Mi amigo Cornelio vive en la planta baja de un edificio, con cuatro departamentos en cada piso. Aunque son departamentos de interés social, éstos son relativamente amplios pues tienen cuatro recámaras y dos baños, además de un pequeño cuarto de servicio donde está el lavadero. Esto fue lo que me contó mi amigo, que le ocurrió la semana pasada.
En el mismo piso, en el departamento de enfrente, vive un matrimonio, más o menos de 30 años de edad y tienen dos hijos pequeños. Una mañana en la que no había ido yo a trabajar, y no le tocaba venir a la sirvienta, me tocó el timbre mi vecina, quien no es fea, pero sí es muy sexy, a pesar de lo delgada. Ella aún no se peinaba pues se notaba que andaba en plena faena doméstica y su cara siempre me ha parecido de puta bonita.
–Buenos días. ¿Sabes dónde habrá un electricista? Conecté la licuadora y después de un corto se me quemó el cable. No tengo luz.
–Vamos a ver –le dije encaminándonos a su casa, ella por delante de mí, y yo percatándome que no traía ropa interior y con un movimiento de nalguitas que invitaba a sobárselas, pero no lo hice, soy todo un caballero.
Pensé que seguramente se acababa de ir su marido y la dejó bien cogida, porque la estela e humor que dejaba olía intensamente a sexo. A cada paso que ella daba, se me paraba más la verga porque se esparcía el aroma. Llegamos a la cocina y me di cuenta que el corto circuito se dio en el contacto de la licuadora. Le pedí un desarmador y unas pinzas, los cuales me dio de inmediato. Me puse a trabajar, con ella de espectadora que me ponía arrecho no sólo por el olor, sino también porque al agacharse para ver lo que yo hacía, me dejaba ver cómo le colgaban las tetas, no eran grandes, pero por lo aguadas le colgaban hermoso y terminaban en un pezón cónico, moreno y grande.
Al terminar de poner bien la clavija, le pedí que conectara la luz. Ella se estiró, pero no alcanzó, por lo cual me puse atrás y levanté la palanca del interruptor, pasando mi pantalón con el endurecido y crecido monte por sus nalgas (delgadas, pero con forma). Ella se quedó quieta y yo también. Permanecimos en contacto casi 30 segundos y me separé.
–Ah, ya… –dijo dándose la vuelta y clavando su mirada en mi entrepierna, entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
–Listo, conecta la licuadora –le dije, sentándome en un banco alto, mostrando mi protuberancia.
–No, mejor conéctala tú –me dijo poniendo su mano en mi pierna.
La conecté, prendí la licuadora y ésta empezó a moler. Ella, al escuchar el ruido del motor, me apretó la pierna y fue subiendo su mano hasta que la tuvo sobre mi pene.
–¿Cuánto te debo? –preguntó dándome apretones en el pene.
–Déjame hacer cuentas y te digo –contesté sonriendo.
–Mientras piensas, ven acá, que tengo una cosa que dejé pendiente y se puede manchar –me dijo tomándome de la mano para conducirme al cuarto de servicio. Me acomodó al lado del lavadero y ella se puso a tallar unos calzones entre otras prendas enjabonadas. Es que ya no tengo limpios, éstos me los manchó mi marido antes de irse…, dijo dejándome claro, por si mi olfato no lo había percibido, que se la habían cogido.
–¿Y no quedaste bien? –pregunté, metiéndole la mano por el escote, donde las tetas le bailaban al ritmo que tallaba.
–La verdad, sí, pero ya se me volvió a antojar, más con tus caricias y lo que se ve entre tus piernas. ¿Aceptas Carnet de pago?
Suspendió su labor y me abrazó para darme un rico beso. Prácticamente se secó las manos en mi camisa mientras yo le metía la mano bajo la falda. ¡No traía calzones!
La cargué para llevármela a la sala, pero se me atravesó la mesa del comedor y allí la deposité.; me bajé los pantalones, ella viéndome la verga bien parada se colgó de mi cuello para dirigir su vagina hacia mi miembro. Hicimos contacto y nos movimos como posesos hasta que nos venimos. Ella lanzó un quejido de satisfacción y se acostó sobre la mesa, sin despegar su sexo del mío. “¿Me llevas a la sala?”, pidió y yo la cargué sin sacar la verga. Le subí las piernas a mis hombros y me senté en el sillón.
Besos y caricias fueron el preámbulo para que mis ganas crecieran y ella me jineteara hasta venirse otra vez. Al terminar, entre sonoros jadeos, que disminuyeron poco a poco de volumen y frecuencia, fue quedándose quieta.
–¿Así no te vienes? Se siente que sigues con ganas –dijo apretándome con su perrito.
–Sí, aún me queda parque, vamos a la cama –le dije volviéndola a cargar ensartada como la tenía.
–Pero… –balbuceó en el trayecto–, no hagas mucho ruido porque los nenes aún duermen –dijo en voz baja cuando pasamos por un cuarto que tenía la puerta cerrada.
La llevé a la cama principal, cuya cama aún no había sido tendida, y la dejé en las sábanas, olorosas a sexo y llenas de vellos caídos con el fragor del amor marital. Abrió las piernas y me dijo “Ven, termina en mí.”
Me moví con todas las fuerzas que me quedaban y le lancé un gran chorro en el interior de la vagina. Cuando terminé me bajé de ella y me percaté que a mi lado estaba un condón usado y roto.
–Sí, mi marido me cogió tan rico como tú, pero al terminar se dio cuenta que el condón se rompió, y él dijo “ya ni modo”, así que ya ni modo… –me dijo poniendo una cara de inocencia.
–Supongo que, si no pasa nada, seguirán usando condón –dije.
–No sé, quizá sean mejor los anticonceptivos orales, ¿tú que piensas?, ¿te gusta el condón? –preguntó dejándome ver que estaba invitado a seguir dándole servicio.
Sólo por morbo, esperaré unas semanas más para preguntarle a Cornelio si sus vecinos tendrán un hijo más, porque él me pregunta “¿Y si se embaraza, y se le quitan las ganas?”