo era por mantener una conversación informal y algunos toques al hombro, al brazo al costado que a mí me electrizaban y notaba que a mi primo también. Por fin decidimos que era el momento de echar una cabezadita, porque se había hecho de noche y el relente comenzaba a refrescar, así que decidimos entrar a dormir en la tienda de campaña.

Nuestra tienda de campaña, la que habíamos escogido para nosotros, era muy grande, con dos compartimentos como dormitorios, pero sólo montamos uno por perezosos. Me puse una camiseta, porque hacía bastante frío por la noche, y él hizo lo mismo. Nos acostamos, escuchamos música que sonaba en el exterior y hablamos con la luz apagada.

— Lucho —dijo Matías después de apagar la luz— ¿no tienes novia o amiga o sales con alguna chica?

— No, todavía, no tengo tanto éxito como tú, Matías, que te llevas todas las chicas del barrio y no dejas ninguna para los demás.

— Aaaah, envidia cochina, ellas me buscan no sé por qué; tú, más guapo que yo, si quisieras harían fila ya sabes para qué…

— Uy, que va, tú sí, te las tiras seguro sin problemas…

— ¿Yo a las chicas del barrio?, ni te cuento, vienen sí, pero de ahí no paso, no te creas…

— ¿No pasas o no pasan, primo Matías? Dime…

— Te lo juro por las almas de mis muertos que nunca he tocado a una ni en broma.

— Pues mira que yo, ni comprando boletos me toca una, aparte de, bueno, no sé qué podría hacer yo con una chica…

— ¿Qué me dices?

— No nada, ¿por qué no dormimos ya?

Matías es un tipo muy tranquilo, buena gente, de buen carácter. Incluso me protegió bastante en el colegio, ya que él iba dos años por delante de mí y tenía cierta ascendencia sobre los chicos más fuertes y horripilantes. Me gustaba mucho, pero a pesar de la dureza en mi pene que me causaba ver su cuerpo, nunca había pensado en intentar nada, pues no quería poner en peligro nuestra amistad y, además, eso de ser mi primo pone entre medio muchos impedimentos.

Nos dijimos buenas noches y nos volvimos a dormir. La proximidad de ese ejemplar masculino que tenía al lado estaba ejerciendo un poder de atracción muy fuerte sobre mí. Podía olerle y mi polla se estaba poniendo contenta. Así y todo, estaba tratando de calmarme e intentar dormirme.

Al cabo de un rato, estaba yo medio dormido y sentí que su mano tocaba mi muslo, casi sobre mi trasero. Fue algo rápido, pero me despertó y me puso en alerta. Pasó un rato y de nuevo su mano otra vez tocándome, en esta ocasión fue justo en mi trasero.

Mi polla se puso muy dura, mi corazón sobresaltado. No era posible —pensaba yo—, que fuera por accidente. Pasó un largo momento y todo estuvo tranquilo, no ocurrió nada.

Cuando ya estaba yo convencido de que no había nada de qué preocuparse, he aquí que se volvió lentamente y se inclinó poco a poco hacia mí. Fue muy rápido, pero pensé que iba a morir. Entonces me convencí que estaba intentando algo y me estaba probando.

Me volví yo también para ver y me quedé en la misma posición, justo a su lado casi rozando, esperaba sobre mi lado izquierdo un toque sorpresivo. Él se acercó un poco más y ya volvió otra vez a probar. Esta vez se inclinó por detrás de mí y me dio una buena toqueteada, de modo que pude sentir su polla muy fuerte, pasando por mi culo, de arriba a abajo y de un lado a otro. Tras unos segundos se retrajo de nuevo para ver mi reacción. Me quedé quieto, no sabía cómo reaccionar. Nunca había esperado algo así y nunca había tenido nada con nadie. Yo era virgen.

Dándose cuenta de que no había ninguna queja por mi parte, se volvió a inclinar hacia atrás para alargar su polla hasta mí, esta vez lo hizo anidándome del todo desde sus pies a mis pies y desde su cabeza hasta junto a mi cuello. ¡Joder! Podía sentir su aliento cálido justo al lado de mi cuello y me entraron como si fueran escalofríos. Inadvertidamente —creo que instintivamente—, moví mi culo para hacerlo encajar mejor en su polla. Su respuesta fue sujetar de inmediato mi cintura y presionar su pene contra mi trasero. Su mano se deslizó muy lentamente por mi cintura y me sostuvo mi polla con fuerza.

Teniendo mi polla en sus manos, se acercó a mi oído y me habló misteriosamente como susurrando:

— Sé que estás despierto y que lo estás disfrutando, ¿quieres jugar un poco?

Escuchar esa voz en mi oído y sentir esa polla custodiando mi culo fue demasiado para mí. Gemí y presioné con fuerza mi cuerpo contra el suyo. Se rió suavemente de mi reacción y empezó a besarme el cuello y a enamorarme de verdad. Con todo ese movimiento de besos en mi oreja, su polla acariciando mi culo y su mano en mi polla, no tardé ni dos minutos en hacer explotar mi ser en un potentísimo orgasmo. Él, perdiendo el control, terminó eyaculando también. El detalle es que ni siquiera nos habíamos quitado el bóxer. Así son los jóvenes y la inexperiencia...

Me dio la vuelta y me dijo sonriendo:

— ¡Chico, eso fue excitante!

Luego me besó. Fue muy bueno y extraño al mismo tiempo. Hasta entonces pensaba que era heterosexual y ahora me besaba.

Debe haber entendido mi extraña cara y dijo:

—A mí también me gustan los chicos. Yo salgo más con chicas, pero no me hallo con ellas; me veo mejor y más a gusto con un hombre; pienso que yo aceptaré un hombre en mi vida cuando descubra que es el hombre perfecto que deseo.

— ¿Soy yo acaso el hombre perfecto que deseas? —pregunté con una sonrisa.

Se rió suavemente, y dijo:

— Lo he estado intentando algún tiempo, pero nunca ha habido una clara oportunidad; hoy, en la ducha, noté que me mirabas y te emocionabas, no hice nada allí porque tenía miedo de que alguien viniera.

Limpiamos el esperma con nuestra ropa interior y la echamos en una esquina. Nos acostamos totalmente desnudos, un poco escuchando la música que tocaban afuera. Yo estaba acostado sobre su pecho y me acarició el pelo muy suavemente.

Sentí que su respiración se aceleraba y me di cuenta de que se estaba excitando de nuevo. Segundos después estaba yo en la misma situación, también muy excitado. Empecé a besarle el pecho, a buscarle los pezones, a lamerlos y a chuparlos. Se volvió loco, me agarró con fuerza el pelo y me apretó contra su pecho, suplicando que siguiera.

Entonces comencé a subir por su cuello con mi lengua, hasta su boca, que me recibió con un beso fuerte, masculino, sin sutilezas.

Sus manos corrían por toda la piel de mi cuerpo, apretándome contra su cuerpo. Parecía que nos íbamos a incendiar de tan calientes que estábamos. De pronto sentí sus manos sobre mi cuello, primero empujando mi cabeza contra la suya, como si el beso pudiera ser más profundo, pero luego empezó a tirar ligeramente, señalando que quería que yo bajara besando su cuerpo.

Me entregué a su voluntad y bajé con mi lengua. Otra vez lo volví como loco lamiendo lentamente su cuello, su pecho y cada rincón de su abdomen. Cuando me acerqué a su polla, pude sentir todo su esplendor, su olor a macho, un olor indescriptible, que parecía explotar dentro del cerebro e hizo que la emoción, que ya estaba en su apogeo, se multiplicara por mil.

Hundí mi cara en sus pelos del pubis, impregnándome de todo su olor. Empecé a lamer su entrepierna, su escroto. Quería que le chupara la polla ardiente, pero me detuve. Jugué antes con sus pelotas, metiéndomelas alternativamente en la boca y finalmente le agarré la polla con un hambre que incluso lo asustó. Pronto se dio cuenta de que, a pesar de mi inexperiencia en la práctica, había visto mucho en las películas y parecía tener una experiencia innata.

Tenía una hermosa verga, que podía disfrutar en la penumbra; no es que fuera muy grande, tal vez ente 16 y 17 cm, pero bastante gruesa. Es un tamaño cómodo y muy sabroso en la boca. Lo lamía todo, desde la base hasta la punta, jugaba con mi lengua acariciando su prepucio y trataba de tragar toda aquella verga, lo que lo volvía loco. Aunque no pude llegar a la base, fui casi hasta allí y él me empujó la cabeza como si fuera a cruzarme.

En ese frenesí, solté su polla y volví al escroto y luego bajé y levanté sus piernas. Cuando se dio cuenta de que mi intención era detenerme, porque ya había alcanzado mi meta, fue cuando le lamí el culo por primera vez, soltó un fuerte gemido y relajó las piernas, que había estirado para intentar detenerme. Se mordisqueó las nalgas e hizo vibrar mi lengua en medio de su trasero. Parecía que iba a morir de tanto gemir.

Volví a su polla y la chupé lentamente como si no hubiera un mañana. Siempre me había sentido caliente imaginando ese momento, y eso era realmente todo lo que imaginaba. Podía sentir su calor, su pulso dentro de mi boca. Podía pasar horas jugando con él, probando sus reacciones al trabajo que hacía con mi lengua, pero tenía otros planes.....

Me tiró de los hombros y me dio un beso largo y feroz. Luego me puso boca abajo y se acostó sobre mí, totalmente muy pegado su cuerpo al mío: su boca en mi cuello, su abdomen en mi espalda, su polla en mi culo y las piernas —¡oh, qué piernas!— inmovilizándome en esa posición. No se imaginaba que mi voluntad de huir de allí ni existía...

Comenzó a acariciarme con fuerza, frotando su pene a lo largo de mi raja o hendidura interglútea, mientras me mordía en las orejas y el cuello y me abrazaba, doblando sus brazos bajo mi pecho. Su polla, completamente babeante, ocasionalmente se deslizaba fuera de mi ano y pasaba entre mis piernas, tocando mi trasero y haciéndome ir al cielo. Pronto estaba jugando bien en la misma entrada, tratando ya de iniciar la penetración que, en ese momento, parecía fácil, con todo ese lubricante natural.

En ese momento, la responsabilidad había que tenerla en cuenta y me contuve un momento para preguntarle:

— ¿Tienes un condón?

Estaba un poco loco y susurró algo ininteligible, tratando de convencerme de que lo olvidara y siguiera adelante de todos modos. Murmuró no sé qué e intentó volver a meterme la polla. Pero yo también fui muy fuerte y me di la vuelta, frente a él, y le dije:

— Sé que trajiste muchos condones. ¡Deja de ser perezoso y juguemos limpio!

Sonrió con una sonrisa muy traviesa y extendió la mano hacia su mochila, de donde sacó el condón y un tubo de lubricante y comenzó a colocárselo. Luego me levantó las piernas, me puso la polla en mi agujero y comenzó a tratar de penetrarme.

Eso no iba a ser fácil, ya que yo nunca había hecho eso antes y él tenía una verga bastante gruesa. Con un poco de miedo, le dije:

— Tranquilo, hombre. Es mi primera vez...

Me miró fijamente con cara de sorpresa que luego se convirtió en una tierna sonrisa. Él soltó mis piernas, que aún estaban levantadas, y se echó sobre mí, abrazándome, besándome y diciendo:

— No te preocupes, guapo; nos lo tomaremos esto con calma, y si te duele, házmelo saber que me detendré, ¿de acuerdo? Al principio siempre duele un poco, pero así es; va a ser muy bueno, te lo garantizo.

Y me besó de nuevo, esta vez muy suavemente.

— Date la vuelta y será más cómodo para ti.

Me volví y él volvió a su posición encima de mí, como si nunca hubiera salido de allí y me amaestró el culo de nuevo, pasando la polla a través de mi trinchera y provocándome, metiéndola justo en la puertecita de mi culo y luego sacándolo. En ese momento yo ya estaba suplicando que me la metiera, me acercaba el culo hacia él y me lo frotaba contra él, sintiendo su piel, su pelo y esa polla frotándose contra mí.

Sintió que el camino estaba despejado, juntó la polla a mi agujero y comenzó a penetrar. Todo parecía estar bien hasta que un dolor punzante pareció partirme en dos. Yo estaba paralizado y él se detuvo inmediatamente y siguió hablando suavemente en mi oído:

— Shhh, cálmate, ya pasará, ya pasará, ya pasará....

Al poco rato, el dolor cedió y volví a moverme. Luego regresó y me penetró y pronto pude sentir su vello púbico frotándome el trasero. ¡No podía creer que toda esa polla estuviera dentro de mí! Me echó todo su peso encima y se quedó ahí por unos minutos con toda su polla en el culo, hasta que empezó a moverse lentamente.

A medida que se sentía más relajado, aumentaba sus movimientos y pronto parecía que toda su polla entraba y salía de mí con cada aventón. Estaba en las nubes y sentí toda una serie de sensaciones que nunca pensé que pudieran darse. Su boca me mordisqueaba la oreja y el cuello y parecía como si un relámpago me cayera por la espina dorsal, su peso sobre mi cuerpo me hacía sentir protegido como nunca antes me había sentido, sus manos sobre mi pecho parecían estremecerse ante cada pinchazo ligero que me daba en mis pezones, y su polla... ¡ahhhh, su polla!, entrando y saliendo de mi culo parecía como si me estuviera bombeando y sentía una presión deliciosa, que hacía que ríos de baba salieran de mi polla. ¡Era el paraíso!

Sentí que su respiración se aceleraba, sus movimientos se volvían más frenéticos y su habla más incomprensible. Pronto explotó de alegría, abrazándome tan fuerte que casi me asfixió. Estuvo sobre mí unos minutos hasta que se resbaló a un lado. Sentí el tacto de su mano en mi cabeza. Me acarició y sonrió tiernamente. Su mano bajó por mi cuello y espalda, pasó por mi cintura y buscó mi pene. Me volví para hacer su trabajo más fácil.

Se rió cuando me sostuvo la polla, que todavía estaba dura, ya que todavía yo no había eyaculado. Empezó a masturbarme ligeramente y, para mi sorpresa, comenzó a descender hacia mi pene. ¡Sentí su boca tragándose mi verga dura! ¡Fue algo indescriptible! Lástima que estaba tan emocionado que en menos de dos minutos empecé a sentir que mis piernas temblaban, luego mis brazos, luego todo, todo mi cuerpo temblaba en un orgasmo sin precedentes hasta ese momento. Dirigió mi esperma hacia su pecho y prácticamente ordeñó mi pene hasta la última gota. Era hermoso ver ese pecho castaño, peludo y fuerte bañado en los flujos de mi alegría.

Cuando volvió hacia mí, lo sentí que se encontraba muy a gusto junto a mí y me besó con mucho afecto y probamos de jugar con nuestras lenguas.

— ¿Qué tal un baño? ¡Lo necesitamos!

Tomamos nuestras toallas y fuimos al baño. Perdimos la noción del tiempo y ya era de madrugada. El agua fría se llevó los signos de nuestra locura y nos revitalizó por un tiempo. Nos miramos con una mirada divertida, con pequeñas sonrisas de satisfacción, pero no dijimos nada.

Volvimos a la tienda y la dejamos presentable para esa tarde. El frío del amanecer y la fatiga del día y el sexo latente manifiesto en nuestro cansancio, nos tumbaron y dormimos abrazados y desnudos, porque no sabíamos cuándo podíamos repetir otra noche como esta. ¡Ah…, pero si os contara…!

 

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