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Cojo con el chico argentino del gym

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Conocí a Mateo en el gym. Desde el primer día que llegó nos llamó la atención a todas. En primer lugar, su forma de vestir, leggins pegaditos que nos hacían ver un enorme bulto adelante, pero también unas nalgas muy bien formadas que ya hubieran querido tener más de una de nosotras. Cuando lo escuchamos hablar nos dimos cuenta que era argentino, lo que nos calentó más.

Si bien era amable, era distante. Sus saludos no abrían la puerta a seguir conversando. Llegaba, saludaba, hacía sus rutinas, se bañaba y se iba. Más de una teníamos la concha muy húmeda de solo verlo. Siempre en leggins, con ese paquete enorme y siempre con unas nalgas que eran notables.

Pronto asumimos que era gay. Más de una de las chicas lo vio al salir siendo recogido por dos señores mayores, a veces uno, a veces otro. Más rápido que tarde, se nos pasó la emoción de verlo. Igual pensaba que desperdicio con semejante paquete.

Fueron pasando los meses y ninguna de las chicas hizo ningún avance con él. Tampoco nos hablaba nada más que un saludo al llegar y un adiós al partir. También lo vi siendo recogido por señores mayores y asumí que era un gigolo gay de viejos.

Cuatro o cinco meses después, luego de la mañana en el gym, fui al supermercado a comprar algunas cosas para el almuerzo. Me encontré con Mateo. Fue muy amable al saludarme, le respondí igual. Empezamos a conversar. Muy distinto al Mateo del gym. Se lo dije, que me parecía muy distinto al chico que conocía en el gym y me respondió que se sentía incómodo por el cómo lo mirábamos en grupo, que no podía superarlo. Y que al final ya se había acostumbrado a la rutina de saludar y despedirse. En ese momento me pareció una explicación muy razonable.

Seguimos charlando, me cayó muy simpático. Intercambiamos números. Por el WhatsApp comenzamos a charlar esporádicamente. Nada subido de tono, trivialidades, saludos cordiales, intercambio de memes y punto. Nunca lanzó ninguna indirecta, ni yo a él. Nunca hablamos de su sexualidad o de la mía. Todo amable y respetuoso. Estuvimos así varios meses, quizás tres o cuatro meses.

Una tarde me llegó una foto de su pene erecto.

Enorme, inmenso. Tal como lo imaginaba. Junto a pene un texto que decía “bebe te extraña”. Supuse se había equivocado, al ver ese pene tan enorme sentí un vacío en el estómago.

Le escribí diciéndole “te has equivocado”. Me respondió inmediatamente pidiéndome disculpas y borró la foto. Le dije que tranquilo que no había problema. No hablamos por más de una semana.

Cuando lo veía en el gym la misma lejanía de siempre. Me animé a escribirle, le puse “tranqui, he visto muchos penes, no te hagas rollos”.

Se rio y me volvió a pedir disculpas. Le insistí que no se preocupara y le mandé el “lo tienes increíble”.

· ¿Te gustó?

· Si obvio, es inmenso, se me hizo agua la boca.

· Jajaja, pero eres casada.

· Soy mujer.

· Y si, y eres muy linda, supongo puedes estar con quien quieres.

· No te creas, ni tanto.

· Eres muy bonita y eres una mujer genial.

Seguimos charlando en ese tenor por varios días. Hasta que en un momento de calentura le pedí que me envíe “por error” otra foto. Se rio y me mando dos.

Se me pusieron tiesos los pezones y mi tanga se humedeció. Que pene que tenía. Se lo dije, que estaba buenísimo y que lo deseaba. Me respondió “voy a ser directo contigo. Eres linda. Pero tiene precio”.

Me envalentoné y le pregunté ¿Cuánto? Me respondió que US$ 150. Podía pagar ese monto sin problemas. Con el dinero que me daba mi esposo para mis gastos tenía más que suficiente pues todos los meses guardaba algo. Nunca, jamás, ni en mis sueños le había pagado a un hombre por coger. De hecho, soy bastante clásica, si me doy cuenta que alguien quiere conmigo, que gaste pues.

Pero, la tentación estaba allí. El destino me llevó a ella. Tenía el dinero para pagarle. Le pregunté cuando podría ser. Me dijo que tenía disponible jueves por la tarde o viernes a la hora del gym. Esa segunda opción estaba perfecta. Le dije que aceptaba el viernes a las 10 am y que donde nos encontrábamos.

Me dijo que vaya a su departamento. Me dio la dirección. A unas 15 cuadras de casa, de hecho, suponía que estaba cerca, por el gym donde íbamos y el supermercado donde lo encontré. No tan cerca que sea riesgoso ni tan lejos que fuese tedioso ir.

El viernes me depile. Me duche. Me puse la mejor lencería que tenía (y pensar que yo iba a pagar). Tome un taxi que me dejó en una cafetería a una cuadra de su casa. Desde allí caminé. Vivía en un edificio. Llamé por el intercomunicador. Me hizo subir.

Me abrió la puerta. Lo encontré en toalla. Supuse que completamente desnudo debajo. Con algo de nervios saqué los US$ 150 y me pidió que los deje sobre la mesa. Eso hice. Se sentó en el sofá. Se sacó la toalla y me ordenó que me arrodille y se la chupe. Sin desvestirme lo hice. En segundos la tenía enorme, dura, llenándome la boca.

Me volvió a ordenar “sácate todo”. Lo obedecí. Me dijo “ponte como perra en la cama”. Lo volví a obedecer. Me preguntó si quería ver porno. Le dije que sí. Prendió la tv y apareció una película porno de gays. Le pedí que lo cambie o lo apague. Lo apagó. Se puso detrás de mí. Me ensalivó la concha. Se puso el condón. Y empezó a metérmela.

Me sentía extraña. Me dijo ¿quieres otra posición? Le dije que no. Que así me gustaba. Siguió moviéndose. La fricción de su enorme pene me terminó calentando y tuve un orgasmo. Ni bien llegue, la sacó y me preguntó ¿te quieres bañar? Le dije que no era necesario. Me vestí y me despedí dándole un beso en la mejilla.

Tuve un orgasmo sí. Me comí un pene enorme, también. Pero estuvo demasiado lejos de lo que mis fantasías me hacían presumir. Nunca más le escribí. Cuando lo veía en el gym, mantenía la misma distancia que las demás chicas.

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