Nuevos relatos publicados: 0

Después de la playa

  • 5
  • 10.597
  • 9,67 (21 Val.)
  • 0

Después de la playa, con el sol aun pegando, nos volvimos a nuestro campamento que consistía en una camioneta, la carpa y una simple instalación de cocina. La verdad no hacía falta nada más, nuestro propósito solo era arrancar y estar juntos un par de días, ya ni recuerdo bajo que pretexto.

Recuerdo nítidamente esa tarde en el desierto. No corría casi nada de viento y solo la sombra más la frescura del mar nos permitían sobrevivir. Fue entonces cuando me dijiste que querías darte una ducha, mientras yo iba a preparar algo para pasar el atardecer. Y así fui a preparar un pisco sour y algunas frutas y quesos para picotear, pero todo se interrumpió cuando te vi de rodillas en la carpa buscando tus cosas.

Estabas con una minifalda de un tono crudo, muy claro, que permitía ver la línea del calzón de tu bikini negro. Eso sumado a tu posición, en cuatro patas, esforzándote por encontrar las cosas de baño, te hacía levantar una de tus piernas hacia atrás, dibujando perfectamente la línea que separa tus nalgas de tu muslo.

El clima cálido me despierta un apetito voraz. Mis testículos se dejan caer con todo su peso y en un constante palpitar me hacen olvidar todo, y ahí estabas tú, en la carpa sin un alma a kilómetros de nosotros.

Entonces dejé el limón y cuchillo sobre la tabla, todo podía esperar y nada me iba a detener. Entré a la carpa, te tomé con fuerza de las caderas y cuando empezaste a voltear tu cara, te agarré del cuello y mentón para hacerte mirar hacia adelante.

Así seguí bajando tu minifalda, para luego empezar a besar la parte baja de tu espalda. Aun siento el sabor a mar y transpiración que emanaba tu piel con el calor de nuestro pequeño nido. Nuestras pieles estaban secas por el sol, pero rápidamente la humedad comenzó a apoderarse de nuestros cuerpos.

Seguí saboreándote sin detenerme, me dejé caer sobre ti, tumbándote de frente, solo en bikini. Recuerdo el sabor de tus costillas, brazos, cuello, todo me estimulaba como un gran banquete mediterráneo, tanto así que sin pensarlo tomé el aceite de oliva que teníamos en un rincón y te lo rocié sobre el culo.

Tras masajeártelo unos minutos, comencé a pasar mi lengua por este festín con sal de mar. Te arranqué el calzón y no dejé un centímetro de carne sin saborear. Entonces me miraste y dijiste en un coqueto sarcasmo, “bueno tu picoteo… comís tu no más…”

Ante tal interpelación me vi obligado a sacarme polera y traje de baño, tomé el aceite y lo dejé caer en la punta de mi verga que estaba con una tremenda erección. Ahí te levantaste y sin decir una palabra me la estabas comiendo con un hambre que jamás te había visto. Mientras chupabas me ibas masturbando con una mano y masajeando las bolas con la otra, luego me recorrías todos mis rincones aceitados con tu lengua.

Yo estaba de rodillas, con la espalda levantada, mientras tu agachada seguías sin soltarme un segundo, ahí seguí tirando aceite y recorriendo mis manos por tu espalda, sacándote el sostén y afirmando tus tetas que se dejaban caer. Aun veo tu piel brillante y escucho los gemidos que lograbas sacar aun con mi verga en tu boca.

Me dejé caer a tu lado, mi hambre seguía aumentando y la simple idea de que al día siguiente nos separaríamos me impulsaba a tomar y comer todo lo que estuviera a mi alcance. Así me puse en posición de sesenta y nueve, primero oliendo e incluso escuchando tu vulva. Posé mi cara en tu entrepierna, como frotándome contra ella con la frente, la nariz y claro, mi boca. La mezcla del aceite, tus fluidos y la sal, sumado al calor que hacía, transformaron esta carpa en una verdadera olla a presión.

Tu clítoris tiritaba ante mi lengua, que suavemente posaba sobre él y que cada par de segundos le ejercía algo de presión. Tus gemidos iban aumentando intensamente, lo que me tenía enormemente excitado. ¡Verte así de caliente era algo que había deseado y esperado por tanto tiempo!

Luego nos pusimos de frente, los dos recostados de lado, nos miramos un poco, sonreímos otro tanto. Ninguno quería decir nada. ¡No queríamos cagarla! Te moví el pelo y lo puse tras tu oreja, bajaste la mirada como si por un segundo te llenaras de dudas, que seguro yo también tenía. Respiramos profundo, apretamos los dientes, nos volvimos a mirar y nos comenzamos a besar con un calor y sabor que solo el vértigo de lo nuestro puede provocar.

Nos revolcamos unos minutos, ya la transpiración era mayor que el aceite y nuestros sonidos animales se dejaban salir sin resistencia mientras nuestras lenguas se recorrían en todos los ángulos imaginables. Me puse encima de ti, te volví a mirar y te empecé a penetrar lentamente.

Me entregaste tu cuello que empecé a besar mientras seguía entrando y saliendo con el vaivén de las olas que se escuchaban desde nuestra carpa. Nos giramos, quedando tu arriba, pero siempre abrazados y manteniendo el ritmo suave que cada vez contrastaba más con nuestros gemidos y respiración.

Cuando ya quedaba poco, empezó el descontrol final, recuerdo tu cuerpo eléctrico azotándose contra el mío mientras yo trataba de mantenerte cerca. Nos volvimos a girar, yo sobre ti, ya la velocidad se fue a las nubes, así como los gritos. Mi glande estaba en su máxima expresión y podías sentirlo recorriéndote en tu interior con fuerza.

Me fui dentro tuyo, hasta la dejar la última gota de mi semen y aprovechando hasta el último segundo de mi erección. Era un momento feliz, que no quería que terminara, pero sabíamos que mañana debíamos volver. Nos abrazamos, tomamos pisco sour con queso y frutas y conversamos hasta dormirnos escuchando las olas.

(9,67)