A José lo habíamos incorporado a nuestro noviazgo, sabiendo que un día u otro iba a encontrar a alguien que lo amara intensamente, lo cual nos iba a alegrar a todos que así fuera. Pero mientras nosotros estuviéramos por allí, nuestro amigo no quedaba para nada al margen, comíamos juntos, dormíamos juntos, nos divertíamos juntos y follábamos juntos. Teníamos un acuerdo con José: «él podía follar con cualquiera de nosotros pero estando los tres presentes». Era el modo de preservar nuestra amistad y así lo hicimos hasta el final. Cuando José venía a casa de su abuela y estábamos los dos en el pueblo, el sitio para dormir era la casa de la abuela.
Además nosotros acudíamos a visitar a la abuela casi a diario, porque era nuestra abuela, así la llamábamos. Pero la abuela sabía su lugar y quedarse en su lugar: jamás nos invitó a ir a su casa a cenar y dormir si no estaba José, su nieto. El era el encargado de hacernos ir, así que cada fin de semana era nuestra abuela para todo. Los demás días, cuando pasábamos por allí, nos interesábamos por su salud, nos invitaba a una cerveza si era una hora oportuna, pero nunca fuimos en la noche. Los viernes en la mañana la esperábamos en el mercado para ayudarle a llevar la compra a casa, a parte de las cosas que le pedía a José que trajera cuanto necesitaba.
Tras esta introducción, mis lectores entenderán que nuestra relación con José tenía como objetivo mantener nuestra amistad. Por eso cada fin de semana, solíamos irnos los tres a otros pueblos más grandes donde solía haber discotecas para el baile o para engancharnos algo. Lo nuestro no era a ver que nos salía, sino a ver que podría salir para José. Es lo que buscábamos. Pero es cierto que socialmente aparecía como nuestro novio, —nunca lo desmentimos—, por eso algunos conocidos nuestros pensaban que los tres éramos novios y que vivíamos juntos. Esto ocurrió por lo que voy a relatar a continuación.
El día que fuimos para la perforación de oreja, le pedimos un piercing igual o similar al que nos había regalado para hacer nosotros un regalo, pero que se lo íbamos a pagar. Cumplió y allí mismo le hicimos perforar su oreja, montamos una ceremonia y lo convertimos en nuestro mejor amigo, comprometiéndonos a ayudarle a buscar pareja. La sorpresa llegó el siguiente fin de semana, cuando vino nos mostró sus orejas, en una llevaba tres y en la otra uno. Nos dijo que los tenía guardados y al perforarse para uno, decidió seguir perforando al día siguiente. La verdad es que le quedaba bien a nuestro amigo.
Así cada sábado era lo mismo, ayudaba a su abuela en los asuntos de la casa y del futuro hotel, por la noche nos íbamos después de cenar a una discoteca y luego, al regreso a casa, nos reuníamos en la habitación, charlábamos un rato desnudos para seguir calentándonos, nos dábamos una ducha y a follar.
Un sábado yo me encontraba un poco mal y no tenía ganas de nada. Eduardo me decía:
— Vamos al médico.
— No; yo sé lo que tengo, —era mi respuesta.
Sentía unos fuertes retortijones muy dolorosos en el vientre. Antes había tenido dolor de estómago y sentía deseos de vomitar, pero en mí eso es imposible porque no tengo retorno. Hago algunas arcadas, pero no devuelvo nada. Al parecer algo me había sentado mal y deseaba defecar, pero no podía. Entonces les dije que se fueran a la disco y se divirtieran, que se me iba a pasar con una paciente limpieza intestinal, que me debilitaría algo.
José había preparado una sala al lado de nuestra habitación para no molestar a la abuela si queríamos ver la televisión con nuestros programas.
— Os vais y yo os esperaré aquí viendo la televisión o quizá durmiendo, si es así, me despertáis al llegar.
Se fueron porque les insistí. Yo conseguí, después del cuarto intento, llenar cuatro veces mi recto de agua con sal. Al principio no entraba, se ve que el tapón no dejaba pasar, pero la perseverancia todo lo vence. A consecuencia de esto me quedé muy debilitado y me dormí. Solo llevaba puesto un short deportivo amplio por si tenía que regresar al baño. Me desperté con hambre y tomé líquidos de frutas para no recaer, pero me volví a dormir.
Cuando llegaron, me despertó Eduardo con mucho cariño:
— ¿Cómo te encuentras, amor?
— Ya estoy bien, solo un poco cansado, —y le expliqué todo lo que había hecho.
A su lado había un chico guapo, rubio tirando a rojo y un poco más alto que nosotros; debía tener la piel blanca, pero era del color del aceite y poco natural. Como no llevaba camisa, vi un pecho y un abdomen bien marcados y trabajados en el gimnasio, y una cintura que parecía el embudo del torso, de tan estrecha. Me causó buena impresión por su sonrisa de dientes tan blancos y boca grande.
— ¿Dónde está José?, —pregunté por si se había colado Eduardo con este chico.
— José está en la habitación pasando la borrachera. Este chico se llama Juan, se queda aquí contigo mientras ayudo a José para que se le pase la borrachera, —el chico sonreía muy simpático sin atreverse a decir nada.
Le invité a sentarse a mi lado y que me contara algo de cómo habían pasado la velada. Me contó que unos chicos que conocían a José le habían invitado a un cóctel y eso lo había dejado «caput», este fue el palabreo que usaba. Que le hablaba José mucho de mí y que yo lo había recibido muy amable tal como le decía Josė. Se lanzó me dio un beso rápido a mi labio inferior y cuando reaccioné ya se había separado. Volvió a darme otro beso y me mordió suavemente él labio. Le besé encerrando su labio superior entre los míos, luego abrió la boca y yo contacté mi lengua con la suya. Varias veces iba jugando así a picos con labios y lengua hasta que por fin le di mi boca para que la gozara y probé su lengua con sabor a licor fuerte. Yo le pasaba la mano por su muslo por encima del jean tan bonito que llevaba y él acariciaba mi muslo metiendo su mano por la pernera hasta rozar mi pene que ya se me ponía erecto. Mucho rato jugamos hasta que me miró fijamente y comenzó a tirar de mi short dejando todo mi cuerpo desnudo y visible. Me contemplaba sorprendido de ver mi polla casi erecta, grande y bonita, como sé que es. Estaba de pie delante de mí mirándome y asegurándose de mi ulterior reacción.
Le guiñé el ojo y entendió: «adelante», es decir, mi permiso para proceder. Se quitó su jean, vi su paquete voluminoso, con la polla bien marcada en su bóxer. Asentí con la cabeza. Se sacó el bóxer lentamente y lo dejó junto al jean. Se puso de rodillas ante mí, se inclinó y se puso a mamarme la polla. De vez en cuando me daba una dentellada ciertamente molesta, no jugaba bien los labios masturbando la polla, ni pasaba la lengua por el frenillo, porque no bajaba con los labios el prepucio. Estuvo un rato mamando la polla sin succionar hasta que me cansé y le dije:
— Disculpa, Juan, te la voy a comer yo y aprendes cómo se hace.
Se sorprendió de lo que le dije con una extrañeza transparente en sus ojos. Me la puse en la boca y le di una mamada magistral que rabiaba de placer; cuando le masturbaba, le pasaba la lengua por el frenillo; cuando me la metía hasta la garganta, de paso le di un par de mordiscos suaves al anillo y el frenillo, entonces escuché su voz de verdad dando gritos de placer. Al rato me dijo:
— Me voy a correr, me voy…, me corro, me corro.
Cerré los labios bien para que no escapara nada, iba tragando y cuando acabó, abrí la boca para que viera el último semen derramado en mi lengua. Me miraba con la boca abierta. Se me acercó lentamente y recogió su semen con su lengua y lo degustó. Nos besamos más y su boca ya no sabía a licores sino a su propio semen. Me sonrió y esperaba que le mandara algo.
— Puedes mamármela si quieres, ya has aprendido.
¡Qué mamada! Si la mía que le hice fue buena, Juan era un buen aprendiz y me hizo una mamada solo comparable a las que me hace Eduardo. Juan aprendía rápido y mejoraba lo aprendido. ¡Qué boca más rica para mamar! Me corrí sin avisar, no era necesario, mis espasmos lo delatan. Juan me hizo lo mismo ofreciéndome mi semen como néctar divino. Yo le di un beso mezclando salivas, semen y lenguas convirtiendo aquello en una agradable lefa para no terminar. Así se abre de nuevo el apetito de sexo.
Se sentó a mi lado como al comienzo y nos dábamos besos, yo le acariciaba las tetillas, lamía con la punta de mi lengua sus sonrosados y sobresalientes pezones, él se entretenía con mi polla. Al rato le dije:
— Como estos van a tardar quiero que me folles, pero antes has de preparar mi culo, ¿sabes hacerlo dándome placer?
— Sí; eso sí, por mi puta madre, te juro que quedarás contento.
— Pues comienza, no te corras y aguanta.
— OK.
Se volvió a poner de rodillas, me incliné contra el respaldo del sofá medio tumbado a lo perezoso, le ofrecí mi culo, poniendo dos cojines bajo mis lumbares y las piernas en alto con las rodillas dobladas que es como más aguanto sin cansarme. Lentamente me lamía mi culo, haciendo movimientos rápidos con la lengua como un conejito y metiendo lengua y dedo. Lo hacía muy bien, lento, pero me daba mucho placer con sus recorridos de lengua desde el culo al escroto y regresando, excitándome el perineo. Era un verdadero placer. Mordía y besaba, succionaba y soplaba, pasaba la punta de la lengua a la velocidad con que la ardilla roe. Yo deliraba de placer. Entró Eduardo al salón, se puso de rodillas a mi lado para besarme y se duplicó mi placer.
— Está durmiendo y ya le ha pasado lo peor, —dijo.
— ¿Qué le has hecho?, —le pregunté.
— Le he dado un vomitorio y mucho café, ha vomitado todo, lo he lavado en la ducha, le he vuelto a dar café, dos besos por ti, dos besos por mí y en un par de horas tendrá más ganas que nosotros tres.
— Bien hecho, pero yo lo estoy pasando de miedo con esta mágica lengua que tiene Juan, —le dije.
— Pero ya estás bueno, a punto, ¿quien prefieres ahora que te folle, Juan, yo o los dos?, —preguntó Eduardo.
— Pónmelo más fácil; ¡hala, a follar los dos!
Se tendió en el sofá Eduardo y me senté sobre su polla que ya estaba dura y entró con facilidad. Qué gusto tenía de tener a mi Eduardo dentro de mí. Me tumbé de espaldas sobre Eduardo para darle espacio a Juan. Juan se puso de rodillas sobre el sofá y acercaba a Eduardo hacia sí tirando de sus piernas con una fuerza increíble. Se ajustó y poco a poco metió su polla al lado de la de Eduardo. Me miraba para ver si me hacía daño, pero no quise quejarme ni poner mala cara porque lo que viene después siempre es mejor. Juan, al no quejarme ni hacer gestos de dolor, empujó sin parar y no dio cuartel a su pelea hasta que la metió dentro. Me sentía lleno a tope, como si tuviera deseos enormes de defecar; pero sabedor de esto, iba moviendo suavemente mi culo para que ambos se fueran acomodando y yo acostumbrándome. Hasta que llegó el momento en el que Juan se encontraba a gusto y le dio una palmada al culo de Eduardo. Este le dijo:
— Comienza que yo te sigo.
Así fue. Mientras Juan entraba, Eduardo salía un poco para que no se le escapara y así estuvieron un rato. Hubo un momento en que los dos hacían lo mismo porque ya no controlaban los movimientos. Entonces se acomodó mejor Juan poniéndose muy pegado al culo de Eduardo y se tumbó inversamente. Entonces me tocaba brincar a mí y la sudé pero sentí como Juan se corrió y contagió la agonía del orgasmo a Eduardo que igualmente se corrió, después me corrí yo, llenando el abdomen y pecho de Juan con toda la lefa que dejé escapar.
Juan comenzó a acariciarse el pecho y se iba comiendo mi semen como una crema untando su dedo en su pecho y poniéndoselo a la boca. Cuando acabamos, les dije a los dos que se habían ganado una mamada simultánea y se pusieron frente a mí. Pero al tener tanta leche dentro de mi barriga, le pedí a Eduardo una toalla para sentarme encima. Cuando mamaba a uno follaba con la mano al otro así iba alternando hasta que primero Juan se vino en mi boca y luego se puso conmigo a mamar la polla de Eduardo que de nuevo se corrió y su fruto lo recogimos entre las dos bocas. Al final nos fundimos en un beso catando la leche de Eduardo con sabor a la de Juan. Mientras tanto todo mi culo se había abierto saliendo las dos lefas mezcladas sobre la toalla.
Nos sentamos a ver una peli de las que tenía por allí José. No era porno, sino de humor y nos reíamos a gusto hasta llegar a olvidarnos de nuestra desnudez. Los tres teníamos las pollas lánguidas y caídas. Tanto fueron nuestras risas y habían pasado como dos horas que apareció por allí José y nos alegramos los tres de verlo entero. José estaba como sonámbulo y dijo que tenía hambre. A los tres nos pasaba lo mismo. Fuimos con cuidado a la cocina sin hacer ruido, además estábamos los cuatro desnudos, aunque casi no nos dábamos cuenta, recogimos unas cosas de comer y unas cervezas y nos las llevamos al salón de José. José no quiso cerveza y se trajo una botella de agua mineral con gas.
Comimos y luego decíamos de ir a dormir, pero José dijo:
— Mejor nos quedamos un rato más que hoy yo aún estoy virgen.
— Eso, eso, también tiene derecho, —dijo Juan.
Eduardo los hizo callar y dijo:
— Me parece bien, pero Ismael y yo queremos ver vuestra capacidad de acoplamiento. Es el momento de que os pongáis los dos en acción. Aquí sobre la alfombra os hacéis el amor como queráis y luego nos vamos los cuatro a dormir en la cama de José.
A los tres nos pareció la idea de Eduardo estupenda. Nos repantigamos en el sofá Eduardo y yo, mientras Juan se tiró al suelo, se tumbó de espaldas a la alfombra, levantó las piernas, se abrió lo más que pudo y doblo sus rodillas sujetando sus piernas por las espinillas. De este modo José entendió que tenía que follarlo. Le comió el culo, lo dilató pacientemente, le metía dedos y comenzó a penetrar empujando su polla dura. Fue entonces cuando Eduardo agarró mi polla y comenzó a masturbarme. Hice lo mismo para no ser menos y comencé a masturbar a Eduardo el compás de las entradas y salidas de José del culo de Juan. José entraba, yo bajaba el pellejo; José salía subía mi mano a la punta, pasando por la punta de flecha. Eduardo me imitó y hacía lo mismo a José.
Por fin Juan gritó tanto que seguro que escuchó la abuela y parte del vecindario. Y se corrió sin más, notaba yo los espasmos de José, debidos a su orgasmo. Y se corrió Juan sobre su propio pecho. Eduardo me dijo:
— Estoy a punto.
— Córrete en mi boca y no ensuciarás la alfombra.
Me puse de rodillas y me tragué toda la lefa de la polla que había ajustado en mi boca. Como solo me quedaba el sabor de la lefa, Eduardo no pudo probarla y me tiró al suelo y se puso a mamarme la polla hasta extraer toda mi lefa. José, sin salirse de Juan, se agachó para probar la lefa de su amigo. Sonrió y le dio un beso a Juan intercambiando jugos bucales, hasta que se escapó la polla de José del culo de Juan.
Nos fuimos los cuatro felices a la cama, dormimos por este orden, Juan, José, Eduardo y yo. Cada uno agarrado a su pareja. Habría pasado como más de una hora y desperté. Eduardo estaba dormido totalmente y escuchaba rumorear a Juan y a José. En un momento dijo Juan:
— Oye, José, ¿no te gustaría ser mi novio? Me gustas…
— Quiero ser tu novio, solo con una condición, te he de perforar la oreja para ponerte arete y perteneces a nuestro club.
— Encantado.
Nos hemos juntado muchas veces y de verdad que somos cuatro novios, dos más dos, pero algunas veces hacemos estas cochinadas de juntarnos los cuatro.
A la mañana siguiente, fuimos a desayunar bien peinados y lavados y perfumados y saludamos a la abuela como de costumbre, con el beso de sus nietos. Le presentamos a Juan. Lo miró detenidamente y dijo:
— ¿Tú no me quieres besar?
— Claro que sí, abuela, y quererla y visitarla…
José le dijo a su abuela:
— Abuela, eres la primera en saberlo y estos se enteran ahora gracias a que te lo digo a ti primero: Juan es mi novio…
— Abuela, y José es mi novio…, ahora sí quiero, pero… ¿me permite darle un beso, de verdad…?, —preguntó Juan.
— ¿A quién, a él? —dijo, señalando a José—, Yo no soy quien para imped…, —estaba diciendo la abuela y le interrumpió Juan.
— ¡No, no!, a usted, abuela, a usted.
— Venid, hijos, venid a mis brazos, es la mayor alegría que me podríais dar, los abrazó juntos y los besaba a uno y a otro sin parar.
No dije nada nunca a nadie de lo que había escuchado en la noche a excepción de Eduardo a quien se lo conté mientras nos duchábamos, como un secreto a mantener:
— Se han declarado, pero no sabemos nada, ya lo dirán cuando quieran.
En la actualidad Juan y José siguen juntos y verdaderamente enamorados. La abuela vive en una especie de suite del hotel que entre José y Juan han levantado en la casa de la abuela, es el hotel que en verdad hacía falta. Allí va ahora mi padre, cuando se acerca a ver a su compadre Onésimo. José sigue atendiendo la joyería en el otro pueblo donde ha empleado a una prima suya para no tener que estar siempre allí. Ambos negocios, según las noticias que tengo les van perfectamente bien, aunque hay que pelearla y trabajar mucho.