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Autobiografía sexual (Parte 13): Trío con vergas chapinas

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Aquella noche tuve una larga discusión con mi mamá. No podía creer que decidiera dejar a mi papá vivir en nuestra casa sin pensar si yo estaba de acuerdo, ¿acaso se le olvidó cómo me madreó y me corrió de su casa? Al menos me enteré de muchas cosas: La golpiza que mi papá le propinó a mi tío después de correrme dio origen a una demanda que ganó mi tío. La deuda era muy grande para mi papá y tuvo que pagarle con su casa, por eso se veía con mi mamá todo ese tiempo, para obtener la reconciliación como segundo objetivo, pero el principal era tener dónde vivir, suponía yo.

Dormí enojada aquella noche, al despertar se me olvidó, fui a trabajar, volví a casa y ahí estaba mi papá, besándose con mi mamá en la sala. El muy hipócrita se paró y fue a abrazarme, pidiéndome perdón por aquella putiza que me dio. Solo respondí que me daba gusto verlo de nuevo y me fui a mi habitación.

Al siguiente día, me encontraba trabajando y de pronto, mi celular sonó. Eran mis amigos guatemaltecos, que querían verme aquella tarde y acepté. Regresé a casa, me bañé, me vestí intencionalmente sexy y estuve esperando a mis amigos, aunque no conté con que mi papá los vería primero estacionarse frente a la casa y al notarlos desconocidos, quiso agarrarse a madrazos con ellos.

—¡Papá, déjalos! —intervine en la pelea—. ¡Son mis amigos!

Después de que los soltó, me dirigió la palabra con gritos.

—¡¿Otra vez tú?! ¡Cómo te encanta andar de puta!

—¡Eso no te importa! Ya estoy grande y contribuyo al gasto del hogar, así que piénsalo dos veces antes de volver a insultarme porque la casa no es tuya y tengo el derecho de correrte.

Mi papá se quedó calladito y yo, con una sonrisa malévola, me subí al auto de mis amigos y nos marchamos.

Los muy lindos me invitaron a cenar a un restaurante y me cumplieron el capricho que tenía de un pastelito y malteada de chocolate. La plática estaba entretenida, pues nos conocimos, me aprendí sus nombres (Misael de 35 años e Ian de 37), me contaron muchas cosas sobre Guatemala y el porqué vinieron a vivir a México, además de contarme que la policía de San Juan del Río los estaba buscando por haberse escapado del separo y tuvieron que mudarse a Tequisquiapan.

A mí el chocolate ya me había puesto muy feliz, por lo que me dieron ganas de iniciar una plática más atrevida.

—Solo me he acostado con dos mujeres, una novia de mi juventud y mi ex esposa —contó Misael.

—Yo con tres, una novia de mi juventud, una esposa y una amante —relató Ian—, ¿y tú? Supongo que al menos te has metido con un noviecito.

—Para ser exacta, hasta la fecha he tenido sexo con quince hombres.

—¡Wow! ¡Qué pícara muchachita con los hombres! —exclamó Ian.

—¿No te gustaría que fueran diecisiete? —insinuó Misael.

—Pues ustedes ya invitaron la cena, yo invito el hotel, ¿va?

—¿Cómo crees? Esta noche todo corre por nuestra cuenta —dijo Ian.

—Entonces nos vemos otro día, caballeros —dije como indignada—. Me tengo que retirar, gracias por la cena.

A la salida, Misael me alcanzó, se plantó frente a mí y se disculpó por su amigo, excusándose con cierta pena por tener que hacerme gastar en una habitación de hotel, siendo ellos los que deberían hacerlo por ser hombres, según él.

—Es una pena que piensen que una mujer no puede invitarlos a divertirse.

Seguí caminando unas cuantas calles hasta que se frenaron junto a mí mis amigos. Ian bajó del auto, se disculpó conmigo, se dijo muy interesado en mi propuesta y aceptaron que yo pagara la habitación. No quise repetirles la lección, pues en verdad tenía ganas de coger, así que me subí al auto y les indiqué el camino hacia un hotel al que siempre había querido ir.

En el trayecto del coche a la recámara, Misael me estuvo manoseando el trasero y yo lo disfrutaba. Al entrar al cuarto, me tomó de las caderas y pegó mi culo a su entrepierna mientras caminábamos hacia la cama, yo recargué mis brazos en la cama, me agaché y comencé a azotarme contra él de lo deseosa que estaba.

Ian se subió a la cama, se hincó y me restregó su entrepierna en la cara, pero en menos de diez segundos descubrí su verga y la empecé a masturbar para ponerla firme.

A su vez, Misael me bajó la minifalda y sentí su verga golpeando mis nalgas, al mismo tiempo que jalaba mi tanga y la devolvía en su lugar.

Estaba a completa disposición de dos gorditos y ricos chapines. En el momento en que me metí por primera vez la verga de Ian a la boca, le pedí a Misael que me metiera su verga en la panocha y así lo hizo, comenzando a —embestirme duro pero lento.

—Mmmm. Las tienen bien ricas, así gruesitas.

Ian me hizo una colita de caballo y la sujetó para mover mi cabeza a placer suyo mientras le chupaba su chilote. De pronto, me tomó de la barbilla para mirarlo a la cara mientras se la mamaba y gemía, para expresarme sus deseos.

—Quiero golpearte la cara.

—No seas idiota —le respondió Misael mientras aceleraba el ritmo en que me penetraba—. Ves que ya tiene la cara rota.

—¡Ah, ah! Háganme lo que gusten, queridos —consentí y después dirigí mis palabras a Ian—. Pégame, papi.

No se contuvo el sabroso de Ian y me soltó bofetadas a la vez que le mamaba la pija y me la introducía completita en la boca, aunque tuviera que expandir mis cachetes de lo gruesota que la tenía.

Como en las veces anteriores, apareció un orgasmo muy temprano. Tuve que sacarme el pene de Ian de la boca para gritar.

—¡Ah, papi! ¡No la saques, que me vengo! ¡Ahhhh! ¡Mmmm!

Después de correrme delicioso, volví a mamar intensamente el pito de Ian, como toda una perra, demasiado excitada.

—¡Ay, ya la quiero tener dentro! Me encanta tu verga, Ian.

—Voltéate —dijo Misael en el fondo y obedecí para ahora darle la cola a Ian sobre la cama y comerme la herramientota de Misael.

En ese sentido todo fue diferente. Misael me tomaba de la cabeza para mamarle la verga, pero lo hacía con suavidad, incluyendo algunas caricias en mis mejillas, mientras que Ian comenzó a cogerme duro, rápido y con nalgadas muy duras. Polos opuestos entre amigos, pero muy sabrosos ambos modos.

Un rato después, estaba experimentando otro rico orgasmo y le pedí a Ian que no parara. Tanto fue el placer que me empiné completamente, grité e Ian me sacó su pene y vio cómo lo rocié de mis fluidos.

—¡Ahhhh! ¡Es que me rellenas la concha con tu vergota! ¡Mmmm!

—Voltéate boca arriba —me pidió Ian y así lo hice rápidamente.

Ian me despojó de mi blusa y de mi bra y le abrí mis piernas, pero él las alzó, haciendo que flexionara mis rodillas y me abriera más de piernas para que me metiera su miembro hasta lo profundo, mientras que Misael no dudó en penetrarme la boca y meter y sacar su pija con velocidad.

—Me encantan sus penes. Si se van a venir háganlo en mi boca.

No pude evitar tocarme el clítoris mientras era penetrada por las dos vergas, llegando a provocarme otro orgasmo que disfruté demasiado, pues esta vez Ian no sacó su pija de mi concha, sino que la dejó bien metida y me vine a presión bien rico.

—¡Ay! ¡Mmmm qué delicia! ¡Ahhhh! ¡Ya me hicieron correrme tres veces!

Ambos continuaron follándome, hasta que Misael se vino en mi boca y me echó su semen en toda la cara y a los escasos minutos, Ian me quitó el pene de la cuca y se acercó a mi cara para eyacularme en la boca y me regó su leche en el cuello y el pecho. Terminé bañada desde la frente hasta las tetas de sus deliciosas leches.

Después nos metimos a bañar juntos y ahí me arrodillé para mamarles los chilotes, metiéndomelos ambos a la boca y apenas me cabían. Ian todavía tenía ganas de follarme y no me negué, por lo que me incliné para que me la metiera por atrás, mientras le seguía chupando el trozo a Misael durante un rato más.

Ambos se agotaron poco tiempo después, terminamos de bañarnos, nos vestimos y nos fuimos. Los muy amables me dejaron en mi casa, aunque mi papá los recibió afuera con pistola en mano. Tuve que pedirles que se retiraran y discutí de nuevo con mi papá, lo cual me hizo llegar de muy mal humor a mi recámara.

Me acosté en mi cama y sentí algo a la altura de mis muslos. Lo tomé y era un periódico, lo aventé molesta, pensando que mi papá había entrado a mi cuarto y se puso a leer su periódico ahí. Sin embargo, sentí una mano tapando mi boca y con su otro brazo rodeó todo mi cuerpo, evitando así que pudiera defenderme. De pronto, su voz se hizo escuchar.

—¡No hagas ruido! ¡Soy Adrián!

Me calmé poco a poco y me soltó.

—¡¿Qué haces aquí?! —susurré asustada y enfadada a la vez.

—Solo vine a darte el recordatorio de que estoy al pendiente de ti todavía.

—¡Te dije que ya no!

—Es imposible, estás en mis planes y pronto te necesitaré.

—¿De qué planes hablas?

—Sigo sin poder revelártelos, pero estás disfrutando de los beneficios que implican sin siquiera hacer algo.

—¡No te entiendo nada!

—Entenderías si leyeras el periódico que acabas de tirar.

Prontamente, recogí el periódico y leí la portada, la cual decía "Un cerdo menos. Aparece cuerpo de hombre a la orilla de la presa Centenario. "Por violador", decía un cartel en su pecho".

—Eh... —pronuncié pero fui interrumpida por su voz.

—Así es. Es el tipo que te violó. No le habías visto la cara, pero ahí la puedes apreciar para odiarla si quieres. Estuve espiándote ese día y vi cuando te subió a su auto contra tu voluntad. No tenía un arma ni refuerzos a mi disposición, pero lo seguí en mi auto, vi que se metió a la cochera de una casa contigo, poco después salió y continué persiguiéndolo. Le perdí el rastro cuando llegó a la carretera, se desvió hacia un pueblo, creo que supo que lo estaba siguiendo, pero después, la suerte me hizo reencontrármelo de regreso, lo encaré y le gané la pelea a puño limpio. Puedes decirme tu héroe.

Permanecí en silencio. No sabía qué decir, pero de nuevo habló él en su insolencia.

—Pues, de nada. Seguirás siendo protegida y vengada como beneficio del plan que tengo para ti.

Adrián salió de mi habitación y en unos cuantos segundos, lo vi por la ventana afuera de mi casa, yéndose sin que no lo detectara mi papá ni mi mamá.

Al siguiente día, fui a trabajar algo insegura por sentirme espiada por Adrián, pero estuve recibiendo llamadas constantes de un número desconocido. Al finalizar la jornada contesté una llamada, la voz fue reconocible.

—¡¿Dónde estás, puta?! ¡Necesito hablar contigo! —me gritaba Ricardo.

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