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Entre límites y deseo: Una noche de intensas sensaciones
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Explorar aplicaciones de citas discretas fue una experiencia que me intrigó mucho. En ese tiempo, me encontraba en una etapa de mi vida confusa, esa donde no eres tan joven, pero tampoco tan mayor, y te atraen los hombres de más de 60 años. Si no han pasado por esto, les sugiero no saltarse esa etapa, especialmente si solo es una exploración sexual.

Era mi cuarto o quinto chat con un hombre bastante interesante. Él sabía perfectamente lo que quería: buscaba a una joven menor de 30 años para satisfacer sus deseos sin restricciones, y yo me ofrecí para ello. Nos intercambiamos el Snapchat y comenzamos a enviar fotos corporales y poses de todo tipo. No fue hasta que empezamos a intercambiar fotos más explícitas que pensé: sí, esto se me antoja.

Hasta ese momento, no sabía si su pene era real, pero era grueso, aunque no muy grande, pero extremadamente tentador. Una verga corta y gruesa, con la cabeza bien hinchada y venosa, de esas que te imaginas lamiendo y disfrutando hasta el final. Me visualizaba cabalgándola con intensidad.

Nuestras conversaciones ya estaban muy subidas de tono cuando me pidió que empezara a hablarle de manera más infantilizada. “Quiero que me llames papá y que me hables como si fueras una adolescente. Además, quiero que uses ropa interior de algodón”, me dijo.

No les voy a mentir, soy una mujer muy petite, apenas alcanzo los 50 kilos, cualquiera puede maniobrarme a su antojo, así que me puse en búsqueda de ropa interior que se ajustara a su perversa petición.

Ya habíamos acordado vernos en un Airbnb. Tenía la clave, la hora, y todo lo necesario para llegar a tiempo y preparar el ambiente para nuestra cita. Él se encargó de todo, incluso de enviarme la ropa por Amazon: calcetas largas, la faldita de tablas, la crop top negra, las pezoneras de porrista, e incluso pulseras gomitas. Yo ya me sentía como si tuviera 18 años de nuevo, sin realmente pretenderlo.

Al llegar al lugar, me di cuenta de que él ya estaba ahí sentado. Era un hombre gordo, blanco, con ojos grises, cabello corto y blanco, y barba de tres días. A primera impresión, era aterrador, pero no por feo; tenía esa mirada pesada, como quien ve a su presa y da miedo.

“¿No me esperabas aquí, ¿verdad?”

La verdad no (dije con voz entrecortada).

“¿Estás bien? No soy tan malo como parezco, relájate. Traje unas bebidas que están en el frigobar por si te apetece relajarte, tómate tu tiempo, no hay prisa. ¿Quieres bañarte?”

“Sí, creo que sí, estoy muy nerviosa, lo siento.”

“Es normal, ni siquiera me conoces” (dijo mientras se levantaba).

Era un hombre bajito, como de 1.70, que para ser hombre no es mucho, pero tenía unas manos enormes. Lo que me consolaba era que olía muy, muy bien.

Me entregó una toalla para que me metiera a bañar, parecía que eso era lo que quería.

“Voy a ponerme cómoda”, le dije.

Encendió el agua y me dijo: “Abrázame”, y lo hice. Al poner mi cuerpo contra el suyo, sentí una atracción muy particular. Él no me tocó para nada mientras me decía: “Tócame, toca mi cuerpo, siénteme”. Yo le obedecía, y en realidad me excitaba; había una atracción, una fuerza que me impedía soltarlo, y así estuvimos unos cinco minutos hasta que me aparté.

“¿Ahora sientes más confianza?”

“Creo que sí.”

“Báñate, cámbiate y ven a mí. Voy a adelantarme porque tardo un poco en estar listo para ti.”

“Está bien”, respondí.

Me di la ducha más refrescante que recuerdo, y al limpiarme la vagina, me di cuenta de que ya estaba toda chorreada. Aún no me había hecho nada, ni siquiera me había tocado, pero acariciarle el cuerpo me había encendido internamente; era un juego mental.

Salí, me peiné un poco el cabello en una coleta, puse gloss en mis labios y mejillas, me vestí con la ropa interior, las pezoneras de estrellitas (mis pechos son pequeños, talla 32AA), coloqué un poco de brillo en ellos y en mi monte de Venus que tenía sabor a fresa, me puse las calcetas, los tenis y salí a escena. “¡Lista!”

Se rio a carcajadas. “Estás increíblemente porrista. Me recuerdas a las niñas bobas que me follé en la escuela. Les gustaba mucho que las castigara. ¿Quieres que te enseñe cómo?”

Ese comentario me dejó helada; su mirada me intimidaba, pero le contesté que sí, me mataba la curiosidad. Debo añadir que tenía la verga roja, rígida y lista.

“Abre las piernas lo más que puedas.”

Hice un split perfecto. Él se quedó mirando mis tetas y se mordía los labios, chupó sus dedos y comenzó a pasarlos desde mi monte de Venus hasta las rodillas, donde quedaban mis calcetas. Comenzó a masajear mis muslos mientras besaba con su boca entera mis labios vaginales. Lo que más me gustó fue el calor de su saliva; sin sacar la lengua, besaba mi vagina como si fuera una boca. Empecé a jadear.

“No, cállate, no quiero oírte. Vas a hacer lo que yo diga y yo te diré cuándo vas a jadear, así que aguántate.”

Pero yo no podía; era demasiado placer el que me estaba dando. Traté de contener mis jadeos lo más posible, pero de repente sentí cómo introdujo sus dedos muy, muy suavemente y comenzó a moverlos poco a poco, muy sigilosamente.

“Siento muy rico, papi, no puedo quedarme callada.”

“Está bien, vas a jadear, pero despacito, como la buena nena que eres. Delicada, vas a jadear tranquilamente, ¿entiendes? No eres una puta, eres mi nena y te quiero hacer muy, muy feliz para que sigas portándote bien.”

Me estaba introduciendo en un mundo alterno, donde en verdad me sentía como una niña buena, obedeciendo a todo para que no parara de darme placer. Se clavó en mi clítoris, lo chupaba rítmicamente y suave.

“Voy a venirme, ya no aguanto más. ¿Puedo venirme en ti?”

Se reía y no paraba; su lengua y el ritmo eran precisos.

“¿Me dejas venirme, por favor? Ya no aguanto.”

Se retiró poco antes de que pudiera venirme y me dejó temblando. Se acostó.

“Ven, chupa mi boca, sabe a ti.”

Me tumbé junto a él, desesperada, y comencé a lamerlo suavemente. Tomó mi mano y la puso en su miembro, me indicó cómo quería que lo tocara. Recogió saliva de mi boca y mojó su verga mientras me guiaba para acariciarla de abajo hacia arriba. Yo seguía chupándole la boca y jadeando. “Qué rico, papi, me gusta mucho tocarte la verga”, le dije, pero no parábamos de chuparnos la boca profundamente. Yo quería venirme, pero no podía; estaba enardecida como una gata en celo. Mi vagina vibraba, caliente, necesitando una verga adentro, pero no había indicios de que él pudiera penetrarme. Su falo no estaba tan rígido, y aunque duro, no estaba listo para introducirse.

Seguíamos ahí, chupándonos, conociéndonos y entrelazando nuestras lenguas, fundidos en la pasión, con nuestros cuerpos y mentes entrelazados.

Rendida en su boca, de repente paró y bajó hasta mis pechos. Los lamió, pasando su boca y lengua por cada rincón, incluyendo mis axilas, suavemente. Luego regresaba a mi boca, me daba dos o tres lengüetazos, y volvía a bajar, esta vez hacia mi ombligo. Regresaba a mis pezones, los acariciaba con su lengua, y de nuevo volvía a besarme profundamente. Yo estaba enloqueciendo; no dejaba de estimularme hasta que finalmente tuve que dejarme llevar por el orgasmo más intenso que había experimentado, explotando en un grito de reclamo por haber sostenido tanto placer. En ese momento, cuando estaba en el limbo del placer, sentí finalmente su verga dentro de mí, como si me consolara de aquel sentimiento tan intenso.

“Shhh, ¿así lo querías? ¿Querías mi verga dentro así?” dijo mientras comenzaba el vaivén, penetrándome con firmeza. Mantenía su mirada clavada en mí, disfrutando de mis gestos rendidos a su voluntad. No podía ni siquiera acentuar que esa embestida estaba consolando mi vagina tras aquella explosión desenfrenada.

La intensidad duró poco antes de que volviera a bajar, estacionando su boca en mi vagina. “Te vas a venir en mi cara, me vas a dar tu agua, te vas a mear en mí,” dijo mientras lamía mi clítoris con un ritmo maniático. Finalmente, me vine con tal intensidad que sentí como un chorro de algo salía, empapando su cara, mientras me dedeaba y devoraba mi puchita. Luego, se retiró.

Fue directo al grifo de agua a beber y se sentó en el sillón, viéndome. Me pidió que me bañara.

“Lávate todo, ya no puedo seguir, la pastilla no me dura tanto. Voy a dormir; toma tu tiempo, el que quieras. Te haré saber la próxima vez que nos podamos ver, si es que quieres verme,” dijo mientras se ponía la ropa interior, se metía en la cama, y se quedó dormido.

Yo me metí a la tina, me di un baño y recapitulé cada momento que acababa de suceder. Al terminar, cogí una bebida para el camino y regresé a casa.

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