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Ya soy el puto del equipo (VI)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Tras el partido, un rapidito con Calvero.

Tenía razón el míster, dependía mucho de nosotros. Antes de salir al campo, nos habló a todo el equipo y nos animó. En un aparte sin casi darnos cuenta, se reunió con nosotros para recordarnos los compromisos del día del entrenamiento. La verdad es que estábamos muy motivados. Abelardo se cogió por detrás de mi cabeza con sus brazos sobre mis hombros y yo le seguí y casi mirando el suelo, comenzamos a forzar nuestra respiración:

— ¡Uh!, ¡uh!, ¡uh!, ¡uh!

Se nos iban uniendo los demás y formamos un apretado círculo:

— ¡Uh!, ¡uh!, ¡uh!, ¡uh!

Y abriendo los brazos en alto:

— ¡Aaaah!

Esto varias veces. Entonces oigo que me dice el que estaba a mi lado:

— Doro, si no te dejas meter ni un gol, yo también tengo polla para ti.

Lo miré sonriendo, era uno al que llaman Calvero. Digo que llaman porque nunca había hablado nada que valga la pena con él. Y lo besé, me besó en la boca y sostuve mi beso para decirle luego:

— Hecho.

Del tal Calvero en ese momento solo sabía que era moreno bronceado, no pareció un bronceado de sol y playa sino, como dicen en mi pueblo, agitanado. Nariz recta, fina y pronunciada hacia el frente, ojos débilmente verdes, pómulos muy señalados y encantadores. Cuando lo miré, me gustó. De su cuerpo normal de un deportista, ancho, pectorales, grandes piernas y todo muy firme. No recordaba su polla cómo era, pues no me había detenido, pero sí en su culo, firme, un poco más claras que todo su cuerpo por bañarse con ropa, eran como dos medias pelotas de béisbol muy firmes.

Cuando salíamos al campo me miró. Noté que tenía ganas de decirme algo. El jugaba de medio campista y tenía la carrera larga. Una vez en el campo, antes de esparcirnos se me acercó para decirme:

— Eres el mejor, recuerda lo que te he prometido y no dejes pasar una.

— Ok, fue mi respuesta, sin dejar de mirar a mis adversarios…

En efecto, ya no consideré que era nuestro equipo contrario, sino mis enemigos que a la vez eran enemigos de mis amigos. Tengo que decir con sinceridad que en ese momento los odié. Odié al Ventura CF, como si odiara a un vecino que me quisiera mal. Desde mi puerta los fui mirando y me parecían feos, como si fueran demonios o algo parecido. Y exclamé en mi interior: «Guerra sin cuartel». Pero al parecer no me di cuenta y lo repetí en voz alta:

— ¡Guerra sin cuartel!

Los que estaban cerca de mí, exclamaron

— ¡Guerra!

Abelardo fue el héroe en los 20 primeros minutos. Estaba al tanto y no cesaba de dar ordenar para que la bola no pasara de la mitad del área y a los defensas les decía que no quería verles ni de cerca del área chica. Yo miraba de vez en cuando el punto de penal y en esos 20 primeros minutos no llegaros los enemigos ni por cojones. Pero Abelardo cumplió con su promesa y marco sus goles prometidos, 11' y 19'. Consideré que el partido estaba ganado porque vi a los jugadores contrarios totalmente desmoralizados. En un momento, casi al final del primer tiempo Calvero metió el tercer gol, como nos dijo el entrenador fue en el minuto 42. El resto fue fácil. Mis compañeros se portaron bien conmigo, no dejaron que nadie llegara al área chica. No hubo felicitaciones para mí, ni las merecía. Abelardo y Calvero se llevaron nuestros abrazos y besos. En ese momento solo se pensaba en abrazar, besar y sonreír. Mis compañeros estaban cansados y el entrenador no paraba de animar e instruir.

Antes de volver a salir, el ínter me habló unos segundos, me dijo:

— Ahora están instruidos intentarán pasar, llegar y echarte la pelota a ras de los pies, pero no te fíes, puede venir alguna de largo por alto. Confío en ti.

— Ok, Gunnar, —le dije sonriendo y me sonrió, pues ambos pensamos que ganas este partido y volver a realizar la hazaña del día del entrenamiento era lo mismo. Yo lo deseaba y él lo sabía.

Salimos al campo. Tuvieron su oportunidad, capturé dos veces la pelota desde los pies de dos enemigos y un tiro largo que para mí no fue problema. Me dolía el costado, pero no quise quejarme ni decir nada, sabía que era el golpe que di en una captura y que eso se pasa. Abelardo volvió a marcar y estañábamos 0-4. Las gradas bullían y hasta los partidarios del Ventura abucheaban a su equipo y aplaudían nuestras jugadas. Así, sin pensarlo nadie, yo observaba la pelota y vi que íbamos a por el quinto gol; en efecto, todo estaba preparado con una sucesión de jugadas desde medio campo y un servicio de Calvero a Abelardo y de este a Jiménez que pateó genialmente a través de dos contrarios desorientados que quitaban la visión del su propio guardameta y ocurrió lo que nadie imaginaba: Jiménez marcó gol suave y certero hasta el fondo de la red. El campo se convirtió en el delirium tremens. Luego llegaron algunas pelotas a mi área, pero sin fuerza, sin engaño y las zanjé unas yo y los defensas despejaron otras. No metimos más goles porque a una señal del míster nos replegamos a defender. Se formó tal barrera que solo tuve que parar tres tiros elevados. Esta era la única esperanza de nuestros enemigos. Me llené de soberbia, porque los tiros de mis paradas iban directamente a puerta y todos aplaudían y vitoreaban.

Cuando nos íbamos camino del vestuario, Calvero se me acercó y me dijo:

— En el campo me la has puesto muy dura, ¿cuándo lo remediamos?

Sin darme cuenta le dije:

— Háblalo con Abelardo, que él lleva mi agenda.

Se fue corriendo adelante que estaba Abelardo y entonces me di cuenta de la animalada que había dicho, pero ya estaba hecho. A eso se pone remedio pagando las consecuencias.

Cuando entré al vestuario junto al entrenador, Abelardo se me acercó para saber si le había dicho a Calvero que necesitaba mi permiso y un poco para decirme que fuera prudente. Me disculpé y me dijo:

— Tengo prisa para llegar a casa, mi padre me ha amenazado si no estoy para cuando lleguen mis abuelos. Calvero te esperará y te ayudará, míralo allá. Llámalo y recogéis entre los dos las cosas.

— ¿A qué puede amenazarte tu padre?

— Ya te contaré a la noche, —dijo, y se fue corriendo sin cambiarse de ropa.

Entonces me acordé que a la noche teníamos cena y que el míster ya le había recordado. Gunnar se vino donde mí y me dijo que se marchaba que yo cerrara al acabar, me dio la llave con el silbato y la cadena, la puse en mi cuello colgando y miré a Calvero para llamarlo, se vino a donde yo estaba y me besó, metí lengua y él también; nadie notó nada porque todos nos saludábamos, jamás me habían besado tanto mis compañeros como ese día. Luego le dije a Calvero:

— No te duches, tengo la llave del míster, cuando acabe todo este jolgorio vienes conmigo a recoger las cosas, luego te pago tu petición, que me has calentado. Me besó y le metí lengua, él también, creo que nadie se dio cuenta y si se dieron, nadie dijo nada ni en ese momento ni en otro. Creo que había mucha alegría por haber metido cinco goles justamente al que se consideraba imbatible.

Me entretuve hablando con algunos mientras se desvestían o entraban a la ducha o se vestían. Sabiendo ellos que tengo que recoger todo no se extrañaban de que yo aún no me duchara, era algo habitual. Esto me servía para ver culos, pollas, pechos y en definitiva cuerpos atléticos, e iba calibrando tamaños, volúmenes. Los que mantenían larga conversación conmigo mientras se desvestían y luego quedaban desnudos contándome algo, eran posibles candidatos con los que intentar algo o insinuarse.

Se iban y cada uno se despedía de mí, mientras yo iba recogiendo toallas, medias, calzoncillos. Estaba seguro que, como siempre, nadie iba a reclamar lo que se había dejado, pero no iba a quedarse por el suelo. Yo lo iba poniendo en una bolsa que llevaba a una lavandería y me lo devolvían planchado para empaquetarlo y mandarla a una casa de asistencia de pares, de lo que se encargaba mi taita. Sábados recogía tras el partido todo lo abandonado, esperaba a miércoles para reclamos y luego a la lavandería. Si algún despistado reclamaba después le explica y nadie se quejaba. Para su consuelo les decía: «Se ha ido a los pobres».

Para mi sorpresa, me quedé solo y cuando iba a salir al banquillo de los dos equipos, ya venía Calvero con todo en sus brazos llenos de prendas. Todo asombrado, me dice

— ¿Siempre es así?

— Los sábados sí, se van con sus novias y se dejan todo ahí, tienen prisa, le contesté mostrándole la bolsa que había recogido del vestuario.

Le pregunté si había pasado por el banquillo del Local y me dijo que no, pero corrió y trajo más cosas que pusimos en bolsas. Entonces me preguntó:

— ¿Qué haces con esto o dónde lo llevas?, ¿es para tus hermanos?

— No, es para los pobres, —respondí explicando lo que hago.

Entonces fui a cerrar el vestuario y me desnudé. Me miró, abrió desmesuradamente sus ojos y dijo:

— Pero, ¡oh, Dios mío, qué cuerpo! ¿Cómo lo has conseguido?, —preguntó.

— Déjate de historias, y vamos a lo nuestro.

Le dije que se tumbara sobre la esterilla, lo hizo, me puse sobre él al revés y en frío comenzamos un 69. Se puso mi polla en su boca y yo comencé a lamer su culo, que olía bastante fuerte. Esos olores fuertes del culo me ponen y me creció mi polla en su boca. Parece que no había mamado muchas pollas porque se puso a hablarme y le calle:

— ¡Calla y mama, cabrón!

Ya supe de inmediato que yo tenía que llevar la iniciativa. Y como quería que fuera algo rápido, dada la hora, casi la una de la tarde, pensé que iba a ser un polvo rápido, así que le mamé la polla y dejé su culo, así me ahorraba la fuerza del olor. Cuando consideré que ya estaba casi a punto, con mi mano metí un dedo en mi culo y luego le cogí la mano para que él hiciera lo mismo, lo entendió y comenzó a follarme el culo con un dedo, le indiqué que metiera dos y los metió de golpe, me estremecí y me hizo daño, luego le indiqué que poco a poco meta el tercero. Parece que disfrutaba de mi mamada y de lo que no esperaba.

Se la había puesto dura, todo era cuestión de comenzar en cuanto antes. Me enderecé, me giré de cara a él, tomé sus pies para abrirlos y me senté poco a poco sobre su pubis manteniendo su polla para que me entrara despacio dentro de mi culo. Poco a poco me fui acomodando, llegó toda y me quedé quiero. Comenzó el placer como siempre que tengo una polla dentro, me dan calambres electrizantes por todo el cuerpo, creo que lo hace mi cabeza, el punto del cerebro donde está la base del deseo. En esos momentos estoy que me muero de placer y no llega aún el orgasmo.

Entonces alargué la mano para recoger el dildo que tenía preparado y apoyándome con la izquierda en el suelo me repantigué sin dejar que se escapara la polla de Calvero de mi culo y le fui metiendo poco a poco el dildo en el culo. Gritaba como una bestia, cada vez que le empujaba para meter unos milímetros, lo sacaba y volvía a meter un poco más y rebuznaba como un burro, pero yo seguía con mis malas intenciones. Lo volví a sacar y a meter un poco más, se puso a rugir como un león. Sin sacarlo empujé un poco más y aulló como un lobo. Decidí sacarle toda la especie animal de su interior y empujé fuerte, ladraba y arrugaba alternativamente como un perro salvaje; lo movía y alternaba entre el relincho de la yegua y el mugir de un toro. Compasivamente lo dejé tranquilo con el dildo dentro, moviéndolo despacio y suavemente para estimularle la próstata y al parecer dejó de sentir dolos y su cara se puso sonriente y los ojos en blanco mirando al techo:

— Ay, ya, hi, ay, hi, hi ya, hi ya, — me pareció distinguir una tórtola gimiendo o una serpiente silbando enroscada en su interior.

Lo que yo sentí fue su orgasmo derramando toda su leche en mi interior. No noté que su polla engordara o palpitara sino que se vino y fue abundante. Y su cara volvió a serenarse y a silenciarse. Me agaché, junté mi cara hacia él y lo besé, metí lengua. Primero se sintió y luego aulló como un coyote lleno de felicidad.

Nos duchamos juntos. Bajo la ducha le saqué el dildo y se lo mostré, abrió por un momento los ojos como un búho ululando y le dejé que me tocara el cuerpo como quisiera. Yo también lo hice para goce suyo, porque se le puso una erección de caballo y le masturbé hasta eyacular sobre mí mientras relinchaba. Pensé que tenía que acabar para llegar a casa a mi hora deseada. Nos secamos, vestimos y salimos. Me puse la llave de nuevo en el cuello para dársela a Gunnar en la noche.

— Calvero, porfa, ¿cuál es tu nombre?

— Luís, ¿por qué?

— De ahora en adelante para mí serás Luís,

— Gracias, Doro, fuera de mi casa serás el único.

— Ya verás como no, me encargo de eso.

— Te lo agradeceré, Doro, de verdad, gracias.

Se fue en dirección a su casa y yo subí por la Avenida Universitaria hasta llegar a la mía.

Saludé a mi taita y fui a dejar mi mochila en mi dormitorio. Al punto llamó Abelardo y pregunto:

— Hola, guapo, ¿cómo ha ido?

— Normalito y rápido, —contesté.

— ¿Vale la pensa?

— Si le enseñamos algunas cosas, sí, anda muy verde…

— ¿No pasó el examen?

— Sí, pero muy ajustado, —respondí riéndome.

— Ah, que no te olvides, que esta noche cenamos con el míster…

— Ya, sí, pero, ¿dónde?

— Creo que es en el Camarón rojo, o eso creo haberle escuchado, pero como tengo su número de móvil, le pregunto y ya te digo.

— ¿Vienes a casa después de cenar?

— No sé, no sé, hoy mi padre me ha echado una bronca super y casi me pega…

— ¿Por qué?

— Dice que le han dicho cosas de mí, pero no me ha aclarado nada…, fíjate, te estoy hablando desde la calle frente a mi casa, sé que me están vigilando y he dicho que ceno con un profesor y no sabes cómo sea puerto mi viejo…

— No necesitas avisar para venir a casa, esta noche si puedes vienes, si no puede ser, no pasa nada…

— Pero yo te quiero, Doro…

— Ya lo sé, yo también…, aunque ya sabes como.

— Si, si, eso de la polis no sé qué, —dijo riéndose.

— Poliandria, Abelardo, poliandria…

— Pero me quieres…

— Claro que te quiero, incluso tenerte en mi cama.

— Jo, macho, eres una perla brillante.

— Para mí tú vales más que un rubí.

— Hasta las 8 de la tarde.

— Hasta luego, pues.

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