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Mi encuentro con don Ignacio y una vieja amiga

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Esta anécdota sucedió hace sólo unas tres o cuatro semanas, y puede verse como la continuación de ‘Mi relación con don Ignacio’, el conserje del centro de enseñanza donde estudiaba hasta hace un año. Todo fue meramente casual, y lo que sucedió pasó porque casualmente me encontré con don Ignacio en la calle en un día de fiesta.

Sabía que ya no trabajaba allí, que había huido o algo así, pero al parecer hubo un acuerdo extra judicial y el recuperó su empleo y su cuartucho al interior del Instituto. La tarde es fría y lluviosa. Ya lo había pensado detenidamente con anterioridad y sabía que ocurriría, sólo era cuestión de esperar el día en que me decidiría finalmente por hacerlo. Le coloqué el forro de invierno a mi gabardina beige, esa que me llega a la rodilla, me desnude por completo, me calce la gabar, tomé el paraguas y salí de casa sin despedirme siquiera de mi madre.

Caminé al principio sin rumbo fijo, sentía la cabeza como embotada, si los pocos transeúntes que se cruzaban en mi camino supieran que debajo de esa gabardina se encontraba mi cuerpo totalmente descubierto me tacharían de puta. Quizás lo sea, seguramente lo soy, sólo que no cobro ni lo hago por necesidad, lo hago por convicción y lujuria, necesito alimentar algo que vive en medio de mis piernas y que necesita de atrapar presas para comerlas vivas, hasta sacarles la última gota de leche.

Sigo caminando entre calles mojadas mientras mis botas militares encuentran el camino y mis piernas me guían hacia mi destino. Un bar se cruza en mi camino, como autómata entró y me siento en la barra, pido dos tequilas dobles, el barman me pide identificarme, seguro me supone muy chiquita, analiza la foto y voltea a verme a la cara un par de veces, me la devuelve y me extiende los tequilas. Me sorbo el primero de un trago directo, al fondo del bar un grupo de chicos de alguna universidad no me quitan los ojos de encima.

Me los imagino desnudos alrededor de mi poseyéndome entre los tres, me causa risa la simplicidad y crudeza del sexo, es taaan sencillo acabar enredada con uno, dos o tres chicos, sólo es cuestión de desearlo y dejar a las piernas encontrar su destino. Mi concha empieza a palpitar y a humedecerse. Al fondo del bar una chimenea calienta el ambiente, tomó mi vaso y me dirijo a ella, quiero sentir el calor del fuego en mis piernas.

Tomo asiento frente a ella y abro las piernas, quiero que mi concha disfrute ese tibio calor del fuego frente a mí. Cierro los ojos y me concentro en el calor, qué agradable sensación. Me empino mi segundo tequila y salgo del lugar decidida ahora sí a ir a donde tengo que ir. Ya deben estar esperándome.

Toco la campana y cinco minutos después sale don Ignacio en albornoz, le adivino el miembro erecto, mientras atravesamos el patio central miro de reojo y efectivamente, entre paso y paso el glande hinchado de don Ignacio se sale del albornoz, la tranca que me vuelve loca está allí, esperándome en posición de combate. Llegamos a su cuarto y en el catre allí estaba ella, más bella que nunca y totalmente desnuda.

Don Ignacio se recargo detrás de mi con su falo entre mis nalgas, me desabrocho la gabardina y la deslizó hacia fuera dejándola caer al piso.

-Pero mira nada más lo que tenemos aquí, la putita ni calzones se puso -dijo con esa voz masculina y lasciva que tanto me atrae.

Leticia, que veía mi cuerpo desnudo con cara descompuesta de vicio se puso de pie y me abrazó fuertemente mientras su lengua llegaba hasta mi garganta en el mismo momento que la verga de don Ignacio se abría paso dentro de mi vagina sacándome el primer fuerte orgasmo de esa loca tarde de tormenta que vio a dos chicas jóvenes hijas de familias bien entregarse al vicio con un viejo sucio y vulgar.

Continuará.

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