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Ya soy el puto del equipo (VII): Cena con hotel
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Tiempo de lectura: 7 minutos

A las 7 de la tarde estaba Abelardo en mi casa, saludó a mi taita y ella le ofreció una merienda consistente en una gigantesca magdalena hecha en casa, un sorbete de limón y una copa de champaña. A mí me preparó un vaso de agua y una magdalena gigantesca.

— ¿No te gusta el sorbete?, pregunto Abelardo.

— Sí, pero un sorbo pequeño para cambiar el sabor de comidas y nada más.

— ¿Tampoco te gusta el champaña?

— Mucho, pero con un plato en base a carnes.

— ¿Tú me tomas el pelo?

— No, Abelardo es lo que hacían mis padres y mi taita me lo enseñó, son nuestras costumbres, Abelardo.

— Lo entiendo, lo entiendo, nosotros los que no somos tan finos, lo bebemos cuando lo tenemos delante.

— Mi taita pertenece a tu mundo pero se ha formado en casa y a mí me ha educado así, por eso me pone agua y a ti champagne. Eso quiere decir que ya te quiere y que a mí me ha querido siempre.

— Es decir, ¿que yo soy bienvenido a esta casa?

— En efecto, si tú y yo dejáramos de ser amigos, ella enfermaría una larga temporada, y te mimará, porque te quiere como de la casa.

— Esto es una suerte para mí.

— Para ti es una suerte, para mí lo sigue siendo desde que nací. Cuando mi taita quiere a alguien se convierte en un amor. Por cierto, ¿le has dicho dónde vamos y con quien?

— No me lo ha preguntado…

—Pero podrías decírselo, yo creo que sí.

— Y ¿qué le digo?

— A mi taita siempre la verdad, aunque te avergüence.

— ¡Joder, Doro! ¿Voy a decirle que nos vamos a cenar con un tío que nos ha follado a los dos?

— Ya lo sabe, no se extrañará, pero te amará más y cuidará de ti, igual un día la necesitas.

— ¿Entonces qué hago?

— Muy simple, nos despedimos de ellas te retrasas un poco respecto a mí y se lo dices, metes cualquier razón verdadera o posible y ella se queda tranquila.

Acabamos de merendar y nos despedimos de mi taita. Cuando salí, Abelardo se quedó un momento con ella y le esperé en la puerta. Cuando salió, le dije:

— No me mimes tanto a mi taita que es mía.

— Pero ya es también mi taita.

Ella lo besó con cuatro besos. Cuando habíamos traspasado el portal de casa para acceder al taxi que nos esperaba, dice mi taita:

— Dorito, ¿te vas sin besarme?

— Ya te besé, taita, pero como ya tienes otro niño de quien cuidarte no te das cuenta.

— Anda, ven aquí, pajarito.

Me dio seis besos y Abelardo desde atrás le enseñó dos dedos y luego con los índices de ambas manos hizo una cruz y se señaló a sí mismo, indicando: «Taita, le has besado con dos besos más que a mí». Mi taita se rió y le mandó dos besos al aire soplando con la mano. Me pareció una bonita escena de cariño, mediante la cual Abelardo estaba consiguiendo ser mejor y más amigo mío. Sabía cómo conquistar mi corazón.

El taxi nos llevó al Camarón rojo. Ambos pensábamos que se trataba de un simple restaurante, pero sí, era el restaurante de un hotel por todo lo alto, ni me sonaba, ni sabíamos ninguno de los dos de su existencia, hasta tal extremo que Abelardo me lo echó en cara como un reproche:

— ¿Tú, tan rico y no sabías que existía esto? Anda ya…

— Tú sabes que mi riqueza está en mi casa y muy reservada, que de ello no presumo, al menos hasta ahora y quien orienta mi vida es mi taita y don Fermín en lo económico…

— ¿Quién es ese don Fermín?

— El administrador, me dice taita que es honrado, y lo es.

— No te fíes, creo que hasta a ella debe engañarla, pero tú verás, lo raro es que nunca te hayan traído aquí.

— Mi taita no quisiera que saliera de casa, teme por mí…

— Bueno, bueno, ahora soy yo el que no me fío…, —dijo Abelardo.

— ¿Por qué?

— ¿Para una cena con nosotros en un hotel?

Razonando esto vislumbré a la puerta a Gunnar y le dije a Abelardo:

— Allá está Gunnar.

Fuimos hasta donde él estaba y, sin ningún preámbulo, nos hizo pasar al comedor. Me pareció una exageración y unos lujos desorbitados. No entendí nada. El nombre de «Camarón rojo» sonaba a un restaurante de playa, pero no a un hotel de cuatro estrellas. Ahí debía de haber gato encerrado. Pero Abelardo no se pudo aguantar, pensaba peor que yo y le dijo al míster:

— No entiendo por qué cenamos aquí, en un hotel a las afueras de la ciudad, lejos de todas partes. Diga usted qué pretende, porque no entiendo nada.

— Es simple, Abelardo, nada tenéis que temer…, es este un lugar discreto… y por eso he registrado una habitación para los tres, mañana es domingo, no hay clases y no tendremos prisa en levantarnos…

— Entiende, Abelardo, que Gunnar nos ha invitado aquí para pasar una noche maravillosa —intentaba yo calmar a Abelardo—, ya que hoy no podemos estar en el jacuzzi porque está cerrado, nos ha invitado aquí para hacer el amor en el hotel.

— Doro, esto no es el amor…, esto se llama sexo, un polvazo de un viejo con dos jóvenes…

— Si queréis iros, no os lo impediré ni lo tomaré en cuenta, pero soy yo el que os necesito y quizá me he equivocado, no quisiera que pensarais…

— No, Gunnar, no queremos pensar, ya está hecho, cenamos, follamos los tres, dormimos y lo dejamos estar ya en lo sucesivo, —dije, para que Abelardo no nos montara un drama a 16 km. de nuestra casa.

— Bueno, yo no quisiera ser la manzana de la discordia —iba diciendo Abelardo— quizá he comprendido mal, para mí estas cosas son del todo nuevas, pero pienso que Doro tiene razón y podemos estar en paz haciendo lo que ha dicho.

Cenamos con paz y tranquilidad, al poco tiempo habíamos olvidado todas las diferencias conversadas y las desconfianzas. Yo pensaba que Gunnar debió ser más sincero cuando nos invitó y habernos comunicado que la cena incluía habitación de hotel y sexo, pero a veces las personas no dicen todo para sorprender, no solo por mala intención ni deseos perversos. A mí me merecía el entrenador total confianza, a Abelardo recelo. Pensé que ya se vería por donde iría el asunto.

Cuando fuimos a la habitación, evidentemente ninguno de los tres llevaba pijama; además, como solía ser mi costumbre no llevaba ropa interior, sino solo mis jeans, pero lo que es más grave, desde que Abelardo supo que yo no uso ropa interior, venía a casa sin ella y ese día le pasó lo mismo. Es decir que ambos sin decírnoslo, ya desde la cena, estábamos pensando que dormiríamos sin pijama, ni ropa interior, sino desnudos, estábamos totalmente expuestos a cualquier cosa o a pasar la noche en vigilia.

Gunnar conectó el televisor y ya había estado allí porque el canal ya había sido escogido y apareció una película porno gay con un trío. Entonces, una vez mostrado, propuso de manera extensa lo siguiente:

— Vemos la película, son tres tíos buenos haciendo sexo; en cuando quiera cada uno, se desnuda y se insinúa a quien quiera para follarse o hacer con él lo que aparezca en pantalla, así uno tras otro. Pero antes quiero deciros que es muy importante tener en claro lo esencial, que es lo siguiente: vosotros sois el alma del equipo, los que habéis conseguido la victoria más célebre de la historia de nuestro equipo, por lo mismo, habéis causado la derrota más deshonrosa que ha recibido jamás el Ventura. Sé que lo habéis conseguido porque entre los tres hemos Hecho un corazón y un alma. Lo que pretendo es que sigamos por este camino y obtengamos éxito tras éxito. Cada uno de vosotros no puede, los tres juntos podemos llevar a todo el equipo adelante hacia las victorias consecutivas.

Con estas y otras palabras, no solo nos convenció de lo que pretendía y de su sinceridad, sino que nosotros mismos nos tranquilizamos. El mismo Abelardo llegó a exclamar en un momento determinado:

— Ahora sí, ahora entiendo perfectamente, estoy totalmente de acuerdo, ¿no te parece, Doro?

— A mí me parece todo bien, pero yo no uno tanto las victorias del equipo con el sexo. Si ganamos mejor, pero me gustáis lo dos y venía pensando que en algún momento, en algún sitio, aunque fuera bajo un árbol me la ibais a meter, pero eso me gusta, no me disgusta; yo no me tiró a por una pelota por el sexo, ni follo por el fútbol, juego al fútbol ya no sé por qué, pues no me gustaba y me gusta ahora; follo porque es mejor que follar con alguien que simplemente cascársela.

Me miraron y pensaron que yo era muy simple, pero me da lo mismo. Las cosas son las que son y como se verá son muy simples. Así que en breve estuvimos, como era lógico, follando Abelardo y yo en el suelo de la sala y Gunnar observándonos sin intervenir. No tenía ni ganas, parecía disfrutar viendo la polla de Abelardo metiéndose en mi culo y a mí gritando primero de dolor y luego de placer.

Ahora bien, follamos magistralmente. Abelardo fue con cuidado para no hacerme daño, pero hay cosas que son inevitables. Nos follamos de cara, yo miraba su cara de esforzado, luego el sudor que chorreaba por nuestro cuerpo, la cara de placer de Abelardo y la aceleración en su follada. Lo disfruté. Abelardo según me confesó después en mi casa estaba feliz por poner envidia al míster, que se le hacía la boca agua y su baba iba cayendo al suelo. En esa posición nos follamos uno al otro, luego de un breve descanso, nos la mamamos y volvimos a follar, yo penetré a Abelardo, le dolió más, pero igualmente lo disfrutó, nos besamos, acostados, de pie, bailamos tarareando, hicimos el idiota totalmente idos y disfrutándolo.

En todo el tiempo el míster ni se desvistió, ni sacó su polla por su bragueta. Incluso Abelardo se atrevió a hacer un par de fotos con su móvil, las hizo automáticamente y nos pusimos uno junto al otro, Gunnar no intentó ponerse con nosotros, se quedó sentado. Las hizo con temporizador para ponerse él y ya nos olvidamos de esas fotos. La verdad es que pasamos una noche feliz.

Llegó un momento en el que teníamos que ir a acostarnos y por supuesto a follar los tres en la cama junto con Gunnar. Así pues, nos fuimos a la habitación y sonó el teléfono de Gunnar. Contestó y puso cara de preocupado, esperamos que acabara de conversar y nos dijo:

— Hay problemas en mi casa y tengo que ir de inmediato, vosotros podéis quedaros aquí, y mañana, si no he venido, os vais cuando os parezca; no os preocupéis que todo está pagado.

Como ya estaba con el torso desnudo, se puso la camisa y la chaqueta y se despidió de nosotros con cara de preocupado sin darnos un beso siquiera. Nos dejó con mal sabor de boca y con desgana. Como ya habíamos follado bastante, decidimos darnos una ducha y marcharnos a mi casa. Desde la habitación llamé con el móvil a un taxi y, al que salíamos, me percaté que aquello no era normal.

— Abelardo, creo que esto no es normal, la cama de la habitación era individual, ahí no cabíamos los tres ni por compromiso. Creo que nos la ha timado el míster y hemos caído como unos cagones.

— ¡La hemos cagado, Doroteo, la hemos cagado! Este tío se emborracha viendo chicos follando y luego huye.

Nos duchamos rápido para lavarnos el semen de nuestro cuerpo, salimos de la habitación y, bajando por el ascensor serios por la preocupación, salimos a la calle. Pronto llegó el taxi y nos llevó a mi casa. Estaba esperando mi taita y se alegró de vernos, nos preparó un vaso de leche a cada uno para que nos acostáramos. Mientras tomábamos la leche en la cocina, nos dijo:

— No los veo muy contentos.

— Ya te contaré, taita, ahora estamos cansados.

— Buenas noches.

— Buenas noches, taita, —dijimos los dos a la vez.

No pudimos dormir mucho, conversamos qué podría haber pasado y si todo estaba preparado y nos había timado, nos tranquilizábamos, pero desnudos uno junto al otro, el mismo nervio nos impidió tener deseos de follar. Nos dormimos y despertamos tarde. Eran las 10 de la mañana cuando Abelardo tocaba mi hombro para despertarme. Lo besé, noté su erección y yo reaccioné. Le pedí que me follara sin más, aunque me hiciera daño. Me penetró de inmediato, no me hizo daño, no lo disfrutamos mucho pero el gusto de follar no me lo quita nadie, con lo que me gusta tener una polla dentro de mi culo. Nos fuimos a lavar y luego a desayunar. Tras el desayuno Abelardo se despidió de mi taita y de mí y se fue en dirección a su casa.

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