Luego de un inicio de tarde tan inesperadamente sexual, seguimos trabajando con Corina en los reportes. Realmente me sorprendía su habilidad para el trabajo y la pulcritud con la que presentaba los resultados. Una pena todo el capital humano que ha tenido que huir de Venezuela y se tiene que mal emplear en mi país y seguro otros. Durante el trabajo no volvimos a hablar del sexo post almuerzo que habíamos tenido. Un par de veces fue al baño, pero me percaté que cerró muy bien la puerta.
Hacia las 6 pm nos informaron que ese día habría fumigación de las oficinas y que podríamos quedarnos máximo hasta las 6.45 pm. A pesar que nos esforzamos, el tiempo quedó corto y nos faltarían al menos dos horas para terminar el trabajo. Le dije si podíamos ir al De Marco o al Romana, dos cafeterías cercanas que me encantan. Ella me dijo que no, que su esposo se molestaría y que, si yo aceptaría ir a su apartamento, que quedaba también a pocas cuadras, en pleno centro de Trujillo. Le dije que de mi parte no había problema.
Cerramos todo a las 6.45 y con ambas laptops fuimos a su apartamento. Era muy pequeño, en un pequeño edificio antiguo. Una sala comedor cocina, todo junto, un pequeño cuarto con un camarote para sus dos hijas, otro pequeño con un colchón en el suelo donde dormía ella y su esposo y un mini baño, todo separado por cortinas, no por puertas. Su esposo se alegró al verla y me pidió disculpas por el desorden, le dije que tranqui, que mi casa era igual o peor incluso.
Intentamos avanzar, pero las niñas saltaban, gritaban, correteaban. Era imposible. Con una mirada, de esas que sólo las parejas entienden, Corina le dio a entender a su esposo que saque a pasear a las niñas. Él dijo que las llevaría al parque. Les pregunté porque mejor no las llevaba al cine. Ambos se miraron con desazón y entendí que el cine estaba fuera de su presupuesto. Sin titubear, abrí la billetera y le di a Corina 100 soles, para que su esposo lleve a sus hijas al cine, que también estaba cerca. Ella me dijo que no podía aceptarlo. Le insistí y le dije que no era dinero mío, sino de los viáticos que me asignaban por el viaje, así que no era problema para mí. Se miró con su esposo y aceptaron.
Las niñas no entendían que era cine. Seguro nunca habían ido. Pero el esposo estaba más feliz que un niño en Disney. Se acicaló, las alistó y salieron. Ni bien cerró la puerta, Corina se me acercó y me dio un tierno beso, no me lo esperaba, me desarmó. Me besó luego las mejillas, la nariz, la frente. Y, cuando, por la ventana pudimos ver que su esposo se alejaba con las niñas, me cogió de la mano y me llevó a su habitación.
Me pidió con ternura que me acueste sobre el colchón, encima del piso. Me desabrochó el pantalón, me lo sacó, me sacó el calzoncillo y empezó una mamada que me llevó al cielo. Mientras la hacía, me saqué la camisa y la ayudé a desnudarse completamente. Sentí sus labios y su lengua recorrer mi verga entera, mis bolas, mi entrepierna, mi vientre. En algún momento no pude resistir más y la cogí por el culo y la puse sobre mí, en un perfecto 69.
Ni bien introduje mi lengua en su ya jugoso coño, sentí el sabor de sus orines, de mi semen, de sus flujos, me puse a mil. Sentí como ella empezaba a gemir y seguí haciendo lo que más me gusta hacer. Pasé a su culo y cuando empecé a lamérselo ella se olvidó de mi verga y se concentró en su propio placer. Se sentó sobre mi rostro y comenzó a moverse rítmicamente, poniendo en mis labios su jugosa vagina y su culo dilatado.
Comenzó a decir “ingeniero, ingeniero” eso me excitaba más y mientras me concentré, con mi lengua y labios en su húmeda vagina, le introduje dos dedos de golpe en el culo, en pocos segundos llegó, humedeciéndome el rostro con su increíble corrida.
Se levantó y se acostó de costado en la cama. Mirando hacia el lado que yo no estaba. Me acurruqué detrás de ella y comencé a acariciar tiernamente su espalda. Supongo la descarga y mis caricias la abrieron sentimentalmente para mí. Me narró en pocos minutos su vida en Maracaibo, como su esposo había quedado sin empleo. Como ella a pesar de trabajar ganaba una miseria que no les permitía dar de comer bien a sus hijas. Como habían vendido sus cosas, dejado el apartamento en alquiler y emprendido el viaje a Trujillo, donde tenían un contacto en un albergue para venezolanos migrantes.
Ella tuvo suerte y en menos de dos semanas consiguió el empleo en la ONG. Le empezaron pagando poco más de un sueldo mínimo (una miseria en Perú), pero a los tres meses, sin que ella les pidiera se lo duplicaron. Con ello habían podido alquilar el mini apartamento donde vivían y comprar las pocas cosas que tenían. Me contó que su esposo no podía conseguir empleo y se dedicaba a las niñas y la cocina. Que el estrés lo había vuelto impotente y que lo único que tenían era un vibrador (me lo dijo entre risas) que lo usaba ella a solas en el baño, pues él se resistía a darle placer con él.
Cuando mencionó el vibrador, me calenté y mis caricias fueron bajando de su espalda a sus nalgas. Sentí como su respiración se aceleraba y comencé a acariciarle el culo. La puse boca abajo y comencé a lamerle el culo y mientras lo hacía, la interrogaba.
– Te gusta Corina
– Si ingeniero me encanta, me encanta.
– Te gusta que te coja en tu cama
– Si, ingeniero me gusta
– Que eres Corina
– Soy una mujer infiel en su cama
Cuando mencionó que era una “mujer infiel” me movió el morbo y sin preámbulos, le introduje dos dedos en el coño y dos en el culo, mientras mi lengua alternaba ambos lados. Sentirse cogida por ambos lados la calentó muchísimo y sin que yo dijera una palabra más comenzó a gemir y balbucear “soy una infiel, soy una perra, soy una zorra, soy una mujer fácil” y llegó muy rápidamente. Íbamos dos a cero.
Se quedó tendida en la cama, boca abajo. Con una respiración agitada, que poco a poco empezó a normalizarse. Estuvimos sin hablar unos minutos, yo sólo besando su espalda y cuello. De pronto me dijo que iría al baño y decidí acompañarla. Le pregunté en la puerta (cortina para ser exacto) del baño que haría y me dijo que orinar. Le dije que orine encima de mí. Ella me miró con una cierta sorpresa, pero le gané la iniciativa, me senté sobre el inodoro, le pedí que se siente sobre mí, mirándome y que mee.
Me obedeció y mientras me besaba, sentí como sus orines caían sobre mi vientre bajo y mi verga, nos excitamos ambos. Ni bien terminó de orinar, la penetré sintiendo su muy húmeda vagina y nos cogimos como perros por unos minutos, sobre el inodoro. Sin que se lo pida, se levantó y se puso de espaldas a mi diciéndome “ingeniero, cójame por el culo”. Sin dilaciones la penetré y en un par de minutos, escuchándola decir “soy una perra infiel, soy una zorra, engaño a mi marido en mi casa”, llegamos juntos. Se levantó, me besó y volvimos al colchón sobre el suelo.
En ese momento yo ya estaba rendido y simplemente la abracé y retozamos un rato. Tras unos minutos le pregunté por su vibrador. Ella se paró y lo saco de una caja donde lo tenían guardado. Era un vibrador de los baratos, textura simple y quizás de unos 20 cm., no enorme, pero suficiente. Me lo dio y lo encendí, se lo introduje en su vagina y jugueteamos un rato con él.
Pronto nos calentamos ambos. La acomodé boca abajo, con una almohada bajo su vientre, con el vibrador en su vagina, que ella podía controlar con sus manos. La almohada levantaba su culo y mientras ella usaba el vibrador, yo le daba por el culo.
– ¿Te gusta Corina? ¿comerte dos vergas?
– Si ingeniero, dos vergas, quiero dos hombres, quiero dos machos, quiero ser una puta
Tener el vibrador en el coño y mi verga en el culo la puso absolutamente loca. Comenzó a repetir que era una “puta con dos hombres”, llegó una vez, volvió a llegar repitiendo que quería “dos hombres” y en la tercera llegamos juntos.
Le saqué el vibrador, ella temblaba, me miraba con una jovencita recién descubriendo el sexo. Me abrazó, me besó, me dijo que me amaba (a pesar de ser nuestro primer día). Me di cuenta de la hora y eran casi las 10 pm. Su esposo ya estaba al regresar con sus hijas. Me lave un poco sus orines sobre mi cuerpo. Cogí la laptop. La besé intensamente y antes que me fuera ella me preguntó por el trabajo. Le respondí que lo terminaría solo, que daría por ciertos sus informes y prepararía los reportes de supervisión.
Caminé al hotel (es lo que me gusta de los centros históricos). Cogí unas pringles de la refri, un par de cervezas y terminé los reportes.