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Antes del café (Capítulo 5): La hija de jefe

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Intervención de la narradora:

Sé que resulta aburrido cuando una novela se salta todo lo que ocurre en determinado tiempo. Por eso, decidí resumirles lo acontecido después de un año y ponerlos al corriente, ya que no tiene mucho sentido detallarlo.

Los primeros tres meses, Azucena fracasó en su intento de follar con otros hombres, incluso lo hizo una vez más con Ignacio, pero él la volvió a decepcionar. Sintió desesperación y finalmente se rindió.

De esta manera, conoció a un joven de 30 años que la hizo cambiar casi radicalmente, su nombre es Erick y trabajaba en un despacho jurídico asociado a la empresa donde se desempeñaba Azucena.

Ella comenzó a portarse bien, a ser constante en el trabajo y a llevar una vida más saludable. Así, obtuvo un aumento salarial muy atractivo, perdió varios kilos y consiguió que Erick se hiciera su novio. La relación fue tan seria que se encuentran comprometidos y a tres semanas de casarse.

El tremendo de Braulio, por su parte, terminó la universidad. En el último semestre encontró un empleo vespertino que no le permitiría descansar bien, pero ganaba un sueldo sustancioso y al acabar la carrera conservó su trabajo.

A la espera de su cédula profesional, decidió ocupar las mañanas para dar clases de regularización de contabilidad en casa y así no tener tiempo de hacer cualquier otra actividad. ¿Por qué? La respuesta es que tenía metas muy bien establecidas, entre las cuales estaba adquirir un departamento e independizarse, por lo que requería cierta cantidad de dinero.

Por lo mismo, durante los primeros seis meses, Braulio mantenía relaciones sexuales frecuentes con Ingrid, pero desde que inició a laborar, se veían una vez cada dos o tres fines de semana. No tuvo otra pareja sexual, pero tenía varias posibilidades.

Por último, Azucena y Braulio retomaron la confianza seis meses después de lo ocurrido en el hotel, en otras palabras, renació la hermandad. Los dos eliminaron de su cabeza la idea del incesto y todo parecía volver a la normalidad, aunque con los papeles invertidos, ya que Braulio ahora era el que cogía con Ingrid cada que había oportunidad y Azucena parecía monja, pues a pesar de ser lujuriosa, su novio era de la idea de no tener sexo hasta el matrimonio y solo saciaba sus ganas masturbándose.

Sin más que agregar, los hermanos relatarán a continuación los siguientes hechos relevantes a un año de aquella experiencia erótica que vivieron. Aquí es donde retorna la emoción.

Versión de Azucena:

Aparentaba ser un lunes normal, pero tuve un accidente justo a la salida del trabajo. Mi oficina estaba en el séptimo piso y desde que me planteé adelgazar comencé a usar las escaleras en lugar del ascensor. Al descender a la cuarta planta, pisé mal un escalón, me precipité por varios peldaños y recibí pequeños raspones y lesiones en las piernas, incluyendo una fractura de muñeca derecha. Inmediatamente, me canalizaron con un médico, el cual me otorgó discapacidad por una semana. Tenía que volver a la empresa para entregar el documento de discapacidad, pero lo dejé para el siguiente día.

Regresé a casa, adolorida y urgida por recostarme. Eran las 3 de la tarde, por lo que mi Braulio no tenía mucho de haber salido hacia su trabajo. Contacté a mi prometido y le conté mi incidente para que viniera a hacerme compañía, me diera unas sobaditas y, por supuesto, aprovechar para convencerlo por milésima ocasión acerca de echarnos un palo antes de casarnos.

Erick tenía principios religiosos arraigados, lo cual respetaba mucho. Pero no resistía mis ganas y desde que me propuso matrimonio mi intención era lograr convencerlo de que, por lo menos, un anal no tendría malas consecuencias. De hecho, atraerlo sexualmente fue uno de los motivos por los que me esforcé por bajar de peso y esculpir un cuerpo sexy. No obstante, aunque él no negaba que me veía despampanante, su temple era superior y quería que su primera vez fuera en la noche nupcial.

Dieron las 3:30 de la tarde cuando Erick entró a la casa. Tenía una copia de las llaves, ya que se ganó la confianza de mi familia. El café ya estaba listo para beberlo y sentarnos a platicar, aunque él se dirigió directamente a mi habitación y mostró su preocupación por mí.

- ¿Cómo te sientes, amor? ¿Se te ofrece algo?

Se me ocurrió una gran idea. Afortunadamente, no me cambié de ropa y seguía con mi vestido del trabajo puesto. Entonces, comencé de quejumbrosa y le pedí un enorme favor.

-Me siento muy adolorida. ¿Podrías sobarme las piernas, por favor? En el botiquín del baño hay un ungüento analgésico para que me lo untes, por favor cariñito, ¿sí?

Después de mis mimos, él hizo rápidamente lo que le encargué y empezó a colocarme el ungüento. Se me erizó la piel al sentir sus manos sobándome y fingí todavía más malestar, aunque mis palabras parecían tales como las de una mujer en plena cogida, con toda la intención, obviamente.

- ¡Ay, sí! ¡No pares, baby! ¡Se siente muy bien! Un poco más arriba, por favor. Mis muslos también me duelen.

El me consintió y frotó mis muslos, causándome un placer que hace mucho no sentía. Noté que él llevó una de sus manos a su cuello, en señal de que la corbata le estaba causando molestia.

Era el momento perfecto para tomar su brazo y meter su mano adentro del vestido y que tocara mis glúteos. Emití un gemido, me senté, comencé a besarlo y a toquetear su pecho. En medio de mis besos, él no tardó en expresar su incomodidad.

-Amor, ya hemos platicado de esto.

Decidida y movida por mis impulsos, puse lentamente mi trasero en su pelvis. Sin poder dejar de sentir dolor, le hablé sensualmente mientras desataba su corbata.

-Papi, tú solo déjate llevar.

Para ser honestos, nunca habíamos llegado tan lejos como pareja. Además, yo jamás en mi vida había tomado la iniciativa para tener sexo, siempre esperaba a que los muchachos lo propusieran, lo iniciaran y lo ejecutaran. Podía quedarme con ganas de pito, pero jamás ser la primera en comenzar el previo ni mucho menos introducirme la polla, sin contar aquella vez que casi sucedía con mi hermano.

Procedí a desabotonar su camisa, entretanto lo besaba y le daba arrimones delicados. Pude haber tenido iniciativa, pero sin ver acción de su parte yo no iba a dar un siguiente paso.

Así que pasamos un largo rato besándonos hasta que, de pronto, él tomo mi cintura y se acostó, conmigo sobre él. Yo tomé una de sus manos y la desplacé por mis caderas hasta el borde de mi vestido.

Después de unos minutos, él metió su mano dentro de mi vestido y acarició mis pompas suavemente. Yo comencé a moverme para incitarlo a que bajara mi pantaleta, pero debido a que todo lo hacía con miedo, tardó en hacerlo.

Estaba impaciente por sacarle la verga, así que, de la nada, aparenté sentir demasiada excitación, cosa que me había prometido no volver a hacer. Desabroché su pantalón y expuse su pija, que aún no estaba del todo erecta, sin embargo, fingí estar sorprendida.

Entendiendo su miedo, me acerqué a besar sus labios mientras lo masturbaba y traté de inspirarle confianza.

-Amorcito, estás bien bueno. Tu pene me encanta, se ve muy sabroso. ¿Me das permiso de probarlo?

Erick solo contestó un “no sé”. Aunque mis ganas eran demasiadas, no estaba dispuesta a hacer algo que no estuviera en su voluntad, solo me quedaba convencerlo. Entonces, aún con mi vestido, me senté en su polla dándole la espalda y comencé a restregársela intensamente.

Escuché sus gemidos y me sentí dichosa de ello. De repente, él se enderezó, subió mi vestido a la altura de mi abdomen y empezó a moverse rico. Nervioso y temeroso, me planteó una sucia proposición.

-Solo un anal, amor. ¿Está bien?

-Sí, mi vida -respondí y me apresuré a colocarme en cuatro sobre la cama.

Sentí sus manos temblorosas bajando mi pantaleta y debido a su lentitud comencé a implorar de forma sexy.

- ¡Vamos, papi! ¡Métemela por el culo!

Instantes después, sentí la punta de su pija a la entrada de mi ano. Seguí insistiendo con un tono de voz incitador.

- ¡Tss, ah! ¡Uf, déjala ir toda!

Desgraciadamente, se oyó el ruido de unas llaves abriendo la puerta principal. Velozmente me bajé el vestido y salí a recibir a mis padres en lo que Erick se arreglaba. Al poco tiempo, Erick salió de mi habitación, saludó a mis padres y también se despidió.

Mis padres me vieron raro, pero los persuadí de que no estaba sucediendo nada malo, sino que mi novio había venido preocupado por mi accidente. Minutos después, recibí un mensaje de Erick, que textualmente decía “Perdona mi inseguridad, amor. Te prometo que mañana a la misma hora cumpliré tu capricho”. Percibí que sus palabras eran forzadas, pero me pareció una excelente idea, ya que me dejó muy caliente.

Después de comer fui a dormirme. No era extraño que mi hermano y yo no nos viéramos en todo el día, incluso había veces que solo nos veíamos el fin de semana, a pesar de vivir bajo el mismo techo. Solo oía que entraba a su habitación alrededor de la medianoche que llegaba y eso era todo. Comprendía su cansancio.

Ya era martes en la mañana. Me alisté y salí hacia la oficina a las 9 para entregar mi documento de discapacidad. Regresé a casa poco antes de las 10 para no interrumpir a Braulio cuando empezara a dar clases y solo esperaba ansiosa la llegada de mi prometido en la tarde para que me rompiera el culo.

Versión de Braulio:

Eran las 9 de la mañana de lunes. Azucena recién había salido a su trabajo. Me di un baño y posteriormente acomodé la sala para recibir a mis alumnos y me preparé una taza de café. Sin embargo, antes de disfrutarlo, se estacionó un carro fuera de la casa.

Previo a lo acordado, llegaron mi jefe y su hija de 18 años, llamada Lizbeth, a quien me encargó de ilustrarla con mis conocimientos de contabilidad, ya que era recién ingresada a la carrera.

La joven se mostró coqueta desde que me vio. Sin esperar más, le di la mano a mi jefe y le prometí enseñarle a su hija todo lo que sabía. Después de pagarme discretamente la inscripción, nos dejó solos.

Le invité un café a Lizbeth en la barra y le pregunté los motivos por los que se decidió por la carrera. Ella respondía con una voz tan agradable, además de que, en un momento, me guiñó un ojo y pasó lentamente su lengua por la orilla de su taza mientras me miraba.

Yo solo le di un trago a mi café, pensando en todas las maravillas que podía hacerme ella con su boca cuando de pronto, sonó el timbre. Eran mis demás alumnos, interrumpiendo el tentador momento.

Debido a la gran demanda que recibió mi oferta académica, tuve que inaugurar dos horarios de clases, uno a las 10 y otro a las 12. Según mi jefe, Lizbeth solo estaría hasta las 12.

Pero pasada la hora y recibiendo al siguiente grupo, ella permaneció hasta las 2 de la tarde, mirándome todo el tiempo desde la barra. Yo disimulé las cuatro horas, pero cuando terminé la última clase y despedí al grupo, me dirigí a ella.

-Se te hace tarde para llegar a la universidad.

-Y a usted para ir a trabajar -vaciló.

-Soy solo cuatro años más grande que tú, háblame como a un amigo, con confianza -le sugerí.

-No estoy de acuerdo, profesor -respondió acercándose demasiado-. Usted es el que manda aquí y debo tratarlo con respeto.

-Eres demasiado guapa -expresé, nervioso-. Pero no es profesional de mi parte que me esté distrayendo contigo al dar mi clase. En ese sentido te pido un poco de mejor comportamiento y no mirarme así como lo has hecho hoy.

-Tiene razón, profesor -comenzó a hablar sensualmente-. Soy una chica mala y me he portado muy mal hoy. ¿Cuál es mi castigo?

No podía creer que una chaparra de 18 años, morenita, gordibuena y de perfectos atributos me hiciera dudar de mi personalidad. Pero me armé de valor y comencé a devolverle sus indirectas.

-Solo tengo dos opciones, una es darte nalgadas y la otra es darte cinturonazos. ¿Cuál prefieres?

-Ambas me agradarían, ¿y si comienza de una vez? -preguntó al darse la vuelta.

Le di una nalgada de forma que mi mano se quedara apachurrando su glúteo, luego pegué mi cuerpo al suyo y ella volteó la cabeza hacia arriba para besarme la boca.

Los arrimones y los besos subieron de intensidad conforme pasaban los minutos, pero repentinamente detuve la calentura.

-Ya es tarde, linda. Dejamos esto para otra ocasión ¿te parece?

-¿Me va a dejar así, profesor? -cuestionó Lizbeth.

-No quisiera, pero tu padre estaría molesto si no cumplo con mi deber de empleado -contesté.

-Bueno, si no hay de otra yo también me retiro -enunció con dignidad.

Antes de que saliera por la puerta la recargué en ella, volví a arrimarle todo mi cuerpo y a besarla desenfrenadamente. Lizbeth correspondió mis impulsos, pero ahora fue ella quien me impidió seguir.

- ¡Basta! Usted gana, profesor -expresó entre risas-. Pero tengo que ir a la universidad.

- ¡Qué lástima! -exclamé-. Ya me había decidido a faltar al trabajo y darte tu merecido.

-Esa no es la manera correcta -explicó con su sonrisa provocadora-. Ambos tenemos el tiempo apretado y solo usted tiene el poder de crear espacios a su conveniencia en las mañanas y así poder castigarme como se debe. La hora ya está, de usted depende el cuándo. Piénselo.

Me guiñó el ojo y procedió a retirarse. Me derretía de las ganas ante su seguridad, su forma de seducir y su bellísimo cuerpo. Enseguida salí en dirección al trabajo y alcancé a llegar a tiempo.

Pensé demasiado las cosas, pero encendido en mi lujuria, decidí dar aviso oportuno a cada uno de mis alumnos personalmente, excepto a Lizbeth, que la clase del día siguiente se cancelaba debido a motivos de fuerza mayor y se reanudarían el miércoles.

Regresé a casa a la medianoche. Mi hermana ya estaba dormida y aunque sentía la necesidad de hablarle, comprendía su cansancio y me encerré en mi recámara para dormir, pensando que tendríamos una conversación de hermanos hasta que se viniera el fin de semana.

Al día siguiente, desperté a las 9, justo cuando mi hermana azotó la puerta principal al marcharse. Me alisté y en cuanto dieron las 9:30, se oyó el carro de mi jefe estacionándose afuera. Salí a recibirlos y entré con Lizbeth a la casa. Habiéndose ido mi jefe, la lujuria se desató.

-Le dije a mi padre que tenía unas dudas pendientes a resolver con usted -explicó.

- Qué lista eres. ¿En qué estábamos ayer? -pregunté mientras llevé mi mano hacia mi hebilla y empecé a desabrochar mi cinturón.

-Es mejor que nos demos prisa antes de que lleguen los demás, ¿no cree profesor? -sugirió.

-No llegarán -respondí-. No quiero que vean cómo te doy tu merecido.

Sin enunciar una palabra más, saqué mi cinturón, la rodeé con él y la jalé hacia mí. De esa manera, la llevé a mi cuarto, la despojé de su atractivo vestido, la subí a la cama y puesta en sus rodillas, sacó mi verga de mi pantalón para chuparla.

Me sorprendió ver que tenía práctica y ella estaba asombrada de lo enorme que la tengo. Sus palabras mientras me felaba solo me causaban más excitación.

- ¿Todo eso me va a entrar por la concha? ¡La tiene grandota, profesor!

No le entraba todo mi pito hasta la garganta, pero ella disfrutaba y me hacía disfrutar bastante.

Viendo que casi se ahogaba, le saqué el dulce de la boca y la acosté boca arriba. Ella me abrió las piernas para recibir unas lamidas en su vagina, pero fui algo breve al mamar su cuca.

Hice a un lado el hilo de su tanguita e inicié el ritual de acariciar su clítoris con mi pija, pasándola entre sus labios vaginales. Sus gemidos eran muy agudos pero fascinantes y solo esperaba poder tardar bastante tiempo en venirme.

Sin resistirlo más, metí mi glande en su pucha y poco a poco dejé ir toda mi herramienta en su interior. Ella dio a conocer sus gritos de placer, extremadamente fuertes y agudos.

- ¡Uy, qué rico! ¡Así! ¡Que me entre toda!

No podía evitar ir a un paso acelerado, pues sus expresiones me incitaban a ser rudo. Le quité su brasier para contemplar sus tetas rebotando y coloqué sus pies en mis hombros para que le llegara profundo mi pene.

De repente, me pareció haber oído la puerta principal entre los gritos de Lizbeth, pero lo ignoré.

CONTINUARÁ...

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