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A la próxima ¡me la metes! (1)

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— ¡Nos vemos, Marcelo, ten cuidado, volveremos el miércoles en la noche!— fueron la recomendaciones de mi madre poco antes de partir a pasar unos días en una playa, para mi esa playa es aburrida porque todos los que van son gente mayor como mis padres, que contratan un hotel solo para ellos y a saber qué harán por allí.

Me encontraba entre feliz y ansioso de estar solo en casa, no era la primera vez, de modo que sabía lo que tenía que hacer, prepararme la comida, porque la empleada también descansaba, y, llegados al extremo, siempre podía pedir algo por teléfono como pizza o alguna de esas mierda que se venden con reparto a domicilio.

— ¡Se fueron mis viejos…, ¡bien!!, ahora me quedo de amo— pensaba desde que escuché arrancar el auto, el BMW 330d de 265 CV y salí a la puerta a despedirlos.

Por lo que voy a contar, quizá alguno se extrañe de cómo mis padres soportan mi comportamiento. A ellos les da lo mismo, ellos van a su bola, solo quieren que yo cumpla con mis estudios; lo hago y soy bueno en ello. Lo otro que desean es que no escandalice a los de nuestra clase social. Hago mis escándalos lejos de nuestro ambiente social. Para ellos soy buena persona y responsable. Eso les basta.

Toda la ciudad estaba de fiesta, estas fiestas propias de las comunidades autónomas se hacen largas porque se aprovecha para hacer un puente, pero también fastidiosas porque todo se pone patas arriba. Decidí que algo tenía que hacer, además de mis tareas. Me desnudé sacándome los pantalones de chándal y mi camiseta de tirantes, no me gusta para nada ese anglicanismo de «T shirt», me parece muy cursi.

Tenía tareas de matemática, las hice en un periquete; para mí las mates están ‘chupao’; otra de dibujo que era algo más peliagudo, pero igual me lo saqué de encima. Vale…, ¡ya estaba listo! Me iba a duchar, pero pensé que antes me merecía un porro, subí a una silla, tomé el paquete en lo alto del anaquel donde estaba la hierba, armé mi canuto, y tras encenderlo lo aspiré profundamente. En cosa de minutos la realidad se me hizo extraña, lejana, pero deliciosa. Pasó un tiempo y por fin me duché.

En el baño di el agua caliente. En la entrada de la primavera, hace calor en algún momento, y estos días estaban pronosticados como un adelanto del verano, pero las mañanas son frías y hay que abrigarse con algo si se sale de casa. Lo mismo pasa con la ducha, vale aún el agua caliente. Pero a mí me gusta pasarme por mis huevos y mi pene, incluso por el perineo, la lluvia fina de la ducha que esa parte por ser tan sensible me hace levantar la polla y lo disfruto enormemente, luego ya estaba preparado para darle al manubrio con la polla hasta eyacular y ver cómo el agua se lleva toda mi lechada por el desagüe. En cierta manera siempre me viene un sentimiento de culpa porque unos posibles hijos se fueran de esa forma, luego me perdono yo mismo porque no voy a tener hijos, soy demasiado gay para eso, ni en adopción podría.

El agua tibia corrió por mi cuerpo, la sentía «sedosa«, no encuentro mejor calificativo para darle al agua después de masturbarme, la sentía diferente; luego disfruto de las sensaciones resbaladizas que me proporciona el champú en mis largos cabellos que me llegan algo más abajo de los hombros. Todavía hoy me vuelvo loco con el perfume del champú Bed Head que uso; me hace salir de mí mismo como si mi pelo tuviera personalidad propia. Hasta mi madre, a la que no le falta el dinero, siempre me decía —ahora ya no—, que acababa demasiado pronto el frasco. Lo que yo deseaba siempre era embadurnar de ese perfume mi cabellera y luego el gel para mi cuerpo, extendiéndolo de manera muy sensual como sabía hacerlo tocándome placenteramente cada rincón de mi cuerpo, y por fin nuevamente el agua y la suave irrigación fina en mis genitales para hacerme regresar a mi situación. Las sensaciones de irrealidad son magníficas, sentir mis manos en mi cuerpo que iban haciendo en mí una cadena de pura sensualidad que no siempre podía manejarla muy bien, sólo ocurría sin que pudiera controlarlo. Me resistí a correrme con otra paja.

Salí de la tina y el vapor daba imágenes teñidas de alucinación en la «sala de los espejos« como llamábamos al baño cuyas cuatro paredes, incluidas las del cubículo de la ducha, son espejos de siete milímetros de grosor. Así, uno podía contemplarse a gusto, por todos sus lados, supongo que eso era especialmente dedicado a mi madre, pero lo heredé yo cuando mis padres se mandaron hacer un baño particular en su dormitorio. Es que a los arquitectos siempre se les olvida hacer cosas útiles. Me contemplé en los vidrios humedecidos, bailé, moví mi culo y mis caderas, me contorsioné mi cuerpo y me la pelé. Mis dieciocho años estaban reflejados en los vidrios, mi pelo mojado hasta más allá de los hombros, más oscuro por la humedad, mi torso delgado, pero no flaco, —en mi casa se podía ser flaco, pero jamás, ¡jamás de los jamases!, gordo—; mis caderas jóvenes solo necesitan un nº. 3 de speedos y, en el reflejo de los espejos astutamente dispuestos para poder apreciarse desde todas las perspectivas; podía ver además mi trasero, de esos que llaman «culo tonificado», es decir, cada nalga era casi perfectamente redonda, voluminosa, de esas que yo sabía que era atracción no sólo de las chicas, sino además de los muchachos de cualquier edad; mi hermana, mi madre y aún a veces mi papá me daban pequeños pellizcos y no dudaban en decir que mi culo había sido hecho por unos magos. En medio de mis piernas un pene que estando lacio medía unos diez centímetros y cuando se me levantaba llegaba a los dieciséis y algo más de centímetros, con un grosor de tres centímetros. Sí, me lo había medido varias veces. Circunciso, mi piel estaba estrecha desde que nací y mis viejos me operaron haciendo de mi pene un nabo sin piel. Mi pubis siempre lo tengo con los pelos recortados. Todavía no me he depilado por láser mi pubis; lo he hecho en mi pecho, piernas y brazos, incluidas axilas. De ombligo a huevos me falta y no estoy seguro de hacerlo, igual que la cara que me aconsejan los del equipo de depilación.

Me empecé a secar con la toalla y me sentí el cuerpo, la verdad es que sin querer ser narcisista ni pretencioso, soy un chico bastante buen mozo, tenía éxito con las chicas y en las fiestas no era extraño que alguna se acercara con abiertas intenciones sexuales.

Pero, ¡ay!…, algo no andaba bien en mí, es decir, las chicas me encantaban, sí, la lista no era muy larga pero satisfactoria, Alba, Estela, Diana, Leyre, Celia, Mireya, Sabrina…, a cada una las había tocado por todos lados, jugábamos a tener sexo, me habían tocado, incluso me lo habían chupado y yo había lamido coñitos suaves, casi sin pelos, otros algo más peludos, tetitas, etc. Cada pasada de toalla por mi cuerpo con estos personajes danzando en mi delirante imaginación hacía que mi respiración se hiciera más agitada. De entre todo, surgió Francisco Javier, lo llamo Javi, como le gusta a él. Javi es un nombre para ir por casa—, ¡él es precioso!, de dieciocho años como yo, borrachín y drogado en cualquier momento.

***** ***** *****

Estuve en su casa anoche, es mi amigo —lo son nuestras familias aunque no para todo—. Hablando y jugando, Javi me tocó el culo en su casa, la electrizante sensación me sobrecogió y sin ser muy capaz de reaccionar debido al alcohol y la marihuana, lo dejé, primero con reticencia, y luego con un creciente y expectante placer. Me tomó entre sus brazos y, sin decir «agua va», me plantó su boca en la mía. Sus labios me resultaron muy sensuales y me impactaron, este beso fue a boca cerrada primero y luego abrió la suya, su lengua serpenteó entre mis labios para llegar a tocar la mía, yo tenía mis ojos muy abiertos, pero no hubo caso, le respondí positivamente y nos dimos un beso larguísimo, nos quedamos sin aliento, no me resistí y le retribuí su abrazo, estrechándolo contra mí. Mi erección se unió a la suya y empezamos a frotarnos.

— Eres un maricón, Javi, —le dije entre reproches e impulsos a que siguiera con lo que hacía.

— Es que tienes un culo tan rico, ¡joder!, —a lo justo nos manteníamos aún en pie.

— Mmm...!— fue mi respuesta.

De pronto, nos vimos en el suelo de la cocina de su casa e hicimos bastante ruido empujando unas sillas. Sus manos acariciaban por entero mi espalda y mi cintura por debajo de mi ropa para encontrarse con mi bóxer, quedando aprisionadas por mi cinturón. La aventura terminó de manera rápida y alarmante debido a que su padre tronó por las partes altas de la casa.

— ¡Javier, ¿qué haces?, que ya son las tres de la mañana…¡joder!, —lo oímos bajar y nos arreglamos rápidamente, yo me acomodé mis pantalones y mi pene que estaba duro como un palo y baboseando ya su punta, y lo mismo el bueno de mi amigo Javi que de acalorado por su pasión pasó en segundos a un lívido rostro de transparente palidez.

— ¡Vamos, coño!,— ¡que ya es tarde, además noto que ya estáis colocados los dos…!, —dijo su padre.

— ¡Buenas noches, señor Francisco! —Fue mi respuesta cuando el enfadado padre de Javi me dejó en mi casa a las cuatro de la madrugada y no me respondió ni cuando arrancó el auto para irse.

Como era de esperar en mi casa todos dormían porque al día siguiente mis padres viajaban y mi hermana se iba con amigas. Yo me dirigí a mi habitación, sin lavarme los dientes ni nada, me metí a la cama repleto de imágenes, sensaciones y deseos. No pasó más de un minuto y podía sentir la dureza entre mis piernas, saltaba mi pene a cada momento, el beso de Javi aún ardía en mi boca, sus manos que sólo tocaron un poco de piel cuando enrolló mi camisa hacia arriba y me acarició desde mis omoplatos, mi pecho, mi espalda, y finalmente sus manos adentrándose bajo mis pantalones, para llegar a tocarme las nalgas, aunque solo las que sintió con mi bóxer entre mi piel y sus manos. No resistí más, me agarré la polla entre manos, y me lo empecé a menear furiosamente sin piedad; las imágenes y las sensaciones invadían mi retina y mi piel a torrentes que no podía ni quería controlar; esta estaba resultando la más abrumadora y deliciosa paja que me había hecho nunca en mis ya casi siete años de pajero. El beso de Javi aún seguía vivo en mis labios, y los pocos segundos que su lengua estuvo en contacto con la mía los estaba reviviendo de una manera tan intensa como nunca había logrado ni en mis más febriles imaginaciones. ¡Sssschruuuuuuuummmmm!, —el orgasmo que me sacudió fue asombroso.

Gemí exclamando como un animal, al extremo que mi cuerpo se encontró como electrificado y despegué mi culo de la cama para quedar suspendido en mis talones y hombros, arqueando mi cuerpo.

— Aaaaaaggggg….!!!!

El primer chorro fue a dar más allá de mi cara para ir a parar a mi pelo, el siguiente fue contra mi cara, al igual que el tercero que además me cayó en la boca, los demás mojaron mi pecho, mi vientre, para quedar goteando sobre los recortados vellos de mi pubis.

Me fui relajando lentamente y caí sobre la cama exhausto; parte del esperma más espeso que había expulsado recién estaba en mis labios, la libido no me dejaba y simplemente abrí mi boca, el semen se escurrió lentamente entre mis labios y lo agarré con mi lengua, un extraño sabor, ni dulce, ni salado, ni amargo, me recordó le sensación de un membrillo aún verde. Me dormí, soñaba con chupar pollas enormes, descomunales y tragarme el semen.

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(Continuará. Son 5 sesiones, partes o capítulos)

(10,00)