Mason era un americano rubio, de ojos azules, musculoso, de casi dos metros de altura, con tatuajes hasta en el culo y era cabo en los marines en Rota, un municipio español a 51 kilómetros de Cádiz en la comunidad autónoma de Andalucía cuando conoció en un hospital a Maylin, una china de 38 años, con los ojos y el cabello negro, que no llegaba al metro cincuenta de estatura y que tenía una hija de 7 años. Se enamoraron y se casaron. Once años después Mason trabajaba de mecánico en un taller de coches y Maylin seguía trabajando de enfermera. Kumiko, su hija, había crecido y era un cuadro de su madre, en lo que a cara y cuerpo se refiere.
Cómo Maylin hacía muchas guardias, Mason y su hija, que estaba estudiando enfermería, se quedaban hasta las tantas mirando la tele. Esa noche Mason con su camiseta blanca de dormir, enseñando sus brazos tatuados que parecía dos columnas con grafitis, estaba sentado en el extremo del tresillo con las piernas estiradas, los pies descalzos sobre la mesa camilla y con una botella de whisky caballo blanco sobre la alfombra.
Kumiko tenía la cabeza sobre el regazo de su padre y se estiraba a lo largo del tresillo vestida con una camiseta blanca, una minifalda gris, descalza y con las uñas pintada de rojo. La película que daban esa noche en TV 1 no era apta para verla en la posición en que estaban, se trataba de La vida de Adele. Ninguno de los dos sabía de qué iba la película, pero cuando unas chicas hablaron con Adele de follar, se hicieron una idea. Mason se sintió incómodo y Kumiko también, pero cómo el padre no le dijo nada, ella también guardó silencio.
Luego, cuando Adele se masturbó en su habitación pensando en lo que pensó, a Mason se le puso la polla dura. Kumiko sintiendo cómo se le empezaban a mojar las bragas, le dijo:
-Se pone caliente la cosa.
-Demasiado. ¿No sería mejor cambiar de canal, Kumiko?
-Es cine, papá, es ficción.
Siguieron más escenas y se relajaron. Luego llegó el polvo de Adele con el chico. Kumiko no quitaba los ojos de la pantalla, Mason bebió un chupinazo de whisky. Al acabar de ver cómo echaban el polvo, dijo Kumiko:
-¿Hace calor aquí o lo tengo yo, papá?
Mason mirando para las torneadas piernas de su hija, le respondió:
-Hace calor, hija, hace mucho calor.
Vinieron secuencias que enfriaron el ambiente, pero luego llegaron las escenas de sexo lésbico entre Adele y Emma y se volvió a caldear. Al verlas desnudas y besándose, Kumiko, dijo:
-Se veía venir.
Llevaban poco más de un minuto comiéndose las bocas, las tetas y los coños y Kumiko le dijo a su padre:
-Estoy muy malita, papá. ¡Qué malita estoy!
-¿Quieres que sea tu médico?
-Sí.
Mason le metió una mano dentro de las bragas y se encontró su coño empapado.
-Nunca me había encontrado con un coñito tan mojado.
Kumiko mirando cómo se comían vivas Adele y Emma, abrió las piernas. Un dedo de Mason, que era más gordo y más largo que muchas pollas, se metió hasta la mitad dentro de su coño y comenzó a masturbarla. Kumiko le dijo:
-No pares hasta que me corra.
Mason sin dejar de masturbar a Kumiko sacó su verga y se masturbó al lado su cara angelical. Cuando a Adele le vino a Kumiko se le cerraron los ojos y jadeando también se corrió. Mason viendo cómo se corría su hija, explotó. Un chorro de leche salió de su polla y cayó sobre la cara de Kumiko. La muchacha no se enteró, ni de ese ni de los otros chorros. Estaba gozando cómo nunca antes había gozado.
Al acabar de correrse la escena seguía. Kumiko puso su mano sobre la de su padre para que no la sacara. Mason la sacó. Cogió a su hija y quitándole las bragas la sentó en el respaldo del tresillo, le lamió la leche de la cara y la besó, le levantó la blusa y le comió las tetas de pasada, luego se agachó y su gran lengua lamió los jugos de la corrida de su hija. Kumiko con la espalda contra la pared disfrutaba cómo una loca viendo cómo Adele y Emma se comían los coños y sintiendo cómo la lengua de su padre hacía estragos en su coño.
Poco después se corrió. Tuvo que sujetarla por qué se caía del respaldo. ¡Cómo, temblaba! ¡Cómo se estremecía! ¡Cómo se retorcía! ¡Cómo gozaba! De su pequeño coño salieron cantidad de babas que Mason se encargó de tragar.
Al acabar, con la cara llena de leche, se levantó, y quiso poner las bragas, pero las piernas le fallaron y se tuvo que sentar en el sillón.
-¡Fue increíble, papá!
Mason le subió las bragas, para lo que Kumiko levantó el culo.
-Tú sí que eres increíble.
Kumiko sacó su coquetería a pasear.
-¿Tanto te gusté?
-Más de lo que podría soñar. Solo falta…
Kumiko la pilló por el aire.
-Eso no, papá, me dolería. La tengo muy estrechita.
-Por eso, cariño, por eso sería maravilloso follarte.
-¿A los hombres os gusta que las mujeres la tengan estrechita?
-Nos encanta.
-Carlos no me dijo nada cuando lo hicimos, pero entre nosotros, no sabe hacerlo, a lo mejor es porque la tiene pequeñita.
Carlos era el novio de Kumiko, aunque cómo tenía cara de tonto Mason pensaba que no follaba a su hija, pero por lo que se veía de tonto no tenía nada.
-Va a ser por eso, al tener la polla pequeña…
-Pero es que tampoco me hace con la lengua lo que me hiciste tú.
-Puede ser que no sepa.
-O que no quiere, que quiera que yo se la chupe y… ¡Lo dejo! ¡¡Egoísta!!
Mason le dio por el palo. Le interesaba que lo dejara.
-Ahora me tienes a mí.
Le dio un pico, y le dijo:
-Y lo vamos a pasar muy bien.
Al llegar a casa Maylin y ver que padre e hija se miraban y sonreían supo que algo había ocurrido:
-¿Qué os traéis entre manos?
Le respondió la hija:
-Un secretito.
Como faltaba poco para su cumpleaños pensó que le estaban preparando una sorpresa.
-Espero que sea agradable.
-Lo es, mamá, lo es.
Al día siguiente Mason se estaba dando una ducha. Kumiiko llegó de clase, entró en el cuarto de baño y vio a su padre enjabonado y con la verga empalmada en la mano, era obvio que se estaba masturbando. Kumiko bajó la cabeza antes de sonreír y mentir cómo una bellaca:
-Perdón, no sabía que te estabas… duchando.
Sin dejar de menear la polla, le dijo:
-Estaba pensando en ti, Kumiko. No te puedo quitar de la cabeza.
-¿Y mamá?
-Ya se fue a trabajar.
Kumiko miraba para la verga de su padre sin ningún pudor, y sin ningún pudor, se bajó las bragas, subió la falda de tablas que le daba por encima de las rodillas, se sentó en la taza del váter, y le preguntó:
-¿Qué me hacías en tu pensamiento?
Mason sintiendo el ruido que hacía en el agua del inodoro al caer el meo sobre ella y sin dejar de menear la polla, le respondió.
-Enjabonaba todo tu cuerpo.
-¿Te excitaría enjabonarme?
-Mucho, acariciaría todo tu cuerpo.
Kumiko cogió papel del rollo, se limpió el coño y después con un zapato se quitó el otro para después quitarse toda la ropa.
Kumiko tenía las tetas medianas, tenía las areolas rosadas y picudas y sus pezones eran pequeños. Su coño estaba rodeado por pelos negros, gruesos y espaciados, su cintura no era muy marcada, sus caderas normales, su culo gordito y sus moldeadas piernas cortas debido a su metro cuarenta y ocho de estatura.
Se metió en el plato de la ducha. No era nada al lado de su padre, eran 45 kilos de peso al lado de ciento veinte. Mason descolgó la alcachofa de la manguera de la ducha, se la dio, abrió el agua fría y el agua caliente y la remojó, Kumiko se la cogió de la mano.
-Deja que te quite antes el jabón.
Se dio la vuelta y Kumiko vio sus grandes, redondas y duras nalgas. En cada una de ellas tenía tatuada la cabeza de un tigre con la boca abierta y enseñando los colmillos. Su pequeña mano derecha las recorrió, mano que también recorrió las piernas. Donde tenía dos enredaderas y la espalda, donde tenía tatuada la cabeza de una águila calva.
Luego Mason se dio la vuelta y Kumiko vio en su pecho tatuada la bandera de Estados Unidos y debajo de ella las siglas EE.UU. Le dio la alcachofa de vuelta y mientras su padre ponía el chorro sobre el pecho Kumiko le puso las dos manos sobre los pectorales y los acarició. Pasó de los brazos, donde llevaba tatuadas flores, se puso en cuclillas, le cogió los huevazos con la mano izquierda y la verga con la derecha y se la lamió. Mason puso el chorro de agua sobre la cabeza. La espuma del champú bajaba por su cuerpo cuando Kumiko metió la polla en la boca.
Masturbándola comenzó a mamar. Al rato Mason apretó las nalgas, se le tensaron las piernas y se corrió. Su corrida era casi tan copiosa cómo la de un burro, pero Kumiko tragó, tragó y tragó sin dejar que se perdiera una gota.
Al acabar de correrse la cogió en alto como si fuera una muñeca y la besó con lengua. Su lengua de buey llenó la pequeña boca de Kumiko, que caliente cómo una perra se dejó besar rodeando el cuello de su padre con los brazos.
Al acabar de besarla la bajó, cogió el gel y poniéndose detrás de ella empezó a enjabonarla. Las tetas de Kumiko desaparecieron bajo sus enormes manos… Las enjabonó y las magreó, le apretó los pezones con dos dedos, luego le enjabonó el cuello y la espalda, se agachó, le abrió las nalgas y le pasó la lengua por el ojete, luego echó más gel en las manos y le enjabonó las nalgas, se las apretó con las manoplas, se las mordió, le acarició el ojete con un dedo, se lo folló con el dedo medio, le hizo tantas cosas que al darle la vuelta de su coño caían gotas de flujo vaginal.
Pasó su lengua por el coño y sintió cómo si lo tuviera engrasado con aceite. Estaba rico, rico, rico, le echó las manos a las tetas y se las magreó mientras le lamía el coño, luego le comió las tetas, mamando y chupando sus pezones, sus areolas… Se las devoró. Comiéndole las tetas le dijo Kumiko:
-Me voy a correr, papa.
Se iba a correr comiéndole las tetas. Mason la cogió en alto en peso, la besó y le preguntó:
-¿Quieres que te penetre?
Kumiko respondió metiendo su pequeña lengua en la boca de su padre. Mason cogió la verga y la puso en la entrada de la estrecha vagina. O se la rompía o no entraba, él lo sabía, ella lo sabía. Empujó poquito a poco. Los dos estaban equivocados, la vagina se dilató y el cabezón entró sin hacer sangre, aun así le dolió, ya que Mason sintió el sabor de sus lágrimas saladas llegar a sus labios. Poco a poco, entre beso y beso, la verga se fue haciendo sitio dentro de la vagina… Se la acabó metió hasta los huevos. Al tenerla toda dentro la folló muy despacito. A Kumiko le fue gustando cada vez más… Un cuarto de hora más tarde ya gemía cómo una loca, y entre gemidos le dijo:
-Me voy a correr, papa, me voy a correr. ¡Me corro, papa!
Mason sintió a su hija temblando contra su cuerpo, luego vio como sus brazos dejaban su cuello y cómo se separaba de él, con una mano sujetando su culo y otra en su espalda vio a Kumiko correrse con los brazos y las piernas colgando y la cabeza echada hacia atrás. No pudo evitarlo, le llenó el coño de leche.
Tuvo que comprarle la píldora del día después, y no solo ese día, ya que Kumiko solo quería follar a pelo.
Quique.