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Almuerzo especial (capítulo 1)

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Archivaldo entró en “Jimmy's La casa del buen comer”, justo antes del mediodía y descubrió que era el único cliente que almorzaba. Todas las mesas estaban vacías. Diana se paró en la puerta de la cocina y lo saludó con la mano cuando lo vio.

—¡Oye, Archi! —ella gritó—. ¿Cómo está tu día?

—Bien, Diana —contestó Archivaldo. Fue a su puesto habitual y se sentó.

Era un hombre delgado de unos treinta y tantos años, con apenas una ligera capa de color gris comenzando a aparecer en su cabello oscuro.

Diana no sabía exactamente a qué se dedicaba él, pero sabía que tenía algo que ver con las computadoras. Él era su cliente habitual favorito. Cogió la jarra de agua y un vaso limpio y se acercó a su mesa.

—¿Cómo va tu día? —preguntó.

—Oh, tú sabes —contestó él.

Ella puso el vaso frente a él y le sirvió un vaso de agua. Cómo siempre ella lucía una impecable melena pelirroja.

—Que silencio, ¿eh? —dijo ella con tristeza mirando el restaurante vacío—. Último día. Todo el mundo ya nos ha dado por cerrado.

—Aún es temprano. Tendrás clientes más tarde.

Ella rio, sus ojos verdes brillaron por el optimismo de Archivaldo.

—Tal vez. Realmente no importa en este punto, ¿verdad?

—Supongo que no —Archivaldo dio unas palmaditas en la mesa de madera—. ¡Último día! Qué pena. ¿Cuánto tiempo va a estar cerrado?

—Un mes. Jimmy quiere abrirlo como club de striptease la primera semana de mayo. Cree que puede cambiarlo en un mes.

—¿Pero hoy es tu último día?

Diana asintió.

—Después de hoy, estoy desempleada.

—Lo siento. ¿Jimmy no te va a dar trabajo en el club de striptease?

Diana sonrió levemente.

—Ha hecho una oferta. Pero no es para mí —ella se encogió de hombros—. Hay otros restaurantes. Encontraré otro lugar para ser mesera.

—Espero que me digas dónde terminas. Voy a necesitar un nuevo lugar para almorzar.

Ella asintió.

—¡Claro! Te lo haré saber.

Las paredes y el techo del lugar fueron construidos con madera oscura pulida, al igual que las mesas y los reservados. La madera parecía absorber la luz, haciendo que el restaurante pareciera oscuro a pesar de las ventanas abiertas. El suelo estaba cubierto por una fina alfombra verde que se había desvanecido y descolorido a lo largo de los años por los derrames y las manchas.

—Es difícil imaginar este lugar como un club de striptease. Creo que Jimmy tendrá que cambiarlo un poco —dijo Archivaldo con melancolía.

—Tiene los planos hechos —dijo Diana—. Los he visto algunas veces.

También miró a su alrededor, tratando de imaginar el interior que siempre había considerado anticuado y elegante, transformado de repente en las luces intermitentes y la música de un club de striptease.

—Veamos… —dijo—. La barra estará en el mismo lugar, por supuesto. Allí, en ese lado de la habitación, ahí es donde estará el escenario. Esa pequeña área a la derecha, es donde Jimmy va a poner una pared para cerrarla y ahí es donde estarán las salas de baile privadas.

—¿Salas de baile privadas?

—Sí. Ya sabes... Para bailes de regazo y esas cosas —señaló hacia la cocina—. A los cuartos de almacenamiento de la cocina, Jimmy los convertirá en los camerinos de las chicas. Tendrán una puerta que conduce directamente al escenario. Todavía necesitará una cocina, pero será mucho más pequeña.

Se volvió hacia Archivaldo y sus ojos se posaron en un rayo de sol que cruzaba la mesa desde fuera. Con voz suave, casi como si estuviera hablando sola, comentó:

—Las ventanas estarán tapiadas.

—¿Sin ventanas?

—Los clubes de striptease no pueden tener ventanas.

Diana negó con la cabeza. A ella no le importaba. Ella se habrá ido muy lejos.

—¿Necesitas un menú? ¿O ya sabes lo que quieres?

—Tal vez debería mirar un menú hoy. Es mi última oportunidad de pedir algo y hay tantos elementos en el menú que nunca he probado. Tal vez debería comprar algo nuevo.

—Como gustes —dijo Diana—. Pero si quieres mi consejo, creo que deberías pedir uno de tus favoritos. Pide un Club Sándwich. Sabes que Jimmy puede cocinar uno de esos.

Archivaldo se rio entre dientes.

Diana se acercó a la estación de meseras y tomó un menú. Regresó y se lo entregó a Archivaldo.

—Pide lo que quieras. Te daré un minuto, ¿de acuerdo? ¿Algo de beber?

—¡Sí, definitivamente voy a tomar mi bebida habitual!

Diana sonrió.

—Un whisky con hielo, a punto.

Caminó hasta la puerta de la cocina y la abrió. Jimmy estaba sentado en la cocina, viendo jugar a los Medias Rojas en la pequeña televisión. Era un hombre generalmente delgado, excepto por un ligero estómago que colgaba de su cinturón cuando se sentaba. Tenía el pelo corto y rizado y la sombra de una barba incipiente en la barbilla y el cuello.

Miró a Diana cuando entró.

—Parece que vas a tener que trabajar hoy, Jimmy —dijo Diana—. Tenemos un cliente.

—¿Tenemos? —parecía sorprendido.

Pensó por un momento antes de adivinar. —¿Archivaldo? Mm-hmm. Pidió su whisky con hielo. ¿Y un Club Sándwich?

—Todavía no ha decidido qué quiere para el almuerzo —contestó Diana.

Ella se apoyó contra la encimera de madera, mirando a Jimmy mientras buscaba el whisky. Las botellas de la barra ya estaban empaquetadas, y los vasos almacenados en cajas.

—Sabes, sería más fácil si hubieras etiquetado esas cajas con lo que hay en ellas.

—Lo sé. Aún no lo he hecho, yo te la busco.

Encontró la botella que quería y la sacó. Le sonrió a Diana y le mostró la botella más cara que tenía. Diana parecía convenientemente impresionada.

—Archivaldo ha sido un buen cliente. Voy a prepararle el mejor whisky con hielo que haya probado —Jimmy se encogió de hombros—. Quizás todavía sea uno de mis clientes habituales cuando vuelva a abrir.

—Tal vez. Quién sabe. Todavía necesitará almorzar en alguna parte, y no creo que tu club de striptease tenga mucho menú.

—Tendremos un almuerzo buffet de lunes a viernes —dijo Jimmy—. Pizza, taquitos, mini quesadillas. Ese tipo de cosas. Diana sonrió y puso los ojos en blanco.

—Sí. Como dije, no hay mucho menú.

Jimmy miró las cajas sin etiquetar.

—¿Quieres venir mañana? ¿Ayudarme a organizar las cosas? Otro día de paga.

Ella sacudió su cabeza.

—No, Jimmy. Quiero descansar este fin de semana para poder comenzar la búsqueda de trabajo el lunes.

—¿Estás buscando otro trabajo de camarera?

—Sí. Necesito ir de un lugar a otro para obtener solicitudes, tratando de averiguar quién está contratando.

—Bueno, ya sabes... Siempre puedes aceptar mi oferta.

Jimmy la miró por el rabillo del ojo. Diana suspiró.

—Vamos, Jimmy. ¿De verdad me puedes imaginar como una stripper?

—¿Por qué no? Eres buena con los clientes y tienes un cuerpo de dinamita. Ya te dije, solo te pediría que te desnudas hasta que contratemos suficientes chicas. Después serás la gerente. Uno de los jefes. Yo necesito tu ayuda para administrar el lugar, y sé que lo harías bien.

—Las strippers tienen que saber bailar. Nunca he tomado una clase de baile en mi vida.

—¡No tienes que saber bailar! Solo muévete de un lado a otro, mueve tu trasero, sacude tus bubis, eso es todo.

Jimmy lo demostró con un torpe movimiento de hombros que hizo reír a Diana.

—¡A los chicos que miran, no les importa si puedes bailar o no! ¡No es un pinche ballet! Solo están allí para pasar un buen rato, ver a algunas chicas bonitas.

—Sí, claro —dijo Diana—. Chicas guapas. Ahí es donde pierdo. Parezco una mesera.

—¿Estás bromeando, verdad? ¡Eres increíblemente hermosa Diana! Serías mi mejor atracción. Los chicos vendrían solo para verte. Demonios, ahora lo hacen.

Diana era preciosa, era una de las mujeres más hermosas que Jimmy había conocido, alta y estilizada, poseía una larga y rizada melena pelirroja que acababa donde empezaban sus redondas nalgas, sus dulces ojos eran verdes, el rostro afilado, labios firmes el inferior más grueso que el superior pómulos altos y traviesa nariz respingona, bonita como ninguna así era Diana y ella lo sabía.

Diana se rio.

—No lo creo. Pero gracias.

Jimmy terminó de preparar la bebida y la empujó a través del mostrador hacia ella. —¿Quién más está ahí fuera? ¿Sólo Archivaldo?

—Creo que sí. A menos que haya entrado alguien más desde que volví aquí.

Jimmy asintió.

—Probemos un experimento.

Cogió el cuello de la blusa de Diana. Ella miró hacia abajo, confundida, y vio que sus dedos estaban desabrochando hábilmente sus botones.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella nerviosamente mientras él bajaba por la parte delantera de su blusa.

Su piel hormigueo de placer ante lo que imaginaba iba a suceder.

Después de terminar con sus botones, Jimmy le abrió la blusa. Observo goloso que Diana llevaba un sostén negro debajo. Le gustaba cómo el color oscuro a veces se mostraba a través de la fina tela de su blusa blanca.

Tenía la blusa metida en la falda y Jimmy se la quitó con cuidado.

—Quiero que lo pruebes —dijo—. Mira cómo se siente.

—¿Qué pruebe que cosa?

—Date la vuelta —ordenó Jimmy, y Diana se volvió de espaldas a él, sin razón aparente obedeció, su instinto animal la llevaba a dejarse desnudar por su aún jefe.

Jimmy le quitó la camisa de los hombros y la bajó por los brazos.

—Cuando le lleves a Archivaldo su bebida —dijo Jimmy, —quiero que intentes hacerlo sin ropa.

—¿Sin ropa? —Diana se sorprendió—. ¿De qué diablos estás hablando, Jimmy? ¿No puedes querer decir que quieres que salga desnuda?

—Claro, ¿por qué no? Dijiste que solo Archivaldo está ahí, ¿verdad? Es el único en el local. ¿Y no es tu amigo?

—¡Pensará que he perdido la cabeza si me ve salir sin ropa!

—No, no lo hará —la voz de Jimmy era tranquila y relajante—. Pensará que sus sueños se están haciendo realidad, eso es lo que pensará. Ese hombre ha estado con la vela prendida por ti durante meses.

—¡Oh, eso no es cierto!

—¿No es cierto? Ha venido aquí todos los días para almorzar durante casi un año. Créanme, no soy tan buen cocinero. Él siempre se sienta en tu sección, y si no estás, pregunta por ti. ¿Te ha preguntado a dónde vas a trabajar después de cerrar esto?

—Le dije que no sé dónde trabajaré...

—¡Ajá! —Jimmy asintió triunfalmente—. ¡Así que preguntó!

—¡Eso no significa nada!

Diana se dio cuenta de que su sostén ya no estaba, Jimmy se lo había quitado, y ahora él estaba en el proceso de desabrochar su falda.

Ya la tenía medio desnuda y ahora estaba trabajando de la cintura hacia abajo. Diana puso su brazo sobre sus pechos tibios, los pezones comenzaban a tener una candente rigidez.

—¡No importa de todos modos! ¿Y qué si viene aquí a verme? ¡Eso no significa que quiera que me vea desnuda!

—Solo explícale lo que estás haciendo —dijo Jimmy—. Dile que estás tratando de decidir si quieres aceptar mi oferta para trabajar en el club de striptease. Archivaldo no tendrá ningún problema con eso, te lo prometo.

Jimmy le pasó la falda por las sensuales caderas hasta que se deslizó por sus maravillosas y torneadas piernas hasta el suelo. Diana se volvió, todavía sosteniendo su brazo sobre sus tetas firmes, su cabeza comenzaba a llenarse con libidinosos pensamientos, muy a su pesar.

Llevaba un delantal blanco atado a la cintura, lo que ayudaba a ocultar el hecho de que no tenía nada más debajo de la cintura a excepción de sus bragas negras de encaje y un par de tacones negros.

—¡Estate quieto, Jimmy! —Ella lo miró a los ojos, tratando de transmitir su seriedad. Aunque en lo profundo de su corazón anhelaba experimentar la desnudez delante de Archivaldo.

—¡Realmente no soy del tipo que acepta un trabajo como stripper para tu nuevo club! ¡Realmente no lo soy! —dijo Diana como si hablara para ella misma.

Jimmy simplemente negó con la cabeza.

—No te voy a creer hasta que al menos hayas probado esto.

Le tendió la mano.

—Bragas, dame tus bragas.

Diana se mordió el labio, por su columna sube y baja una vibra agradable de sensualidad. Ella se agachó y, a regañadientes, se bajó las bragas por las piernas. Unos sentimientos contradictorios la llenan, por un lado siente pena y por el otro un apetito sexual. Las recogió del suelo y las colocó en la mano extendida de Jimmy.

—Genial, —dijo—. ¿Ahora creo que tienes un cliente esperando su bebida? —Jimmy señaló la puerta.

—No puedo creer que esté a punto de hacer esto —dijo Diana, tratando de ocultar su emoción.

Dejó caer el brazo de sus pechos y tomó el whisky de Archivaldo. Cuando miró a Jimmy, él estaba mirando su pecho y asintiendo con aprecio.

—Las mujeres pagan miles de pesos tratando de conseguir tetas como esas. Y todavía no pueden conseguirlas. Alegres como el sol y suaves como un sueño.

—Vas a hacer que me sonroje —dijo Diana, y se preguntó si no se estaba sonrojando ya.

—Es la verdad. Eres un diez natural, Diana.

—Oh, por favor.

Diana se detuvo un momento frente a la puerta, calmando sus nervios. Esto es de verdad, una cosa es fantasear y otra es vivirlo. Se sintió como si estuviera a punto de sumergirse en una piscina fría. ¿Qué pensaría Archivaldo cuando la viera? Diana podía sentir su corazón temblando. ¿Cómo podía ser una stripper cuando sintió tanta ansiedad ante la idea de estar desnuda frente a alguien?

A las tres, se dijo a sí misma.

Uno. Dos. Tres.

Abrió la puerta y entró. Una rápida inspección de la habitación mostró que, afortunadamente, Archivaldo seguía siendo el único allí. Ella lo miró con inquietud; él estaba mirando por la ventana, y le tomó un segundo antes de mirar en su dirección. Sus ojos se abrieron de par en par al instante y su cabeza volvió a su cuello como si acabara de recibir una sacudida. Él la miró boquiabierto.

Ese fue el momento más difícil.

Diana sintió ganas de huir de regreso a la cocina. Se sintió tan expuesta, tan vulnerable. Movió las caderas de lado a lado, luchando contra el impulso de subir sus brazos sobre sus pechos. En cambio, se obligó a sonreír y dio un paso hacia él.

Paso a paso, se acercó a su mesa, el hielo de su whisky se escucha tintineando contra el vaso.

—Wow —dijo Archivaldo.

Podía ver sus ojos apuntando a sus pechos, a sus pezones erguidos. Lo único que se le ocurrió hacer fue fingir que no pasaba nada. Era una decisión tonta, dadas las circunstancias, pero ella se acercó y puso el vaso frente a él.

—¡Un whisky con hielo! —ella dijo—. ¿Has decidido qué más quieres o necesitas más tiempo?

—Puede que necesite más tiempo… —gruñó—. Dios mío, Diana... ¿qué estás haciendo?

Diana ahora sabía que se estaba sonrojando. Podía sentir el calor en sus mejillas. Señalando con gracia a su mitad superior desnuda, dijo:

—Jimmy me preguntó si alguna vez querría un trabajo desnudándome en su nuevo club. Nunca he sido una stripper… Y no estaba segura de cómo me sentiría estando desnuda frente a él. De un cliente. ¿Sabes? Así que lo intentaré.

Tímidamente, preguntó:

—¿Está bien, si eres el cliente con el que pruebo esto?

—Uh... sí, —susurró Archivaldo—. Sí, está bien. Quiero decir... Está bien.

Archivaldo miró su delantal blanco, que se ataba alrededor de su cintura y le llegaba hasta las rodillas. Tenía un bolsillo donde solía ir su libreta y otro bolsillo para popotes.

—¿Así que no tienes nada debajo de ese delantal?

Diana se rio nerviosamente.

—No.

Sintiendo que tenía que demostrarlo, rápidamente levanto la parte delantera del delantal hacia un lado, dejándole ver la parte superior de sus largas piernas y su pequeña zona de vello púbico. Después de darle un segundo para confirmar que, de hecho, no llevaba nada debajo del delantal, dejó caer la tela blanca en su lugar. Se sentía relajada, mostrar su cuerpo desnudo no está tan mal después de todo.

—Wow…

Archivaldo se quedó mirando el delantal, como si esperara que se lo quitara de nuevo, o tal vez solo pensara en lo que acababa de ver.

—Entonces... ¿sabes lo que quieres? —Diana preguntó.

Archivaldo se rio entre dientes.

—Sabes... Te he escuchado preguntar eso cientos de veces, pero tiene un tono un poco diferente cuando estás parado ahí sin ropa.

—¡Oh Dios mío! —Diana miró hacia un lado—. Tienes tanta razón. No pensé en eso.

—Quiero decir... sé lo que quisiste decir, es solo...

Ella hizo un gesto con la mano.

—Sí, sí, lo sé. —Ella se rio.

Haciendo una pose con la cadera inclinada hacia un lado y adoptando una expresión demasiado seria, hizo un gesto hacia sus senos.

—¿Estás interesado en aprender más sobre nuestras ofertas especiales? —preguntó ella maliciosamente.

Archivaldo se rio.

—¡Guau! ¡Eso se ve bastante bueno! Estoy encantado. No necesito más, solo dame uno de cada uno.

Diana rio. Adoptó otra pose, esta vez de pie con las piernas juntas y las manos detrás de la espalda.

—Hola, señor —chirrió inocentemente.

—¡Eres maravillosa! —Archivaldo sonrió—. Maldita sea, Diana. Tal vez deberías aceptar ese trabajo en un club de striptease después de todo. Eres natural. Pareces muy cómoda así.

—No… —Diana bajó los ojos con recato—. Solo estoy jugando.

Archivaldo asintió con la cabeza hacia su delantal.

—¿Harás una pequeña vuelta?

—¿Por qué?

—Quiero ver cómo te ves desde atrás.

Diana hizo lo que le pidió, girando lentamente en su lugar. Cuando le dio la espalda, miró por encima del hombro, tratando de verse a sí misma.

—El delantal no te cubre ahí atrás, ¿verdad?

—No —dijo ella, terminando la vuelta.

—Estás bastante desnuda.

—Simplemente caminaré hacia atrás para que no puedas ver.

—No, no hagas eso, —dijo él—. Tienes un gran trasero. No me importa echarle un vistazo cuando te vas.

—Oh, por favor. —Diana se rio, pero se sintió halagada—. Entonces, ¿has decidido lo que quieres?

Cuando Archivaldo se echó a reír de nuevo, Diana puso los ojos en blanco y le dio una palmada en el hombro.

—¡Oye, tranquilo! ¡Sabes a qué me refiero! ¿Qué se supone que debo decir? ¡Cualquier cosa que diga va a sonar sucio!

—No, no —dijo Archivaldo—. Lo siento. Adelante, haz tu pregunta. No me reiré.

—Está bien —dijo Diana—. Dime que quieres.

Archivaldo sonrió con picardía.

—Quiero que vuelvas a levantar ese delantal.

—¡Oh Dios mío!

Ella le dio una palmada en el hombro de nuevo.

—Quiero decir, ¿cuál es tu pinche orden de almuerzo?

Pero luego ella le sonrió juguetonamente y se agachó para subir lentamente el delantal hasta la cintura. Esta vez, mantuvo el delantal en ese lugar, dejándolo pacientemente que le echara un vistazo a su coño expuesto. La mirada que él mandaba entre sus piernas estaba definitivamente encantada, y se le ocurrió que le estaba enseñando más de lo debido.

Además de eso, no podía negar que su cuerpo estaba respondiendo a su acto de exposición lasciva, y una sensación de hormigueo de excitación creció dentro de ella.

Un pensamiento se coló en su mente de que él casualmente podría agacharse y pasar su dedo por la parte exterior de su coño, y la excitación dentro de ella surgió abruptamente como una fogata empapada en queroseno.

Rápidamente dejó caer el delantal, esperando que él no notara el aumento de su agitación.

—Entonces, ¿lo has decidido? —preguntó rápidamente—. Quiero decir, ¿para el almuerzo?

Sus muslos se frotaban bajo el delantal y podía sentir la humedad entre ellos.

Sin embargo, deseaba volver a la cocina y volver a ponerse la ropa. Deseaba tener su bloc de notas, solo para poder tener un accesorio que le mantuviera las manos ocupadas.

—Sí, —dijo Archivaldo—. Después de todo, pediré un Club Sándwich.

Diana sonrió débilmente.

—Ahí tienes. Iré a que Jimmy lo prepare.

—¿Seguirás haciendo tu prueba de stripper cuando regreses?

Archivaldo trató de mantener su voz neutral, como si fuera bueno de cualquier manera, pero Diana no tenía ninguna duda de qué respuesta esperaba. Estaba consciente de que él iba a estar mirando su culo desnudo cuando ella se alejara.

—Ya veremos —respondió ella, aunque en realidad no tenía intención de regresar sin ropa.

Ya había hecho caso a Jimmy y había experimentado con estar desnuda frente a un cliente, y ahora podía decirle a Jimmy un no rotundo, que no aceptaría su trabajo para trabajar en el club de striptease. Claramente, ella no tenía la mentalidad de una stripper; se sintió demasiado cohibida.

Ella se demoró un momento más.

—¿No has probado tu bebida?

Archivaldo se rio entre dientes.

—Estoy demasiado distraído. Olvidé que incluso había pedido una copa

—Deberías probarla —dijo—. Jimmy la hizo especial para ti. Usó nuestra botella más cara.

—¿En verdad?

Archivaldo tomó su bebida y tomó un sorbo. Él asintió con la cabeza en agradecimiento.

—Wow. Eso es realmente bueno.

—Nuestra forma de dar las gracias por ser un cliente tan bueno —dijo alegremente Diana.

Archivaldo se rio de nuevo.

—Ha sido un placer. Este lugar ha sido genial.

Ella no creía que hubiera consentido estar desnuda frente a ningún otro cliente que no fuera él. Siempre había sido amable con ella; siempre disponible para charlar, o para escucharla con simpatía si estaba teniendo un mal día. Siguiendo un impulso, comenzó a desatarse los cordones del delantal.

—¿Qué piensas hacer? —Archivaldo preguntó.

Pero ella no se molestó en contestar. Tiró de las cuerdas de donde se enroscaban alrededor de su cintura y tiró del delantal para liberarlo de su cuerpo, quitando lo último que la cubría. Ahora tenía una vista sin obstáculos de su coño, y ella le dejó echar un vistazo largo mientras se tomaba su tiempo para doblar el delantal. Dejó el delantal en la mesa detrás de ella.

De pie completamente desnuda frente a él, con los brazos a la espalda, Diana sonrió.

—Como dije, gracias por ser un buen cliente.

Ella le dio un par de segundos más para admirar su belleza desnuda, luego se volvió y se lanzó hacia la puerta de la cocina.

Continuará.

¿Qué hará Diana? ¿Archivaldo solo se quedó mirando? ¿Entrará alguien más?

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