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Con el vecino

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Tú vecino, de los glúteos perfectos montaba en la bicicleta estática dándote la espalda. Como siempre a la misma hora y en la azotea de tu edificio.

Movía las nalgas prietas con ritmo, arriba y abajo, un lado a otro, al pedalear brioso con aquellas musculosas piernas.

La conjunción del chirrido de la cadena con el sonido de su respiración esforzada, apagó el ruido de tus pasos cuando te acercabas poco a poco a él.

Ya te había invitado hacer ejercicio con él, pero tú siempre ponías como pretexto que tenías que atender a tus hijos, que tenías que irlos a dejar a la escuela, que tenías que preparar la comida, apoyar a tu marido en su nuevo trabajo, etc., etc.

Pero con cada invitación te calentabas más y más, el vecino ya protagonizaba tus más candentes fantasías y en esta ocasión en la que tus hijos se fueron de campamento, le darías la sorpresa de aceptar su invitación hacer ejercicio.

Pero entiéndase que para hacer ejercicio hay de muchas maneras y tú estabas pensando en una sola.

No llevabas nada puesto excepto los pantalones cortos de montar en bici; si, ibas desnuda de la cintura hacia arriba, tus hermosos senos estaban descubiertos, dispuesta a todo, a realizar tus más oscuras fantasías sexuales.

Te recreas la visión con aquellos hombros anchos que ahora brillaban bañados en sudor, aunque sólo llevaba 2 minutos haciendo ejercicio, ya tenía el pelo aplastado contra la cabeza, aquellos largos rizos oscuros le marcaron su atractivo rostro y acababan enroscados en la nuca.

Le pasaste la mano por la espalda empapada y apretaste su hombro izquierdo para comprobar que su músculo deltoides estaba tan firme y duro como el resto del cuerpo.

Volteo sorprendido, te miro de cabeza a los pies con un deseo caliente. Detuvo su mirada admirando tus perfectos pezones, deseando besarte sin freno alguno.

Te inclinaste para besarle el hombro derecho, aquella sensación cálida y salada hizo que aumentara esa humedad que invadía tu entrepierna cada vez que veías el cuerpo semidesnudo de tu vecino.

El momento era perfecto, no había nadie en el edificio, tu esposo estaba trabajando en su nuevo puesto, los hijos están de campamento, el clima de esa mañana es primaveral y adecuado para tener sexo al aire libre.

El tipo de los glúteos perfectos dejó de pedalear y, sin bajar de la bici, volvió el tronco hacia ti para abrazarte. En cuanto te colocaste en el ángulo de sus piernas, notas la presión del pene, ya erecto, en tu vientre descubierto.

Arqueas la espalda y te frotas contra el hombre hasta que lo haces gemir. Luego él te coge por las amplias caderas y empieza a masajear las nalgas de tal modo que te animas a continuar lo que habías empezado.

Él mantiene la mirada clavada en tus senos desnudos, emites un profundo suspiro y compruebas que sus caricias provocaron que se te endurecieran los pezones, los levantas más con orgullo.

Inspiras el olor a almizcle que él desprende, y que el ejercicio y la excitación por verte habían potenciado, y te acercas para lamer una de las gotas de sudor que cubren sus pectorales, que se contraen con el roce de tu lengua. Acto seguido, deslizó las manos por la espalda del vecino hasta alcanzar aquellos glúteos exquisitos, suaves y musculosos que tratas de agarrar con lujuria.

Él te mueve hacia atrás, con la intención de bajarse de la bicicleta, te sujeta por la cintura con sus enormes manos y te levanta como si fueras una muñeca de trapo.

A su vez, lo abrasas con las piernas y le sitúas tu sexo anhelante justo delante del miembro, de modo que ahora resulta prácticamente imposible que él se quite los ajustados pantalones sin ayuda. En esa posición, tratas de echarle una mano. Ambos están ansiosos y se mueven con torpeza y de un modo extraño.

Después de que la prenda cayera al suelo, él dio un paso para desprenderse de ella definitivamente. Luego te acomoda para meter la mano entre sus cuerpos, hace varios movimientos tentativos, con la intención de introducirse en aquel camino humedecido, ya preparado para recibirlo.

Tú te retuerces impaciente, mientras le chupas y mordisqueas el lóbulo de una oreja, y él te corresponde apretando contra ti la verga ya engrandecida, con lo que vez aumentadas tus esperanzas de verte satisfecha.

Cuando por fin te penetra, dejas escapar un quejido de placer y te inclinas hacia atrás para elevar los pechos a la altura de la boca de tu vecino, que empuja hasta el fondo…

Parecen dos cuerpos que actúan con una sola mente, con un mismo objetivo. Te restriegas contra él en un movimiento ondulante para aumentar la fricción; el rugido que él emite parece acallar el tráfico citadino.

El hombre se tambalea al tratar de mantenerse agarrado a ti, empotrándote contra la pared al caerse hacia delante. Ahora, con cada empellón, sientes el yeso presionando tus nalgas y tus hombros desnudos, así que te agarras a él con fuerza sin importar si llegas a clavarle las uñas; a fin de cuentas, eso haría que él se excitara más aún.

Estás a punto de alcanzar el clímax…

De repente, se oyó un grito atronador que provenía del exterior.

—¡¡¡El gaaasss!!!

Se te nubla la visión de tal modo que no puedes llegar al orgasmo y él dejó de pedalear. Los dos saben que en cualquier momento subirán los empleados del gas a conectar la manguera y llenar el tanque situado en la azotea, a un lado en donde se encuentran.

Tú vecino se viste aún con el pene erecto. Mientras tanto tu solo recoges las llaves del departamento y bajas desnuda a tu departamento.

Bajando te encuentras con el empleado del gas, él se queda pasmado al ver tu belleza desnuda, pero tú sigues hasta llegar a tu departamento abres y te encierras.

Solamente escuchas los pasos apresurados del empleado tal vez buscándote.

Después oyes voces de extraños hablando.

—Te juro que la vi, con sus tetas brincando de un lado a otro. De veras.

—Estás loco, ya deja de ver porno.

Escuchas las voces alejarse, tratas de recuperarte, aún estás excitada. Estás decidida a buscar al vecino de nuevo y satisfacer tus deseos más oscuros.

Sólo que será otro día.

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