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Una deuda pendiente

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Vivíamos en Kiel, Alemania,  donde fui asignado para complementar mi preparación como piloto de helicóptero al servicio de la Marina de Guerra de mi país. Nuestra estadía allí, junto con mi esposa, representaba no solo un peldaño más en el proceso de ascenso profesional en mi carrera sino también la oportunidad de conocer otros países, convivir en otro tipo de cultura, aprender otro idioma y compartir con gente de diferentes lugares.

Por alguna razón, las personas con las que nos vinculábamos en aquella ocasión, parejas, practicaban relaciones abiertas en sus matrimonios, de manera que, en principio, aquello nos pareció un tanto raro, pero indudablemente nos llamaba la atención. Aquello de que los miembros de la pareja tuvieran la libertad de compartir con diferentes parejas sexuales, con el consentimiento consensuado de ambos, nos resultaba un tanto difícil de aceptar, por una parte, pero, por otra, una opción de vida que nos parecía atractiva. Aquello nos despertaba curiosidad y tengo que decir que nos alborotaba la libido.

Había actividades que superaban nuestra capacidad de sorpresa. Nunca habíamos presenciado un show de sexo en vivo, ni participado en actividades de sexo grupal, por ejemplo, de manera que ser espectadores de aquello en diferentes sitios, así como la amplia oferta de espectáculos, artículos relacionados con el sexo, vídeos pornográficos, juguetes, literatura y demás, ciertamente captaban nuestra atención. Pero, en condición de pareja joven, relativamente recién casados, aquello de las relaciones abiertas y la posibilidad de que tanto hombre y mujer se permitieran esa posibilidad en su matrimonio, definitivamente ejercía una atracción especial y nos llevaba a comportarnos de una manera diferente, más abierta y desinhibida.

Las esposas de nuestros instructores alemanes, por citar un caso, se iban solas a vacacionar en las Islas Lanzarote, donde, al decir de algunos colegas españoles, el plan era ligar con gente del lugar, pasarla bien y dar rienda suelta a su sexualidad. Lo que más nos sorprendía era que aquello sucedía con el conocimiento y consentimiento de sus maridos. Preguntados al respecto, y curiosos nosotros de saber si el conocer de antemano que sus esposas pretendían practicar sexo con otras personas durante sus vacaciones, ciertamente nos maravillábamos con sus respuestas. ¿Por qué no? Nos cuestionaban. Cada quien decide libremente lo que hace o deja de hacer.

Después, conociéndolos y compartiendo un poco más, ellos mismos nos confesaban que tener sexo no era lo más importante en su relación. Se valoraba más la compañía, el apoyo del uno al otro para llevar adelante un proyecto de vida y la idea de tener una familia. El sexo, por decirlo de alguna manera, se veía como un entretenimiento que se compartía en pareja. Para ellos, mi esposa, de origen latino, cabello y ojos oscuros, de buen cuerpo y piernas atractivas, era bastante admirada y asediada por los ellos, atracción bastante notoria cuando compartíamos eventos sociales.

Más de una vez parecieron insinuársele, pero, muy inocentes, jamás nos dimos cuenta de la real intención y quizá no respondimos como ellos hubieran esperado. Había mucho respeto y para nada llegamos a sentirnos presionados o forzados a hacer algo que no quisiéramos. Lo cierto es que aquellas experiencias nos influenciaron y cambiaron en mucho nuestras actitudes con relación al manejo de los vínculos entre hombres y mujeres, especialmente en lo que a la práctica del sexo se refería.

Se nos decía que para mantener una convivencia equilibrada en el matrimonio, la pareja debería tener diferentes tipos de relaciones: las amistades de ella, las amistades de él y las amistades de la pareja, y que tales amistades deberían atender diferentes intereses. Es decir, algunas amistades eran para compartir actividades familiares, otras para compartir intereses profesionales, otras para compartir pasatiempos y aficiones, y otras para compartir sexo, entre otras cosas.

Aunque no muy convencidos, ambos encontrábamos algo de razón en aquello, porque no con todo el mundo se puede hablar de lo mismo y no todos comparten los mismos gustos e intereses en un momento específico de la vida. Lo cierto es que allí tuvimos miles de oportunidades para satisfacer nuestra curiosidad, hablar abiertamente de nuestras preferencias y desfogar toda nuestra energía, pero evidentemente nos faltó voluntad y decisión para pasar del dicho al hecho, de la idea a la realización, y nos abstuvimos de satisfacer muchas de aquellas curiosidades.

Allí conocimos a Edgar, otro piloto que fue destacado conmigo durante aquel tiempo. Él estaba soltero en aquella época y andaba con nosotros, mi esposa y yo, para arriba y para abajo durante nuestra estadía. Era, por decirlo así, nuestro compañero y cómplice, un agregado a la pareja, pues compartíamos con él todas las circunstancias de nuestra permanencia en ese país, a falta de contar con un círculo más amplio de amistades. Además, creo, también, porque él era muy práctico y nosotros, tal vez inocentemente, le brindábamos la comodidad de permitirle que nos acompañara a donde fuéramos y, efectivamente podríamos decir que desde afuera podría decirse que se trataba de una convivencia permanente de tres personas. Mi esposa, él y yo.

Con él tuvimos la oportunidad de conversar acerca de las situaciones que allí veíamos y compartir varias experiencias. Juntos fuimos a explorar el barrio Saint Pauli y su famosa calle Reeperbahn, en Hamburgo, un sitio de vida nocturna caracterizado por muchos bares, tiendas y cabarets donde se pueden apreciar shows de sexo en vivo y distintos tipos de entretenimiento para adultos. Nunca sucedió nada entre nosotros, pero el compartir este tipo de experiencias y aventuras, ciertamente elevaba la confianza que había entre nosotros, como alguna vez que, siendo conscientes que él estaba sólo, lo alentamos a que desfogara sus ímpetus sexuales en alguno de estos lugares. Nosotros lo esperamos mientras eso sucedía y, después, en sentido anecdótico, comentábamos con lujo de detalles todo lo ocurrido.

Alguna vez, conversando los tres, salió a relucir el tema de las relaciones abiertas y los “ménage a trois” que normalmente presenciábamos en el ambiente en que nos movíamos. Pensábamos que una cosa era una relación consentida de una noche, una aventura, y otra diferente una relación de confianza y permanente. Sin embargo, mi esposa, para extrañeza de ambos en aquella ocasión, nos sorprendió afirmando que esa relación de tres podría funcionar siempre y cuando hubiera la madurez necesaria por parte de los involucrados, sin celos, sin escenas ni reclamos, sabiendo cada cual su rol en la relación, y que la mujer encontrara satisfacción en la aventura. Palabras mayores, pensé yo.

Varias veces tuve que ausentarme por varios días, en razón de mi trabajo, y Edgar siempre estuvo disponible para asistir a mi esposa si algo se salía de control y requería de su apoyo, que a veces, simplemente, consistía en hacerle compañía. Durante estas ausencias yo hablaba con ella a diario, pero nunca jamás se mencionaba nada relativo a la especial atención que él le prodigaba cuando yo no estaba presente. Había entre ellos, digamos, una relación de amistad prudentemente distante y respetuosa, tratándose del vínculo de un hombre soltero con una mujer casada. Pero era evidente que él disfrutaba de la compañía de mi esposa y de seguro, en ese momento, habían consolidado un vínculo de mutua confianza.

Edgar era un hombre guapo, nada del otro mundo, pero tenía una voz de tono grave, como de locutor de radio, que cautivaba a mi esposa, llegando a confesarme alguna vez que aquello le atraía, le gustaba y le despertaba un no sé qué especial, que le despertaba sensaciones placenteras. Lejos estaba yo de imaginarme el tipo de experiencias en que podría desembocar aquella confesión porque, socialmente hablando, la relación entre ellos se mostraba educadamente distante y respetuosa.

En alguna ocasión, compartiendo los tres en un evento social, presenciamos cómo la esposa de nuestro amigo alemán, casi al final, abandonó la reunión acompañada por otro hombre. Le preguntamos el motivo y, sin preocupación aparente, nos manifestó que tal vez se había interesado en un muchacho y que seguramente iba a estar un rato con él. Extrañados y sorprendidos preguntamos, intrigados, ¿Y esto no te afecta? Para nada, respondió. Cuando llegue a casa, más tarde, sé que ella estará allí.

De verdad, nos parecía muy civilizado comportarse de esa manera en la relación de pareja, entendiendo y apoyando, aparentemente, las necesidades del otro, por lo menos en lo referente al aspecto sexual del vínculo matrimonial. Y nuevamente, en nuestras conversaciones, salía a relucir si tendríamos la apertura de mente necesaria para permitir esas libertades dentro de nuestras relaciones de pareja. ¿Permitiría yo, preguntaba Edgar, que él, por ejemplo, se le insinuará a mi esposa y procurara tener algún tipo de contacto sexual? La sola idea, expresada así, de repente, sonaba extraña. Yo la miraba a ella, y me preguntaba… ¿Sería cuestión de que yo lo permitiera, que tú lo permitieras, o que, más bien, ambos lo permitiéramos?

Tendría que ser algo consensuado, decía ella. Ustedes, los hombres, tienen más libertad para actuar en ese sentido. Pero, replicaba yo, un hombre puede pretender conquistar a una mujer, bien sea para una aventura de una noche, o una relación de toda la vida, sin saber que ella es casada, que tiene novio o que ya tiene compromisos. ¿Y? le cuestionaba yo. Pues en ese caso, afirmaba ella, la decisión queda bajo responsabilidad de la mujer. Es ella quien decide si la propuesta prospera o no. ¿Y de qué dependería? Le preguntaba yo. ¿De las necesidades de la mujer, del hombre, o de ambos? Pues, si las necesidades son correspondientes con el momento emocional de cada uno, hombre y mujer, bien pudiera ser que la propuesta se vuelva realidad. ¿Por qué no? ¿Acaso no es lo que ustedes hacen normalmente?

Y es por eso se dice que el hombre propone y la mujer dispone. Ustedes intentan ligarse a una mujer a la primera oportunidad, pero es ella quien finalmente decide y dispone si aquello puede o no puede ser. Aquí, por lo visto, la mujer también está en posición de proponer, y ya verá el hombre si acepta o no la invitación. Yo creería que, por lo general, el hombre nunca se negaría a la petición de una mujer, pero pudiera estar equivocada. Por el contrario, pienso que, la mujer tiene mayores opciones de escoger con quien compartir ese tipo de aventura. Para ella estaba claro, decía, que, por ejemplo, Edgar, como hombre, podría proponerle algo a ella, pero que, dependía de ella aceptar o no.

Nos quedamos un tiempo más en Alemania, antes de regresar a nuestro país de origen, pero, al parecer, nunca sucedió nada entre nosotros tres. Las palabras de mi esposa seguramente habían quedado flotando en el ambiente, tal vez como una invitación para que nuestro amigo se atreviera a algo, si así lo quería, pero nunca se dio la oportunidad y nosotros, tanto él como nosotros, tampoco lo buscamos. Seguimos compartiendo nuestra experiencia de viaje, tanto social como laboralmente, guardando las debidas y correspondientes distancias. De hecho, compartimos con Edgar y algunas de sus conquistas antes de nuestra partida y el vínculo de amistad pareció fluir sin contratiempos.

Llegados de nuevo a nuestra sede, el destino nos ubicó en caminos separados. Edgar estuvo destacado en otras unidades, lejos de nosotros, y al tiempo supimos que se había retirado para emigrar y buscar nuevos horizontes en otro país. La comunicación entre nosotros, poco a poco se fue apagando, hasta no volver a saber más el uno del otro. Por ahí, eventualmente, a través de las redes sociales llegamos a conocer de sus andanzas, pero nada más. En alguna ocasión chateamos por whatsapp y quisimos saber de la vida de uno y otro, pero eran conversaciones muy livianas y superficiales.

En algún momento fuimos a visitarle a Miami, en Estados Unidos, donde estaba radicado. Lo encontramos felizmente casado, concentrado en labrarse un futuro profesional y fortalecer su situación económica en ese país. Durante nuestra corta estadía pudimos compartir con él y su esposa, Carmenza, quien se mostró muy amistosa y amable. La relación entre nosotros no pasó de lo socialmente aceptado. Y todo estuvo bien. Tal vez, en alguna conversación, rememoramos lo vivido en Alemania años atrás, y él llego a manifestar que, si alguna vez intentara proponerle algo a Laura, por ejemplo, yo, por puro respeto de su parte, lo tendría que saber. Al fin y al cabo, en ese vínculo, era una cuestión entre él y ella, hombre y mujer, libres de decidir. Y que él pensaba que había una deuda pendiente entre los dos.

La verdad, nunca me preocupé por saber las intimidades del trato entre mi esposa y él en aquellas épocas. Me había parecido que toso se había dado dentro de lo esperado, pero nunca pregunté qué pasaba cuando ella y él quedaban solos. Nunca me preocupó. Y tampoco nunca supe si él en algún momento llegó a interesarse por mi esposa o a proponerle algo. Tampoco ella me comentó si se había presentado alguna situación que se saliera de control y no se pudiera manejar.

Pasado un tiempo, Edgar volvió a aparecer de vuelta en nuestro país, por motivos de trabajo. Nos visitó en Cartagena de Indias, donde vivíamos por aquellos días, y nos comentaba que, por algún tiempo, iba a estar viajando regularmente entre Estados Unidos y Colombia, y que seguramente nos iríamos a ver con mayor frecuencia. Y así fue. Cada vez que aparecía, procurábamos compartir alguna actividad durante su estadía.

Para esa época, ya mi esposa había tenido la oportunidad de calmar su curiosidad y tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, todas consentidas, unas presenciadas por mí y otras a solas, de manera que, ya, digamos, manejaba mejor el tema, estaba más segura de lo que quería, me comunicaba sus deseos y no se armaba enredos a la hora de decidir qué hacer al respecto. Y siempre, ante ese tipo de situaciones, volvían a mi mente sus palabras de años atrás; el hombre propone y la mujer dispone.

Sucedió que Edgar se volvió visitante frecuente durante dos largos años. Fueron bastantes las veces que coincidimos en actividades, comidas, paseos, espectáculos, bailes y noches de bohemia. Era evidente que, cuando viajaba, le faltaba distracción y nosotros, como anfitriones en la ciudad, se la proporcionábamos, al menos en parte. Y, pasado un tiempo, alguna vez, al calor de unas bebidas, me confesó que le gustaría proponer y que Laura dispusiera lo correspondiente. No me diga que le tiene ganas, comenté en aquella ocasión. Pues sí, dijo, ¿por qué no? Recuerde que yo soy hombre. Yo propongo. Bueno, dije, y cuál es su estrategia, si puede saberse. Nada especial. Esperar la oportunidad. ¿Por qué no? Pues sí, contesté yo, ¿por qué no?

¿Y no le molesta que lo diga, preguntó? La verdad, no, contesté. Ya estamos mayorcitos para saber qué quiere cada uno. Eso sería un asunto entre ustedes dos, aunque no sé de dónde surge el interés, precisamente ahora. Y si algo pasara a mis espaldas, ya sería un asunto entre ella y yo. Ciertamente me disgustaría que aquello se diera a escondidas, no tanto por usted sino por ella y nuestra relación. Estoy seguro que, si algo se da, ella me lo diría. Ya tenemos experiencia previa cuando ella se encapricha con alguien y está dispuesta a llevarlo a la cama, así que no encontraría razón para que esta vez fuera diferente. ¡No! dijo él. Para tranquilidad mía, yo le prometo que lo mantendré informado.

No es que esto se haya vuelto una obsesión y esté enloquecido por ganarme sus favores, continuó, pero, si se dan las cosas y existe alguna posibilidad, yo le confieso que me gustaría intentarlo. Ella me atrae, usted lo sabe, y hemos compartido experiencias en el pasado que pudieran facilitar y dar vía libre a esa aventura, pero, bien pudiera no pasar nada. Y si así fuera, al menos quedo con la certeza de que lo intenté y no me quedo con la incertidumbre de saber qué hubiera pasado, si es que acaso no lo intento.

Siendo más jovencitos tuvimos el deseo, pero no nos dimos esa oportunidad. ¿Qué pasará si lo intentamos ahora? Bueno, no estoy enterado de qué situaciones se dieron en el pasado y cuál es la deuda pendiente entre ustedes. Por mí no hay inconveniente, repliqué, pero, si algo hubo en el pasado, no quisiera ser yo el último en saberlo ahora. Tenga la certeza de que nada hubo, comentó él, pero tuvimos mucha confianza y creo que hubo cosas que no nos dijimos y dejamos de vivir en su momento, y es por eso que ahora sí quisiera intentarlo.

Después de dicho aquello, aparentemente, nada pasó. Compartimos varias veces, y ellos, en mi ausencia, tuvieron la oportunidad de estar a solas otras tantas veces, y al parecer las cosas no avanzaban en el sentido en que él quería. Hasta que un día apareció creado un grupo de whatsapp denominado “A la conquista del sueño prohibido”, cuyos miembros éramos Edgar y yo. El primer mensaje que recibo, mientras me encontraba fuera de la ciudad, decía: “Primer acercamiento”. Venía acompañado por una fotografía donde se les veía a ellos dos, sentados en una mesa de un conocido restaurante. Con cautela, respondí. Paso a paso… Y respondió: Eso intento. No me quiero dejar llevar por la ansiedad.

Y ese mismo día, más tarde, recibí otro mensaje que decía: “Todavía hay confianza”. Venía acompañado por otra fotografía donde se le veía a él pasando su brazo por detrás de la espalda de mi mujer, al parecer muy a gusto ambos. Y comentaba: Estamos recordando lo que vivimos en Alemania. Se acuerda bien y con detalle.

Luego otro mensaje, más tarde, decía: “Hay que ir muy despacio”. De pronto es muy evidente que me quiero acostar con ella. Es la idea, pero no quiero arruinar la posibilidad. ¿Qué paso? Pregunté e aquella ocasión. Tal vez dije algo que no debía y pareció molestarse, respondió. La invité a bailar y me aceptó.

Y más tarde, otro mensaje, decía: “Relajados, bailando”. Y comentaba: No tanta conversación y más acción. Le gusta el movimiento. Sí, respondí yo. Con eso la conquista. Espero que sepa aprovechar las bondades de su cuerpo. Lo estoy haciendo, respondía.

Luego, en otro mensaje, decía: ”El encendido soy yo”. Y comentaba: Desde que empezamos a bailar tengo mi verga erecta y ella pareciera no inmutarse, con todo y que me las he arreglado para que se dé cuenta cómo me tiene. Paciencia, me limité a contestar.

Ella, por su parte, bastante menos fogosa en sus comentarios, solo acertaba a contarme que había acompañado a Edgar, que habían conversado acerca de su trabajo, sus proyectos y que pronto terminaría su trabajo. Según ella, él estaba empeñando en que su esposa pasara algunos días en la ciudad, algo que aún estaba en proyecto. Pero nada respecto a sentirse asediada por este hombre, o seguirle la corriente en el juego, o estar realmente interesada en hacer algo con él.

Y así, a través del tiempo, con ese tipo de mensajes, acompañados de fotografías, Edgar cumplía su compromiso de mantenerme informado de sus avances, cada vez que tenían la oportunidad de encontrarse con mi mujer, especialmente en mi ausencia. Y, con el tiempo, los mensajes venían más cargados de comentarios y apreciaciones. Los reportes, por decirlo así, no hacían más que describir lo que se iba presentando en cada uno de los eventos.

Pasó tiempo antes de recibir algo que indicara un mayor avance en las intenciones de Edgar. En otra ocasión, su mensaje decía: “Fin de semana largo”. Y comentaba: Me ha aceptado compartir todo el fin de semana. Espero sacar provecho y ver si salimos de la inercia que hemos mantenido a lo largo de todo este tiempo. La estrategia de aproximación a ella es a través del baile. Es muy física. Se logra avances a través de lo que perciben sus sentidos. Lo tengo claro, pero no sé cómo ser más específico y directo para expresarle abiertamente que me gustaría tener sexo con ella.

Al día siguiente, otro mensaje suyo, muy temprano, decía: “Paseo swinger” Día de paseo y descanso en una finca privada, con piscina. Van otras parejas. Ella lo sabe y aceptó. Es mismo día, más tarde, el mensaje decía: “Actividades”. Y comentaba: Disfrutamos de piscina, sol y baile, sin sexo. Solo accedió a despojarse del corpiño y estar en topless durante la jornada. Se prestó para participar en el show que dispusieron los organizadores con unos strippers y le chupó el pene a uno de los muchachos, como parte del show. Eso me prendió muchísimo.

El mensaje venía acompañado de una fotografía donde se apreciaba un grupo de personas, posando al borde de la piscina. Se veía allí gente desnuda, gente en vestido de baño y mujeres en topless, todos mezclados. A Laura se la veía en un extremo, al lado de una mujer desnuda, y a Edgar en el extremo opuesto. Y comentaba: No pareció molestarse cuando las parejas empezaron a jugar, a tener sexo y compartir entre ellas. No participamos y tampoco quise insinuar algo, esperando de ella alguna señal que nunca apareció. Me parece que no le gusta exhibirse en público. Es un buen descubrimiento. Y voy a actuar de otra manera.

Más tarde, otro mensaje decía: “Noche de Bohemia”. Y comentaba: Me busqué un sitio apartado, más bien oscuro, donde escuchar música, bailar y hablar de lo que pasó en el día. La cosa pinta bien. Y luego, más tarde, otro mensaje decía: “Manos inquietas”. Venía acompañado por una fotografía donde se veía su mano, apoyada en uno de los muslos desnudos de mi mujer, bastante arriba de sus rodillas. Y comentaba: Me voy acercando. No lo ha impedido.

Más tarde, sin embargo, colocaba un mensaje que decía: “De regreso a casa”. Venía acompañado de una fotografía donde se le veía a ella entrando a casa, sonriente, despidiéndose de él con la mano. Y comentaba: Debido a lo avanzado de la hora llegué a pensar que accedería a que darse conmigo en el hotel. Sutilmente lo sugerí, pero ella dijo que no era necesario, pues para eso tenía su hogar y me pidió que la llevara a casa. Hoy no se dieron las cosas como esperaba. Mañana tenemos previsto asistir a un concierto, luego una comida y, más tarde, quizá, despedir la semana tomándonos unos tragos.

Al día siguiente, su mensaje decía: “Optimista”. Y comentaba: La recogí en su casa y la percibí muy animada. Espero que todo vaya bien hoy, aunque el programa es menos atrevido que ayer. Espero tener más suerte. El mensaje venía acompañado con una fotografía donde se les veía entrando a un auditorio. Y más tarde, en otro mensaje, decía: “Nos vamos de copas”. Y comentaba: El concierto fue de música romántica de todos los tiempos. Prefiere irse de copas. Me ha permitido caminar junto a ella rumbo a un bar, tomados de la mano, pero no me hago ilusiones. Vamos a ver qué pasa

Y luego, como a las dos horas de aquello, envió otro mensaje que decía: “Progresando”. Y comentaba: Me siento más en confianza y más dispuesto a ir más allá. Ella me ha regalado tiernos besos y me ha permitido palpar todos los rincones de su silueta, aunque aún hay sitios vedados. Para mí terminó bien este fin de semana. En la siguiente oportunidad será la vencida. El mensaje venía acompañado con una fotografía donde se les veía bailando, con Edgar bien aferrado a las nalgas de mi mujer

Mi esposa solo comentaba que había estado súper distraída gracias a que Edgar le había programado actividades todo el fin de semana y ella había aceptado porque se sentía muy encerrada, de modo que aquellas distracciones le habían caído bien para recargar energías. Que había aprovechado para bailar como hacía mucho tiempo no lo hacía, y que él la había complacido en todo. Comentó que habían pasado el día en una finca con piscina, pero para nada dio detalles de la actividad con las parejas swinger. Ciertamente había contraste entre los comentarios que él y ella hacían.

En algún momento llegué a preguntarle si ella sentía que había quedado algo pendiente en su relación con Edgar, desde aquella vez que compartimos en Alemania. Me dijo que no. Pues, que a ella le parecía que, si bien habían estado juntos, y muy próximos físicamente en muchos instantes, quedaba claro que la situación de ambos marcaba distancias. Y que en aquella ocasión no había pasado nada. Bueno, pregunté, pero él si te atrae como hombre. Sí, me dijo. Pero las cosas deben estar justo en su lugar. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. No hay ningún compromiso.

Pasaron varias semanas antes de un nuevo encuentro. Esta vez no hubo comentarios. Solo empezaron a llegar muchas fotografías donde se veía a Laura, mi esposa, vestida, semidesnuda y totalmente desnuda, posando en diferentes posiciones. Un escueto mensaje decía: “El sueño se hizo realidad”. Y comentaba: Finalmente, las cosas se dieron. Tal vez se decidió, porque ya esto de vuelta. Ella es toda una dama. Cuéntame, dije yo. Mejor vea su correo. Le dejé constancia. Mañana viajo de regreso a los Estados Unidos. Gracias por su confianza.

Con mucha curiosidad fui a mi computador, abrí mi correo y verifiqué la bandeja de entrada. Ciertamente tenía un mensaje de Edgar, titulado, “El sueño se hizo realidad”. El texto que contenía el mensaje decía que muchas veces la realidad superaba la ficción, y que la experiencia había superado en mucho todos los sueños que despierto había imaginado en esa relación. Decía que quizás había sido mejor concretar la experiencia ahora y no en aquellos tiempos, donde realmente ninguno de los dos estaba claro sobre lo que se quería y que, tal vez, de haber forzado las cosas, se hubiese cometido un error.

El video era explícito, con una duración de 01:15 minutos, grabado en la habitación de un hotel, al parecer desde una cámara en posición fija, que dominaba la mayor parte de la habitación, especialmente la cama. Empieza cuando él pone a funcionar la cámara, quedando en un primer plano, y ella, mi mujer, se observa acomodando su bolso en una silla y acomodándose en una pequeña mesa, situada contigua a la cama. El procede a sacar una botella de vino y sirve dos copas. Bueno, brindemos, se escucha decir. ¿Por qué? Replica ella. Pues porque me hayas aceptado la invitación a venir a mi habitación. Es un logro. Y ¿por qué? Dice ella. Nunca antes lo habías propuesto. Tienes razón, contestó él. Siempre lo imaginé, pero nunca lo dije. Bueno, que sea un motivo, dijo él, alzando su copa y bebiendo ambos un trago.

Bueno, Laura, dijo, mañana me vuelvo para los Estados Unidos y va a pasar mucho tiempo antes de que nos volvamos a ver. Y en todo este tiempo siempre estuve imaginando que en algún momento pudiéramos compartir un momento de mucha confianza e intimidad. Me refiero a llevar a realizar cosas que tal vez hemos imaginado y que, por pena, por timidez, o simple respeto, nunca llegamos a mencionar. Yo quisiera tener unas fotografías tuyas, algo especial, secreto y atrevido, que quedaría tan solo entre los dos. ¿Estoy pidiendo algo inalcanzable? Preguntó él. No respondió ella. ¿Qué tienes en mente? Replica ella. Bueno, dice él, totalmente dispuesto a las consecuencias: ¿Estarías dispuesta a posar para mí? Sí, dijo ella. ¿Qué quieres?

Tal vez, tratándose de fotografías, algo sensual, atrevido y sexy. ¿Qué sugieres? Preguntó ella. Bueno, párate, abre tus piernas, y posa para mí, como tu pienses que esas fotos deberían ser. Entonces ella apuró su bebida, se levantó de su puesto y empezó a posar en diferentes posiciones, aun con la ropa puesta. El escenario de fondo, claro está, era la cama, así que bien pronto él dijo… ¿podríamos intentar algo más atrevido? ¿Qué quieres ver? Dijo ella. Pues quisiera que repitiéramos las mismas poses, pero solo dejando tu cuerpo solo decorado con tu ropa interior. Bien, dijo ella, eso merece otro trago. No sé si esto sea una locura. Pero, sin recato alguno, poco a poco se fue despojando de su vestido, acción que Edgar no dejó de fotografiar.

En el video, ella quedaba de espaldas a la cámara y se observa su cuerpo desde atrás, y no se aprecia su rostro. Edgar, por el contrario, queda de frente y claramente se ve el gusto que experimenta contemplándola a ella mientras posa, y la dedicación que coloca cuando dispara su cámara, una y otra vez. Ella, coqueta, desabrocha la cremallera y deja caer su vestido, dejándose ver solo vestida por una sensual lencería negra. Y así, en ropa interior, él la dirige para que se ubique en diferentes posiciones; frente a él, de espaldas a él, de lado, abriendo sus piernas, sentada en el borde de la cama, arrodillada sobre la cama, en posición de perrito, recostada sobre la cabecera de la cama con sus piernas abiertas a lado y lado… Ella, siguiendo todos sus caprichos, parece disfrutarlo.

¿Podríamos repetir las mismas tomas, pero sin tu brasier? Bueno, responde ella y, poco a poco, con una traviesa sonrisa, se despoja del brasier, dejando sus senos a la vista. Y ahora, siguiendo las guías de su improvisado fotógrafo, se acomoda como él indica. Bueno, dice él, ¿podemos hacer lo mismo, dejando que la cámara goce tu desnudez? Seguro, dice ella. Espero que todas las fotos salgan bien. No quisiera pasar por todo este proceso de nuevo, dijo ella mientras se fue despojando de sus pantis, quedando solo vestida con sus zapatos, su collar, sus pulseras y sus aretes. Divina, divina, dijo él. Quiero que abras bien tus piernas para deleitarme con la vista de tu sexo. ¡Súper! ¡Súper! Párate aquí, posa así, acomódate allá, de modo que hizo varias tomas con ella, su modelo, totalmente desnuda.

Al final le pidió que se pusiera de pie, frente a él, y, dejando su cámara encima de la mesa, le dice. No sabes cómo lo he disfrutado y deseo agradecerte, dijo, acercándose para besarla. Ella lo aceptó y lo acogió sin reparos. Se observa cómo aquel empezó a besarla y a acariciar su cuerpo, especialmente sus nalgas. Así, deleitándose el uno al otro, permanecen un inmenso rato. El pareciera no avanzar en la acción, así que es ella quien insinúa que se vaya desnudando, empezando a retirarle lentamente la ropa, sin dejar de besarse y tocarse por todas partes. Y, ante esa iniciativa de ella, ahora es él quien se ve apurado para quedar igual de desnudo a ella. ¿Te acuerdas que estuvimos así, desnudos los dos, cuando fuimos a los baños turcos en Münich? Si, dijo ella, riéndose, pero aquí no hay vapor.

A continuación, ella empezó a masajear el pene de Edgar, diciéndole, allá nos faltó hacer esto. Había mucha gente alrededor. Sí, dijo él, avanzando hacia la cama, de manera que fue inevitable que ella cayera tendida de espaldas, y, sin más preámbulos, abrió sus piernas, y, haciendo una seña con su mano, le invitaba a que se aproximara, indicando con este gesto su disposición a recibirle. El, comprendiendo lo que pasaba, sin tardanza, se apresuró a cubrir con su cuerpo el de ella y penetrarla, en posición de misionero, con mucha atención y cuidado, empujando suavemente hasta que todo su miembro desapareció totalmente dentro del sexo de mi excitada y ansiosa señora, empezando a empujar con ritmo, lentamente, sacando y metiendo su miembro en toda su extensión.

Aunque su pene no se veía muy grande, sí parecía bastante grueso, obligando a que el sexo de mi mujer se abriera dificultosamente para acogerle. Ella, algo debió sentir porque, tan pronto se sintió penetrada, empezó a gemir con un volumen un tanto bajo, ya que Edgar no dejó de besarla mientras continuaba su faena. Sus manos acariciaban las piernas de mi mujer y ella, colocando sus manos en las nalgas de él, atraía su cuerpo hacia ella. Sus piernas, bien abiertas y levantadas, indicaban que estaba experimentando inmensas y gratas sensaciones. Sus brazos se desplazaban por encima de su cabeza y, al compás de las embestidas de él, volvían hacia sus nalgas para acariciarle. De hecho, se le veía bastante excitada.

Laura, ¿por qué no te pones de espaldas? Quiero penetrarte desde atrás. ¿Quieres? Y ella, sin decir palabra, simplemente se acomodó siguiendo la guía de su corneador. Se colocó de rodillas sobre la cama, se apoyó en la baranda de la cabecera y expuso sus nalgas hacia atrás para que su macho la embistiera como deseaba. Él estaba encantado. Se acomodó detrás de ella, tomó su miembro entre las manos y lo apuntó a la entrada del agujero de mi mujer, quien se mostraba deseosa de tener de nuevo aquel miembro taladrando dentro de sí. Y él, respondiendo a ese gesto, empezó a empujar con mayor fuerza y vigor.

Se escucha a Laura gemir al vaivén de las embestidas del macho, quien se esfuerza para darle y darle, con insistencia, desfogando todas las ganas contenidas después de tantos años de espera, aprovechando para disfrutar cada centímetro del cuerpo de ella, puesto a su entera disposición. Y así, después de algunos minutos, entre embestidas y gemidos, ambos parecen llegar a la cúspide de la excitación y del gozo. Aquel, de repente, retira su miembro y descarga toda su leche en la espalda de ella, quien, también excitada, retuerce su cuerpo, inclina su cabeza hacia abajo y parece desfallecer por el placentero esfuerzo.

Él se acuesta sobre la cama, de espaladas, para descansar y reponerse del esfuerzo. Pareciera que ya cumplió su cometido y solo se concentra en recuperarse. Ella, se incorpora, se levanta, y se dirige al baño, permaneciendo allí varios minutos. Al salir, se le nota altiva, repuesta, más guapa. Es evidente que retocó su maquillaje y su peinado para salir nuevamente al encuentro del hombre que reposa en la cama. Y, llegando hasta él, comentó: Acaso, ¿ya fue suficiente? Tenía pensado que podría haber algo más, dijo ella, mientras tomaba su pene con las manos y lo frotaba de arriba abajo, procurando que despertara de nuevo.

¿Qué tal estuvo? Pregunto Edgar. ¿Te gustó? Si, dijo ella, mientras continuaba dedicada a su labor de estimulación. Estuvo rico. Lo disfruté mucho y quisiera extender este momento un poco más, si te parece. Mi reina, estoy disponible para ti. Solo dame un tiempito y ya esto contigo. No te esfuerces, dijo ella. Déjame el trabajo a mí. Y, diciendo esto, se inclinó sobre él para chupar su pene mientras seguía frotándolo insistentemente con una de sus manos, mientras con la otra acariciaba sus testículos, así que aquel miembro no tardó mucho en ponerse en condiciones para volver a la acción.

Ella, entonces, se acomodó a horcajadas sobre él, permitiendo que su erecto pene penetrara profundo en su vagina. Y así, ya acomodada sobre aquel hombre, empezó a moverse rítmicamente, adelante y atrás, describiendo círculos con su cadera, a su antojo, seguramente buscando la mayor estimulación en su sexo. El, mientras tanto, se dedicaba a acariciar el torso de ella, especialmente sus senos, que amasaba con mucha intensidad. Poco a poco los movimientos de ella fueron adquiriendo velocidad, se la notaba más animosa y, una vez más, fueron apareciendo los gemidos que sugerían que aquello le estaba gustando mucho, hasta que, nuevamente explotó de placer, dejando caer su cuerpo sobre el de él, sin dejar de mover sus caderas a medida que la excitación disminuía y el ímpetu de aquel instante se apagaba.

Así, tendida ella sobre el cuerpo de él permanecieron un tiempo. Ella, minutos después se incorporó. ¡Oye! Eso estuvo muy chévere. Creo que valió la pena la espera, ¿no crees? Para mí, ciertamente valió la pena la espera, comentó él. Bueno, dijo ella, ya no quedan pendientes ¿verdad? El ciclo ya está cerrado. Ya hicimos lo que había quedado pendiente y podemos seguir la relación en paz, sin ansiedad ni incertidumbre. ¿No te parece? Estoy de acuerdo, dijo él. Ya descubrimos qué se sentía y dejamos de fantasear. Para mi fue la culminación de un sueño. Bueno, dijo ella, espero que lo hayas disfrutado igual que yo. Ya tengo que irme.

En el video se observa cómo ella entra al baño de nuevo y luego, al salir, y frente a él, se ve cómo se va vistiendo hasta quedar arreglada y lista. Se despide como teniendo prisa por irse y sale de la habitación. Él se acerca a la cámara y dice; ahí quedó la evidencia. Saludos…!!! Y todo concluyó.

Como yo no estaba en la ciudad, la expectativa por conocer los detalles de ese encuentro me generaba expectativas, solo por el hecho de que Edgar me había dado su versión, pero aún no conocía de aquello por boca de mi esposa. Y estaba observando las fotografías de la sesión, cuando entró una llamada en mi teléfono celular. Era ella. Hola, amor, ¿cómo has estado? Bien, dije, ¿y tú? Bien. Pasé la tarde con Edgar, comentó. La pasamos bien. Entiendo, dije. O sea, quieres decir, que, ¿por fin cerraron el ciclo? ¿Cómo así? dijo ella.

Pues, nada. Como Edgar ha estado interesado en compartir contigo, no solo ahora sino desde siempre, llegué a pensar que, cuando dices que la pasaron bien, el evento tuvo que ser memorable. Él no va a volver con la facilidad que se dio en este tiempo, así que, después de haber compartido tanto, imagino que la despedida tuvo que ser memorable. Bueno, dijo ella, memorable es que dejamos atrás incertidumbres. Lo normal. El propuso y yo dispuse.

¿Qué quieres decir? Pregunté. Pues que, después de muchos ires y venires, y muchas insinuaciones, compartimos sexualmente un ratico con motivo de su despedida. Entiendo, dije. Y, entonces, agregué, por eso dices que la pasaron bien, supongo. No te hagas, respondió. Si quieres los detalles, ya te contaré. Confórmate con saber que, sí, finalmente, y después de muchos años, tanto él como yo supimos que se sentía al estar el uno con el otro. No puedo decir que fue lo máximo, pero, en general, la pasamos bien. La pasamos rico. La deuda pendiente quedó saldada.

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