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De esposa perfecta a ser la puta del electricista
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Marianela tenía 45 años, estaba casada desde muy joven con Marcos, el amor de su adolescencia, y tenía con él tres hermosos hijos. A la vista de quienes los conocían, ellos eran la familia perfecta. Se veían felices, sus hijos eran buenos y alegres, no parecía haber nada en ellos que no fuera salido de una película romántica.

Maru, así le decían todos a Marianela, era la esposa ideal. Siempre había tenido a su familia como prioridad, y aunque tenía una carrera profesional como psicóloga, siempre su trabajo venía luego de la familia. Desde muy joven se había acostumbrado a anteponer los deseos de su marido e hijos a sus propios deseos, y se sentía conforme con eso porque se había convencido de que así debía ser.

Pero a pesar de sentirte una privilegiada con su vida de ensueño, su casa grande con jardín, sus obedientes hijos y su amorosa pareja, en el fondo se sentía aburrida. Su vida perfecta la aburría y ella sentía una culpa insoportable cada vez que ese pensamiento se le cruzaba por la cabeza. No podía permitirse sentirse así, sentía la presión de pensar que su vida era inmejorable, como lo pensaba todo el resto de la gente a su alrededor.

Día tras día escuchaba historias excitantes y emocionantes que les sucedían a sus pacientes y se imaginaba viviéndolas en carne propia. Amantes, viajeros solitarios, proyectos, cambios de vida… Todas cosas que ella ya había resignado hacía muchos años. A pesar de ser una mujer muy atractiva, a la que jóvenes y maduros se giraban a mirar, se sentía cada vez más vieja.

Una mañana Maru se despertó muy excitada sin saber exactamente por qué, y despertó a Marcos suavemente, esperando arrancar el día con un buen sacudón.

En su fantasía el sexo era mejor que en la realidad. Hacía ya mucho tiempo que Marianela y Marcos se habían acostumbrado al sexo marital, habían perdido las ganas de jugar, de probar cosas. A pesar de que nunca habían sido una pareja muy fogosa o creativa en la cama, con los años la situación se había ido apagando cada vez más. Tenían sexo muy esporádicamente, y cuando lo hacían era monótono y breve. Si tenía suerte Maru conseguía un orgasmo luego de que él lo hiciera, e inmediatamente dormían.

Aquella mañana Maru despertó a su marido, quien no se mostró especialmente motivado, pero sin embargo al sentir el tacto de ella, tuvo una erección. La besó mientras llevaba su mano a la entrepierna de ella, la tocó durante un rato, y luego le quitó la ropa interior que llevaba. Sin que ninguno emitiera ni una palabra, él se sacó su bóxer gris, se subió encima de ella y la penetró. La embistió durante unos minutos y luego se vino dentro de ella. Ella no tuvo un orgasmo esa mañana, ni él se preocupó por ello. Marcos se levantó y se metió a la ducha para luego ir a trabajar, mientras Maru se limpió los restos de semen, frustrada, pensando en que ese sería el tipo de polvo que tendría para siempre.

Esa mañana ella no tenía pacientes, su marido trabajaba y los niños estaban en la escuela. Estaba sentada en la cocina, fantaseando con tener un sexo salvaje, juvenil, que la hiciera sentir deseada y bien puta. Cosas que no sentiría jamás en esa vida de cuento de hadas que llevaba. Sintió de repente un ímpetu por cambiar eso, por tener a alguien que la sacara por un rato de su vida de mujer perfecta, de madre perfecta, de aburrimiento y rutina, y la hiciera sentir lujuriosa como hacía muchos años no se sentía.

En el medio de ese hilo de pensamientos, se acordó de Rubén. Rubén era un electricista que venía siempre que había algún problema eléctrico que solucionar en la casa. Era un hombre de unos 35 años, alto y fornido, que siempre coqueteaba con ella. A Maru siempre le había gustado ese coqueteo, quizás porque eran pocos los que coqueteaban con ella en su monótona vida.

Ya todos la conocían como la madre de familia que era, y excepto algún que otro desconocido que trataba de seducirla en algún lugar donde asistiera anónimamente, no era algo frecuente. Pero Rubén siempre le hacía comentarios acerca de que la invitaría a cenar si no estuviese casada, o que ojalá hubiera mujeres como ella disponibles. Quizás a él le daba morbo seducir a una mujer casada y no le gustaba ella realmente, quizás simplemente jugaba porque sabía que era imposible.

Marianela se vio de repente fantaseando con el electricista, con un sexo violento, agresivo, fuerte, de ese que nunca más tendría con nadie, y menos con Marcos. Estaba harta de limitarse a ser madre y esposa, necesitaba ser otra cosa.

En un impulso, tomó el teléfono celular y le escribió un mensaje. “Buenos días, Rubén. Soy Marianela, de la calle España. Estoy teniendo unos problemas con algunas instalaciones eléctricas y quería saber cuándo estabas disponible para venir a revisarlas”. Dudó antes de enviarlo, esperando a que una oleada de lucidez y madurez la frenaran, pero finalmente apretó ENVIAR. Permaneció en la cocina con la mirada casi fija en el aparato, esperando que sonara con la respuesta del electricista.

Unos 15 minutos después, recibió la respuesta. “Hola, Maru. Tanto tiempo! Estoy terminando un trabajo cerca de tu casa. Te sirve que pase en una hora?”. Marianela tembló. Qué estaba haciendo? Qué le diría al tipo cuando llegara y viera que no había nada para arreglar? Releyó el mensaje. Él le decía “Maru” y ya eso la emocionaba. Le respondió: “En una hora me viene perfecto. Te espero”.

Fue a su habitación, se dio una ducha, y se vistió linda pero informal, tenía que parecer casual. Se puso una tanga negra de encaje y unos jeans que la favorecían, marcando sus hermosas piernas y su culo firme, que se había mantenido muy bien frente al paso de los años. En la parte superior se puso una remera simple de algodón blanca, pero en un acto de provocación, se la puso sin corpiño.

Casi inmediatamente sonó el timbre. Ella dudó que fuera Rubén porque todavía no había pasado una hora. Se calzó rápidamente y fue a mirar por la mirilla de la puerta. Era él. De repente se sintió nerviosa como una adolescente inexperta.

Abrió la puerta y ahí estaba. Al abrir él se acercó sonriente y la saludó con un beso en la mejilla.

– Maru, cómo estás? Permiso

– Hola Rubén, llegaste temprano. Estaba terminando de vestirme.

– Sí, terminé el trabajo anterior antes de lo previsto. – dijo y no pudo evitar mirarla sutilmente de arriba a abajo

Él vestía unos jeans sucios, y una remera gris a través de la cual se veían sus trabajados brazos y su pecho firme. De repente Marianela sintió que un calor se apoderaba de ella. Estaba mejor de lo que ella recordaba, o quizás ya estaba muy caliente con él después de tanto fantasearlo. En sus manos traía una caja de herramientas.

– Querés tomar algo?

– Un vaso de agua estaría bien

Maru le sirvió un vaso de agua y se lo dio.

– Gracias. Bueno, contame cuál es el problema.

Ella no supo qué decir. Hizo un prolongado silencio. Rubén la miró tratando de identificar qué estaba pasando.

– Mirá, no sé cómo explicarte esta situación. En realidad no hay ningún problema con las instalaciones.

– No entiendo. Para qué me necesitás entonces?

– Para nada. En realidad… cómo te digo… – se empezó a poner nerviosa, no sabía bien qué hacer o decir.

– Maru, no entiendo nada.

– Mirá. Te voy a explicar. Estuve pensando en vos esta mañana, y tenía ganas de verte. Lo del arreglo era la excusa.

Rubén sonrió con picardía, incrédulo.

– Así que pensabas en mí? No me digas que te divorciaste por fin… – dijo riendo

– No, no me divorcié. Pero estuve pensando en cosas de mi vida, de mi matrimonio… bueno, no te quiero aburrir con eso.

– A mí? Vos estás aburrida.

– Cómo?

– Estás aburrida con Marcos. Es eso, no?

– Puede ser. Un poco.

– Bueno, no quiero que hablemos de él. Decime qué puedo hacer por vos… – Dijo seductor, acercándose a mí

– Ehhh… bueno. No sé, en realidad…

– Marianela. Qué querés? Juntá fuerzas y jugatela. Pedime lo que quieras.

– Quiero ser tu puta.

Los ojos de Rubén se abrieron como platos. No esperaba esa respuesta, y mucho menos de ella.

– Qué pasa? Te dejé mudo? Escuchaste bien. Quiero que me trates como tu puta. Que me hagas lo que quieras. Que te olvides quién soy. No quiero ser Marianela la madre de familia. Quiero ser tu perra.

Iba a seguir hablando pero Rubén se acercó a ella mirándola a los ojos, como con furia en los suyos. Una furia caliente, sexual. La tomó con su mano enorme del cuello, apretando fuerte mientras la miraba a los ojos. La miró fijamente unos instantes, mientras la ahorcaba y veía cómo le costaba respirar. Marianela estaba muy excitada, expectante. Quería saber qué iba a hacer con ella. Estaba dispuesta a todo. De repente soltó su cuello y con la misma mano le metió una cachetada. Fuerte, firme, sonora. Su cabeza se giró hacia el costado por el impacto.

– Así que querés ser mi puta? Vas a ser mi puta. – dijo y la escupió en la boca que tenía entreabierta

A Maru la volvía loca que la tratara así. Era lo que quería. Sentirse sucia, que la usara, que la deseara.

– Veo que me recibis sin corpiño – Dijo Rubén mientras apretaba muy fuerte sus tetas por encima de la remera y le hablaba frente a la boca, donde podía sentir su aliento caliente.

Sí…

– No hables. No quiero que hables, excepto cuando te pregunte algo. Me entendiste?

Marianela asintió con la cabeza, a pesar de que esa era una pregunta y podría haber respondido. Le encantaba su rol de sumisión.

Rubén apoyó a Marianela sobre la mesada de la cocina, la tomó de la nuca, y la besó violentamente. Salvajemente. Sus manos iban de su nuca a su cuello, por momento tiraban de su pelo, luego bajaban con ímpetu por su cuerpo, amasando sus tetas, su culo. De repente dio un paso para atrás y la contempló. Ella lo miraba a los ojos expectante, con una sed descontrolada de su cuerpo.

– Desnudate.

Marianela se quitó primero la remera mientras los ojos del electricista la miraban fijo. Se quitó las zapatillas y luego desabrochó su jean. Lo quitó despacio. Por último se quitó la tanga de encaje. Rubén le tendió la mano para que se la entregue.

– Está mojada. Querés que coja, puta. Te morís de ganas de sentir mi verga dura adentro tuyo.

Se acercó a Marianela y le metió la tanga hecha un bollo en la boca. Después con un sólo movimiento la dio vuelta hasta que ella quedó de espaldas a él. Le apoyó la verga dura todavía cubierta por su jean en el culo.

– Mirá cómo me tenés. – Le decía mientras se movía rozándola con su bulto.

Llevó la mano a la entrepierna de ella y la tocó.

– Cuántas veces te imaginé desnuda y así de mojada -Dijo y le dio una fuerte nalgada que la tomó por sorpresa

Ella seguía de espaldas y con la tanga en la boca. Escuchó como él desabrochaba su pantalón y lo quitaba. También se quitó el bóxer.

Volvió a rozar el culo de Maru con su pene, esta vez desnudo.

– Sentila. Mirá cómo está. Bien dura, como vos querías.

Agarró fuerte a Maru de la nuca y con un movimiento brusco bajó su espalda para que llevara su torso hacia abajo, sobre la mesada, apuntando con el culo hacia él.

– Mirá qué culo hermoso tenés, como para chuparlo todo el día – le decía mientras le daba nalgadas con la palma de la mano, y le pasaba la lengua por el agujero.

Marianela respiraba agitada y emitía leves gemidos. De repente Rubén la tomó de la cintura, y sin previo aviso penetró la vagina de Marianela con un movimiento certero, profundo. Maru gemía más fuerte, aunque la tanga en su boca impedía un poco el sonido. Él tenía una verga bastante más grande que la de su marido, e inmediatamente notó la diferencia.

– A esto querías que viniera, hija de puta? A cogerte como tu marido no te coge?

Rubén comenzó a embestirla con velocidad y fuerza. Marianela gritaba apoyada sobre la mesada mientras él la sostenía tirando de su cabello bien fuerte.

De repente, mientras la penetraba, llevó una mano al culo de Maru y comenzó a tocar su ano. Eso incrementó la excitación de ella, que seguía gritando con el bollo de tela interponiéndose.

Rubén acariciaba el hoyo, chupaba su dedo y volvía a acariciarlo. Así hasta que ingresó un dedo en su culo, sin suspender las embestidas vaginales. Maru sentía que en poco tiempo acabaría.

– Tocate. – le dijo el electricista y ella obediente comenzó a acariciarse el clítoris

Él le quitó la prenda de la boca y le dijo:

– Quiero que te vengas y que cuando lo hagas digas mi nombre.

Siguió penetrándola con rapidez y fuerza, con el dedo entrando y saliendo sin dificultad de su culo, mientras ella masturbaba su clítoris. Marianela no tardó mucho en sentir el orgasmo atravesando su cuerpo. Cuando llegó al clímax, gritó su nombre.

Rubén quitó su pene erecto y a punto de explotar de su interior, dio vuelta a Marianela frente a él y tomándola de los hombros hizo fuerza hacia abajo indicando que se arrodillara. Una vez arrodillada la tomó fuerte de la cabeza y le penetró la boca. Con las manos sobre su cabeza comenzó a embestirla por la boca, con fuerza, ahogándola, escuchando sus arcadas al llegar a su garganta. Él gemía mientras decía:

– Chupala bien, puta de mierda. Te vas a tomar toda mi leche.

Continuó con sus violentos movimientos dentro de la boca de Maru. Hasta que con un gemido gutural, acabó en su boca manteniendo la cabeza de ella bien apretada a su pene. Maru, un poco ahogada, logró tragar todo su semen.

Salió de la boca su boca y le dijo:

– Contenta, perra?

– Muy contenta – dijo, todavía arrodillada

Él le dio otra cachetada que le dejó la mano marcada en el rostro.

– Todavía no terminé.

La llevó hasta el sillón.

– Ponete en cuatro. Que voy a atender a ese orto que pide a gritos mi verga adentro.

Marianela tembló pero no dijo nada. Hacía años que no tenía sexo anal. Y este tipo la iba a penetrar salvajemente. Se puso en cuatro. Él comenzó a lamerle el culo mientras con un dedo jugaba con su agujero. Ella comenzó a excitarse nuevamente.

Rubén metía su dedo, luego su lengua, escupía dentro de su ano. Cada vez el culo se aflojaba más, así que empezó a meter dos dedos, hasta que luego de un rato de gemidos de placer, los dos dedos entraban y salían, babeados. Con la otra mano él se masturbaba, ya tenía la pija nuevamente enorme y dura, lista para meterse en ese culo. Se paró detrás de ella, sacó los dedos, y comenzó a meter el glande, tomándola de las caderas. Maru gemía de placer y de dolor. Lenta pero firmemente el electricista introducía su pene en el culo de Maru. Ella chorreaba el sofá de lo excitada que estaba, y mientras él la penetraba ella se masturbaba por delante.

– Ufff, cómo me gusta cogerte el culo, trola. – Decía al mismo tiempo que golpeaba sus nalgas con ira

Marianela ya sentía toda su verga adentro del culo, y no podía más del placer.

– Me vas a hacer a acabar de nuevo – dijo ella

Él tiró de su pelo agresivamente y ante el grito de dolor de ella le dijo:

– Quién carajo te dio permiso para hablar?

Y luego de decir esto empezó a penetrar su culo con más fuerza y aumentando el ritmo.

Ella gritaba, él la sostenía del pelo y también gemía. Por momentos soltaba su pelo y agarraba con su palma el cuello de Maru, haciendo que la asfixia la excitara mucho más.

Ella sintió los espasmos del segundo orgasmo atravesando su cuerpo y gritó más fuerte.

– Seguro que tu marido no te hace acabar cómo yo, no? Decimelo. Decimelo, puta.

– No, no me hace acabar cómo vos – dijo Marianela entre gemidos

Rubén siguió penetrando con violencia, aumentando más y más el ritmo. Sus gemidos empezaban a hacerse más fuertes.

– Te voy a llenar todo el culo de leche, por perra insaciable.

Continuó hasta que emitió un rugido y comenzó a rebalsar semen del interior de Maru.

Mientras salía de su interior la volvió a golpear fuerte en el culo.

– La puta madre, qué orto hermoso para cogerlo. Te lo rompería todo el día.

Marianela miró el reloj y le dijo:

– Te tenés que ir. Van a llegar mis hijos del colegio.

Él sonrió con sorna.

– De ser mi puta a ser la madre responsable, qué versátil Marianela. – dijo mientras agarraba fuerte su cara y la besaba.

Ella se levantó y se vistió. Él hizo lo mismo, agarró sus herramientas y se dirigió a la puerta. Antes de que Maru abriera le dijo:

– La próxima vez que tengas algún inconveniente con las instalaciones no dudes en llamarme.

– Gracias por el trabajo, estoy muy conforme. – respondió Maru con media sonrisa mientras abría la puerta

Justo al abrir vio a sus tres hijos que llegaban de la escuela. Rubén salió y ellos entraron.

– Quién era ese señor, ma?

– El electricista que vino a arreglar unas cosas.

– Ah, y qué hay de comer? Tengo mucha tarea.

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