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Aventuras y desventuras húmedas. Tercera etapa (3)

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Mari totalmente quieta, como si estuviera petrificada, miraba como su hijo recorría el camino al baño. En su mano llevaba la ropa de cambio, aunque no reparó en aquello, solo en que en nada estaría bajo la ducha.

La puerta se cerró, escuchó el clic metálico de la cerradura, pero no del pestillo. La entrada seguía estando abierta y la posibilidad de ver a su hijo desnudo en la ducha también. Se pasó la mano por la frente, notándose acalorada, por un instante pensó si aquello podría ser fiebre. Su conciencia se rio de ella al instante, “¡¿fiebre…?! Sabes muy bien lo cachonda que estás”.

Bajó los parpados con fuerza, todavía no podía darle sentido a lo que sentía por su hijo, un amor que había traspasado fronteras y que necesitaba ser demostrado de otra forma. Levantó la cabeza mirando a la pared, una pared que separaba un lavabo donde Sergio se miraba desnudo y con un pene erecto.

Mari desearía tener visión de rayos X para poder ver tras el muro, porque no se atrevía a dar el paso y abrir la puerta. Por un lado quería que pasase, necesitaba estar con su hijo y que… algo más surgiera. Pero solamente imaginarse ese último paso le daba vértigo. Estaba delante de un precipicio y no sabía cómo lanzarse para no matarse.

Aun así, su subconsciente era ya demasiado poderoso como para detenerla. Sin saber cuándo había sucedido, su mano diestra había desabrochado el botón del pantalón y con ansia, bajaba la cremallera. Se puso de pie pensando en cambiarse de ropa, aunque ese no era su verdadero cometido.

Llevaba un tiempo dándose placer a sí misma, no le era para nada extraño sentir esa fogosidad entre sus piernas, pero aquello era una hoguera. Todo el viaje había contenido sentimientos, los cuales tenía ganas que se desparramaran por su cuerpo.

Sin embargo, debía esperar el momento, la situación idónea, no podía abordar a su hijo mientras se daba una inocente ducha y proponerle la indecencia, debía ser otro momento, tenía tiempo. Lo que Mari no quería era que aquel fuego de su interior la hiciera perder los papeles, todo tenía que ser perfecto.

Sus dedos se habían introducido por el pantalón y bajaron la prenda en un instante, aunque no solo eso, también hizo que la ropa interior se deslizara por sus piernas. Una mata leve de vello asomaba alrededor de su sexo, lo había descuidado esta semana con el objetivo de obtener un apurado perfecto, para algo había traído las maquinillas de afeitar.

Su mano con delicadeza descendió hasta la zona más íntima de su ser, sintiendo una liguera humedad al palparla. A la par escuchó de fondo el agua que su hijo dejaba correr, sabiendo que tenía tiempo se apretó su mojado sexo con fuerza. El clítoris fue presionado con dos dedos y el roce de los demás con los labios vaginales le hizo recostarse con fuerza en la cama y suspirar.

“Dios… Espero que no lo haya escuchado” pensó después de emitir tal sonido de placer sin quitar la mano de su preciado sexo. El primer movimiento le hizo morderse el labio para contenerse. No entendía que estaba haciendo, su mente racional había escapado a otro lugar y solo quedaba la parte salvaje. Necesitaba vaciarse para tener algo más de sensatez, quería que aquello fuera un día especial, no la caza del gato y el ratón por el placer del sexo.

El dedo corazón se acercó demasiado a una entrada que suplicaba por llenarse. Ella no dijo que no a sus ganas y recostada en la cama, escuchando el eco del agua, metió un dedo en su interior.

Lo movió como bien sabia y le gustaba. Dentro de ella los innumerables nervios sentían cada movimiento, cada roce de aquel dedo travieso que se movía inquieto. Pero no era suficiente, otra más entró en la cavidad proporcionando una sensación de estar repleta solo a la mitad. “Necesito algo más grande…” pensó totalmente eufórica y llevada por la lujuria.

Sacó de su interior ambos dedos, llenos de fluidos calientes que rebosaban en su mano. Siguió dando un masaje a su clítoris, cada vez a un ritmo mayor que sin saberlo, se asemejaba al que su hijo hacía en la ducha.

Pensó en Sergio, en ningún otro hombre. En cómo podría aparecer y dejarse caer mientras ella tenía las piernas abiertas sobre la cama. Toda su magnitud, todo aquello que vio en el jacuzzi de su hermana, “menuda polla…” rugía su mente totalmente acelerada.

Todo el sexo de su hijo la llenaba de una forma increíble, como si algo la atragantase en la garganta, pero siendo en lo profundo de su vagina. La mano cada vez más rápida se movía entre el sonido de los fluidos que chapoteaban en su mano.

“¿Qué puta locura es esta?” pensó por un momento al ver su mano furiosa masajear su sexo con desenfreno. Respiró acelerada porque sabía lo que se avecinaba. Se dio el último placer, una imagen mental de su hijo con un rostro casi enojado por el esfuerzo golpeando una y otra vez su cadera contra ella. En su interior la tremenda herramienta la horadaba una y otra vez con excesiva fuerza incluso haciendo que la cama rechinase.

Su cabeza gritó un sí constante al sentir como los placeres más primigenios de la humanidad inundaban su sexo, y ella aceleraba aún más el movimiento de sus dedos. Vio realmente a su hijo haciéndola eso… “Follándome”, y por un momento lo sintió tan real que con un hilo de voz soltó.

—Hijo, —había sido demasiado alto… en el mismo instante bajó el volumen— fóllame.

El orgasmo llegó y todo su cuerpo se contorsionó como una serpiente. Su espalda dejó de tocar la cama mientras su cabeza golpeaba en esta con fuerza. Sus piernas se abrían y cerraban frenéticas aprisionando y soltando su mano que ahora seguía de forma más pausada en su clítoris.

El rostro estaba en llamas, sus pechos explotaban en subidas incontrolables tratando de llenar de aire unos pulmones que eran insaciables. Se pasó la lengua por sus secos labios queriendo humedecerlos, incluso la garganta se le había secado, siempre eran así los orgasmos, siempre que Sergio tenía algo que ver.

Alzó la mano al aire y todavía tumbada en la cama, la admiró mientras su cuerpo se calmaba poco a poco, justo se había apagado el agua, pero aún tenía unos pocos minutos. Separó todos los dedos de la mano, dejando entre estos hilos viscosos de los líquidos que habían manado de su interior. Los observó contra la luz, parecían lianas de una gran selva que resplandecían con la bombilla, y pensó que ojalá Sergio le sacase muchos más… “Para eso hemos venido”.

La puerta se escuchó al de dos minutos y cuando el joven volvió al pequeño cuarto, su madre le daba la espalda con la ropa puesta y otra nueva sujeta por la mano limpia.

—Se queda uno como nuevo —dijo Sergio sin mirar a su madre. Le daba cierta vergüenza cada vez que pensaba en ella para masturbarse, quizá… la conciencia.

—Me ducharé luego. Voy al baño, ahora salgo.

Ninguno de los dos se miró y solo se sintieron realmente cómodos cuando la madre cerró la puerta del baño. Ella sí que puso el pestillo. Apoyándose contra la puerta de madera por un momento creyó que estaría más calmada. El cuerpo se le había puesto a vibrar como loco después del orgasmo y necesitaba un instante de pausa.

En el grifo lavó su mano y después se quitó la ropa quedándose únicamente con la parte de arriba. Dándose una pequeña lavada en el bidé se quitó los rastros de su orgasmo de toda la zona, mientras en el cuarto, Sergio olía un olor que le era familiar, pero sin lograr descifrarlo. El olor al sexo de Mari se había quedado en cada esquina de la habitación.

—Cariño, —dijo en voz alta Mari mientras se secaba los bajos con una toalla— ¿tienes un plan para antes de la función?

—Sí, vamos a dar un paseo por la zona. He mirado por internet unos cuantos sitios que podemos visitar.

—¿El teatro a qué hora era? —tener una conversación normal con su hijo la agradaba.

—A las siete empieza, quizá tengamos que estar un poco antes, no sé. Es mi primera vez.

—Y la mía. —ambos rieron bajito sin que el otro se diera cuenta.

Mari se preparó solamente un poco, el reloj marcaba cerca de las dos de la tarde, tenían tiempo, pero mejor no pillarse los dedos. Se quedó con el mismo pantalón y después de limpiarse a conciencia su parte más personal, se cambió de ropa interior. Únicamente modificó su camiseta y el jersey que llevaba, quería estar cómoda, no hacía falta más ropa que aquella para andar por la ciudad.

La mujer salió con calma, oliendo a su perfume mientras su hijo la esperaba con el pelo algo alborotado sentado en la cama. Se acercó al joven y sin decir nada le pasó la mano por la cabeza colocando algún que otro mechón revoltoso en su lugar.

—Mamá… —quejándose como un niño pequeño— déjame el pelo.

—Todavía eres un bebé.

Se rio del joven, sí que parecía su precioso niño cuando se quejaba de esa forma, aunque minutos atrás, con su mano empujando el clítoris, no tenía la misma opinión.

Bajaron a la recepción, saludando con una sonrisa a Raquel que seguía con la misma expresión de felicidad que hacía unas horas. Salieron a la calle y al momento el frío de la capital les golpeó de lleno, aunque el sol estaba en todo lo alto, el clima era helador, muy típico de esa época del año.

Mari casi por instinto y al verse libre de la mirada de la recepcionista, que era la única que conocía su parentesco familiar, anudó su brazo al de Sergio, quedando ambos estrechamente pegados. Sergio sacó el móvil con la mano contraria para no separarse de su madre, sentir el abrazo de esta no le podía hacer más feliz.

—Pues… comenzamos… —el hijo miraba el móvil algo perdido, no sabía que rumbo tomar. Al final el GPS de su itinerario le guio por el buen camino— Vale. A la izquierda, mamá.

—¿Sabes a donde vamos o improvisas?

—Con una cita podría improvisar, pero no con mi madre. —para Sergio aquello era más una cita y para Mari… también.

—Cuéntame entonces, yo nunca he estado aquí.

—Vale… a ver si lo recuerdo sin sacar las notas del móvil. Primero, parada en “la plaza de España”, o sea que en marcha. —seguro que tendría que tirar de lo que tenía apuntado en el móvil— Luego te iré descubriendo nuevos lugares.

Comenzaron a andar mientras Mari negaba con la cabeza, parecía que su hijo se lo había preparado, pero… solo a medias. Un pensamiento muy lógico le voló por la mente en aquel momento, “espero que en otros temas no me deje a medias”. Se tuvo que morder el labio de forma recatada para desechar esa idea, por el momento tocaba pasear. Quería pasárselo bien con su hijo, de forma maternal, lo que llegase después… ya vendría.

En cinco minutos estaban en su destino, prácticamente no habían girado y todo había sido línea recta, gracias a eso, Sergio no se perdió. A la mujer le gustó el lugar, una amplia plaza con monumentos a Cervantes con el que se sacaron varias instantáneas. Aquellas fotos le gustaron a ambos, y mientras las observaban sentían que era su coartada, “¡Mirad! Fotos normales de una madre y un hijo, nada fuera de la realidad”.

El paseo continuó en el siguiente punto, Sergio ya le había comentado a su madre todo el itinerario después de memorizárselo a escondidas mientras esta pedía una foto a una pareja. La siguiente parada fue en el “Templo de Debod” donde el joven traía aprendidos los datos de como Egipto se lo donó a España. Parecía un intelectual… aunque solo recitaba la Wikipedia.

Mari se lo estaba pasando fenomenal, en pocos momentos se separó del brazo de su hijo, solamente para tomarse alguna foto, pero después volvía rauda en busca de la extremidad de Sergio. No se sentía con su hijo, para nada… notaba lo mismo que en los primeros viajes con Dani, esa sensación de noviazgo y las mariposas en el estómago. Por mucho que creyera que pretendían hacer algo horrible, lo que notaba era un amor incomprensible hacia su hijo.

Pararon a descansar en el siguiente punto, en un banco cercano al “palacio Real de Madrid”. Se sacaron otra foto con Felipe II y después con otro Felipe, esta vez con el cuarto, en la plaza de oriente. Sergio le indicó la siguiente parada a su madre, era la “plaza Mayor” de Madrid que estaba a unos pocos minutos y su madre aunque rebosante de felicidad le tuvo que advertir.

—Cielo, recuerda que a las siete es la función, me lo estoy pasando mejor imposible, pero para no olvidarlo. No se nos vaya a pasar…

—Cierto… son ya las cinco, se me ha pasado el tiempo volando. Esta es la última parada, la vemos, volvemos, nos preparamos y para el teatro. —miró el móvil para concretar la hora— Me parece que nos da tiempo de sobra.

—¡Vamos, entonces!

Hicieron lo mismo que las anteriores paradas, unas fotos, risas y comentarios curiosos que el joven preparó el día anterior y que a Mari le encantaban. Quizá en otro hombre le hubiera resultado algo tedioso o pedante, pero todo lo que decía su hijo la maravillaba.

En el camino de vuelta, Sergio notó que el móvil le vibraba, se imaginaba quien era, puesto que mientras se sacaba las fotos, se las iba enviando. Aprovechó un momento en el que Mari entró en una pequeña tienda a comprar una botella de agua y cogió el teléfono.

—¿Quieres darme envidia o qué pasa? —su hermana bromeaba al otro lado.

—Un poco solo, tata.

—Disfruta y pásalo bien con mamá que se lo merece. —no le faltaba razón.

—Ahora en un rato nos vamos al teatro, ya te contaré.

—Por cierto, no te conté. Esta semana estuve con tu “amiga”, vamos eso no es algo raro. —Sergio sabía a quién se refería cuando entrecomillaba. Esa palabra siempre la usaba para referirse a Alicia— Me preguntó así… dejándolo caer… qué tal estabas.

—Vaya con Alicia, parece que le gusté un poquito.

—No te vengas arriba. —le puso unos iconos riéndose— La dije que muy bien y con novia nueva. Solo por picarla un rato.

—Laura… —mandó los mismos iconos de risa— no seas mala. Bueno te dejó que vuelve mamá, te quiero, tata.

—Yo también, tato. Me vas contando, besos.

Guardó el móvil viendo que su madre ya encaminaba la salida y le tendía otra botella de agua que había comprado. Esta vio el móvil y por un acto quizá de ciertos celos o curiosidad de madre, le hizo un gesto con la cabeza para ver quién era.

—Nada… —pensó “¿para qué mentirla?”, pero por algún motivo no quería meter a Laura en la conversación. Hablar de la familia le hacía sentir mal y recordar… que Mari era su madre— Pablo mi amigo, que no sabía que estaba aquí.

Mari se sintió satisfecha y volvió a meter el brazo cogiendo a su hijo. Pasearon de la misma forma en todo el trayecto, bien pegados mientras hablaban y hablaban sin parar, sobre todo de los lugares visitados.

El Hotel ya estaba a la vista y el reloj marcaba las cinco y media de la tarde, en teoría tiempo más que suficiente para llegar al teatro. La puerta automática se abrió delante de ellos, para que justo en ese momento ambos se separaron como dos imanes con polos idénticos.

En la recepción se encontraba Raquel, la única de aquel lugar que sabía que eran madre e hijo y a ellos, no les apetecía que les viera tan juntos… por si fuera a sospechar. Tal vez fuera una estupidez, sin embargo, sus cuerpos no se acercaron tanto mientras recorrían la recepción. Únicamente volvieron a ser libres cuando el ascensor se cerró.

CONTINUARÁ

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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

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