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Te comería el corazón

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“Si lo intento sé
Que apostando pierdo lo que gané
Fuerte e inmenso
Cuesta y me cuesta decirte que
Que si me apuesto sé
Sé que me perderé

Si en el filo del momento

yo perdiese la razón

(odio a fuego lento)

te comería,

te comería el corazón” ( Miguel Bosé)

 

 

15 DE AGOSTO DEL 2012

Había hecho una pequeña pausa en mis vacaciones y había regresado a Sevilla con motivo de la procesión de la Virgen de los Reyes.

Desde la declaración amorosa de Ramón, el período de descanso estival se había vuelto una especie de condena insoportable,  los problemas de consciencia se habían cebado conmigo y, con ese runrún constante en la cabeza, pocos habían sido los momentos de paz. Me sentía responsable de todo lo sucedido, como si mi condición sexual fuera algo reprobable y por la cual me tuviera que excusar cuando, por fin,  se supiera toda la verdad.

Tenía clarísimo que, una vez concluidas las vacaciones, debía dejar por finiquitada nuestra relación. Lo último que deseaba en el mundo era verme implicado en una historia sin final feliz y donde los daños colaterales serían enormes.

Sin embargo, nunca las cosas salen como uno quiere. Mi firme decisión de prescindir de los momentos sexuales con Ramón, se ha desplomado cuando él se ha presentado en mi casa, afrontando con total tranquilidad lo que nos está pasando.

Su forma de ver las cosas con total naturalidad y frescura (unido a mis pocas ganas de privarme de él), han conseguido que yo olvidara las enormes dificultades que entrañaban el seguir con lo nuestro, transformara mis miedos en indulgencias  y siguiera haciendo lo que mejor se me da: dejar que los problemas se solucionen (o pudran) por si solos. Dejando claro con mi actitud, una vez más, que no tengo rival en el deporte de huir hacia adelante. 

— Eres una de las personas con la que más confianza tengo…

—Sí, pero tienes  que reconocer que al principio te costó

—La verdad es que sí. ¿Recuerdas la primera vez que te follé?

—¡Claro que me acuerdo, pedazo de cabrito!

—Como bien sabes, follar es una las cosas que más me gustan del mundo, es algo para lo que siempre estoy más que dispuesto. A mí ( y no es ir de sobrao), las mujeres nunca me han faltado…

—Sí, siempre fuiste un poquito “picaflor”.

—Sí, pero desde que comencé a salir con Elena, me puse la mar de formalito. Desde que me casé, no he sacado los pies del tiesto —Al hablar sus palabras emanan nobleza y su gesto no entraña doblez alguna. Su enorme desparpajo no responde a  chulería alguna, es simple y llana sinceridad—. ¡Bueeeno!... Alguna vez que otra me he ido con Ervivo de juerga y he echado una canita al aire…

— Algunas veces, yo diría   bastantes veces, ¿no?—Recalco con cierta ironía al recordar el reciente incidente, por  el cual tuve que ir a buscarlo al puticlub de los Palacios.

—Si tú supieras lo cortito de “pienso” que me tiene mi mujer, ¡Ya te diría yo a ti! Como siga así, me va a pasar como a mi padre, que solo se clavaba el pobre cuando cobraba.

—Pues no te rindo las ganancias, pues tu padre al menos cobraba por semanas.

Sin poderlo evitar entre los dos ha vuelto a surgir esa confianza natural cultivada entre los dos durante tantos años y que nos empuja a decir lo primero que se nos ocurre, sin temor alguno a molestar al otro.

—Sí, es verdad. ¡Pero no me enree!,   que al final no lo  voy a terminar de contar…—Verlo reírse con esa expresión suya,  tan propia de los que disfrutan de la vida, me deja claro que  habría sido  muy difícil no terminar enamorándome de él—. Bueno, como te decía, en casa el sexo lo tengo a cuentagotas y de un tiempo a esta parte, ¡más todavía! Que mi mujer es tan fría que en vez de un coño parece que tiene un  frigorífico. Lo de  irte a un puticlub te puede servir de desahogo un día, pero  no es lo mismo...

—…arte que hartar...

—¿Me quieres dejar de interrumpir, pedazo de  cabrón? ¡Cómo se nota que se te ha pasado ya el “mosqueo”!

La verdad es que tiene más razón que un santo, mis motivos para estar enfadado se han difuminado con el buen rollito que ha surgido entre nosotros y me siento mejor a cada segundo que pasa. Aunque sigue habiendo un pedazo de mí que tiembla temeroso ante lo que pueda acabar contándome mi amigo, me noto bastante más relajado y feliz.

Siendo sinceros, lo último que yo deseo en este  preciso instante es dejar de tener sexo con Ramón. Cuanto más lo observo, más me apetece disfrutar de su cuerpo. La sinceridad de sus ojos marrones me tiene seducido completamente, esa comisura de sus labios que están pidiendo ser besados....Todo en él me parece  brutalmente hermoso, ¡si me gustan de él hasta las pequeñas arruguitas que se dibujan en su frente cuando habla!

—Bueno… sigo que nos van a dar las uvas. Cuando, tras la fiesta de antiguos alumnos y por casualidades de la vida,  descubrí lo tuyo, no me pareció mal dejar que me la chuparas. Aunque  he de admitir que estaba tan sorprendido, que no disfruté como debía.  Con todo el tiempo que hace que  te conozco y ni las más mínima sospecha de que te fueran estos rollos... ¡Y no me interrumpas! —Al decir esto enarca las cejas, en señal de reprimenda —.Pero después de lo del escampado  me quedé con ganas de más. A mí nunca se me había pasado  por la cabeza tener rollo con otro tío. De hecho  no me gustan los tíos...

— ¿Y yo que soy un perro? —Digo en un tono tan cortante, que me suena hasta desafiante.

—No, ¡no me mal intérpretes, hombre! —En su rostro asoma un gesto de preocupación evidente por la pequeña metedura de pata —.Es que yo no te veo como hombre... No, sé cómo explicarlo, yo te veo... no sé...Es tanto el placer que me das, tanta la confianza que  nos tenemos, que las cosas me parecen de lo más natural.  No  he sentido nunca  antes nada parecido por nadie. Es más, contigo  puedo dar rienda  por completo a mis fantasías sexuales y sin temor a equivocarme... ¡Quillo!, que sí sé de esto antes, ¡antes empiezo! ¡Ja,  ja, ja!

— Bueno, todo eso  que me cuentas está muy bonito y tal —Esto último lo pronuncio muy secamente, pues no me gusta el carácter frívolo que estaba tomando una conversación tan trascendente para mí—Pero ahora que tienes pensado hacer, porque supongo habrás pensado algo,  ¿no?

—Sí, seguir como hasta ahora, viéndonos cada vez que nos sea posible.  Tengo muy claro que  estar contigo es lo mejor que me puede pasar y no  quiero otra cosa. Sé que estoy engañando a mi mujer contigo, que es una putada para ella. Pero tampoco la cosa va de dulce entre nosotros, si no lo dejamos es por los niñas…

— Entonces, según entiendo,  seguir como hasta ahora significa que tú sigues con tu vida, yo sigo con la mía y cuando podamos coincidir...

—… hacemos el amor y lo que haga falta. Porque nosotros no follamos. ¡Hacemos el amor! ¿Te queda claro?—Esto último lo dice con una amable sonrisa, pero levantando ligeramente las cejas, enfatizando con ello el sentido que quiere dar a sus palabras.

—Cristalino como el agua. Me gusta bastante lo que me has dicho. No está  nada mal...—Me quedo pensativo durante unos leves segundos, sus palabras me han tranquilizado enormemente y así se lo hago entender—  ¿Sabes?, me quitas un peso de encima.

—¿Por?

—Porque creí que se te había nublao la sesera.

—¡Parece mentira que digas eso, conociéndome como me conoces!

—Por eso mismo, porque te conozco —Asevero mientras sonrío —Por cierto. ¿Tú que has dicho que haríamos cuando coincidiéramos?

Apenas he concluido de pronunciar la frase, cuando “mi” Ramón se levanta del sofá, coge mis manos y tira de mí para que me levante. Una vez me tiene frente a él, me aprieta apasionadamente entre sus brazos, su boca busca la mía y nos sumamos en un prolongado beso. En el momento que más estoy disfrutando y más entregado estoy, mi amigo me aparta de él suavemente.

—¡Espera, un momento! Tengo que ir por una cosa al coche.

—¿Que se te ha olvidado ahora?—Mis palabras están impregnadas de cierto fastidio, pues sin querer ha destrozado la magia del momento.

—¡Ahora,  lo veras...! — Dice, desapareciendo de mi vista y dándoselas un poco de misterioso

De vez en cuando le dan estos golpes de espontaneidad, sin venir a cuento, y de buenas a primeras,  hace algo que me deja un poco desmarcado. Sin saber que decir ni que hacer, opto por esperar a que regrese de la calle y que sea el tiempo quien que me dé las respuestas. Aun así, cuando regresa de la calle, creo que en mi rostro permanece la misma  expresión mezcla de perplejidad y expectación, de cuando salió por la puerta.

—¿Qué traes ahí?

—El traje para mañana y los avíos para afeitarme y demás. ¿No querrás que vaya a ver a la Virgen con esta facha?

Sin salir de mi asombro, muevo la cabeza repetidamente sin pronunciar palabra alguna.

—Me quedo a dormir esta noche aquí contigo y  mañana,  salimos de aquí directamente para ver a la Virgen.

—¡Tú... tú... tú estás loco...!

—Sí… —Se acerca a mí de un modo que roza lo teatral y me abraza —Por ti. Me tienes loco y lo sabes, así que no juegues a hacerte el tonto que ya no cuela.

Sus palabras culminan en un beso (otro más). Mi única respuesta ante su apasionado gesto  es aprisionarlo entre mis brazos y dejar que él me estruje entre los suyos. Es sentir el simple roce de su entrepierna con la mía y  percibo la dureza de su miembro viril. ¡Oh Dios, cuánto he echado de menos esto!

Sumidos en un acto irreflexivo, nos despojamos de todos los impedimentos que impiden la plena comunión de nuestros cuerpos. En breves instantes, una desenfrenada lujuria cabalga sobre nuestra desnudez como un caballo desbocado y  nos abandonamos al compás que marcan sus cascos.

Uno la punta de las yemas de mis dedos con su glande y un bufido escapa de sus labios. Él muerde el cartílago de una de mis orejas al tiempo que se aferra fuertemente a mis glúteos. Con la habilidad de un gatillo que ronronea, me zafo de su abrazo con la única intención de chuparle las tetillas, paso mi lengua por sus pezones, impregnando copiosamente esa zona de su pecho con mi saliva.

Oír sus prolongados suspiros de satisfacción me impulsan a proseguir con aquella placentera tarea. Estoy encantado de poder caminar con mi boca por su cuerpo, quisiera prolongar el momento durante unos minutos más, sin embargo Ramón me detiene diciendo: “No, mi vida. Mejor vayámonos a tu cuarto.”

Mientras avanzamos dados de la mano por las instancias de la casa que conducen a mi dormitorio, no puedo sortear observarlo detenidamente y llego a la conclusión de que es de las mejores personas que hay en mi vida ¿Cuánto tiempo llevo enamorado perdidamente de él? ¿Cuántas veces me he negado la realidad para no sufrir? Notar su vigorosa presencia, su generosa aura tan cerca, me hace sentirme afortunado y consigo olvidarme de todo los demás. Haciendo tan grande el momento, que las consecuencias de todo esto se tornan pequeñas.

Una vez en la habitación, nos tendemos sobre las blancas e inmaculadas sabanas que cubren la cama. Mi boca se une a la suya como si quisiera tragarme su esencia de un solo sorbo, nuestras lenguas parecen querer anudarse la una con la otra en un acto de placer simbiótico, nuestras manos, brazos y piernas se anudan  tal como si se fundieran en un solo cuerpo.  

Palpo su culo con ambas manos, el muy cabrón tiene unas nalgas dura de pecado. El contacto de mis dedos sobre esa parte de su piel, la cual está cubierto por un corto y espeso vello que lo hacen aún más deseable, hace que mi polla vibre. Este acto reflejo es percibido por mi amante, quien no puede evitar decir en un tono gracioso:

—Veo que también te gusta mi culo ¿ein? Pues, amigo mío,  es terreno prohibido.

—Pero tocarlo si podré, ¿no?—Respondo con mirada picara al tiempo que le doy un pequeño beso.

—Y, si quieres,  puedes pasar la boquita por él.

Lo bueno de hacer el amor con Ramón es que, además de ser un amante como la copa de un pino, nunca sabes lo que te puede deparar. Lo inesperado y lo cotidiano siempre van de la mano cuando estás con él. Ninguno de nuestros momentos sexuales ha dejado de superar  mis expectativas. Hoy, por lo visto,  la sorpresa es que quiere que le dé un beso negro.

La cosa me coge tan de improviso que no termino de creérmelo del todo e incluso creo que se está burlando un poco de mí. Sin pensármelo y, para corroborar si lo que me dice es cierto o no, lo aparto de mí, con la única intención de escudriñar mejor su rostro. Nuestras miradas se cruzan y sus ojos, a pesar de rebozar de lascivia, no pueden ser más sinceros.

—¿En serio?

—Sí, ¿por qué no...?  No me va a doler. Y tú estás deseando.

Como las oportunidades las pintan calvas, sin perder un segundo, pido a Ramón que se ponga de rodillas sobre la cama y  me agacho tras él, dejando que su hermoso y peludo trasero quede a la altura de mi cabeza. Inevitablemente, devoro golosamente con la mirada cada milímetro de su piel, al tiempo que dejo que mis dedos lo exploren meticulosamente. Es tocar sus nalgas y un electrizante  escalofrío recorre mi espina dorsal. 

Tras acariciar aquel esplendoroso  culo con sumo mimo, comienzo a pasar el pulgar por la parte central de sus nalgas.  Inesperadamente, mi amigo deja escapar  un quejido de placer. Escuchar sus jadeos es la prueba que necesito  para ratificar que se lo está pasando bien, me armo de valor y procedo a seguir acariciando su orificio anal con más esmero. Con sumo cuidado voy apartando, en forma de pequeños mechones, los alargados vellos púbicos que pueblan el caliente orificio.

Contemplo durante un breve instante al hombre que tengo ante mí y constato que no tiene desperdicio alguno. Metro ochenta de masculinidad, robusto y viril hasta decir basta, una enorme fábrica de testosterona capaz de poner  a tono al más pintado. Ese ejemplar de macho se encuentra postrado ante mí, para ser esclavo de mi lengua.

Aparto suavemente los redondos cachetes y me relamo morbosamente el labio inferior durante unos segundos. Sin hacerme más de rogar, siembro sus glúteos con pequeños mordisquitos que consiguen que mi amante concluya gimiendo más profundamente aún. Tras acariciar de manera comedida su agujero con la yema de mi dedo corazón, paso a tocar el enmarañado hoyo con mi lengua.

—¡Joder,.... qué rico...!—Exclama mi amigo entre suspiros.

—Es una zona muy sensible—Digo parando momentáneamente de lamer el exquisito manjar.

—¡ No pares!, ¡ufff!, ¡cabrón! ¡Qué peaso de lengüita tienes!

No sé qué me pone más, si poder saborear aquella parte de su anatomía, la cual hasta ahora había estado vetada para mí o, al contrario de lo que yo esperaba, descubrir que a Ramón también le gusta.

Con la banda sonora de sus bufidos inundando el aire de la habitación, la lascivia comienza a hacer estragos con mi imaginación.

En mi mente, ya no son mis labios los que caminan sobre el poblado agujero,  sino que son mis dedos los  que, suavemente y con mucho mimo, acarician esa zona erógena. Como la única respuesta que obtengo de mi acompañante son unos profundos suspiros, doy por aceptada mi osadía y  prosigo acariciando minuciosamente el estrecho  y velloso ojal.

Sin meditarlo un instante, ensalivo mi dedo índice e impregno con el viscoso líquido la rugosa superficie, la cual se estremece de un modo pasmoso al notar mi dedo sobre ella. Escupo copiosamente sobre él, para, seguidamente, masajear de nuevo la delicada zona. Acerco de nuevo mi boca a su ano  y puedo sentir como el rezuma calor. Sin poderme contener, mi paladar vuelve a degustar su intenso sabor de un modo desmedido, mi lengua transita por completo, y de un modo frenético, el sensual orificio.

Como un hambriento al que le ponen en la mesa los mejores manjares, mi boca da buena cuenta del  suculento culo que tengo ante mí. Lamo, golpeo con la punta, empapo con mis babas el delicioso boquete el cual  se me antoja la mejor de las “delicatesen”. El ritmo de este beso oscuro es tan intenso, que los suspiros de Ramón se acoplan al ritmo de mi lengua y se vuelven más prolongados aún.

Hurgo de nuevo con mis dedos en la caliente hendidura que, de manera inconcebible, he conseguido dilatar un poco, no lo suficiente, pero algo es algo. Intento introducir el meñique, pero me es imposible pues las paredes de sus esfínteres parecen estar pegadas y cierran  el paso, incluso para algo tan pequeño.

—Si quieres me pones un poco del lubricante ese—Su tono de voz es de total resignación—, pero hazlo con  mucho cuidado, por favor.

Su permisividad hace que me llené de júbilo. Así que no me hago de esperar e impregno mis dedos con el pegajoso líquido. Unos segundos más tarde, los colocó en la entrada de su ano y, muy lentamente, dejo que  viajen hacia el interior de su recto. 

Percibir como aquella inexplorada abertura se rinde ante mí, da como resultado que mi polla se mueva como si de un ente independiente se tratara. Consciente de lo doloroso que puede llegar a ser todo aquello, dejo que sea el cuerpo de Ramón marque el ritmo y, armándome de infinita paciencia, aguardo que sea su ano el que abra paso a mi dedo, y no al contrario.

Paulatinamente, tomándome mi tiempo, mi índice va traspasando la infranqueable frontera. Notar como mi dedo se interna en su interior, al tiempo que oigo  sus placenteros jadeos, consigue que me emocione de un modo tan brutal que, irreflexivamente, llevo una mano a mi pene para constatar su dureza y me comienzo a pajear.  

— Si te duele mucho, lo dejamos —Pronuncio  con mi boca más pequeña.

—Lo cierto es que me duele un poco, pero también me está gustando… ¡Me está gustando una barbaridad! ¡Sigue, mi vida sigue!

Las palabras de mi amante son el acicate que necesito para entregarme, más aún si cabe, a la tarea de dilatar su ano. Una vez compruebo que un dedo consigue entrar y salir con facilidad, decido que es el momento de intentarlo con dos. Aunque al principio los músculos de su recto se resisten un poco, con paciencia y saliva….

—Respira hondo, llena el estómago de aire, verás cómo así es más placentero —Mi voz transmite calma, pues mi única intención es reconfortarlo— Tranquilo, yo seguiré el ritmo que tú me marques.

Poco a poco el inexplorado hoyo va dejando pasar ambos dedos. Descubrir la flexibilidad que posee mi amante, me tiene completamente absorto. Unos breves instantes después su ano se ha adaptado por completo a la dimensión  de las dos falanges,  con lo que puedo meterlos y  sacarlos sin apenas dificultad.  Lo voy haciendo muy  suave al principio, para ir aumentando el ritmo a medida que el estrecho orificio va dilatándose.

—¡Jo! ¿Esto es lo que tú sientes cuando te la meto?

—No, Ramoncito. ¡No te confundas! ¡Nada es comparable a “cuando tú me la metes”! —Sentencio mostrando una sonrisa que es sensual y perversa por igual. 

Como considero que aquel orificio es capaz de tragarse algo más, unto tres de mis dedos con una cuantiosa cantidad de lubricante y procedo a internarlos en el oscuro  agujero.

Es tanta la  fluidez con que consigo introducirlos que mi mente da un paso más y busca un preservativo para rematar la faena.  Tras sacarlo de su envoltorio, visto mi pene con un traje de látex  y lo impregno con un chorro del pegajoso gel. En pos de comprobar si la poblada hendidura está preparada para una pequeña “estocada”, paseo la yema del pulgar sobre ella, compruebo lo ensanchada que está y mis expectativas se cumplen de sobra.

—Bueno, guapetón, ¡tú marcas el ritmo! —Mi voz suena con la arrogancia de aquellos que tienen la situación bajo control.

—¿Y eso cómo se hace?

La pregunta es tan ingenua que no puedo evitar sonreír muy levemente por debajo del labio.

—Eso es muy fácil, yo coloco la polla en la entrada de tu culo, tú empujas hacia detrás con fuerza y te la vas metiendo poco a poco —Mi explicación suena como la de un maestro que te explica cómo realizar la disciplina en la que es experto —. Sin prisas, que sea tu cuerpo el que controle y el que lleve la voz cantante en todo momento.

Haciendo caso de mis palabras, Ramón impulsa, todo lo que puede, sus caderas hacia atrás. Aunque al principio mi pene se resbala y parece no encontrar el camino, al tercer intento, mi polla se clava entre sus nalgas como un ariete. En el momento en el cual mi glande se introduce en su esfínter, el cuerpo de mi amigo pega un leve respingo y lo expulsa.

—Si te duele lo dejamos —Musito  de un modo que ni yo me creo lo que estoy contando. Mis ganas de entrar en él son tan tremendas que nublan toda empatía.   

—No, quiero que me hagas tuyo. Además, si tú aguantas que te meta  toda esta —  Sonríe ampliamente y me señala su miembro viril, el cual luce una esplendorosa erección —, ¡por qué cojones no voy a soportar yo la tuya!

Su descaro  deja entrever una  más que implícita aprobación. Sin reparos de ningún tipo, reemprendo lo que estaba haciendo. Posiciono mi verga en la abertura de sus glúteos, pego un pequeño empujón e introduzco la cabeza de flecha en su interior.

En esta ocasión, no soy rechazado y, muy despacio, voy introduciendo mi falo en sus entrañas.

Irremediablemente, oleadas de satisfacción me vienen a visitar. Placer que, por los prolongados suspiros que emite,  también es compartido por mi acompañante en la misma medida. 

Unos instantes después, cuando considero que su esfínter ha terminado de adaptarse a mi viril miembro y que el dolor ha dado paso al placer, comienzo a propinar unos enérgicos envites contra su cuerpo. El controlado mete y saca, da paso a una salvaje cabalgada que saca a relucir nuestra parte más oscura y más guarra. De repente el silencio de la habitación es sustituido por una retahíla de palabras soeces.  

—¡Jo, peaso de cabrón…! ¡Vaya follada que me estás metiendo!

—Te gusta, ¿ein?

—¡Una barbaridad, mamonazo! Pero no pares, ¡sigue dándome caña!

—Si no me dices que te gusta cómo te peto el culo, ¡te la saco!

—¡Aggg!... ¡Me vuelve loco que me petes el culo!

—Si eres un niño bueno y te portas bien —La chulería que impregnan mis palabras es impropia de mí—, prometo que te meto el “Lenny”.

—¡Ufff! Yo me porto todo lo bien que tú quieras, no sabes lo que me gusta que me revientes el culo. Si sé que esto está tan de puta madre, ¡antes lo pruebo!

—Pues cuando me canse de follarte te lo meto. ¡mmmmm! Vas a disfrutar como una perra, ¡so cacho cabrón!

—¡Sigue! ¡Sigue! ¡Dame más fuerte! ¡Ufff! ¡Reviéntame entero!

—¡Te voy a dar polla hasta que te salga por las orejas!

Estamos tan entusiasmado con el cruce dialectico, que nos dejamos llevar y ambos alcanzamos el orgasmo casi al unísono.

Cuantas veces he imaginado un momento como este, cuantas veces había despertado con los calzoncillos empapados de semen, cuantas veces había deseado que mis deseos se hubieran convertido en realidad. Horadar el culo virgen de Ramón era una de mis fantasías más recurrentes, pensar cómo sería estar en su interior, tener algo de él que jamás había compartido con nadie, es algo que se  ha ido convirtiendo en una lujuriosa y constante obsesión.

Hoy, me he  dejado llevar  por mi calenturienta imaginación, he recreado el momento  y no me ha importado que él estuviera  presente, lo he hecho de un modo tan real que ha sido como si lo hubiera vivido.  Porque no nos equivoquemos, Ramón no me ha dejado que lo penetre. Todo ha estado únicamente en mis pensamientos. Una fantasía más  de mi libidinosa mente. Llevo mi mano derecha a mi  polla y de su punta no para de parar líquido pre seminal. Lo que corrobora una de mis pequeñas teorías personales: el sexo es más mental que físico.

Del viaje onírico en el que me ha sumergido mi imaginación, se encarga de sacarme un súbito golpe de realidad. Una realidad en la que mi cuerpo sigue postrado a las espaldas de Ramón y con mi boca fundida a su ano. Un ano, a que diferencia de mi “sueño”, no había sido franqueado por mi masculinidad y permanecía virgen.

Inevitablemente, vuelco todos mis sentidos en el placentero beso negro que le estoy propinando a mi amante, sumergiéndome hasta el fondo en su lascivo aroma. Si me atengo a sus más que satisfactorios suspiros, debo suponer que lo estoy haciendo de maravilla, pues se lo está pasando de puta madre. Así que sigo disfrutando del momento, lamiendo el caliente orificio como un cachorro un plato de leche, apurando  golosamente cada gota, degustando cada milímetro de aquella deliciosa zona.

Tan entregado estoy que no percibo cómo el cuerpo de mi amante se estremece mecido por el placer y termina eyaculando. Si hay algo con lo que disfruto una barbaridad, es viendo al tiarrón de Ramón llegar al orgasmo. Todo su cuerpo se contrae, su pecho se infla y  vacía  todo el esperma que ha generado su cuerpo entre pequeñas convulsiones. Las extrañas muecas que asoman en su rostro son extremadamente morbosas y su mano se aferra a su carajo como si quisiera exprimirlo, como si no quisiera dejar en su interior ninguna gota de esa esencia vital.

Me levanto y me tiendo junto a él en la cama. Lo observo y no puedo evitar pensar que no me importaría que el mundo se parara en este momento. Me fijo en su mano impregnada con abundantes borbotones de semen, que le resbalan por el dorso. En un acto impulsivo, la agarro, busco su mirada con unos ojos impregnados de lujuria, sin darle tiempo a reaccionar, chupo glotonamente cada uno de sus dedos, limpiándolos por completo del pegajoso líquido blanco. Cuando concluyo con cada uno de ellos, paso mi lengua por el dorso hasta llegar a su muñeca, absorbiendo todo rastro del viscoso fluido.

Acto seguido, Ramón me coge por la barbilla, fija sus ojos en mí y hunde la punta de su paladar entre mis dientes, sin decir nada. El sabor de su saliva se mezcla con los restos de su esperma y la amalgama resultante pasa de mi lengua a la suya, mientras nuestros paladares se entrecruzan, creo tocar el cielo con los dedos.

La pasión se desata sobre nosotros y el prolongado beso da lugar a un abrazo. Sin ser consciente de ello, nuestros cuerpos  empapados de un deseo apagado danzan  descontrolados sobre las sabanas.

Tras unos minutos de desenfreno, el cuerpo de Ramón descansa junto al mío. Sé que si  alguno de los dos fumáramos, sería el momento idóneo para echar un pitillo.

Ni soy bajo, ni delgado, es más, mis trabajados músculos y mi semblante me dan un aspecto bastante  recio y varonil, pero no sé por qué, en momentos como el de ahora, cuando el hombretón que tengo a mi lado me echa el brazo por los hombres y hunde mi cabeza en su pecho, no puedo evitar sentirme de los seres más diminutos.

—¿Cómo coño quieres que no te diga que te quiero?

—Tú puedes decir lo que te venga en ganas, pero lo que no quiero es que hagas ninguna tontería, que ya bastante complicada es la vida para que nos  la compliquemos nosotros más. Lo nuestro, tal como está, ¡va estupendo! ¿Ok?

—No creo que vaya tan estupendo —Dijo Ramón en tono jocoso y con cierta chulería.

—¿Por?

—Porque yo me he corrido y tú todavía tienes la polla mirando al techo —Dice Ramón dejando ver una picaresca sonrisa en sus labios.

—Por eso no te preocupes, ahora tú me ayudas, que seguro que lo haces muy bien —Mi frase concluye con un pequeño beso en su mejilla.

—No hay problema, tú sabes que siempre estoy a tu entera disposición. Pero hoy va a ser distinto a otras veces.

—¿Qué? —Levanto la mirada un poco receloso, pues lo conozco y sé que me tiene preparado una “sorpresita” de las suyas—¡Miedo me das cuando te pones así! ¡Qué tienes más peligro que una caja de bombas!

—No te asustes hombre —En su gesto se pinta ese desparpajo suyo natural que roza la chulería —, que verás cómo te gusta.

—¿Qué me va a gustar? ¡No sé yo que decirte! ¡Que de tus sorpresitas no me fio un pelo! —No puedo reprimir una sonrisa de satisfacción —¿Qué peliculitas has estado viendo tú este  verano!

—Ninguna, pero se me ha ocurrido una cosita que sospecho no te va a desagradar.

—Sabes que me tocas los huevos cuando te pones así… ¡Suelta prenda ya, cojones!

—Primero contéstame a una pregunta —En su rostro se pinta la sonrisa de un niño que se ha comido el chocolate.

—¡Pregunta ya y déjate de misterios! —Grito yo bastante impaciente.

—¿Confías en mí?

—Pues claro que sí, ¡a buenas horas mangas verdes!

—¿Harías todo lo que te pidiera?

—¡Claro que sí, cabrón! Después de comerte la polla y el culo, yo a ti te como el corazón si hace falta.

—Aunque es algo diferente a lo que hemos hecho hasta ahora, no es nada tan radical como devorar un corazón, pero es evidente que se te ve dispuesto —En su afán de alargar el suspense, encoge el mentón y respira profundamente.

—Bueno, ¿me lo vas a decir ya?

Para dejarme sin replica alguna, posa su dedo índice sobre mis labios  y me dice:

—¡Chisss! ¡Calla!, todo a su debido tiempo.

 

  Querido lector acabas de leer:

TE comería EL corazón "

Décimo segundo episodio:

Historias de un follador enamoradizo.

 Continuará próximamente en

"el MUNDO se EQUIVOCA"

 

Estimado lector: Este episodio es el cuarto  (de seis), del arco argumental titulado “Follando con mi amigo casado y el del ADSL?”. 

Si te gusto ahí te dejo los links de los dos anteriores episodios: "El sexto sentido" , “La procesión va por dentro” y "Las amistades peligrosas"

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