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Yo, Carmen la puta (Parte 2)

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Pasaron unos días, y mi vida continuó su cauce normal. A diario, me levantaba temprano para dejar las cosas de la casa preparadas, y me iba a trabajar. En la misma calle en la que vivíamos, un hombre que regentaba una pequeña tienda de ultramarinos tenía la intención de relegar su puesto de trabajo a otra persona a cambio de un pequeño salario por horas. La cantidad era poca, pero mejor es poco que nada.

Así, pude conseguir trabajo como dependienta de la tienda. Era un trabajo, aunque mal pagado, relativamente cómodo, y que estuviese cerca de mi casa, facilitaba en gran medida las cosas. Trabajaba mañana y tarde. Aprovechaba la hora de comer para acercarme a casa, asegurarme que todo estaba bien, y cubrir las necesidades básicas de mi hija. El hombre que me pagaba era una persona amable, seria en su trabajo, y aparentemente enamorado de su mujer, por lo que nunca tuve ningún tipo de problemas. En cierto modo, para mí, aquel trabajo era lo máximo a lo que podía aspirar.

Lo peor de todo, era el tiempo. Era una tienda poco concurrida, tanto que ni siquiera sé cómo el dueño se empeñaba en mantenerla abierta. En todo caso, aquello no era cosa mía. Con todo ello, si algo si tenía gracias a aquel trabajo, era tiempo para pensar. A pesar de que todo había vuelto a la normalidad, había algo que no podía sacar de mi cabeza, y que, como un pájaro carpintero, golpeaba constantemente mis sienes con su afilado pico. Había cobrado por dinero. Si no has leído mi relato anterior, esto fue lo que ocurrió: Busqué ofertas de trabajo por empleo. Contacté con un hombre que buscaba trabajadora como chica de compañía. Fui a su casa, y le hice una mamada. Me pagó y me fui. Desde aquel día, no volví a tener ninguna noticia suya. Quizás todo fue una estafa, se había aprovechado de mí, y yo había chupado una polla por una miseria de dinero. Nada de lo que alarmarse, el mundo estaba lleno de estafadores, y aún más, de necias como yo que caían en la trampa. Y no sólo eso, todo estaba grabado en vídeo. ¿Qué habría sido de aquello? ¿Andaría por ahí recorriendo la red? Nunca lo sabré.

PARTE 2: LA PRIMERA CITA

Pasaron más de dos semanas desde que comencé a trabajar en aquel establecimiento. Todo seguí el curso natural de mi rutina, hasta que una mañana, cuando recibí una llamada. Yo estaba donde siempre, sentada detrás del mostrador, haciendo nada. Llamada, era de aquel hombre. Jorge para quienes no lo sepáis ya.

Yo: ¿Dígame?

Jorge: Hola Carmen, ¿qué tal estás? Perdona que no te hablara en este tiempo pero he estado unos días fuera de casa y apenas he tenido tiempo. Hay una proposición que tengo que hacerte y me gustaría hablarlo contigo. Por cierto, doy por hecho que sigues interesada en lo que te comenté de las citas, ¿verdad?

Yo: Sí, cuéntame.

En realidad no lo estaba. Estuve a punto de decir que no, pero cuando el hambre y la necesidad aprietan, ya se sabe lo que pasa. Así que acepte por inercia.

Jorge: Entonces, me gustaría verte y hablar, pero necesito que sea lo antes posible, me han pedido una cita para esta noche.

Yo: de acuerdo, yo ahora la verdad es que estoy un poco ocupada y no puedo salir. ¿Cómo los podemos hacer?

Jorge: Si quieres nos podemos ver a la hora de comer, no me importa ir hasta donde estés.

Yo: De acuerdo.

Así pues, le di la dirección de la tienda, y acordé verme con él a la hora de comer. Ese día no fui a casa, y confié al destino que todo estuviese en su lugar y no hubiera surgido ningún problema en casa. A la hora acordada, Jorge estaba allí, montado en su coche, un auto antiguo de color blanco, con signos de haber tenido muchos roces y estar muy rodado. Me acerqué hasta él, y siguiendo sus indicaciones, abrí la puerta y me coloqué en el asiento del copiloto. Nos saludamos con dos besos.

Jorge: ¿Qué tal Carmen?

Yo: Bien todo igual. Cuéntame.

Jorge: Tengo un cliente para esta noche, que quiere una chica para cenar y después pasar la noche. Le he hablado de ti y de cómo eres, y todo lo ha parecido bien. La verdad que paga bien, 300 para ti y 300 para mí, ¿te parece bien?

Yo: Vale, acepto…

No tenía más remedio que aceptar. 300 era la cantidad que yo recibía cada mes por trabajar en la tienda 10 horas al día mañana y tarde, y ya eran unas cuantas las facturas e impagos acumulado. Ese dinero no solucionaría para nada mi vida, pero sí algunas de aquellas facturas, sobrando quizás algo para comprar comida el día siguiente.

Jorge: De acuerdo pues entonces yo me ocupo de todo. Voy a llamarle y decirle que has aceptado, en cuanto me diga el lugar de la cita te llamo vale. Sólo te pido que vayas arreglada y que lo trates bien, porque es cliente frecuente.

Yo: vale no te preocupes.

La cita fue a las 10 de la noche. Tenía que prepararme, por lo que esa tarde tras llamar al dueño de la tienda y poner como excusa que estaba enferma y me encontraba mal, salí del trabajo antes de la hora normal, sobre las 7 de la tarde. Corriendo fui a casa, y cogí algo de dinero. No tenía ropa para ponerme en la cita, y menos para ir arreglada, por lo que rápidamente me dirigí a la tienda de regentada por chinos cerca de casa, donde vendían ropa barata. Allí me compré una camisa y una falda negra ajustada. También unas medias, y por último una barra de labios de color rojo, ya que hacía tiempo que no utilizaba maquillaje. Fui a pagar. Había varias personas haciendo cola, un señor mayor comprando unos tornillos sepa-dios-para-qué que llevaba en una bolsita de plástico, y dos chicos jóvenes con una laza de cerveza cada uno. Justo antes de que fuera mi turno, recordé que tampoco tenía ropa interior decente para ser mostrada, por lo que tras contar el dinero que sobraría, fui hasta el pasillo de la ropa interior, y cogí un conjunto de sujetador y bragas negras de encaje.

Después de pagar, y rezando para que nadie me viese, fui hasta la tienda donde trabajaba para cambiarme de ropa, aprovechando que tenía las llaves del local. Fue así ya que no sabía que podría decirle a mi madre cuando me viese arreglada de aquella forma, cuando a diario salía de casa con unos simples pantalones vaqueros. Era mayor, pero había sido joven, y no quería levantar en ella ningún tipo de sospecha. Tras cerrar la tienda, me desnudé, dejé toda mi ropa en el cajón que había detrás del mostrador, y me puse las prendas que había comprado. En la tienda no había espejo, por lo que ni siquiera pude comprobar mi aspecto bien antes de salir, y tuve que conformarme con mi imagen en la pantalla del móvil, uno viejo que tenía desde hacer más de 3 años.

Fui andando hasta el lugar en el que Jorge me había dicho que quedaría con el hombre. Jamás en la vida había estado más nerviosa. El simple hecho de estar vestida de aquella manera me hacía sentir como un manojo de nervios. Tenía la impresión de que todo el mundo me miraba por la calle, y que como por arte de magia, mi falda se levantaba automáticamente, por lo que no paraba de dar tirones hacia debajo de ella.

Después de lo que para mí fue una eternidad, llegué al lugar de la cita, la puerta de un bar que se encontraba en el paseo marítimo del pueblo, y que para nada era el típico lugar lujoso donde a menudo los hombres con dinero acostumbran a llevar a sus damas de compañía. Sus putas siendo claros. Su nombre era Antonio. Era un señor de 59 años, de estatura baja, y con algo de barriga, pero a pesar de su edad, conservaba bien su pelo, de color canoso. No podemos decir que fuese un anciano, y en los tiempos que corren podemos considerar joven aún y con tiempo de vida a una persona de 59 años, pero los 20 años de diferencia entre él y yo, me hacía tener la sensación de haber quedado con un viejo, lo cual no hacía más que repugnarme. A pesar de eso, la vida era así. Yo era la puta y el era el cliente. Y es el cliente quien elige a la puta, y no la puta quien elige al cliente. Por primera vez, acepté aquella obvia reflexión. Acepté que yo era una trabajadora, un producto, y el un consumidor. Lo mismo ocurre con una botella de cerveza, que no es ella quien elige quién se la bebe.

Antonio: Hola qué tal, tu eres Carmen ¿verdad?

Yo: sí soy yo encanta.

Se acercó a mí con una sonrisa, y colocando su mano sobre mi cintura, me dio dos besos para saludarme.

Antonio: No te había conocido porque eres más guapa que en la foto.

Yo: Gracias.

Sonreí.

Antonio: Vamos a entrar, tengo una mesa reservada.

Después de saludar al camarero de la entrada, entramos en aquel bar, en el cual había reservado una mesa para nosotros. Tal y como antes comenté el sitio no era un lugar de lujo, y se parecía más a un bar donde la gente hacía las típicas quedadas familiares. Pedimos una botella de vino para los dos, y como no, marisco. Si tan sólo fuese por la comida, ésta había sido fantástica. No probaba el marisco desde aquellos tiempos lejanos en los que mi padre se dedicaba al mundo del pescado, y la verdad es que hico que viniesen a mi cabeza dulces recuerdos de aquella vida que por desgracia nunca regresará.

No hablamos de nada en concreto, la cena transcurrió tranquilamente, y simplemente charlamos de coas nimias, como pueden ser las recientes elecciones europeas, o lo mal educada que estaba la nueva generación de jóvenes. Lo típico. También hubo tiempo para que el me contara algo de su vida. Se había dedicado desde pequeño al cultivo de las tierras heredadas de sus padres, era soltero, nunca-casado, y sin hijos, y actualmente vivía de las ayudas que recibía por su labor agricultora.

Llegamos al hostal. Después de terminar la cena, y tras un paseo en el que él no separó su mano de mi cintura, llegamos hasta un pequeño hostal en el cual había reservado la habitación. Mi corazón palpitaba, sabiendo que el momento se acercaba. El hombre de la recepción nos dio las llaves de la habitación que se encontraba en la segunda planta de aquel edificio de tres pisos, las cuales se encontraban colgando de un gran llavero de madera. Subimos la escalera, recorrimos el pasillo, y llegamos hasta la habitación. Era la 207, nunca se me olvidaría. Entramos en la habitación. Era la típica habitación de hotel, una cama de matrimonio, una mesilla de noche a cada lado de la cama, con una lampara de color amarillo sobre ellas, y un mueble con una tela de las antiguas que tenían gran fondo. A la entrada de la habitación, como no, un pequeño cuarto de baño. Antonio, sacó de su bolsillo la cartera, y dejó ésta y las llaves del coche encima de la mesa que sostenía la televisión. Yo por su parte, me quité el bolso y la chaqueta negra que llevaba sobre la silla que había debajo de la mesa.

Antonio: Bueno ven, siéntate aquí.

Yo: Vale, pero me gustaría que primero me dieses el dinero.

Antonio: Ah lo siento, ¿no te lo ha dicho Jorge? Se lo he pagado todo a él y me ha dicho que ya te daría tu parte.

Permanecí en silencio.

Yo: De acuerdo.

Iba vestida con la falda negra, una camiseta negra de tirantes, medias y tacones. Haciéndole caso me senté en la cama, justo a su lado.

Antonio: Me encanta como vas vestida.

Yo sonreí a medio lado. Él colocó una mano sobre mi rodilla, y poco a poco comenzó a subir hasta mi cintura. A continuación, acercó lentamente su cara hacia mÍ y comenzó a besar. Yo permanecía quieta, él me besaba torpemente moviendo su lengua, y mientras introducía la mano dentro de mi camiseta para acariciar mi barriga.

Antonio: Me pones muchos.

Yo escuchaba sus palabras, pero no hacía nada, simplemente me dejaba. El siguió subiendo su mano por dentro de mi camiseta, hasta que llegó hasta uno de mis pechos y comenzó a manosearme. Unos instantes, y con la mano que tenía libre, comenzó a desabrochar su cinturón y baja la cremallera de su cinturón.

Antonio: Ven aquí Carmen chúpame la pollita.

Después de sacar por la bragueta del pantalón su pene al aire, colocó una mano sobre mi nuca y comenzó a bajar mi cabeza hasta su polla. Esto ya lo había vivido. El camino hasta su polla era un camino que ya había recorrido con Jorge. Mi boca llegó hasta su pene. El sujetaba mi pelo a modo de coleta. Agarré su pena, aún estaba flácido pero ya estaba endureciéndose. Tenía una gran cantidad de prepucio. Con una mano agarré su pene, y comencé a echar hacia atrás toda la piel hasta que la punta salió fuera, de un color morado intenso. Abrí la boca, y me la metí dentro. No era un pene muy grande, por lo que me bastó con mis dedos en piza para hacerle una paja mientras le chupaba la punta.

Agarrada del pelo le mamaba la polla, poniendo mis labios alrededor de ella. Sentí como de repente un ligero chorro salía de su punta. No supe si era orina o líquido preseminal, aun así, yo seguí mamando.

Antonio: Ummmm sí chúpamela así, Carmen, chupa mi pollita.

Él se inclinó un poco hacia atrás y dejo que le chupara la polla mientras el jadeaba.

Antonio: No aguanto más Carmen, para.

En ese momento solté su polla y me la saqué de la boca.

Antonio: Quítate la roma.

Me puse de pie y comencé a desnudarme. Primero me descalcé y bajé mis medias hasta los pies, para después alzar la pierna hasta la cama y terminar de quitármela. Bajé mi falta, y por último me quité las bragas de encaje que llevaba. Alcé mi camiseta, y tras quitármela desabroché mi sujetador, saliendo al aire mis pechos, y quedando completamente desnuda. Él estaba inquiero, nervios, y con ansias de follarme. Se acercó hasta la mesa, y cogiendo su cartera, sacó un condón que llevaba, el cual comenzó a ponerse mientras me miraba.

Antonio: Vamos Carmen túmbate.

Yo me acosté sobre la cama, y abrí mis piernas. Él como llevado por el demonio se colocó entre mis piernas, sintiendo como su peso caía sobre mí y como su barriga rozaba con la mía. Entonces, comenzó a besarme, a la vez que bajó con una mano y comenzó a colocar su polla en la entrada de mi coño. Empezó a moverse torpemente, hasta que por mí, empujó y me clavó un pollazo. Era la primera vez que me la metían en muchos años, pero a pesar de ello, no me molestó mucho.

Yo permanecí abierta de piernas, con la mirada perdida en el cielo. El mientras, se movía encima de mí, dejando todo su peso caer sobre mí, mientras me la metía dentro a empujones. Cada vez que me daba un pollazo gemía, y salía de su boca un sonido que no sé cómo poder escribir, que se parecía más a un berrido de un animal.

Antonio: ANNRRGG, ANNNRGG, ANNRRGG…

No duró mucho, y en apenas un minuto, soltó un grito final, y se corrió.

Antonio: Ya, ya, ya…

Entonces, salió de mí lentamente, y separó el condón lleno de semen de su polla, el cual tiró al suelo. Quedó sin fuerzas en la cama, tumbado boca abajo a mi lado, y yo permanecí quieta en la misma postura en la que me encontraba, mirando al techo. De alguna forma, tras un rato, terminé por quedarme dormida.

Hasta aquí este pequeño relato de como continuó mi historia. Ya sabéis que no es fácil para mi contar esto, por lo que espero que lo leáis con respeto y entendimiento. Espero que os haya gustado, y estaré encantada de recibir vuestros comentarios.

También, podéis escribirme a la dirección [email protected], donde estaré encantada de contestar vuestras dudas. Próximamente, continuaré publicando mi historia.

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