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Ella concertó una cita por internet

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Ella estaba experimentando la posibilidad de expresarse sexualmente con libertad y sin tapujos, lo cual nos había llevado a conocer y compartir diferentes situaciones, con hombres principalmente, pero también con mujeres y parejas. Los encuentros, casi siempre, eran resultado de compartir con personas en discotecas y lugares dedicados a promover el intercambio sexual entre parejas.

Algún día, sin embargo, ella estuvo dedicada a chequear los comentarios que aparecían en el perfil que habíamos montado en una página de sexo y, le llamó la atención los comentarios que hacía un muchacho llamado Andrés. Respondió al comentario que allí figuraba y, casi de inmediato, recibió respuesta, pues el hombre también estaba chequeando la página en ese momento. Como resultado, aquel muchacho, un hombre joven, le propuso que se conectaran en una video llamada por internet. Ella, por alguna razón aceptó, pues este muchacho no se ajustaba al patrón de hombre que a ella le dispara su energía y deseo sexual.

Andrés, no obstante, se dio sus mañas para convencerla y logró que ella aceptara. Él le indicó cómo hacerlo y, poco después, tras algunas instrucciones previas, estaban enlazados a través de una video llamada utilizando el internet. El joven no perdió el tiempo y, bastante atrevido, le propuso jugar un poco para conocerse y ver si había alguna posibilidad de encontrarse personalmente. Y, ella, curiosa, le siguió la idea.

El muchacho se desnudó para ella y le dejó ver todos sus atributos masculinos. A ella, él le pareció una persona espontánea, decidida y ciertamente atrevida, y eso llamó su atención. Hecho esto, él pidió ser correspondido y requirió que le dejara ver algo de su cuerpo, así que ella se descubrió el busto y le dejó ver sus pechos. El muchacho, aparentemente fascinado con la experiencia, le dijo que se había masturbado varias veces observando las fotografías que aparecían en el perfil una página de contactos, la página donde habíamos montado el material, y que le gustaría mucho tener la misma oportunidad que tuvieron los muchachos con los que ella aparecía.

Puede ser, respondió ella, ya habrá el momento en que se pueda acordar algo. Pues, si tienes tiempo, podría ser hoy mismo, ahora mismo; yo estoy disponible. ¿Dónde vives? Yo estoy ubicada cerca a los almacenes Éxito de la calle 80. Yo, estoy cerca, y no tardaría en estar allá, contestó él. ¿A qué hora nos vemos? ¿Puedes? Si, dijo ella. Si te parece, podríamos encontrarnos en el Café OMA que queda a la entrada de esos almacenes. ¿En una hora y media estaría bien? Si, dijo el muchacho, ¡allá estaré!

Oye, conocí a alguien por internet y quedamos de vernos en una hora y media, aquí, en el Éxito. Bueno, y, ¿quién es? No lo sé, lo acabo de conocer y me llamó la atención. Pero, ¿cuál es la propuesta?, pregunté. Nada. Sólo conocernos. Y ¿cómo llegaste a él? Escribió un comentario en el perfil de la página, yo contesté, y dio la casualidad de que él estaba conectado y resultamos chateando, y poco después conectados en una video llamada. ¿Otro morenito?, pregunté. Para nada. ¿Entonces?, dije yo, ¿cuál es el encanto? Pues me pareció una persona espontánea y acordamos conocernos.

Pues, tú te comprometiste; entonces ve y me cuentas. Pues yo estaba pensando que me acompañaras, me replicó. ¿Tú le dijiste que ibas a estar acompañada? No. Y ¿no crees que el tipo se indisponga si te ve acompañada? Pues, pensaría que no. Creo que lo puedo manejar. Bueno, pero ¿acordaron algo? No, nada. Él ha visto nuestras fotografías y quiere conocerme. Es todo. Y ¿no crees que es obvio que quiera que les des la oportunidad de estar contigo? Seguramente, pero lo que acordamos fue encontrarnos para conocernos. Bueno, te acompaño, pues.

Lo que siguió fue el ritual de arreglo personal que ya conozco; ropa interior negra, medias negras, zapatos negros, falda y chaqueta negra, y blusa roja. Y, sin temor a equivocarme, supuse que ella ya tenía algo en mente, así que me hice de rogar alegando que tenía cosas que hacer y que, como solo era conocerse, pues bien podía ella acudir sola a la cita y que, si algo pudiera surgir, pues me llamara. Me dijo que se sentía más segura si yo estaba presente, de modo que no tuve otra alternativa que asegurarle que la iba a acompañar, pero que era mejor que ella estuviera a solas con él y hablaran lo que fuera pertinente y que, cuando ella lo considerara necesario, yo me aprecia y me presentaba. Y ella estuvo de acuerdo.

Cuando llegó la hora, nos desplazamos hacia el lugar. Cuando íbamos hacia allá, me comentó que el muchacho había escrito y que ya estaba en el OMA, esperándola. De manera que tan pronto llegamos, estacioné frente al sitio, ella bajó del carro y se apresuró a entrar al lugar. Yo me quedé dentro del vehículo y, de lejos, vi el instante en que se encontraron. Se saludaron de mano y se sentaron en una mesa, situada al lado de una ventana, donde los podía ver. Habrán conversado como unos quince minutos a lo sumo, cuando ella empezó a mirar hacia el vehículo, haciéndome una seña para que me acercara.

Bajé del carro, ingresé al sitio y me acerqué a ellos. Mira Andrés, él es mi marido. Hola, dijo él, Andrés. Hola, dije, Fernando, y le saludé estrechando su mano. ¿En qué va la cosa? Bueno, pues le decía a Andrés que, si estaba de acuerdo, podíamos ir a algún sitio para estar un ratico, indicó ella. Yo la miré, entre sorprendido y curioso, pues nunca la había oído expresarse de esa manera. Sugerir ir a algún sitio para estar un ratico era, simplemente, la aceptación tácita para tener sexo con aquel, pero dicho de una manera sutil y elegante. Y usted, joven, ¿está de acuerdo? Sí señor, me respondió. Bueno, entonces vamos, dije yo, riéndome para mis adentros, pues aquel muchacho, dadas las circunstancias, haría lo que fuera para tener sexo con mi esposa.

Subimos al carro los tres y me dirigí a los lugares que normalmente frecuentábamos. Era un día sábado, como a las cinco de la tarde, de manera que tenía mis dudas sobre si íbamos a encontrar habitaciones disponibles y así se lo hice saber a ella. De pronto nos toca ponernos a buscar y ese programita si no me gusta, comenté. Esperemos, dijo ella. Y siguió conversando con el muchacho, como si nada. ¿Qué lugares frecuentas? No muchos, la verdad. Y soy nuevo en esto, dijo.

Llegados al lugar, como presentía, los sitios estaban concurridos. El lugar habitual no tenía habitaciones disponibles, así que hubo de necesidad de ir de sitio en sitio, preguntando sobre la disponibilidad y comentando nuestra situación, porque no siempre permiten que entren tres personas a una habitación. Y, en efecto, tuvimos que deambular por varios sitios antes de que encontrar habitación disponible y ser aceptados.

La llegada a la habitación fue todo un proceso. El lugar no tenía ascensor y tuvimos que subir por escaleras hasta un quinto piso, que era el único lugar al que nos permitían ingresar a los tres. De manera que, por lo menos para mí, aquellas circunstancias no eran aptas para calentar el evento sino, por el contrario, confabulaban para que se enfriara.

Por fin, después de muchas peripecias, llegamos a la esperada habitación. No era nada del otro mundo; un lugar pequeño y algo estrecho, pero con lo necesario para lo que se anticipaba. Ella entró al baño de inmediato, dejándonos a los dos solos en la habitación. Al rato, y quizá para hacer que las cosas fueran más rápidas, ella salió mostrando sus caderas y torneadas piernas, pues se había despojado de la chaqueta y su falda. SE veía bastante provocativa en esa vestimenta, así que Andrés, muy respetuoso, se acercó a ella, situándose a su lado, acariciando sus muslos y, con desparpajo, empezó a estimular su vagina con la mano.

Ella se entregó al gesto de él y se dedicó a experimentar las sensaciones que aquel le producía al estimular su clítoris. Poco a poco, él fue atreviéndose un poco más y empezó también a besar y acariciar su cuerpo, sus hombros, sus brazos, sus pechos, su vientre y sus muslos. Y poco después, sin musitar palabra, se animó a despojarla de su blusa roja y sus bragas, dejándola tan solo vestida con su brasier, sus medias y zapatos. Y él, por su parte, también, poco a poco, se fue desvistiendo sin dejar de estimular el sexo de mi esposa.

Llegado a este punto, él decidió estimular el sexo de mi esposa con su boca y, para ello, se acomodó para realizar un 69. Colocó su cuerpo sobre el de ella y accedió a su sexo, dejando su pene disponible para que mi esposa le correspondiera. Y ella, así lo hizo. Su miembro no era muy grande, así que ella pudo manipularlo con su boca sin dificultad. Y en esa posición permanecieron concentrados por varios minutos. Andrés lamía con muchas ganas el sexo de mi mujer que para aquel momento ya debería estar lubricado y dispuestos para lo demás. Y mi esposa, con su boca, ya había logrado que aquel miembro estuviera duro y erecto.

A continuación, él retiró el brasier a mi esposa y se dedicó a besar, a lamer y acariciar sus senos. Y, posteriormente, le pidió a ella que se diera vuelta y se colocara en posición de perrito. Ella pensó que él la iba a penetrar, pero ¡no! él quiso seguir chupando su sexo, pero ahora desde atrás, lamiendo también su ano. Y ella, al parecer, se encontró a gusto. Nunca antes nadie había hecho con ella algo parecido, así que, cerrando sus ojos, enfocaba su atención en las sensaciones que aquel le producía.

Poco después, ya más animado, aquel finalmente se decidió a ir dentro de mi esposa y, en posición de misionero, colocando su cuerpo sobre el de ella, la penetró y empezó a empujar rítmicamente, metiendo y sacando su miembro de la vagina de mi mujer quién, para aquel instante, se encontraba encantada con la faena. El, para llegar más profundo dentro de su vagina, se empinaba sobre ella apoyándose en sus piernas. La escena era excitante y, estando en esa posición y al calor del momento, por fin, después de varios minutos llegaron a besarse, señal inequívoca de que la estaban pasando bien.

Aquel, moviendo su cuerpo sobre el de ella, en esa posición, logró que ella se excitara al punto de empezar a gemir, como solo ella sabe hacerlo. Y eso estimuló a que él se moviera con más vigor y acelerara sus embestidas hasta que, presa de la inmensa excitación, ella lanzó un fuerte gemido, indicando que había alcanzado lo máximo y estaba experimentando un fantástico orgasmo. No sé si él también lo alcanzó, pero siguió embistiendo y embistiendo un rato más.

Ambos quedaron tendidos sobre la cama por un largo rato, recuperándose del esfuerzo. Y, cuando todo parecía indicar que aquello había acabado, fue mi esposa quien tomó la iniciativa para despertar aquel miembro dormido y, llevándoselo a la boca, empezó a estimularlo nuevamente. Andrés no tardó en estar a punto y, mostrando vigor, puso a mi esposa en posición de perrito, penetrándola desde atrás, posición desde la cual se atrevió a incrementar la excitación de ella, metiendo sus dedos dentro del culo de mi mujer. Ella no dijo nada y se entregó a la experiencia. Nunca antes le habían hecho aquello.

Poco después ella se retiró, se volteó, se acostó de espaldas sobre la cama, boca arriba, abrió sus piernas y le indicó que se aproximara. El entendió la invitación y volvió penetrarla, como antes lo había hecho. Ella, al parecer, encontraba agradable aquella verga y, levantando sus piernas y doblando sus rodillas, permitió que aquel hombre la complaciera nuevamente. Y así fue. Al poco rato ella empezó a agitar sus piernas, arriba y abajo, y a gemir, primero con bajo volumen y luego, gimiendo más fuerte, hasta que volvió a llegar al clímax bajo el cuerpo de aquel dedicado y atento muchacho.

Esta vez fue suficiente. Ambos, al parecer, habían agotado sus energías. Ella llegó a sugerir que podían esperar un poco más, pero el manifestó que ya tenía un compromiso y que no se podía quedar. Agradeció la oportunidad y la experiencia y, despidiéndose muy respetuosamente, nos dejó. Ella, por su parte, aprovecho la jornada festiva y desfogó sus apetitos sexuales con ese muchacho. La cosa salió bien y el internet fue la herramienta para lograrlo. Seguramente recurrirá a ello cuando el deseo sea grande y la satisfacción de la necesidad no de espera. Bienvenida la tecnología…!!!

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