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El mozo (Parte 2)

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Final de la Parte 1: 

—Vivo cerca y solo, ¿quieres ir a mi casa?

Habíamos salido del bar, después de haber terminado nuestros tragos. Al levantarme me había sentido un poco incómoda, tenía miedo de la falta de discreción en los minutos anteriores. Sentí que la tela ligera de mi falda de verano se pegaba a mi culo que seguía mojado por mi goce. La caricia de su mano sobre mis nalgas mientras cruzábamos la sala en medio de la gente me indicó que no se había perdido este detalle. Al salir, me había agarrado la mano delicadamente para proponerme seguirlo. A pesar de la hora tardía, su mirada seguía viva y penetrante. Se comportaba como un perfecto dandi educado, pero yo percibía que estaba exageradamente arrecho. Transpiraba el morbo a pesar de su camisa impecable y de su barba bien ordenada. Una ola de calor me recorrió al decirle que sí, quería.

Parte 2:

Vivía a unas cuadras y nos fuimos caminando en un silencio puntuado por el sonido de mis tacos sobre la vereda. Se empezaba a escuchar el despertar de los pájaros de la madrugada en la avenida vacía. Era extraño, como si estuviéramos totalmente de acuerdo el uno con el otro acerca de lo que íbamos a hacer. Parecía que lo esperábamos desde hacía un buen rato y no hacía falta conversar para sentirnos más cómodos. Al grano, ya.

Abrió la puerta de su departamento y dejó sus zapatillas en la entrada.

—No, quédate con tus tacos —me dijo mientras lo iba a imitar.

Lo que había roto el silencio era una orden. Obedecí. Me invitó un vaso de agua que acepté y nuestras miradas se agarraron de nuevo mientras tomaba. Sentía que él estaba conteniendo una furia a punto de descontrolarse. Bajé los ojos, intimidada. No sé desde cuando estaba así, pero se notaba su erección, probablemente completa, que formaba un bulto difícil de ocultar en su entrepierna. Con la mano, me llevó a su cuarto, bañado por la luz tímida del inicio del día.

Me besó con ternura, sus manos recorrieron lentamente mi nuca y mi espalda hasta llegar a mi culo que amasaron con satisfacción. Desabroché su camisa con febrilidad e impaciencia, quería tocar su piel y desnudarlo. Me quitó mi blusa y se sentó en la cama, frente a mí. Por la ventana entraba un soplo fresco del aire de la mañana que sentí correr sobre mis senos desnudos. Como siempre, no llevaba sostén y mis pezones se irguieron con orgullo instantáneamente. Deslizó el cierre trasero de mi falda que cayó al piso y me guio con la mano para que diera paso hacia atrás. Me quedé así unos segundos, parada frente a él, únicamente vestida con mi tanga y mis tacos. Era la primera vez que me regalaba a la vista de un hombre de esta manera. De pronto, me sentí vulnerable. Él se quedaba casi impasible, con la camisa abierta sobre su pecho tatuado. Su postura contrastaba con su mirada brillante de arrechura. Parecía que disfrutaba contener su excitación, cultivando un deseo creciente que se empeñaba en frustrar durante largos minutos. Cuando por fin empezó a tocar su sexo a través de su pantalón, mi pudor desapareció y mi sensación de vulnerabilidad se convirtió en morbo. Tenía ganas de excitarlo, hasta que no aguante más y que me cache. Me dijo que me diera la vuelta, y que apoye mis manos en el escritorio que estaba al lado. Esta exhibición me estaba empezando a excitar y sus respiros hondos en mi espalda indicaban que le encantaba este juego.

—Abre un poco las piernas.

Obedecí. Se paró y se acercó. Bajó mi tanga justo debajo de mis nalgas y se volvió a sentar para mirarme. Ya me empezaba a gustar estar así, disfrutaba algo nuevo: sentirme bien puta con mi tanga a mitad quitada, las piernas abiertas, apoyada en la mesa, arqueándome por mis tacos y con mi culo en ofrenda. Me mojaba solo por el hecho de estar en esta posición. Estaba a punto de decirle que quería sentir su verga y pedirle que me la meta cuando escuché una nueva orden.

—Tócate.

Le obedecí de nuevo, con gusto, quedándome de espalda.

En el silencio del cuarto, solo se escuchaban nuestros respiros y los ruidos líquidos de mi masturbación. Me estaba tocando más y más rápidamente, al inicio para provocarlo y luego porque sentí que me podía venir pronto. Tenía los ojos cerrados y mis dedos se agitaban entre mis labios mojados. Me dejé llevar por el calor que sentía entre mis piernas y no resistí a las ganas de meterme dedos. Solté el escritorio y me metí directamente dos mientras me sobaba el clítoris con la otra mano. Seguía parada en mis tacos, en equilibrio, agachada hacia adelante. Se me escapó un gemido, estaba cerca del orgasmo.

—Sigue. Vente para mí.

Su frase sonó como un detonante, metí mis dedos más profundos y me agarré toda la concha, como si exprimiera una fruta jugosa. El escalofrió delicioso del orgasmo me recorrió desde las piernas hasta al hombro y se escuchó mi grito contenido por mis labios cerrados.

Me volví a apoyar en el escritorio para recuperarme un poco. En mi espalda, el ruido de una paja mojada acompañaba sus respiros. Me imaginé con bastante satisfacción que ya había sacado su verga de su pantalón y que la había lubricado con su propia saliva para corrérsela mirándome. Sentía el jugo mi goce entre mis piernas y cuando quise enderezarme para buscar algo para secarme, me lo prohibió.

—Quédate así. Me gusta ver cómo te mojas. Te gusta exhibirte así, ¿verdad? Desde la primera vez que te vi, supe que eras bien zorra.

En cualquier otra circunstancia, me hubiera ofendido que un hombre me hable así. Pero con él, había algo distinto, estábamos en un juego que me gustaba y si por aquel momento parecía que él era el dueño, pronto me iba a dar cuenta que también le gustaba dejarse llevar y abandonarse conmigo.

Le obedecí una vez más y me quedé durante un largo minuto en esta posición obscena. Miré entre mis piernas y vi que mi concha estaba goteando, traicionando mi nuevo gusto para la exhibición. Sobresalté al sentir sus manos en mi cintura, no lo había escuchado acercarse. Las bajó lentamente hasta llegar a las curvas acogedoras de mis nalgas que acarició antes de agarrarles a manos llenas, brutalmente.

—Qué rico culo tienes… —me dijo, y acercándose, me susurró en la oreja —¿te gustaría que te la meta por ahí?

—No sé, no me gusta tanto —le contesté, hesitando.

Luego supe que era la respuesta que esperaba, para llegar a la satisfacción de que sea yo que terminara por decirle que quería sentirlo en mi agujero apretado y sensible.

—No pasa nada guapa, solo me gustan los placeres compartidos. Ven.

Me llevó hasta la cama y se arrodilló para quitarme mis tacos y mi tanga. Tenía su cara a la altura de mi sexo brillante y lo miró con gula. Acercó su boca y, mientras yo abría un poco las piernas con ansias de sentir su lengua, se detuvo a unos milímetros, jugando con nuestras frustraciones respectivas. Se quitó la camisa y descubrí completamente su pecho y su espalda. Parecían ser los de un marinero, con tatuajes heteróclitas que probablemente tenían muchas historias que contar. Algunos me llamaron la atención. En uno de sus costados, los trazos finos y frescos de un dirigible que llevaba una cesta se destacaban sobre su piel todavía herida y enrojecida por el trabajo de una aguja llena de tinta. Era claro que lo había hecho pocos días antes.

Hizo que me sintiera de rodillas en la cama y se instaló en mi espalda. Empezó a besarme el cuello y la nuca de una manera que hasta ahora no volví a conocer. Era una deliciosa mezcla húmeda entre labios, lengua y mordiscos. También sentado en sus rodillas, sus muslos me rodeaban y había pegado su pecho a mi espalda. Me acariciaba las tetas y las sopesaba con delicadeza, disfrutando de sus curvas. Me abrazó con más fuerza y sentí su sexo duro justo arriba de mis nalgas. Las levanté un poco para invitarlo a sobarse en la zanja de mi culo. Suspiré cuando su verga, todavía presa de su pantalón, presionó mi ano. Me gustaba esta sensación y me arqueé un poco más para sentirlo mejor. Eso fue una señal clara para él. Agarró mis pezones entre sus dedos y empezó a pellizcarlos. La delicia provocada por este ligero dolor me hizo gemir.

—¿Ah? Parece que eso sí te gusta… —murmuró.

No pude contestarle de otra forma que con un nuevo gemido cuando jaló mis pezones hacia abajo para invitarme a bajar mi busto, hasta que mi cabeza reposara en el colchón. Me pareció escuchar algo como “Así me gustas más aún…”, cuando hizo que levantara mi culo. Su mano firme en mi espalda me había mantenido con la cabeza hacia abajo. Me calentaba mucho estar así, expuesta e impúdica, le regalaba una visión imperdible sobre mi concha brillante y mi ano. En esta posición, mis tetas rozaban a penas la cama y me movía ligeramente para frotar mis pezones contra la sábana. La frustración provocada por este ligero contacto, que contrastaba con la delicia del ligero dolor que él acababa de infligirme, terminó de arrecharme completamente. Como si él hubiera leído en mis pensamientos, me escupió en el ano y empezó a jugar con él, dibujando circulitos con su dedo. Yo chorreaba sin vergüenza, abriendo las piernas al máximo, esperando que me llene la concha con su verga. Como no aguantaba el vacío que sentía allí, volví a masturbarme, suspirando de alivio. Su dedo presionaba mi ano y bajé un poco mi culo para indicarle que me lo podía meter. Siempre me excitó cachar con un dedo metido en el culo, es una sensación que duplica la que tengo con una penetración. Se deslizó ahí sin mucho esfuerzo, haciendo correr una ola de placer por todo mi cuerpo. Sacaba su dedo, escupía de nuevo en mi agujero que ya no era tan tímido y me lo volvía a meter. A medida que hacía ir y venir su dedo, sentía que la resistencia de mi ano se aflojaba. Aprovechó la ocasión para meterme un segundo dedo. Me arqueé y levanté la cabeza más por sorpresa que por dolor y, enseguida, su mano me presionó los hombros para que retomara mi posición inicial, la de una sumisión y de un abandono totales.

Lo dejé trabajarme el culo con sus dos dedos un largo momento, sin dejar de masturbarme como más me gusta, con dos dedos en mi sexo y la palma apretando mi clítoris. Me di cuenta de que me torturaba un deseo nuevo e insoportable: mi ano se había acostumbrado a la rica presencia de sus dedos y ya quería más. Moví un poco mi culo hacia su mano para que entendiera mis ganas y pronto sentí mi ano abrirse más. Con un tercer dedo, empezó a regalarme un paulatino y ligero estiramiento. Metí un poco más mis dedos, buscando la profundidad de mi concha. Estaba empezando a experimentar la fiebre de un inicio de doble penetración. Lo escuchaba respirar hondo y su mano abandonó mi hombro en lo cual empezaban a formarse algunas perlas de sudor. Lo escuché escupir en su mano y volver a pajearse. Imaginé su verga parada a unos centímetros de mi culo y pronto los tres dedos con los cuales me cachaba ya no me bastaron. Tenía ganas de venirme y estaba muy cerca, pero quería que me llenara más aún. Gemía y movía mi culo hambriento, sin soltarme la concha, como una hembra en celo.

—¿Quieres más? —me preguntó.

—Sí, por favor… —le contesté en un suspiro.

—Dime qué quieres.

—Quiero que me la metas.

—¿Ah sí? A ver, no entiendo bien… De nuevo, dime qué quieres que haga —me contestó, burlón y vicioso.

—Quiero que me la metas en el culo.

—¿Cómo así?

Me estaba volviendo loca, estaba demasiado arrecha, cerré los ojos y me escuché contestarle lo que esperaba:

—Quiero que me caches el culo, quiero que me lo llenes con tu pinga…

Retiró sus dedos y sentí un líquido frio correr sobre mi ano entreabierto. Este morboso ya tenía el frasco de lubricante al alcance de la mano, pensé.

—Sus deseos son ordenes, Señorita.

La punta suave y lisa de su verga se presentó en la entrada mi agujero. Agarrándome por las caderas, empezó una lenta y continua penetración. Yo no dejaba de tocarme y sentía y mi culo abrirse poco a poco. Se paró un instante en medio de su progresión para preguntarme si no me dolía. En vez de contestarle, avancé mi culo hacia él, lentamente, hasta sentir sus bolas tocar mis labios chorreantes. Gemimos juntos, la sensación era increíble y tuve que dejar de tocarme para no venirme al instante. Su verga me estiraba deliciosamente el culo y pronto me sentí cómoda para moverme un poco y hacerla ir y venir. Lo escuchaba suspirar, me imaginaba que no se perdía ni un segundo de esta visión obscena. Por prueba, la llevó al colmo soltando mis caderas para agarrarme las nalgas y abrirlas para ver cómo yo me estaba cachando el culo, moviéndome para que me clavara su pinga más y más fuerte. Cuando me dijo que estaba a punto de venirse, yo quería más morbo.

—Y dime cómo te vas a venir, —le pregunté, jugándome de burlona a mi turno entre dos gemidos suyos.

—Te voy a llenar el culo de leche…

Al escuchar su respuesta, perdí la cabeza. Me volví a meter dos dedos en la concha y sentí una onda de choque irradiar todo mi cuerpo. Me estaba viniendo más fuerte que nunca, con un grito largo y animal. Mi concha contractaba con espasmos y la presión que ejercieron los músculos de mi ano sobre su verga lo llevó al orgasmo. Lo escuché gritar y sentí su leche cálida brotar en mi culo.

Nos caímos en la cama juntos, se quedó detrás de mí y me volvió a besar el cuello, abrazándome con ternura.

Continuará…

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