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Efecto llamada

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Vivir cerca de un río, es lo que tiene: en cualquier momento puede aparecer una criatura que no te esperas que, surgiendo como de la nada, te hace replantearte la existencia. Yo pasaba de mujeres. Yo las ignoraba, en serio. Pero vamos a los hechos. Paseando por la orilla del río que atraviesa la ciudad, es decir, por el paseo asfaltado que lo delimita, vi a Emma. Supe después su nombre, yo no la conocía. Emma apareció de detrás de la valla que separa el río del paseo. Iba en pantaloncitos cortos y llevaba puesta una sudadera ancha.

"Ah, sí, cariño, más, más, aahh, sigue", gemía Emma cuando yo la follaba. Debajo de mí, sus hermosas tetas vibraban al ritmo de mis embestidas. Su piel morena contrastaba con la blancura de mi polla, que yo introducía en su coño con gran ímpetu. "Qué polvo, qué polvo", me repetía yo en mi cabeza. Tan inesperado como satisfactorio polvo embelesaba mi mente torturada con tantos días de trabajo sin descanso. "Ah, sí, me corro, me corro, aahh", gritó Emma, "córrete tú, córrete tú, cariño", pidió Emma. Me corrí, sí: saqué mi polla y me pajeé hasta desparramar mi semen sobre su vientre. "Ahh, sí, sí, Aurelio", me dijo Emma antes de arrodillarse sobre el colchón para lamer las pocas gotas de semen que colgaban de mi glande y relamerse.

A partir de esa noche, yo estuve caminando por el río cada día para poder volver a encontrármela; cosa que no sucedía. A veces, de entre las cañas oía un crujido y un pato levantaba el vuelo o un sapo buscaba refugio bajo el fango. Pero sin noticias de Emma.

Una mañana, mientras me tomaba el café antes de irme al trabajo, viendo un canal de noticias en bucle, oí esto: "Misteriosa desaparición de una joven junto al río Guadalmedina, se cree que ha sido secuestrada por una banda de narcos que la esté obligando a prostituirse..., la joven en cuestión es una hembra en edad fértil que posee una belleza voluptuosa capaz de postrar a cualquier hombre". Bostecé para quitarme el sueño. Luego, me quedé pensando en que esa joven podía tratarse de Emma, que yo me la follé y que no me cobró por ello. Me quedé pensando en que Emma, sí, era bella, pero de una belleza terrenal, nada diferente de otras mujeres bellas con las que yo había follado. Al tiempo, entre estiramientos y más bostezos, vi que pusieron su foto en la pantalla, claramente retocada. Qué se proponían.

Fue un efecto llamada: muchos curiosos, hombres y mujeres acudieron los días siguientes al paseo que bordeaba el río y se asomaban a ver qué veían. Algunos iban con billetes en las manos para no desaprovechar ni un segundo en llegar a un trato carnal. En cuanto a los narcos: ni rastro de ellos. Y me encontré con Josefina. "Hey, qué haces por aquí", le pregunté; "Busco a una mujer", respondió; "Claro, todos la buscan", dije; "¿La has visto?, vives frente al río"; "Por supuesto que la he visto"; "¿Te la has follado?"; "Para responderte a esa pregunta tendrás que subir a mi casa"; "¿Qué quieres?"; "Una mamada, por de contado"; "Así será".

Josefina se desnudó en el saloncito. Ella era una mujer alta y delgada con unas líneas muy finas. Excepto sus tetas, operadas, que las tenía muy hinchadas, su cuerpo no tenía ni un miligramo de grasa. Se arrodilló ante mí y me bajó los pantalones para sacarme la polla y metérsela en la boca. "Oh, bien, bien, Josefina", la animé. Sus finos labios abarcaban el tronco de mi polla avanzando y retrocediendo; de vez en cuando, escupía mi polla y lamía el frenillo o el glande como si fuese una paleta helada. "Oh, Josefina, bien..., sí, me follé a la mujer esa de la televisión..."; "Mmm, mmm"; "Oh, oh, eché un polvazo con ella..."; "Mmpf, mmpf"; "Oh, oh, era una diosa, oohh", me corrí. Súbitamente, Josefina se incorporó: "¡Una diosa, dices!", chilló, aún con sus labios manchados de semen; "Sí", repliqué; "Lo sospechaba, lo sospechaba".

Me contó algo sobre unas excavaciones, Josefina era arqueóloga. Me contó algo acerca de unos descubrimientos sobre una atávica religión de una ancestral cultura... La interrumpí: "¿Me estás diciendo que he follado con una criatura mitológica?", pregunté desconcertado. Entonces, Josefina abrió su móvil y me mostró la foto de una estatuilla femenina. No cabía en mí de mi asombro: ¡realmente era... Emma!

"No, amor mío, no, Aurelio, no soy una diosa". Me dijo Emma abierta de piernas frente a mí. Porque sí, la volví a ver. Esta vez, estaba desnuda en una charca maloliente. Ere de noche. Salió del cieno oscura como la noche. Yo la envolví con mi camisa y la conduje a mi casa. "Aurelio, soy real, méteme tu polla y te convencerás..., ay, sí... ¿notas mi calentura?..., dame, cariño, dame, Aurelio, así..., sé lo de esas excavaciones..., ah, ah, sí, sí, Aurelio..., sé lo de mi parecido a la estatuilla..., espera, Aurelio, me doy la vuelta, quiero que me des por el culo para que te puedas correr tranquilo..., ay, sí, así..., pero soy una mujer del barrio, la gente ha perdido la cabeza creyendo tantas tonterías como se dicen..., aahh, Aurelio, aahh, sigue..., vivo justo ahí al lado..., ay, y me encanta el río, aahh..., ay, sí, ¡sí, síííí, aahh!, ¿te has corrido?".

Saqué mi polla chorreante del culo de Emma. Ella se quedó de rodillas sobre el colchón apoyada en sus antebrazos aun gimiendo. Yo me tumbé a su lado y besé sus labios metiendo mi cabeza entre sus tetas y las sábanas. "Emma, yo no quería una mujer...", susurré; "Yo tampoco un hombre", respondió; "Pero quiero follarte siempre", continué; "Y yo a ti".

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