Había dejado preparada la comida, revisado sus deberes y alistado sus uniformes de deportes. Mis pequeños jugaban, revoloteando en la sala y correteándose alrededor de la mesa del comedor. Felices, llenos de energía esperando la llegada de su padre. Demoraba un poco… Y ya lo extrañaba.
Estando en mi alcoba matrimonial, fui retirando de mi cuerpo la ropa de aquel día. La americana del sastre ya colgaba al interior del guardarropa. Mi blusa con sus mangas arrugadas, la falda con sus pliegues extendidos. Los zapatos de tacón mediano para lustrarlos otro día y posteriormente las medias de liga vueltas al revés y listas para tirar a la basura por una desastrosa rasgadura causada por mis uñas, reposando enredadas sobre la funda nórdica de mi cama. Pero al agacharme el pendular movimiento de aquella obsequiada cadena dorada con ese delicado ángel de alas extendidas, golpeó suavemente mi mentón. Y no solo fue esa parte de mi rostro, también golpeó mi pensamiento y en el sentimiento de ser yo para otro hombre, la causa de su sexual renacer. ¿Y el mío también?
La retiré con cuidado, acariciando con la yema de mis dedos sus elaborados eslabones planos entrelazados y busqué con mi mirada un lugar, un espacio donde guardarla y ocultarla de la visión de Rodrigo. ¿Dónde? Y un minuto después, allí sentada en el borde de la cama pensé… ¿Y por qué? No iba a ocultar nada más, era una decisión tomada, así que la coloqué sobre mi baulito de madera donde guardaba mis otras joyas. Retiré también mi brassier y en panties ingresé en el baño para darme una ducha rápida. Por pijama de nuevo aquella camiseta ancha y larga de mi esposo. Lo esperaría así, quizás si me viera usándola, él tal vez entendiera que yo era exclusivamente suya y de nadie más. Ojalá recapacitara y me dejara hablar.
…
—Bien jefe, y pues colorín colorado, ese cuento está terminado. ¡Jajaja! —Había terminado de explicarle a don Augusto la negociación y sus términos.
Paola a nuestro lado no dijo nada. Mi jefe se percató de ello y con algo de preocupación en su rostro me solicitó que me retirara, dejando a mi rubia tentación a solas con él.
—Paola, te espero fuera para acercarte hasta el hotel, si quieres. —Le dije, apoyándome sobre el marco de aluminio de la puerta de aquella oficina.
—Anda nene, que caballerosidad, por supuesto que sí. Consígueme un café y ya te busco. —En sus ojos pude observar algo de nerviosismo y en el tono de sus palabras algo de inquietud.
Sin pensar en nada más fui hasta mi escritorio para dejar mis cosas listas para el siguiente día y luego fui por los dos cafés. Ya estando fuera, pasaban los minutos y Paola no llegaba, terminé con mi cigarrillo y dejé el vaso desechable del café para mi rubia compañera sobre el techo de mi auto, mientras revisaba mi teléfono por si tuviera alguna llamada o mensaje de Silvia. ¡Nada!
—Disculpe usted joven. —Me dijo alguien desde atrás de mi coche–. Un hombre alto, calvo y gordo, vestido con una cazadora de cuero marrón y pantalones blancos y anchos, por zapatos unas botas de caucho que le llegaban casi hasta las rodillas, amarillas y sucias.
—¿Este coche está para la venta? —Ehhh, no. ¡No señor! Este auto no está en venta. —Se refería al auto de mi jefe, sí, el mismo Seat. El hombre daba vuelta a su alrededor y acercando sus manos a modo de visera, sobre la ventanilla del lado del conductor, se deleitaba con su interior.
—Pero aquellos de allí ¿los ve? De esos puede usted escoger el que más le guste. ¿Quiere observarlos? —Le comenté.
—Quizás otro día, ahora voy retrasado para mi casa, es por allá. —y me señaló con su dedo el lugar, unas calles más al sur.
—Si llegó más tarde mi esposa me descuartiza. Debo tenerle preparada la comida. Solo pasé a mirar bien este coche, llevo algunos días interesado en averiguar por él. Es una lástima que no esté disponible, pues tengo el dinero para pagarlo en efectivo. —Y se dio la vuelta por la parte posterior del Seat para finalmente decirme antes de marchar…
—Vendo muy buenas carnes y embutidos, cuando guste usted se pasa por mí salsamentaría y me hace la compra, es allí, tome este volante. —Por supuesto, lo tendré en cuenta–. Le respondí esbozando una leve sonrisa. Y el hombre, continuó acelerado su camino.
Un firme taconeo escuché detrás de mí, causando que me diese vuelta y la vi. Venía Paola apresurada y con cara de angustia.
—¡Rocky, Rocky! Nene me tienes que sacar de este apuro. —Y llegando a mí me abrazó con fuerza.
—¿Qué pasó Pao? ¿Qué te dijo el jefe para que estés tan preocupada? —Paola solo recostó su frente sobre mi hombro izquierdo y me contó el motivo de su intranquilidad.
—Es qué mañana en la sala de reuniones, debo presentar a manera de ejemplo el negocio que hicimos ante todos los demás compañeros. Y ajá, no sé cómo lo hiciste. Ni puta idea de los planes de crédito, mucho menos de los tipos de financiación que les ofreciste. Tampoco como les planteaste el negocio del arrendamiento. ¡Ajá Nene! Que voy a hacer mañana el oso delante de todos. ¡Ayúdame, ayúdame! —La noté tan preocupada que me causó primero una inefable ternura y posteriormente, no aguanté mis ganas y solté una sonora carcajada. Es justo contar que aquella risa, motivó en Paola cierto enfado y un soberano pellizco en mi brazo izquierdo.
—Bueno Pao, no te afanes, yo te explico. Tomémonos algo en algún sitio y hablamos de eso. Este café ya se te enfrío. ¿Vamos ya? —Le pregunté.
—No Rocky, no puedo ahora. Me quedo. En un rato va a llegar Carlos a buscarme.
—¿Tu novio? —Y me acomodé el cuello de mi camisa, no porque estuviera mal, sino para que Paola no observara la sensación de vacío que sentí de repente. ¿Celos? Sí, algo de eso sentí.
—Vaya, está bien, vete con él. —La tonalidad melancólica en mi voz no pasó desapercibida por Paola, y ella solo hizo un gesto con su cabeza de afirmación, mientras soltaba sus manos de mi brazo.
—Rocky, vamos a comer algo por ahí pero… ¿Será prudente si nos conectamos más tarde por video llamada y me explicas bien? No quiero importunarte. Ya suficientes problemas tienes con lo de tu esposa y tal vez a ella le moleste si te llamo.
—No te preocupes por eso Pao. ¿Qué tal a las diez? —Le dije y a Paola le pareció bien.
Nos despedimos allí con un beso mío en su mejilla y un… ¡hasta más tarde! de mi rubia tentación. Arranqué para mi hogar, feliz por lo productivo de ese día y también pensativo por lo que había sucedido entre aquella rubia y yo. Nos habíamos besado, acariciado un poco y eso no era todo. Lo que sentía por Paola ya traspasaba un poco aquella línea roja del mero deseo. Me gustaba y me sentía muy cómodo, tranquilo con ella a mi lado. Un poco de culpa, más no sentía que fuese una traición en toda regla hacía mi mujer, aunque quizás en parte la mereciera.
…
Escuché la puerta abrirse y la algarabía de mis dos hijos para recibir como siempre a su padre. Me apresuré a salir de la alcoba y tras recorrer los pocos pasos que me separaban de la entrada, me quedé un momento allí de pie en el pasillo para observar, la misma escena de siempre, con Rodrigo de rodillas, mi hijo menor bajo su estómago y la mayor encima de su espalda. Los dos esforzándose con sus manitas para causar en mi esposo, las carcajadas exageradas por las cosquillas recibidas, pero en aquella ocasión no podía, pues Rodrigo entre sus dientes, sostenía apretada una bolsa de papel mediana. El olor tan característico de pan, carne asada y papas fritas, llegaba hasta mi nariz.
—¡Hola mi vida! Lo saludé amorosa. —Espera te ayudo con esas hamburguesas. Y tras decir estas palabras mágicas, la batalla cesó.
Mis niños al escuchar aquella palabra, detuvieron el «feroz» ataque hacía su cansado padre y de inmediato cambiaron las amenazantes cosquillas por tiernos besos y apretados abrazos de agradecimiento. Me agaché, tomé de su boca aquella bolsa y aprovechando su indefensa posición, acaricie su rostro y le besé en la frente. Rodrigo me miró algo serio, seguro dándose cuenta de que usaba su camiseta de deporte por pijama.
—Rodrigo… Eso no se hace amor. Yo esforzándome por tenerles algo de comida decente a estos niños y llegas tú con esta… Hummm ¡Qué delicia! —Mis hijos brincaban de alegría.
—Así no se puede Rodrigo, me dañas todo con estas hamburguesas y las papitas fritas. —Extrañamente, mi esposo alzando en cada uno de sus brazos a nuestros dos hijos, me miró y me sonrió, después de tantos días de caras largas.
—Hummm, es que tenía antojos Silvia, y pues solo pasaba por el frente del local y te juro que escuché como si me llamaran. Pensé en estos dos terremotos y pues ya llevábamos tiempo sin probar estas delicias. —Cielo, ehhh… La tuya sin queso y con bastante cebolla es la más grande–. Las otras tres más pequeñas son para nosotros. —Me dijo, mientras con sus dedos abría un poco la bolsa para señalar cuál era la mía.
Así como si nada, dejándome de piedra y tal vez, no lo recuerdo bien, mirándolo con la boca abierta. ¿Cielo? A ver, a ver. ¿Ese era el mismo hombre enojado de días anteriores? ¿Me lo cambiaron en alguna parte? Y… ¿Quién?
—Y eso mi vida… ¿No tienes hambre? —Terminé por preguntarle, mientras colocaba los platos en la mesa del comedor. Algo había pasado con él. ¿Pero qué? Y tratando de no ser tan evidente, me fije en su rostro, en su cabello y obviamente en su ropa. Busque algún gesto o un mínimo detalle, que pudiera aclarar ese repentino cambio. ¡Nada! Simplemente él estaba feliz.
—La verdad no mucha. Es que el cliente nos invitó a almorzar para celebrar el negocio y en verdad quedé muy satisfecho. Hoy nos fue muy bien. —Me respondió al tiempo que sacaba del refrigerador una cerveza.
¿Nos? Y de inmediato saltaron por los aires de aquella estancia, mis alarmas. ¿Quiénes? ¿Con quién había estado mi esposo en ese viaje?…
—Espera, espera. Cómo así qué… ¿Nos fue? A ti y… ¿A quién más? —Le pregunté, ya un poco con la mosca detrás de la oreja. —Voy a darme una ducha antes de comer, ustedes vayan comenzado sin mí.
Y diciendo esto descolgó amorosamente de sus brazos a los niños y se fue hasta el cuarto de invitados, sin responder mi pregunta. Pensé que debería revisar su camisa o la ropa interior, un cabello, un aroma desconocido o un rastro de lápiz labial que me confirmaran mis infundados temores. Obviamente no pude indagar más pues las ansias en mis hijos por devorar sus hamburguesas me lo impidieron.
La verdad que no se demoró en el baño y regresó con su camiseta amarilla de la selección Colombia, autografiada por varios de los jugadores y un bóxer negro. El largo de aquella camiseta no me permitió observar el bonito bulto que se le formaba y que tanto me excitaba, pero si algo de sus redondas nalgas. ¿Sus? No perdón, mías. Eran solo para mí.
Cuando terminamos todos de cenar, mis hijos le pidieron que les leyera un cuento. Rodrigo tomó el grueso volumen de las historias de los Hermanos Grimm y se fue a sentar en el sofá de la sala, pero mi hija mayor le pidió que fuera mejor en la… ¿Nave espacial? No entendí en su momento a qué se refería mi muñequita, pero entonces los vi caminar a los tres por el pasillo, sonrientes dirigiéndose hasta la alcoba de invitados donde mi esposo había decidido vivir su vida sin mí.
Estando allí extendió aquel sofá cama, arregló un poco el edredón y se recostó mi esposo colocando tras su espalda su única almohada y apretujados junto a él, mis hijos le abrazaron, comenzando aquella rutinaria lectura antes de dormirlos.
—Mi amor, pero que no se duerman porque aún les falta el baño. —Le solicité de manera algo autoritaria.
—Por un día sin baño no creo que mañana vayan a oler a pescado. Déjalos, solo por esta vez. —Y acariciando sus cabecitas, continuó con la lectura.
—¡Mamita, mamita! ¿No quieres tú también meterte en nuestra nave espacial? —Me preguntó mi pequeño bebé. En seguida miré a Rodrigo y él ya me observaba, palmeó a su costado derecho, haciendo para mí un espacio en aquella «nave espacial». Sonreí y con cuidado sortee la maraña de piernas y fui acercándome a él.
No me abrazó como siempre lo hacía, tal vez por tener sus manos ocupadas pasando las páginas ilustradas de aquel libro, por lo cual yo delicadamente por detrás de su cuello, acaricié sus cabellos, ofreciéndole con mis dedos un placentero masaje. Otra vez como siempre unidos en familia, todo como antes, sintiendo su calor. Mis hijos felices, Rodrigo calmado y haciendo a veces la voz de un ogro malo o la de variados monstruos, cambiando el tono si el personaje era el de un caballero valiente o de la delicada princesa en apuros, según lo iba relatando.
Pero… Mi corazón presentía que algo no estaba bien, a pesar de estar allí tan juntos, de nuevo. Era un cambio muy abrupto, me esperaba otro tipo de situación y eso me había descolocado. Estaba esa noche muy sorprendida y de verdad, algo preocupada. Y aún me faltaba hablar. No solo a mí, quizá a los dos.
Cumplidos unos veinte o treinta minutos de lectura, el sueño venció a los niños y Rodrigo se encargó de llevarlos a su alcoba y yo me dediqué a colocarles su pijama y arroparlos bien, deseándoles con un beso, dulces sueños. Apagué la luz y se encendió en mí de nuevo aquella maldita incertidumbre.
La sala estaba iluminada, con algo de temor avancé por el angosto pasillo y me dirigí hacia allí. Mi esposo estaba sentado en el comedor, revisando algunos documentos y su computador portátil encendido, dando la espalda hacia el balcón. Levantó su mirada hacia mí, se acomodó mejor en la silla y posando sus codos sobre la mesa, entrecruzó los dedos de sus manos, apoyando luego en ellos su barbilla.
—Y bien Silvia, soy todos oídos, aunque no tengo mucho tiempo Por lo tanto si quieres puedes omitir los detalles y hacerme un resumen de cuantas veces te hizo llegar. —Lo dijo sin premura, despacio y con la clara intención de herirme con cada una de sus palabras. Más no era momento para discutir. Estaba en su derecho a dudar de mí.
—Ok, le respondí en calma, pero necesito algo antes. —Y me dirigí hasta el refrigerador y de allí tomé una botella de aguardiente que ya estaba casi a la mitad. Dos pequeñas copas de cristal alcancé del anaquel y el cenicero que nos obsequió nuestra amiga Lara. Me senté frente a Rodrigo, y en un costado coloqué la botella de licor.
—¿Así de fuerte es? —Me dijo al verme allí junto a él, tan decidida para hablar.
—Vaya, que bueno, entonces ahoguemos pues las penas en el ardor del alcohol. ¿Un cigarrillo?–. Y acepté su oferta con una tímida sonrisa, mientras servía casi hasta el borde las dos copas.
—Espera los traigo, están en el bolsillo del pantalón y lo dejé encima del lavabo. —Sé bien que abrí mucho mis ojos y soplé un mechón de mi cabello, elevando mi cabeza hacia el techo, en clara alusión a que era lo usual en él. Su desorden tan acostumbrado.
—Lo siento Silvia, se me olvido colgarlo. —Me respondió mirando al piso como un chiquillo regañado. —Tranquilo, yo voy–. Le respondí colocándome en pie.
—¡Ya estoy acostumbrada a tu desorden! —Y le sonreí, mientras Rodrigo buscaba con su mirada algo.
Fui hasta el baño auxiliar y efectivamente, –tirado sobre el mueble del lavabo– estaba su pantalón de jean. Aproveché para revisar el cuello de su camisa y no hallé rastros de alguna descuidada culpabilidad. Me sentí mal por dudar de mi esposo, pero es que… Sí, lo sé. «La que las hace las imagina». Tomé el encendedor y la cajetilla de cigarrillos, su camisa y el pantalón los dejé en la cesta de la ropa para lavar, al igual que sus medias. Colgué en nuestro armario la bomber de gamuza café que yo le había obsequiado y fui decidida para hablar ya resignada a mi suerte con mi esposo.
Rodrigo ya estaba fuera en balcón esperándome con las dos copas de aguardiente en sus manos.
—Mi vida, le hablé… Antes que nada quiero que sepas que te am… —Me interrumpió apoyando su dedo índice sobre mis labios.
—No digas palabras que no sientes y sobre todo Silvia, después de todo lo que has desecho.
—No amor, en serio que sé perfectamente lo que siento y lo que digo. —Le respondí con suavidad, más con la firmeza necesaria en mis palabras, para darle a entender mi sincero sentimiento.
Cogí de la cajetilla un cigarrillo y lo llevé hasta mi boca. Recuerdo que mis manos temblaban y no podía encender ese cigarrillo. Me giré un poco, acercando mi rostro a la amarillenta flama y vi a mi esposo sonreír.
—¿Quieres uno mi vida?–. Le pregunté.
—Humm ahora en un rato es que debo alistar unas tablas para… —Y se fijó en mis nerviosas manos, tratando de encender el cigarrillo, apurada también por la brisa que soplaba esa noche. Se acercó a mí para ofrecerme su ayuda. Encendió el mío y luego otro para él, finalmente. Y me abrazó.
—Silvia, solo quiero saber por qué. Los detalles no me importan, solo… —¡Pufff! suspiró profundamente para posteriormente, darle una buena calada al cigarrillo y por completo de un sorbo, beberse el primer aguardiente.
—Mi vida, créeme que no lo sé bien… O sí, pero es que no entiendo por qué sucedió. Ni sé por dónde empezar. —El prólogo siempre es una buena idea para preparar al que va a leer o escuchar, como yo, en este caso–. Me respondió.
—Ok, Esta bien. Y tras dar el primer sorbo de aguardiente, continué.
—No hemos tenido sexo, lo juro por lo más sagrado… ¡Pero si nos hemos besado! —Y tras esa dura revelación sus brazos se descolgaron a mis costados, dejándome huérfana de su abrigo. Se dio vuelta, dejando el cigarrillo prisionero entre sus labios y sus manos, esas las dejó aferradas a la baranda metálica del balcón. Sentí el frio de su dolor al levantar su cabeza mirando al firmamento. Escuché sin disimulo su quejumbroso y largo suspiro. Caí en cuenta de la profunda herida que le causaba con mi confesión, lo vi tomar aire por la nariz y mirando a un algo más allá de la copa de los árboles del frente, lloró.
Y entre sus sollozos le oí decir aquellas palabras, tan imaginadas por mi esposo… —¡Lo sabía, maldita sea, lo sabía!
—Mi amor, perdóname. ¡Perdóname! —Le dije mientras yo lo abrazaba por detrás con todas mis fuerzas. Pero Rodrigo echó hacia atrás su espalda, mostrando claramente su enfado y las ganas de que yo no me acercara a él.
Empecé también a llorar y desgonzada por la pena y el arrepentimiento, me dejé caer de rodillas sobre las baldosas, rodeando con mis brazos sus piernas. Tomé aire, me bebí el poco aguardiente en mi copa, tenía que continuar mi confesión, aún a costa de infligir tal vez, mayor dolor en mi esposo y por supuesto con el temor a perderlo todo.
Rodrigo dio la vuelta y con suavidad me tomo por debajo de mis brazos y me levantó. Sin embargo me soltó y se encaminó hacia el comedor y de la mesa tomo la botella y se sirvió otra copa. Se acercó a mí y llenó la mía igualmente.
—Ok, Silvia, a lo hecho, pecho. ¿Te gustó? —aún resbalaban por sus mejillas las lágrimas.
—No fue nada espectacular, pero sí, lo reconozco. Me gustó, le respondí. —Pero déjame continuar por favor. —En ese momento la que volteo la espalda fui yo, para mirar al exterior por el balcón.
—Mi vida, mi jefe está mal en su matrimonio. La semana pasada cuando regresó del viaje a Nueva york, se mantuvo encerrado en su oficina. Yo supuse que algo no estaba bien con él y sin pedir permiso, ingresé en su despacho para encontrarme con la imagen de un hombre distinto al que yo conocía en todos estos meses a su lado. Su prestancia y orgullosa entereza, la seguridad que demostraba todos los días al llegar a trabajar, no estaba. —Y aspiré el poco tabaco que quedaba en mi cigarrillo.
—Mi amor, verlo así me confundió. Solo mirarlo allí sentado en el borde del sofá, derrotado y con la cabeza entre sus manos, me causó un sentimiento de pesar y surgió un poco de ternura. Lloraba casi en silencio, me acerqué a él y posé mi mano en su hombro. Le dije que se calmara y que todo lo malo pasaría, sin saber qué le ocurría o porque razón sufría. —¡Puff! en ese instante de esa noche, la que suspiraba era yo, al recordar y relatarle a mi esposo la escena. Y me coloqué de lado, buscando el cenicero para dejar allí la colilla.
Me dio por acariciar su cabello y el entonces levantó su rostro y sin decirme nada se puso en pie frente a mí, una sonrisa sincera me obsequió, para de improviso, sorprenderme con un beso. Yo mantuve en un comienzo mi boca cerrada y el sencillamente me abrazó con fuerza y de a poco me fue llevado de para atrás, hasta dar yo de espalda, mis nalgas contra el filo de su escritorio. Rodrigo se mantenía en silencio, mirándome con la tristeza del engaño reflejada en sus bonitos ojos cafés, bebiendo mucho más despacio su copa de aguardiente.
—Te juro que no sentí nada… Atractivo o sexual en ese beso precipitado. Estaba sorprendida por aquella reacción de don Hugo. Pero él no me soltaba y debido a su peso me inclinó sobre la mesa y continuó presionando sus labios sobre los míos y sentí su… Él logró meter una pierna en el medio de las mías, su llanto mojaba mis mejillas y de paso humedecía mi boca y… Acepté ese beso, abrí mi boca y dejé que su lengua se introdujera buscando la mía. Nos besamos un rato largo, pero luego reaccioné y lo aparté con decisión. Los dos nos observamos como extrañados y confundidos. No me dijo nada y yo tampoco se lo reproche. Salí de la oficina confundida y me encerré en el baño. No pasó nada más, te lo juro.
—Pero Silvia, esa noche él te trajo hasta aquí, no es verdad. Y… ¿No hablaron? ¿No averiguaste que le pasaba? —Me preguntó mi esposo, intercambiando nuestras posiciones, él para el balcón y yo hacia nuestra sala.
—No mi vida, en serio que teníamos mucho trabajo en la oficina, preparar unos informes para su viaje esta semana a las filiales de la empresa en Portugal y en Inglaterra, también debíamos arreglar unos detalles que a él, increíblemente se le habían pasado por alto cuando estuvo en Nueva York. Sin embargo quedó todo a medias y se ofreció a acercarnos a todas hasta nuestros hogares. Yo no fui la última, por eso no pude hablar con él y llegué a casa con ganas de abrazarte y que me hicieras sentir tuya. Por qué lo soy mi vida, soy tuya. —Y por fin Rodrigo sonrió esa noche desde la penumbra del balcón y avanzó hasta llegar a mi lado, sentándose conmigo en el sofá, para luego tomarme de la mano y entonces yo, me recosté sobre su hombro, con la firme intención de revelarle toda la verdad.
—Estaba confundida, me sentía culpable y por eso el fin de semana me notaste distante. Pero no era contra ti, era por mí, me sentí sucia, traidora pero necesitaba pensar en la causa de que yo lo hubiera permitido. Cariño, mi jefe nunca, jamás había tenido conmigo o alguna de mis compañeras un roce inapropiado o unas frases de doble sentido. Nada. Todo en él era tan correcto, demasiado parco y distante para mi gusto. Pero en fin, pensé en tantas cosas, me sentía culpable, y estaba preocupada de que yo le hubiera dado alguna vez un motivo, me preguntaba si alguna mirada mía le había parecido vanidosa o coqueta. También repasaba en mi mente si yo con algún gesto, le hubiese podido causar que mi jefe, interpretara aquello como una aprobación, una invitación mía para intimar, tener algo con él. Lo siento amor, de verdad lo siento.
—¿Otro trago? Me preguntó. —Sí, por supuesto–. Le respondí.
—Con otro cigarrillo pues falta otra parte. Esta noche mi amor, te contaré todo, pase lo que pase. Decidas tú, lo que quieras hacer con nuestras vidas, de ahora en adelante. —Y Rodrigo llenó de nuevo las dos copas y en su boca colocó dos cigarrillos, para luego dirigirnos los dos, fuera en la intimidad de nuestro balcón.
—Ok. Entonces Silvia, el primero te forzó pero luego tú… Lo aceptaste. Entonces por lo que veo, no podemos denunciarlo por acoso laboral. —Y yo reaccioné apresurada a sus palabras, al tiempo que tomaba de su boca un cigarrillo ya encendido.
—¡No! ¿Por qué habríamos de hacer eso? —Le respondí en voz alta y de manera precipitada.
—Ahhh, entonces no sólo te no te disgustó el beso, sino que ahora lo defiendes. Qué bien Silvia, muy bonito. —Y caí en cuenta que mi actitud distaba mucho de ser perdonada. No supe porque reaccioné así.
—Rodrigo, es qué no es justo. La verdad es que mi jefe no estaba actuando en sus cinco sentidos. Está… Él está dolido porque su mujer lo engaña. —Rodrigo me observó detenidamente, rascándose la frente sin comprenderme todavía.
—A ver te sigo contando. El lunes al regresar a la oficina para terminar con la preparación de los informes, sobre todo el que había dejado a medias en Nueva York, él no había llegado. Me metí en su oficina para darme cuenta de unas maletas de viaje, puestas al lado de su escritorio. Un portarretratos estaba boca abajo sobre el escritorio y allí también abierto estaba un portátil que yo no había visto antes. Tomé en mis manos aquella enmarcada fotografía para colocarla en pie, y por casualidad rocé el teclado; la pantalla se iluminó, dejándome ver un circuito cerrado de TV. Eran cuatro cámaras mostrando diferentes estancias de una casa. No había nadie allí. —Mi esposo me observaba expectante ante mi relato, terminando con su bebida y el cigarrillo consumido, lo oprimió en el cenicero de cristal.
—Mi vida, sabes que soy muy respetuosa con lo que no es mío, y no me meto donde no me llaman, pero había una pestaña minimizada que me causo intriga y la curiosidad me ganó. Amplié la ventana y allí había un vídeo pausado. Una mujer desnuda sobre un hombre muy atlético y la verdad, muy atractivo. Tenía temor de que me pescara alguien en esa oficina, pero no me contuve y le di al play de esa grabación. La mujer estaba de espaldas hacia la cámara, que los enfocaba diagonalmente. Ella cabalgaba con delirio sobre su amante, gemía duro así que tuve que bajar el volumen al máximo para que nadie se percatara de mi intromisión. No la reconocí en principio pero en un momento ella, seguramente en éxtasis por llegar a su orgasmo, se echó hacia atrás un poco y pude ver su rostro.
—¡Amor, era ella! La misma de la fotografía que tenía yo en mis manos. Y allí entendí la situación por la que mi jefe se encontraba y pues, creí que era debido a eso, la reacción que tuvo conmigo ese viernes. —Rodrigo volvió hasta la mesa del comedor, para revisar algo en el portátil. Luego miró su reloj y tomó su teléfono móvil. Se sirvió otro trago de aguardiente y me dijo…
—Uhum, entiendo. El hombre está mal sentimentalmente y busca refugio en una de sus secretarias. Listo, es medianamente razonable pero… ¿Y tú por qué motivo Silvia?. Por qué te dejaste bes… Tú, tú lo besaste Silvia y eso que decías no saber la causa esa noche. Aclárame ese punto, por favor. —Y finalmente me vi enfrentada a la realidad que tanto me costó entender y dilucidar con plenitud.
—Necesito un trago–. Y fui directamente por la botella. De ella directamente bebí, causando en mi esposo más incertidumbre. —Rodrigo se sentó en una esquina del sofá y yo me hice en el otro extremo.
—Sinceramente, porque lo que yo creía ya olvidado, regresó esa noche. –¡Puff! Suspiré profundamente y continúe.
—Llevamos ya muchos años juntos, después de que me dejé arrastrar por ese hombre. Y no había pensado que me volviera a ocurrir. Te amo Rodrigo, y estamos bien, a pesar de nuestras dificultades económicas y nuestros pequeños disgustos. Pero… Y carraspee antes de proseguir.
—Me sentí deseada de nuevo mi amor, deseada por otro hombre diferente a ti. Una boca diferente a la tuya, unos labios distintos, diferente la manera tan afanosa de besarme él. Pero después de analizarlo ese fin de semana, comprendí que también contribuyó el hecho de que fuera mi jefe, ese hombre antes tan tosco y huraño, tan distante y ajeno el que me tomaba entre sus brazos y me besaba apasionadamente en medio de sus sollozos. Él como yo, tan prohibidos y sin embargo en esa oficina por unos instantes… Entregados como si fuéramos antiguos amantes. —Bebí otro trago y sin que mi esposo lo pidiera, llené su copa igualmente.
—Algo más ocurrió este lunes, algo que me hizo temer por lo nuestro. —Y me puse en pie para ir un momento hasta la habitación de mis niños y revisar que estuvieran dormidos.
Al volver, Rodrigo estaba estirado cuan largo es sobre el sofá, quitándome un espacio donde poder acomodarme. Así que opté por arrodillarme a su lado, no quería hablar muy alto para no despertar a mis hijos o que algún vecino pudiese escuchar nuestra conversación. —Le tomé su mano izquierda y la apreté con fuerza.
—Mi amor, yo no voy a volver a caer con otro hombre. Te juro que lo que te voy a contar es toda la verdad de lo sucedido y que lo hice debido a las circunstancias tan apremiantes. —Rodrigo que miraba al techo, al escucharme decir aquellas palabras giró su rostro hacia mí, temeroso, angustiado.
—En la oficina nos apurábamos entre todas para terminar de organizar los folders y las carpetas para presentarlas esta semana en Lisboa y en Londres. Pero la urgente era la de las oficinas principales en Nueva York. Y don Hugo no daba señales de vida. Al medio día recibí después de la tuya una llamada de su móvil. Era una mujer la que me hablaba, pidiendo ir a un hotel donde se encontraba ella con mi jefe. Le urgía que fuera yo hasta allí, muy cerca de las torres de nuestras oficinas. Así que al llegar allí, la mujer me recibió en la habitación y me contó que había sido contratada por él. —Y entonces Rodrigo me interrumpió.
—Espera. Entonces el hombre se decidió a echarse una canita al aire, supongo que en venganza. Bueno al menos se desquitó con otra mujer y no contigo. ¿O No? —Y me miró fijamente para esperar observar en mi rostro alguna reacción.
—No Mi vida, estaba borracho por completo. Tendido sobre la cama y desnudo de cintura para abajo. La mujer me comentó que no fue capaz de hacer nada con ella. Que solo le dio por beber whiskey hasta perder el conocimiento y solo en su borrachera, le pidió llamarme. Y tras contarme aquello, la chica se marchó a cumplir con otro servicio. Me quedé allí con mi jefe, sola y pensando en cómo solucionar la situación pues era urgente su firma en los documentos para enviar. Pedí un servicio a la habitación con sopa caliente y café para recomponer el estado de don Hugo, pero lo que sucedió fue que le dieron ganas de trasbocar lo poco que me había recibido. Lo llevé hasta el baño para que vomitara y así recobrara en algo la conciencia. Fue cuando tú y yo hablábamos, mi jefe se resbaló y se golpeó. Ese fue el ruido que escuchaste ¿Recuerdas? —Mi esposo asintió con su cabeza y me hizo un gesto con su mano para que continuara.
—Mi amor, estaba desesperada, créeme. Y entonces recordé cuando alguna vez llegamos de la fiesta de celebración por nuestro aniversario, yo tan ebria que no me sostenía en pie y que tenía esa estúpida reunión de gerencia muy temprano y tú decidiste meterme bajo la regadera y ducharme con agua fría. —Rodrigo se sonrió recordando aquel vergonzoso momento.
—Pues mi vida, tome la misma decisión. Lo terminé de desvestir y con esfuerzo lo metí dentro de la cabina y abrí el grifo con la esperanza de que se despertara. Pero no sucedió eso, se quedó allí en el piso enroscado, sin moverse para nada.
—Humm, entonces tú te metiste junto a él bajo la ducha y por eso tu brassier y los panties mojados. Ya comprendo. Pero… Podrías habérmelo contado tal como ahora y yo no hubiera pensado mal de ti. Te hubiera entendido Silvia. ¿Por qué no lo hiciste? Has dejado avanzar esto demasiado. —Miré a mi esposo con ternura y sin embargo dentro de mí, surgió el temor a su reacción por el faltante de aquél relato.
—Es que… Él estaba desnudo y yo en ropa interior. Se fue recuperando. Yo lo tuve que sostener, ayudarle a mantenerse en pie bajo el agua fría. Te juro que yo no hice nada para que a mi jefe se le… Se le puso duro el pene y lo sentí en mi vientre. Me aparté amor, no te miento, pero él se aferraba a mí y yo no resistí la tentación de observárselo. Lo comparé en tamaño y grosor con el tuyo, no te enojes es algo normal en nosotras las mujeres, creo. Pero para nada es muy distinto al tuyo. Nada que me hiciera pensar en hacer locuras como en las películas porno que hemos visto. La tuya es más bonita, algo más grande. —Mi esposo se acomodó en el sofá, recogiendo sus piernas hasta rodear sus rodillas con los brazos.
—Pues gracias por el detalle Silvia, no sabes cómo me haces sentir mejor. ¡Por Dios! No sé qué pensar. En serio. —Traté de tomar su mano nuevamente pero la apartó sin brusquedad.
—Sin embargo, continué, don Hugo intentó acercarme a él, acariciándome la espalda por encima de las nalgas y tratar de besarme de nuevo. Y apareciste tú, en mi mente y me diste la cordura necesaria para salir de allí y dejarlo solo. Tomé dos toallas y le alcance una. Yo me sequé y él seguía allí como un ente sin conciencia, pero mirándome detenidamente. Me tocó cerrar el grifo y secarlo… Todo. En fin mi vida, que ya un poco recuperado, nos sentamos en la cama tiritando los dos por el frío. Me brindó un trago de whiskey para entrar en calor, sabes que no me gusta mucho y luego vino otro sorbo a la botella. Al tercero ya le insistí de irnos para la oficina, al verlo ya más recompuesto. El caso es que al tomar la botella se me desato el nudo de la toalla y quedé allí desnuda de la cintura para arriba, mostrándole las tetas a mi jefe. La situación era… ¡Mierda! lo siento mi amor. Me excité al ver como los ojos de mi jefe me devoraban. Me hizo sentir deseada por otro hombre diferente a ti. Y entonces él puso su mano sobre una de mis tetas, sentí la tibieza de su palma sobre mi pezón y me besó. Pero hasta ahí. No fue más, no pasó nada más. Me levanté de esa cama y con decisión le dije que ya no más, que nos vistiéramos y nos fuéramos. Y finalmente me hizo caso y llegamos a trabajar, sin decir nada. —Rodrigo se puso en pie como un resorte. Era previsible la reacción de mi esposo y entonces me puse a llorar.
…
La diez y diez de la noche. Y la llamada salvadora de Paola no llegaba. Mi esposa había descrito sus aventuras con su jefe y para mí, ella había traspasado la raya que dividía la frontera entre los actos de estúpida inocencia y la marcada infidelidad. Silvia se quedó sentada de medio lado en el piso, llorando. No sentí deseos de voltear a mirarla más, mucho menos de consolarla, habiendo conocido por su propia boca el deseo y las licencias que se permitió con su jefecito.
—Bueno Silvia, creo que esta dicho todo. Gracias por tu sinceridad. —Y fui hasta la cocina para tomar del refrigerador una nueva cerveza. Me regresé hasta el balcón para fumar el último cigarrillo de esa noche, mientras meditaba sobre mis futuros pasos. Silvia intentó acercarse a mí, pero tan solo con el rencor y la decepción en mis ojos, que ella pudo observar, se contuvo, desistió y desde allí, muy quieta me habló.
—El ramo de rosas fue un obsequio de él para mí. Los vestidos… Sí, los compró para mí, pero como una excusa para que en la oficina mis compañeras no fueran a pensar mal pues se suponía que lo acompañaba para ayudarle a escoger un regalo de aniversario para su infiel esposa. Te mentí por temor a que precisamente reaccionaras como ahora. —Yo Seguí fumando y bebiendo mi cerveza como si no la escuchara, pero mi esposa continuó.
—Salimos a almorzar los dos ese mediodía para hablar con calma de lo sucedido. No te llamé porque seguí las instrucciones de tu carta. Su esposa lo llamó y escuché claramente su intención de divorciarse y yo le recomendé hablar con Albert. Y pensando en ti, en lo nuestro mi vida, a don Hugo le dejé claro que no tendríamos nada. Solo una relación laboral o yo renunciaba. Supuestamente todo había quedado claro entre él y yo, pero parece que mi jefe está obsesionado conmigo y hoy, una caja de bombones llegó a mi nombre en la oficina y luego se apareció él con una cadena de oro con un colgante de un ángel, porque para él eso soy yo. Solo una amiga que le acompañó en su tristeza. No soy más que eso, una simple confidente. Y don Hugo no es nada para mí, solo es mi jefe. Aunque tú ahora no me creas. —Y era cierto, aunque apreciaba su sinceridad, sentía que mi esposa me ocultaba sin querer o queriendo, la atracción que sobre ella, ejercía él. ¡Y me dolía!
—Rodrigo no voy irme a «culiar» con él cómo piensas. Y aunque no te guste, ni me creas yo… ¡Tampoco voy a renunciar! Hoy nos dieron un aumento de salario a todas y a mí un adicional, aunque tendré que viajar ocasionalmente con él.
—¡No me mires así! Es una orden de la junta directiva, reconocen ellos mi desempeño, la labor que realizo con esmero y mis conocimientos, por lo tanto a veces será imprescindible viajar con él. Es importante para mí, para mi desarrollo profesional. —Y si, la miré con desdén, no me tragaba aquel cuentico de los viajes y el aumento repentino de salario. De seguro el tipo ese, la quería tener a solas para seducirla y terminar con lo que ya había empezado.
—¡Entiéndeme mi vida! Ganaré más dinero, viajaré y conoceré otros lugares. Puede ser que escale alguna posición en la organización y dejar de ser simplemente una asistente más. Será mejor para nosotros dos, trabajaré por mejorar nuestra situación económica. Por ti y por nuestros hijos. Si tu mi vida… Si puedes confiar en mí. —Y mi esposa se limpiaba de las mejillas las lágrimas, observándome con una mirada llena de firmeza. Palabras que habían sido meditadas y por supuesto, analizadas. Yo, entre la espada y la pared.
Tiré la colilla de cigarrillo por los aires con rabia y disgustado, Salí del balcón hacia el comedor. Al escuchar su decisión, tomé la mía.
Yo me acomodé de nuevo frente a la pantalla de mi portátil y cogí con mis manos el teléfono móvil para buscar el número nuevo, agregado por aquella elegante mujer. Y marqué sin importarme la hora, menos aún, que Silvia se mantuviera de pie, cerca de mí.
—¿Alo? —Le hablé al escuchar que atendían la llamada después de tres o cuatro timbrazos.
—¿Sí? ¿Quién habla? —Escuché su armoniosa voz del otro lado de la línea.
—¡El hombre al que le debes un café!
Continuará…