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Años esperando este momento (Parte 1)

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Siempre consideré que la palabra que mejor define mi vínculo con Agustín es “inevitable”.  Somos inevitables el uno para el otro. Existe una cuestión de química y piel que siempre nos resultó difícil de ignorar, y a veces también de manejar.

Pero déjenme que empiece desde el principio…

Nos conocimos de muy jóvenes. Yo era insegura y un poco tímida. Él, por el contrario, es de esas personas que deslumbran a todos a su paso. Gracioso, simpático, seductor desde siempre. Un poco ególatra, de esos que disfrutan de ser el centro de atención y constantemente actúan para lograrlo. Ídolo entre sus amigos, y a pesar de que en ese entonces no era de una belleza especialmente llamativa, era su personalidad lo que hacía que todos le prestaran atención.

Ya desde ese entonces tuvimos siempre una tensión preciosa. De esa que te hace sentir cosquillas en la panza y ganas constantes de besarse. El problema era que él, como todo seductor, iba enamorando a más de una persona a su paso. Y mis amigas no eran la excepción. Ellas habían llegado a pelearse por él, y yo, que siempre quise permanecer fuera de los conflictos, nunca expresé mi atracción hacia su persona.

Sin embargo, entre nosotros lo sabíamos. Nos teníamos muchas ganas, nos gustábamos mucho. Él siempre se mostró dispuesto a actuar en consecuencia, y yo siempre elegía el camino correcto, el de respetar a mis amistades y continuar deseándolo de lejos.

Así fueron pasando los años, y nosotros siempre continuamos formando parte del mismo grupo de amigos y amigas. Nos veíamos en cada reunión, y a pesar de que cada uno pasó por distintas relaciones, siempre encontrarnos implicaba que el aire se espesara, que hubiera un calor implícito que ambos queríamos extinguir, pero no lo hacíamos.

Incluso estando en pareja, había veces que Agustín pasaba por detrás de mí en alguna reunión y sutilmente, sin que nadie se percatara, deslizaba su mano por mi cintura suave, pero firmemente, o acariciaba mi culo casi imperceptiblemente para quienes estaban en el lugar. Nos mirábamos, sintiendo la tensión en nuestros cuerpos, él me sonreía provocador, y yo me ponía nerviosa a la vez que me subía un calor por todo el cuerpo.

Yo fantaseaba con él constantemente, pensaba en las oportunidades que había dejado pasar, me castigaba por las veces que había podido estar con él y había optado por la opción moralmente correcta. Yo con él no quería ser correcta.

Sin embargo, pasaron varios años en los que el vínculo fue mutando, pasando por momentos de histeriqueo y conversación explícita acerca de nuestros deseos, incluso acompañadas de fotos, y otros momentos en los que nos ignorábamos y evitábamos, sin lograr sin embargo que esa tensión desapareciera.

Hubo un período de aproximadamente cuatro años, en los que ambos nos encontrábamos felizmente en pareja con otras personas, y deliberadamente procurábamos no avivar ningún fuego entre nosotros. Un día, él finalizó su relación y un temblor recorrió mi cuerpo al enterarme.

A partir de ese momento, nuestro vínculo comenzó a ablandarse. A pesar de que continuaba sin suceder nada físico o sexual, comenzamos a intercambiar palabras de nuevo, a hacernos chistes, a flirtear de nuevo. El deseo volvió a arrollarme con fuerza, pero yo quería mucho a mi pareja y no estaba dispuesta a serle infiel, por muy caliente que me tuviera Agustín.

Sin embargo, a pesar de no llevar a cabo ninguna de las cien mil cosas que quería hacerle día y noche, empecé a ceder un poco en conversaciones. A responder sus comentarios subidos de tono, e incluso a revivir nuestro excitante intercambio de fotos por chat, diciéndonos todo lo que nos haríamos si pudiéramos.

Poco tiempo después, mi relación con mi pareja de ese entonces llegó a su fin, y luego de esos primeros días de duelo y tristeza, lo único que quería hacer era instalarme en lo de Agustín una semana, y tener todo el sexo que habíamos querido tener durante los últimos años, en todas las formas, poses y lugares fantaseadas.

Ese último tiempo habíamos estado hablando mucho, él sin la presión ni la culpa de estar en falta con una pareja, me decía constantemente que quería verme y que fuera a su departamento, aunque sabía en el fondo que yo no iba a hacerlo y lo respetaba. Pero aun así disfrutaba un montón de tenerme prendida fuego, sabiendo que lo que más quería era estar encima de él. O debajo.

Los primeros días luego de mi separación decidí no contárselo, ya que sabía que se pondría insistente y yo estaba todavía abrumada. Sin embargo, unas semanas después, estábamos hablando y él como de costumbre me dijo:

-Podrías venir a mi casa, sabes que siempre estás invitada.

Me lo decía jugando, como siempre, sólo para inquietarme, sabiendo que sostendría mi “no” de siempre.

-Bueno, ¿cuándo? -le respondí

Él, desconcertado, me preguntó si estaba hablando en serio, y al decirle que sí me dijo que me esperaba aquel miércoles por la noche.

Ese miércoles me sentía un poco nerviosa, pero más emocionada. No era como cuando uno sale con alguien que no conoce, en modo cita a ciegas. Aquí estaba por ver a alguien que conocía bien, con quien tenía confianza, con quién una conversación saldría fluida, con quien ya estaría cómoda desde el principio. Pero por otro lado, se concretarían las fantasías acumuladas durante años. Años de idealizarnos se desplegarían aquella noche, y podría salir muy bien o muy mal. Sin medias tintas.

Llegué a su departamento y al bajarme del taxi me esperaba en la puerta, ya que venía diciéndole por dónde iba. Lo saludé como de costumbre, como cualquiera saluda a un amigo, aunque sentía los nervios en mi cuerpo. Subimos, y al atravesar la puerta y quitarme el abrigo, Agustín se acercó a mí y me preguntó:

-Ahora sí vas a saludarme como corresponde?

Y tomando mi cara con una mano, se acercó suavemente y me besó. Toda nuestra química se vio reflejada en ese beso. Nuestros cuerpos se entendían, nuestras manos, nuestras lenguas. Nos besamos apasionadamente durante un breve lapso, firme pero no desenfrenado. Me encantaba cómo besaba, y la electricidad que corría por mi cuerpo al tenerlo cerca. Al separarnos, nos sonreímos con complicidad, y nos acomodamos en el sillón con unas cervezas.

Allí en su sillón, con música de fondo, hablábamos y nos reíamos con la comodidad de quien conversa con alguien cercano. Cada tanto las manos de Agustín me acariciaban el muslo o el cuello, pasando su mano también por mi pelo (cosa que me encantaba).

Luego de un rato de charla, empezó a subir la temperatura en el ambiente, comenzamos a besarnos apasionadamente, mientras nuestras respiraciones se agitaban. Sus manos comenzaban a irse por mis pechos, pequeños pero lindos y firmes. De pronto me subí encima de él, mientras él continuaba sentado en el sillón. Continué besándolo con urgencia, mientras lentamente movía mi cuerpo por encima de su jean, sintiendo su pene duro contra mi vulva. Me sentía cada vez más mojada, y sus manos se iban a mi culo por debajo de mi vestido. Empezó a tocarme por encima de la tanga, haciendo que mis ganas de sentirlo dentro de mí aumentaran. Cada vez más agitados y calientes, nuestros cuerpos se entendían. La química era innegable.

Comencé a acariciarlo por encima del pantalón con mi mano, apretando suavemente, mientras miraba de cerca su cara de placer que me encendía cada vez más.

-No puedo creer que finalmente hayas venido -me dijo entre suspiros de placer

-Créelo porque aquí estoy -Le respondí mientras bajaba el cierre de su pantalón y su bóxer

Bajé un poco sus prendas para agarrar su bellísimo pene bien duro. Tenía una verga realmente hermosa. Estética, de un tamaño ideal, tan linda que se me hacía agua la boca. Todo su cuerpo me encantaba, tenía un cuerpo atractivo, con buena musculatura pero no demasiado trabajado. Firme y atlético, pero no el cuerpo de alguien obsesionado con el gimnasio. Un equilibrio que me fascinaba.

Comencé a masturbarlo mientras seguía encima de él con mi boca muy cerca de su boca. Mirándolo de manera sugerente lamí mi mano, y luego de mojarla la llevé nuevamente a su miembro. Al sentir esa humedad dejó escapar un leve gemido.

-Cómo me gustas -dijo

Sin responder, con la parte superior de mi vestido bajo, dejando a la vista mis tetas que él había estado tocando, me paré frente a él y me agaché para sacarle su jean y su bóxer. Él sacó sus zapatillas y medias ayudándose de los talones. Saqué también su remera.

-Ven, sácate esto tú también -dijo mientras me retiraba el vestido por encima de mi cabeza.

Quedándome sólo con mi tanga de encaje negra, y mientras él me miraba embelesado, me agaché a sus pies agarrando su verga con mi mano y comenzando a chuparla.

Primero le pasé la lengua de abajo hacia arriba, llegando al glande. Jugué un poco con sus testículos, los lamí y apreté suavemente, mientras miraba como Agustín suspiraba y tiraba su cabeza hacia atrás, disfrutando. Me metí el pene en la boca y con bastante saliva comencé a chuparlo. Lentamente primero, mirándolo a los ojos, Saqué la lengua y la golpeé con su pene duro como un palo. Volví a chupar, succionando un poco, luego aumentando la velocidad, mientras él me agarraba del cabello y suavemente le marcaba el ritmo a mi cabeza. Cada uno de sus gemidos hacían que sintiera cada vez más fuego en mi parte baja. Cada vez me tomaba del cabello con más fuerza y me apretaba contra su verga con más fuerza, ahogándome con ella por momentos y dejándola unos segundos en mi garganta, mientras emitía un gemido más fuerte.

-Lo que me gusta que me la chupes así

En ese momento, me levantó bruscamente del suelo y me tiró contra el sillón, acomodándose encima de mí. Me besó con furia y comenzó a bajar por mi cuerpo, besando, lamiendo, deteniéndose en mis pechos. Sentía sus manos y su lengua sobre mí y pensaba en que me había estado perdiendo de esta sensación durante años.

Llegó hasta mi tanga y pasó la lengua por encima de ella, saboreando la humedad que llevaba. También la acarició suavemente mirándome a la cara, disfrutando de mi cara de placer, que también reflejaba la urgencia por sentirlo dentro.

Me quitó la única prenda que me quedaba, y comenzó a pasar sus dedos por la entrada de mi vagina y mi clítoris. Yo estaba muy agitada y caliente, y él lo sabía. Estaba jugando conmigo. Quería desesperarme hasta que le pidiera que me follara.

Abrió mis piernas y comenzó a lamer mi clítoris despacio, y luego con mayor velocidad, y comenzó a meter un dedo por mi vagina a un ritmo perfecto. Empecé a gemir, agarrando su cabeza, rasguñando su cuello por momentos a medida que él aceleraba los movimientos de su lengua y sus dedos. Luego sentí su lengua dentro de mi vagina, entraba y salía con ella. Sabía perfectamente lo que hacía, y a pesar de no haberlo experimentado antes conmigo, sabía exactamente lo que me gustaba, de tantas veces que habíamos hablado de aquello.

-Quiero sentirte dentro de mí ahora mismo -le dije

Me levanté y lo senté nuevamente, acomodándome encima de él y haciendo que su verga entrara lentamente en mí. Ambos emitimos un gemido y comencé a moverme arriba suyo. Él agarraba mis tetas, las lamía, las succionaba. Yo por momentos retiraba mi cabeza hacia atrás mientras cerraba los ojos y disfrutaba de cabalgar a ese hombre que me encantaba. Empecé a aumentar la velocidad, y con una de mis manos comencé a estimularme el clítoris. Sentía que iba a llegar al orgasmo pronto, estaba muy caliente. Gemía y él me tenía tomada de la cintura con ambas manos, y empezó a marcar el ritmo de las embestidas. Él también gemía mientras me miraba y el sudor de ambos caía por nuestros cuerpos desnudos.

-Me vas a hacer venirme -le dije

-Quiero que te vengas -dijo mientras reemplazaba mi mano por la suya y me estimulaba

Sentí como se acercaba el clímax, y de repente gemí más fuerte, sintiendo muy fuerte los espasmos del orgasmo.

-Cómo me gusta verte así -me dijo mientras con más fuerza me penetraba levantando la pelvis y sosteniendo mi cintura- Creo que voy a acabar yo también

-En mi boca -dije mientras salía de encima de él y comenzaba a chupársela con velocidad, hasta que sentí su semen caliente en mi boca y su gemido ahogado de placer mientras me tomaba con fuerza de la cabeza

-Ah pero vas a matarme -dijo mientras se reía y yo me tiraba en el sillón al lado suyo.

(La noche continúa... en la Parte 2)

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