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Gabriel y Jaime

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Resulta que había contestado yo a un anuncio en un sitio que no era para semana santa, para un interesado en hombres, pero novato en la situación, y que quería alguien (o algunos) con quien comentar esto que le había salido ahora, a los 49 años de edad. Pasó el tiempo, y ni me acordaba del asunto; contestó, y a partir de ahí, unos comentarios, otras cosas, en fin, que para ver una posibilidad de comportamiento o relación (había mencionado yo la penetración), pues le puse un relato, que es el siguiente. Parece que tuvo éxito, porque hoy me escribió diciendo que le había excitado y que se había masturbado, mirando mi foto, que es la última que te mandé, de las piernas etc.

Jaime, Jaime. Pero en francés, me di cuenta, era j'aime, j'aime, amo, amo. Se lo estaba diciendo y nos sonreímos los dos porque la ocurrencia no era tan buena y acaso servía para romper el hielo. Habíamos hablado antes, más bien nos habíamos escrito, y como yo enseguida me pongo a encadenar una palabra tras otra para mi siempre era más fácil contar de todo, sin pararme a pensar en las consecuencias hasta más tarde, cuando me preocupaban las consecuencias.

¿Dónde quieres que vayamos? dijo Jaime.

Donde tú vayas a estar más cómodo y luego sea más fácil limpiar, claro.

Vamos al baño entonces.

El baño olía a los productos de limpieza de todas las casas, pero era curioso ver la variedad de jabones que se colocaban en los lavabos. No es que yo fuera por ahí inspeccionando las costumbres de aseo de la gente, pocas visitas hacía yo, pero era cosa que me llamaba la atención.

Si te pones aquí, empezamos, dije, situándolo delante del váter. Si estás calmado, en lo que se pueda, ya te dije que esta podía ser una prueba de lo que tú llamas mi guía. Empecemos.

Le abrí el cinturón, desabotoné el pantalón, bajé la cremallera, desde atrás, tocándolo apenas, procurando que mis gestos no fuesen bruscos, sin que nada sonara demasiado. Vi que su respiración se alteraba un poco, lo cual debía ser normal, si no, aquello no tenía sentido. Le bajé los pantalones. Llevaba un slip, no había problema de que al bajarlo hubiera feos enredos de tela. Todo debería resultar agradable. Me junté a él. Habíamos acordado que yo no me quitaría nada de ropa. Me junté a sus nalgas, evitando también roces desagradables con el metal, sólo usando la tela y mi erección, que ya había empezado.

Tenía curiosidad por ver si se había depilado. No, recortadito el vello, pero nada excesivo. Tenía buenas nalgas, que eran agradables al tacto. Yo le empecé a pasar las manos por las nalgas, recorrí la raja, me fui adelante, al pene, que se había retraído, el pudor. Respiré con él, susurré algunas palabras de las que se dicen para calmar a quien no puede, y sujeté entre dos dedos la punta de su pene, y fui de delante atrás el asta de su miembro. Me movía lentamente, con firmeza, y notaba que iba entrando la erección. No teníamos prisa. Cuando creció lo suficiente, fueron tres dedos los que lo sujetaban. Con la mano derecha ocupada en aquella acción, la izquierda se desplazó a su raja, que fui siguiendo con los nudillos, rozando el vello de mis dedos con su piel. Se estremecía un poco.

Ahora podía sujetar con toda la mano su pene, que había crecido mucho, y empezaba a humedecerse. Yo ayudé con la crema que había traído, de buen olor y estupenda lubricación. Después de su pene, dejé caer un chorrito frío por sus nalgas. Me senté en el asiento que había en el baño, para mayor comodidad, pero todavía me daba él la espalda.

Mientras seguía frotándole con la derecha, saqué con la izquierda el consolador pequeño que tenía preparado, ya limpio y embutido en su condón. Le añadí lubricante, y fui haciéndolo bajar por su raja hasta el ano. No me detuve allí, sino que volví a subir, repitiendo la acción hasta que la zona estuviera toda mojada. Había que ir despacio.

Cuando me pareció que ya estaba preparado, metí el consolador en su ano, despacito, sólo la punta, dándole vueltas lentamente, notando si cedía; poco a poco él iba aumentando sus movimientos. Los dos callábamos. Metí más el consolador, que puse a vibrar. Entró con facilidad por su tamaño y el lubricante. La sensación, al ser la primera vez, sorprendía a Jaime, que movió un poco las manos. Pero recordó nuestro trato y no se movió más. No podía evitar moverse adelante y atrás, quería seguir disfrutando de aquella sensación que iba subiendo desde su ano por toda la columna vertebral, volviendo a su pene, henchido ahora, y que, tras un momento, estalló en una eyaculación generosa, mientras él se conmovía, gemía un poco, respiraba fuerte.

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