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Mi roommate

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Son las 2:43 de la mañana y sigo sin poder dormir. Voy por la segunda jalada y aún no me lo puedo sacar de la cabeza. Una chaqueta más que le voy a dedicar a este cabrón. Y el rollo de papel de mi buró se ha agotado.

Me levanto de la cama y camino silenciosamente por el pasillo hacia el baño. Entro, cierro cuidadosamente y me siento en la taza y me empiezo a sobar los huevos tratando y trato de recordar la escena.

Venía regresando de un viaje de trabajo, un par de días antes de lo planeado. Me acababa de mudar a un nuevo departamento con un roomie que conocí en Facebook.

Llegando la puerta de mi edificio, me encontré con que había un wey esperando afuera de la puerta. Se veía muy rico esperando, más o menos 1.80, espalda ancha, camiseta blanca, shorts de sudadera grises. Desde atrás veía su cuello grueso, la nuca recortada y una cabellera de sal y pimienta. Venía de correr, todavía estaba jadeando. Cuando volteó a verme pude confirmar que tenía mi tipo de barba favorita, esa donde no hay un solo poro sin poblar en la barbilla.

Lo saludo, me saluda. Le pregunto si va a entrar y aún sin aliento me guiña. En eso, suena el seguro eléctrico de la puerta abrirse.

– “Adelante”, me dice después de tomar una bocanada de aire mientras sostiene la puerta para mí.

Mientras caminaba por el pasillo con él a mis espaldas, empecé a imaginar lo que pasaría a continuación y se me empezó a poner dura. Verás, el edifico donde vivo tiene un elevador muy pequeño, caben solamente tres personas, por lo que puede llegar a ser muy incómodo (o muy interesante) a veces.

– “Después de ti”. Le digo mientras aprovecho para verle el culo por encima de los shorts: redondo y paradito. La tela era tan suave que se le marcaba todo, desde el chamorro y la pantorrilla, hasta la silueta de los huevos y el glande por delante.

El wey entró al elevador y se recargó contra la pared, con el chirrido de su piel húmeda con el espejo al recargarse. Entro después de él y me toma por sorpresa que ya estaba seleccionado el 15, mi departamento.

– ¿Vienes con Pedro? Le pregunto

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– ¿Quién? Eh, sí. Asiente mientras se lleva la mano hacia el paquete.

–¿Tú también?

Para ese entonces, su bulto ya era una pelota de carne estirando la tela de su short. No pude evitar quedarme viendo embobado. El cabrón inmediatamente se lo acomodó hacia un lado, pero aun así se hizo la carpa. Si nuestros pies estaban a centímetros de distancia, su glande lo estaba aún más y apuntando hacia mí.

4... 5... 6...

–¿Quién? Le respondí pendejamente después de salir del trance y luego ambos reímos. “No, bueno sí, pero yo vivo con él. Perdón pero no pude evitarlo, se te marca mucho”.

En ese momento volteó a verse el bulto por un segundo y de vuelta a mis ojos con otro guiño.

– No pasa nada. Pensé que también venías a cogerte a este puto.

7... 8... 9...

– ¿Viene solo?

– Un amigo ya está acá, pero viene otro más.

– No mames, ¿cuántos son?

10...

Comencé a escuchar una música de fondo mientras se tenía el ascensor, se abrieron sus puertas y el departamento estaba con la puerta abierta de par en par. A lo lejos, al final del pasillo estaba Pedro, mi roommie en una escena muy surreal. Estaba vendado, con las manos amarradas, en cuclillas y con culo al aire. A un lado un par de weyes con los pantalones en los tobillos de pie, jalándosela.

CONTINUARÁ...

Espero les haya gustado ojalá puedan comentar. En la siguiente parte les contaré cómo fue que Pedro y yo llegamos a ser GRANDES amigos.

 

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