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Familia muy unida… demasiado (1)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Sugey, mi madre. Bea (Beatriz) y Soli (Soledad), mis hermanas. Pablo, mi padre y Zandra, su amante, luego mi esposa. Yo, soy Alejandro y les contaré una historia familiar.

Alejandro estaba en una fiesta en casa de unos amigos, cerca de su residencia, en compañía de una chica maravillosa, de 20 años, 1.60 de estatura, 56 kg de peso, piel canela, ojos color miel, cabellera castaña ondulada, con una figura corporal que era un pecado mortal; muy parecida a su madre, que era la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto. Y a su hermana menor, quien era otra criatura celestial. La primera se llamaba Beatriz, pero familiarmente le decían Bea. Llevaba un vestidito floreado, a media pierna, con vuelo y escote regular, que la convertía en blanco de todas las miradas, de ambos sexos y de todas las edades.

Se encontraban bailando en el cumpleaños de la mejor amiga de ella, Flor Iraida. Desde temprano bailaban salsa, merengues, pasodobles, boleros, polkas y había llegado la hora del rock. Del británico, del bueno. Luego, más tarde, sería de la música lenta, suave, ya para los enamorados. Para bailar en medio ladrillito -del piso- ciertamente.

A decir verdad, esta chica no era su novia, ni siquiera estaban intentando nada, solo divertirse sanamente, bailar y reír. Le encantaba hacerlo con ella, porque era muy divertida. Hasta cómica, diría él. Tenía un carácter que Dios se lo guarde, era un cielo. Una personalidad avasallante en cierto sentido, pero con mucha dulzura y ternura y todo lo que se les ocurra que termine en “ura”. Desde hacía rato eran el centro de las miradas de los concurrentes, que les hacían rondas y hasta les pedían que se besaran, porque supuestamente eran una bella pareja. Pero no podía besarla, no se atrevería a hacerlo, porque… bueno, se trataba simplemente de su hermana. Si, su hermana Bea. La acompañó a esta fiesta debido a que recientemente, hacía solo una semana, “terminó” con el idiota de su novio. Si, el idiota, porque solo un tonto se atrevería a ponerle los cuernos con su mejor amiga, a una chica como Bea. Se los puso con la homenajeada, Flor Iraida. Pero todo fue una componenda entre ellas, Flor le contó a Bea que Jesús le estaba coqueteando descaradamente y se pusieron de acuerdo para ver hasta donde llegaba el tipo. Cuando Flor llamó a Bea para decirle que se estaban besando en su casa, Bea fue hasta allá y los agarró con las manos en la masa, es decir, con las lenguas en las bocas del otro. Enseguida lo mandó al carajo y Flor también, por descarado.

Cuando Alejandro lo supo, pensó que en este mundo había cada imbécil… él no cometería un error así. Una chica como Bea, no porque fuese su hermana, no se la consigue uno todos los días, por ahí. Con decirles que entre todas sus amistades, compañeras de clases en el liceo y ahora en la universidad y sus amigas con derechos, no se conseguía ni siquiera una que le hiciera sombra, no solo a Bea, sino también a Soli -Soledad- su otra hermana. Y ni que hablar de su madre, Anaís, la mujer más hermosa del mundo. No lo decía solo él, lo decían todos los que las conocían, familiares, amigos, vecinos, sus profesores del liceo y especialmente sus amigotes.

Hola, soy Alejandro, Ale para mamá y mis hermanas, soy el mayor de tres y feliz custodio de mis dos hermosas hermanitas. Pues bien, el idiota de Jesús se la pierde, pero entonces yo tuve que traerla a la fiesta, porque no le gustaba ir sin pareja. Desde los 15 no lo hacía. O tenía con quien ir o no iba. Y ya que vinimos juntos, nos divertiríamos y ya. La otra, Soli, si iba a fiestas ella sola, pero esa no le tenía miedo a nadie ni a nada.

Llegada la hora de la música lenta, la del medio ladrillito, las luces desaparecieron y entraron las de neón negro. A mí, particularmente, se me notaban los interiores Wilson Athetlics -con suspensor anatómico Canguro- blancos, bajo el bluejean. Parecían fosforescentes y Bea se moría de la risa y le decía a todos que mirasen mi ropa interior brillar. Ella era así y yo la soportaba, no me quedaba de otra.

– Quédate quieta, niña y vamos a bailar. Mira que se me puede notar a “mi mejor amigo” en rebeldía y entonces van a decir que soy vulgar. No jodas mucho – le decía, para apaciguarla.

– Pero si yo no jodo, solo digo… jajaja, no te molestes conmigo, hermanito, diviértete – me respondía Bea.

Entonces la tomé por la cintura, la atraje hacia mí para bailar una lenta canción que duraba un montón, Al Kooper – Lookin' for a home, de 5:51 minutos de duración, solo para enamorados. Ella se abrazaba a mi cuello y yo hacía lo propio por su cintura y al poco estaba notando las miradas de envidia de los amigos, que me veían bailar así con aquella diosa. A ninguno ella se los hubiera permitido, solo a mí, su hermano mayor, su figura masculina y a alguno que haya sido novio de ella. Un ratico después empecé a sentir el dulce aroma de su perfume, la tibieza de su piel, lo agradable de su sudor, del tacto de sus dedos en mi cuello…

– Contrólate, mira que no soy tu novio. La gente va a pensar que somos unos pervertidos – le dije, susurrándole al oído.

– Pero si me abrazas así y me hablas de esa manera ¿qué puedo yo hacer? Yo sé que somos hermanos, pero tú estás más bueno que nadie, así que seré una pervertida… jajaja.

Unas gotas de sudor rodaron por sus mejillas y yo las sorbí con mi lengua, disimuladamente. Ella se erizó con mi accionar y me dio un pellizco. Luego nos reímos a dúo. Hacia el final de la canción, ya “mi mejor amigo” pretendía rebelarse y traté de despegarme de ella, pero ella no me lo permitió. Le expliqué lo comprometido de mi situación y ella me dijo que no le importaba. Que le agradaba saber que causaba ese tipo de reacciones en un hombre, así fuese su hermanito querido. Le expliqué que era obvio que produjera esas sensaciones en los hombres, porque estaba buenísima y ella se reía de mis piropos.

Poco rato después terminó la larguísima canción y el suplicio. Me despegué de ella y la tomé de la mano para salir al patio a respirar aire fresco y recobrar la calma. En mis pantalones, para variar, se notaba el “efecto Bea”.

– Hermanito, pero ¿por qué te pones así? Soy tu hermana, no una de tus amiguitas “especiales”. Mejor te sacas la camisa por fuera, para ver si tapas esa cosa. Se te nota demasiado – me dijo con toda naturalidad.

Yo, atribulado, ni siquiera respondí. Me saqué la camisa, que afortunadamente era de faldones largos y santo remedio. En eso hizo acto de presencia nuestra otra hermana, Soli, la menor. Venía con cara de pocos amigos.

– ¿Y a ti que te pasa, Soli? ¿Por qué esa cara? ¿Alguien te molestó? – le pregunté, inquieto por verla así.

– No, solo el idiota de Fernando, empeñado en besarme. Le di su rodillazo y se está revolcando por allá, detrás de aquella columna. A mí no me besa el que quiera, sino al que yo se lo permita.

– Otro idiota más. Pero bueno ¿qué les pasa? ¿No son capaces de conquistar a una chica? – les dije, sin mucha convicción.

– Lo que pasa es que no saben cómo tratar a una mujer; creen que somos sus panas, sus compinches y no es así. Para conquistar a una chica hacen falta buenos modales, sutilezas, halagos, pero no empalagosos. Estos van al punto. Esa carajita me gusta, entonces me la jamoneo. ¿Qué fue? – dijo ella, en descargo de su actitud.

– Tienes razón, mi niña linda. Ven, vamos a bailar un ratico, como noviecitos, para que se te tranquilice el espíritu. Y tú, te quedas quietecita aquí. Me esperas ¿sí? – le dije a Bea, que estaba sentada en el banco junto a mí.

Bailé con Soli, otra hermosísima chica, un poco menos desarrollada que Bea, quizás desarrollo retardado, pero que apuntaba a ser una mujerona. 18 años, medía 1.67 y pesaba unos 57 kg., pero su trasero y sus tetas aún no despuntaban como era regla en las mujeres de mi casa. Pero algo me decía que cuando se terminara de desarrollar, sería más voluptuosa que Anaís y Bea. Y era hermosa como ella sola. Su carita era preciosa, sin más calificativos. Y sus ojos color miel, como los de mamá, Bea y los míos, marca de fábrica.

– Los vi a Bea y a ti bailando hace un ratico, antes de darle el rodillazo a Fernando. Parecía que te la estabas cepillando, no sé, digo yo, jijijiji – me dijo al oído, discretamente, con una cierta sonrisita…

– Ya sabes cómo es Bea, se me pega como una lapa, se cuadra delante de mi cuerpo y se incrusta en mí. Le pido cordura y no me para. Y como está tan buena, todo el mundo se fija en ella. Me va a volver loco un día de estos. Menos mal que tú eres mejor comportada, porque ya todos te están mirando y no será por fea, precisamente – le respondí.

Entonces la tremenda de Soli me enredó una pierna entre las suyas que me hizo trastabillar y casi caemos al piso. Y se soltó a reír a carcajadas.

Así pasé la noche, bailando con mis dos hermosas hermanas, solicitadas por todos, pero ariscas, solo querían estar conmigo. Les pedí en varias oportunidades que se soltaran pero me respondían que en esa fiesta no había nadie que les interesara.

A eso de las 3 am nos fuimos para nuestra casa. Subimos al Toyota Land Cruiser y recorrimos las escasas calles que nos separaban de casa. Al entrar, nos recibió Pepe, nuestro pastor alemán, incondicional de Bea. Ella se agachó a saludarlo y darle un beso y se fueron para el segundo piso, hasta su habitación. Soli y yo entramos a la cocina a beber agua para luego subir también.

– ¿Le diste muy duro a Fernando? ¿Crees que le hiciste daño? – le pregunté, mientras bebíamos.

– No fue muy duro, pero tenía que darle una lección. Yo no soy fácil, tiene que tener paciencia y estilo. Si me hubiera tratado bien, estaríamos besándonos todavía, porque él me gusta, físicamente hablando, pero tiene que ser más hombrecito – me respondió.

– Si, tienes razón, es muy tonto. Bueno, feíta, vamos a dormir. Me doy una ducha y me acuesto. Hasta mañana – le dije, para despedirme.

– Hasta mañana, peluchito, que duermas bien – me dijo y me dio un beso en la mejilla.

Subimos y cada uno a su habitación. Poco después, una vez que ellas dos salieron del baño que compartimos, me metí para darme una ducha y acostarme fresco y limpio.

Continuará…

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