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El regalo de Reyes

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Ana estaba en su habitación oyendo música. Era un 5 de enero muy diferente. La pandemia hacía imposible la cabalgata de Reyes, excusa como otra cualquiera para quedar con Carlos, su novio, y otras amigas. Pero esta tarde, la chica no tenía plan y había decidido pasarlo relajada en casa. Tenía todos los regalos comprados, no tendría que salir a buscar nada de última hora. Al día siguiente sí había quedado con su novio para verse e intercambiar sorpresas.

Sentada frente a su ordenador, leía el excitante último relato de su autor de cabecera, Hansberville. En él, una chica llamada como ella le era infiel a su pareja con un vecino maduro aburrido de las relaciones con su mujer. No podía negar que el tipo lograba recrear situaciones tan morbosas como para hacerle desear ser la protagonista de sus historias.

Abstraída por la lectura y aislada por los cascos en sus orejas, comenzó a acariciarse levemente con cada frase que leía. Decidió introducir su mano derecha por dentro de sus mallas deportivas negras y acariciar su sexo por encima de sus bragas. Aquella chica del relato se lo estaba pasando en grande con aquel maduro 20 años mayor. Cuando la tensión sexual del relato era máxima y su mano sentía el palpitar de su clítoris, Dua Lipa dejó de entonar su Physical. Ana se sobresaltó lamentando lo inoportuno del whatsapp que interrumpía la reproducción musical de su móvil:

-Joder Carlos, tienes el don de la oportunidad... -se quejaba la chica antes de comprobar que no era su novio quien le escribía.

"Hola guapa. Estás sola en casa?"

"Sí. Mis padres han salido. Volverán esta noche."

"Perfecto. En media hora nos vemos ahí."

"Ok"

No era Carlos si no Robert, el maduro con el que ejercía de sugar-baby y que le pagaba 300 € al mes. Básicamente, Ana era la putita del tipo. A ver, no es que la chica estuviera orgullosa de serlo pero.... Sus estudios de ingeniería aeronáutica eran costosos, el dinero nunca sobraba y 300 pavos por un par de polvos al mes no estaba nada mal. Con 24 años y en su último año de carrera, la situación no era nada despreciable. Tenía claro que, sin ningún compromiso sentimental, en cuanto se licenciase aquello acabaría. Se convertiría en uno de esos secretos inconfesables que se recuerdan en la madurez como ejemplo de una juventud loca y divertida.

Además Robert no estaba nada mal para sus 46 años. Lo había conocido un año antes en una boda. Ella estaba trabajando en el catering para ganar unos euros con que aliviar los gastos de los estudios, y él era el padrino. El tipo pasaba por un play boy. Alto, guapo, buen cuerpo, elegante....y un mujeriego incorregible.

La fama de Robert era conocida entre varios compañeros del catering. Entre ellos existía algo parecido a la idolatría por la figura del personaje. Entre ellas corría la leyenda de lo buen amante que era. Una aseguraba tener una prima, vecina de la amiga de alguien que se lo había follado y conocer, por tanto, de primera mano la veracidad de la leyenda.

La verdad es que a Ana el tipo le parecía que tenía un morbazo increíble. La elegancia y seguridad que transmitía eran magnéticas. Tal era esa atracción que la chica se las apañó para ser ella quien sirviera su mesa. Intercambiaron miradas y sonrisas durante los platos pero cuando se desencadenó todo fue durante la barra libre.

En un ambiente menos protocolario y distendido, Robert comenzó un acercamiento a la chica que le había servido la comida. Se dirigía a ella para pedir las copas (Jack Daniels con hielo en vaso ancho) hasta que comenzaron a conversar, miradas cómplices y… acabaron en una habitación privada de aquel salón de celebraciones echando un morboso polvo contra la pared. Ella se agarraba al cuello de aquel maduro trajeado mientras recibía los puntazos de una polla de considerable tamaño en su coño hasta un bestial orgasmo.

Meses después recibió una llamada. En la pantalla de su móvil aparecía “Catering”, nombre con el que había grabado el número de Robert después de intercambiárselo tras el polvo. Ana se sintió desconcertada. No entendía que este tipo la llamase después de varios meses. Su novio, a su lado, la miraba esperando que contestase:

-Bah, es del catering, luego llamo. –Y colgó.

Media hora después, y cuando había liquidado a su novio, llamó al tipo:

-¿Hola?, soy Ana, ¿qué quieres? –Su actitud era un poco altiva y desconfiada.

-Hola, Ana. Soy Robert, ¿te acuerdas?

-¿Robert? Sí claro.

-Verás me gustaría proponerte algo. ¿Podríamos vernos…?

Desde ese momento, un par de veces al mes quedaba con aquel maduro, casado y aburrido de su mujer para echar un par de polvos y ganarse 300 pavos. Su única preocupación era montar una coartada para librarse de la compañía, a veces, de su propio novio, y quedar con Robert. Normalmente se veían en el despacho de él, en un edificio céntrico. Otras veces en un piso que el hombre utilizaba de picadero. Pero aquella tarde de Reyes, Robert le pedía quedar en la propia casa de ella.

Ana recibió a Robert recién duchada, con su melena mojada y solamente vestida con una camiseta ancha y unas braguitas brasileñas. El hombre venía con un abrigo sobre un traje azul marino. La imagen de elegancia era habitual en el tipo. La chica tiró de él hasta su habitación y, tras cerrar la puerta de ésta, se sentó sobre el escritorio:

-Así que aquí es donde estudias…

-Sí. ¿Te daba morbo hacerlo aquí?

Robert se acercó a la chica y se besaron.

-Pues por hacerlo en mi propia habitación me tienes que pagar 500 €.

-De eso nada, Anita. Te conformas con los 300 pavos.

-Pues entonces nada. –Ana le tiró un órdago.

-A ver niña, por 500 € me tiro a una escort y no a una estudiante. Pero vamos que si quieres 200 pavos más te lo tendrás que ganar, y no me digas que solo por venir a tu casa.

-Bueno ¿y qué quieres que haga? –preguntó Ana agarrada al cuello de su amante y besándole muy cerca de la comisura de los labios.

-Podrías llamar a tu novio y que nos vea… Una de mis fantasías es que el cornudo vea como le crecen.

-Sabes que no voy a llamar a Carlos. Esto es un secreto.

Ana había deshecho el nudo de la corbata de Robert y ahora desabotonaba su camisa. Descendió su mano hasta el pantalón. Abriendo la cremallera, la introdujo dentro y agarró la polla del hombre que empezaba a crecer:

-Joder, vaya rabo que tienes cabrón.

-¿Qué se te ocurre para ganar esos 200 € más?

La estudiante tomó la mano del hombre y se llevó el dedo corazón a su boca. Comenzó a lamerlo y succionarlo para, luego, dirigirlo hacia sus nalgas y su raja del culo. El hombre encontró un hueco para introducirle el dedo en el ano. La chica gimió exageradamente haciéndole saber su propuesta de negociación:

-Pero que guarra eres, Anita.

-Y tú un cerdo que te tiras a una estudiante 20 años menor.

Se volvieron a besar apasionadamente. Ella le agarraba por la nuca presionándolo contra su boca. Sus lenguas peleaban cuando Ana se la mordió. Las manos de él ya recorrían el cuerpo de la chica. Buscaba las pequeñas tetas por debajo de aquella camiseta que la cubría escasamente. Pellizcaba sus pezones gordos provocándole dolor.

No era la primera vez que practicaban sexo anal. Ana, sin ser una experta, si contaba con cierta experiencia sexual. Pero con Robert, cada vez que lo habían hecho por el culo había sido en una sesión de sexo duro y ahora pretendía ganarse ese dinero de más ofreciéndole esa posibilidad en su propia habitación.

Robert, tiró del pelo de la chica. Mordió su labio inferior. Le metió una mano en el coño y comenzó a masturbarla:

-¿Quieres más dinero, puta?

-Sí, cabrón.

-Pues te lo vas a ganar.

Robert sacó de uno de los bolsillos de su abrigo una mordaza de cuero con una bola roja. Ana lo miraba a medio camino entre la excitación y el susto. Nunca habían utilizado ningún juguete. Sin reacción, vio como su amante le colocaba la mordaza dejándole la bola de goma en su boca y se la ajustaba con una correa a su nuca. Luego se quitó el cinturón y le ató las manos a la espalda. En cuestión de segundos Ana se sentía secuestrada en su propia casa. Amordazada y maniatada, estaba totalmente a merced de su “cliente”:

-Hoy te lo vas a ganar con creces, perra.

El hombre se desnudó ante ella. Su polla apuntaba al cielo cuando la levantó en vilo, cogiéndola por las nalgas. La llevó contra la puerta de su habitación. Echando las braguitas a un lado la penetró con violencia. Su polla, pese al grosor, se deslizó por aquella gruta ardiente totalmente lubricada con el propio flujo de Ana. Robert le mordía el cuello mientras ella solo podía bufar con aquella bola en la boca. Durante unos 10 minutos, el hombre la estuvo empotrando contra la puerta. El cuerpo de Ana golpeaba contra ésta provocando un ruido perfectamente identificable.

De repente, el maduro la llevó hasta la cama. La colocó de rodillas en el suelo y con su cuerpo apoyado en la cama. Con las manos atadas a la espalda con el cinturón y la mordaza de cuero, Ana se sentía un juguete de Robert. Ahora el hombre colocó alrededor del cuello de ella la corbata, sin duda, la pretendía utilizar de riendas de su montura:

-¿No querías ganar más? Pues ahora lo vas a hacer.

Robert, con una actitud prepotente, cogió su cartera y sacó dos billetes de 100 € (dentro tenía otros de 100, 200 y 500). Uno de los que sacó los tiró junto a su cabeza. Ana lo miraba con una extraña sensación. La estaba tratando como a una puta. El otro billete lo enrolló y comenzó a introducírselo por el culo. La chica se revolvía pero el hombre la inmovilizó con uno de sus brazos:

-Quédate quieta puta.

Tras dar una nalgada que le dejó los dedos marcados en uno de sus glúteos prosiguió introduciendo el billete en el interior de su recto. Cuando se perdió entero, lo empujó con un dedo. Ella bufaba mientras su coño comenzaba a inundarse de flujos. Ahora, Robert se colocó tras ella y apuntó el capullo de su polla al ojete marrón de su sugar-baby. Después de lubricarse la polla con un gel que sacó de uno de sus bolsillos, comenzó a introducirla dentro.

Cuando Ana comenzó a moverse, el hombre tiró de la corbata con la que tenía rodeado su cuello. Su polla atravesó el anillo del esfínter de la chica y topando con el billete lo empujó más adentro. Fue entonces cuando comenzó a darle por culo a su gusto. Tiraba de la corbata haciendo que el cuerpo de la chica se levantase y con la otra mano se agarraba a la cadera, sin dejar de acelerar en su follada anal.

Cuando a Ana la falta de aire, por la presión de la corbata, se le hacía angustiosa, Robert la soltó haciendo que Ana cayese rendida sobre el colchón de su cama. El hombre gritó al llegar al orgasmo. El puntazo fuerte hizo que la joven notase una punzada aguda muy dentro de su culo. El pollazo de su maduro había hecho que el billete de 100 € alcanzase una profundidad desconocida. Inmediatamente comenzó a notar una tremenda corrida que inundaba sus tripas. Un par de golpes de cadera más y Robert cayó exhausto por el orgasmo.

Unos minutos después, el hombre comenzó a desatar a su chica. Le quitó la corbata de su cuello, retiró la hebilla de la cinta de cuero para liberar a Ana de su mordaza y por último desató sus manos. La sugar-baby se dejaba hacer rendida. Su coño palpitaba de la excitación pese a no haber llegado al orgasmo. La situación de dominación que acababa de vivir era muy morbosa y le resultaba muy excitante. De su culo salía un río de lefa que manchaba sus muslos:

-Te has ganado los 200 pavos de más.

-Eres un cabrón, cerdo. –Dijo Ana intentando levantarse de una posición que empezaba a entumecerla.

-Y tú una perra…. –La definió el hombre riendo.

El hombre se vistió y abandonó la casa dejando a Ana intentando recuperar los 100 € de su culo. Colocada en cuclillas, hacía fuerza mientras introducía sus dedos dentro de su ano para alcanzar su paga. No sin esfuerzo, el canutito verde fue saliendo de su interior. Un suspiro entrecortado de la joven y el billete estaba entre sus dedos, totalmente manchado de semen. Ana pasó al baño a recomponerse ella y limpiar los 100 €. Se metió en la bañera, y dirigiendo la alcachofa hasta su culo se limpió a fondo. Al recordar lo que acababa de vivir, se volvió a excitar y con el chorro directamente golpeando su clítoris se corrió en un tremendo orgasmo. No se podía quejar del regalo de reyes que le acababa de hacer su maduro.

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