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El as de picas

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"Las mujeres no deberían jugar póker" decía el gordo casi calvo de mi suegro, detrás de la cortina de humo qué el habano desprendía. Y una vez más para mi desgracia la reina de diamantes le otorgaba la razón. Me levante de la mesa del casino con más palpito y menos dinero, 20 minutos bastaron para dilapidar casi 4 mil dólares en fichas. Y es que deseaba darle una sorpresa a mi marido (qué estaba de viaje) cambiando el auto por uno más moderno y estaba segura de poder lograrlo. La confusa decepción se prolongó hasta el estacionamiento, donde el volante de mi automóvil se convirtió en un paño de lágrimas. No logré ver el mercedes negro de mi suegro cuando se posicionó a mi lado, el vidrio eléctrico descendió y el rostro sonriente del empresario emergió.

–Estas bien Natalia?

–Si, gracias. Solo algo frustrada.

–El azar es así, he ganado bastante hoy. Pero no todo lo que quería.

Jamás me lleve bien con él, tampoco Carlos su único hijo, con el que no había un ápice de afecto por problemas familiares que no son parte del relato. La cosa es que el cincuentón estaba vanagloriándose de su triunfo y yo no estaba de ánimo para soportarlo.

–Qué querés William? Una medalla?...

–No, para nada es mi intención jactarme de tu desgracia. Soy un hombre de negocios, de aprovechar del azar de las oportunidades que rara vez se dan. Así como esta... Quedé absolutamente contrariada, el impoluto William Valencia mi suegro, me estaba proponiendo un negocio.

–Entonces, te vas a atrever supongo a una propuesta indecente.

–Por supuesto, que no. Solo trato de comprobar si la mujer de mi hijo es tan osada como creo. Y se me había ocurrido dejarlo en manos del azar...

–Como sería eso?

–Vamos, a mi casa. Jugamos una mano de póker... Hizo una larga pausa. Y continuó... Si tu ganas te llevas 10 mil dólares, pero si la suerte me sigue fiel me quitaré todas las ganas de cogerte.

–No soy una puta. Estallé.

–Nadie dijo que lo fueras. Me voy, si me seguís es que aceptas el trato sino, obviamente no.

El vidrio se cerró y el mercedes arranco. Imagine su risa desatada viéndome por el espejo retrovisor y me estremecí al pensar por unos segundos todos esos kilos encima mío. El garaje se abrió para engullir los autos algo a prisa qué entraron. No acepte el Whisky ni ponerme comoda. El capto la indirecta y de inmediato acomodo la mesa ratona qué yacía frente a la estufa, el reloj marcaba la 1 menos diez, cuando mi suegro me entrego el mazo de naipes franceses tomo un gran fajo de billetes en dólares y los dejo caer sobre mi lado en la mesa.

–Barájalas bien y cuando estés lista...

Pude notar la excitación del hombre sobre uno de sus muslos y en su pesada respiración. Debo admitir que en ese instante no solo deseaba el dinero sino vencer al sujeto, gordo de ojos marrones y piel flácida qué tenía odiándolo desde hace un buen tiempo. Repartí las cartas 2 para cada uno y luego tres en la mesa, tenía una J en la mano y otra en la mesa., lo que parecía un juego fuerte se desmoronó en el river (la última carta en la mesa) el as de pica cayó y la sonrisa de mi suegro brotó del extremo qué no sostenía el habano.

–Gané! Gritó azotando las cartas en la mesa, ante mi atónita mirada. Había perdido en buena ley, había hecho un trato con ese ser despreciable y ahora tenía que pagar con mis nalgas por la maldita ambición. El veterano encendió la estufa a leña corrió un sofá y estiró una alfombra oso en el amplio piso del living. Sentí sus gruesos dedos rodear mis glúteos por encima del vestido y los aparté con bronca. El viejo fue hasta la puerta y la abrió y después se desplomó en la alfombra y desabrocho su pantalón extrayendo su grueso miembro ya erecto.

–Si quieres puedes irte. Dijo entre el crepitar de la leña qué rugía en la habitación. Llegué a la puerta y tome la decisión de aceptar la voluntad de la suerte. Regrese al lado del sujeto qué tanto aborrecía y hundí mi cara en su entre pierna tuve que abrir la boca más grande que de costumbre, para succionar aquél poderoso y corto pedazo de carne firme y ennegrecida.

–Así Nati, así... Vociferaba arqueado el gordo en el limbo haciendo señales de humo con el habano aun encendido. Estuve mamando la gruesa pipa qué engendro a mi marido hasta que qué dijo basta. Ya sin ropas los dedos de mi suegro entraron hasta el anillo y después de dos venidas intensas solo restaba entrar aquél tronco retorcido, en la gruta inundada propiedad de su hijo y no tardo en incrustarla, los labios se ancharon en sus primeras embestidas y cuando el empuje fue total el pistón, entro en el aro provocando mi total locura.

Mi suegro me penetro como un animal salvaje producto del azar y la necesidad, aquél as de picas entraba y salía a voluntad y la reina era mi vulva complacida como pocas veces. El grito fornido aviso con anticipación los chorros de semen qué emanaron de la recortada, disparando a discreción. Fue la noche más audaz de mi vida y una de las mejores. Las cosas entre mi suegro y su hijo no han cambiado pero cuando se ausenta de la ciudad ya se dónde me esperan para una buena partida de póker.

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