Nuevos relatos publicados: 6

Infiel por mi culpa. Puta por obligación (10)

  • 20
  • 10.721
  • 10,00 (3 Val.)
  • 2

Debo admitir que verla con esa actitud tan resuelta, tomando decisiones sin contar conmigo, me recordó a la mujer que convivió junto a mí los últimos meses, generando en mi interior un conflicto de sentimientos y sensaciones diversas que tenía que saber disimular y contener.

— ¿¡Pero qué estupideces estas diciendo, Melissa!? Para más líos, mejor quedarme con el que tengo. ¡Que me basta y me sobra! —Le respondo con toda la intención de calmar el hambre de sus celos y siguiéndola dos pasos por detrás, con verdaderas ganas de sentarme a beber algo frio.

—Pues no se Camilo, eres hombre y comprendo tus necesidades. Que no te puedas aguantar sin… –Con mi dedo índice saliendo y entrando por el hueco del puño casi cerrado de mi otra mano, le hago el gesto de culear. – Han sido muchos meses y es apenas entendible que necesites desfogar tus ganas. —Le digo mirándolo fijamente, sin temor a su reacción, y luego me enciendo un cigarrillo.

—Pues estas muy equivocada. No todos los hombres estamos cortados por la misma tijera. Al menos yo no he sentido la urgencia de meter mi pene en cualquier hoyo, por más bueno y virgen que se encuentre. No soy así y eso, Melissa, es algo de lo cual deberías de tener muy en claro, con todos los años que llevas de conocerme. —Le respondo subiendo el tono de mi voz, un tanto indignado la verdad.

—Lo sé, pero como todos cambiamos pues yo… ¡Sinceramente lo comprendería! ¿Sí me entiendes? No te enfades, please. —Le contesto tranquila.

—Claro. ¡Como el que las hace se las imagina! Pero yo Melissa, sigo siendo el mismo romántico y tradicional de siempre. —Refuto su arcaica idea, dejándole muy en claro que no soy como los demás.

—Uhum, por supuesto. ¡Y eso lo aprendí de ti! La conquista para ti, es lo más divertido e interesante al iniciar una relación, antes de llegar a… En fin, dejémoslo ahí, que intuyo para dónde quieres ir y yo Camilo, no quiero pelearme más contigo. —Y veo al musculoso cantinero acercarse a nuestra mesa.

—Aquí están sus cervezas bien frías. ¡Espero que pasen un rato agradable! Si usted necesita algo más, no dude en pedírmelo, Melissa. —Y el moreno cantinero me obsequia una mirada picara, acompañándola de su amplia sonrisa, con esa expresión en su rostro de... ¡Te quiero comer, enterita!

—Gracias, Dushi querido. Ehhh, no recuerdo tu nombre. —Le pregunto.

— ¡Es por qué no quiso averiguarlo! —Me responde inclinándose un poco hacia mí, flexionando rítmicamente sus fuertes pectorales. ¡Pavoneándose!

— ¡Si, si!… Jajaja, lo lamento es que soy a veces muy despistada y tú eres lindo pero egoísta. —Le digo a son de broma, logrando sacarle una carcajada.

— ¡Jajaja! Mi nombre es… —Me responde a medias pues Camilo lo interrumpe con elegancia.

—Yo diría que no es por ser egoísta, sino más bien un hombre prudente. No es así, ¿Andrew? Mira, te presento a mi esposa y su nombre pues… Ya te lo memorizaste. Y muchas gracias por tu atención. —Termino la amigable charla, observando como Mariana me mira con cierta intriga y de paso le entrega al cantinero dos billetes de veinte dólares. ¿Tanto?

—Deja el cambio para ti. ¡Ahh!, y por favor podrías bajarle un poco al volumen de ese televisor. –Le señalo el aparato que está a mi izquierda. – No sé cuál sea la importancia del partido de futbol de hoy, pero creo que el que esté interesado en verlo, lo puede observar en alguna de las otras pantallas. ¿No crees, Andrew?

—Por supuesto, no hay problema señora Melissa. —Me responde ya más serio, cohibido por la presencia de… ¿Mi esposo? —Y pensando en esto, bebo un poco de cerveza, pero me atraganto por la risa y sin poderlo evitar, escupo un chorro encima de la mesa, alcanzando a Camilo.

— ¿Y ahora qué…? —Le pregunto mientras observo como se lleva la mano a la boca, con los pómulos inflados después de beber, en un vano intento por no escupir el trago. No puede y como si fuese una manguera perforada, se le escapa y me alcanza a salpicar de cerveza.

—Lo…Lo siento, Camilo. De verdad, fue sin querer. —Y de mi bolso tomo el paquete de pañuelos faciales y le alcanzo varios, pues con las dos servilletas que nos dejó el cantinero, no le alcanza para limpiarse bien su camisa nueva.

—Okey, okey. Tranquila, que tampoco fue para tanto. Ahora sí, ¿qué te pareció tan gracioso? —Le pregunto mientras termino por limpiar mi camisa y un poco el rastro de cerveza en la mesa.

—Pues que te dijera, ¡esposito mío!… ¡Jajaja! Que se te da bien eso de espantar los moscos que se me acercan. ¡Jejeje! —Si siente celos, –pienso– es porque existe una luz de esperanza todavía. Aunque yo la vea tan solo como una tenue chispita, brillando en esta oscuridad.

—No es eso. Es que… Pues nada, que según los papeles aun somos marido y mujer. En fin Melissa, ¿será que ya puedes continuar? —Le digo y después le pego un buen sorbo a mi cerveza, un poco avergonzado.

—Te preguntaras porque yo, teniendo toda mi vida tan perfecta y arreglada, hice lo que hice. ¿No es así? ¿¡Esposo mío!? —Le digo a Camilo sin poder evitar la risa y noto como tuerce la boca, blanquea los ojos como diciéndome… ¿Hasta cuándo vas a seguir mofándote con eso?

—Me he preguntado, cuáles fueron los motivos para que terminaras enredada con ese tipo. Es que no me cabe en la cabeza que volvieras a enamorarte de la copia al carbón del abusador de tu ex novio. Por qué ese hijueputa engreído, ¡esposita mía!, es más de lo mismo. —Y Mariana manteniendo la compostura e incluso dejando en sus labios una medio sonrisa, me contesta…

—No fue buscando amor, si es lo que te parece, pues ese ya lo tenía contigo. Lo tengo en mi hijo, con mi familia y el cariño de algunas amistades. No, no fue ese el motivo, Camilo. ¿Para sentirme hermosa y deseada? Pues tampoco, ya que bonita siempre me he sentido, y deseada tambien. Muchas miradas y piropos en la calle me han lanzado, más de uno se ha tropezado por voltear a mirarme el culo, y te consta.

—Entonces Melissa… ¿Que hice mal y porque te perdí? —Le pregunto antes de llevarme a la boca un cigarrillo y encenderlo.

—Yo tuve la culpa, tu ninguna. Eso quiero que te quede claro. ¡Ahh! Y Camilo, nunca me perdiste. Yo me desvié bastante, que es distinto. —Y suspiro.

—Creí que nos entendíamos bien, en todo y… ¡Que eras feliz conmigo y te daba buen sexo! O eso es lo que yo entendía. —La bulla de los clientes por un gol italiano, detienen por segundos su respuesta.

—Eso tampoco me motivó. Lo que pasó con Jose Ignacio no fueron ganas de sexo por fuera de mi casa. Eres más hombre que él. ¿Me entiendes? Mira cielo, ni la tiene más larga ni más gruesa, mucho menos es mejor amante que tú. De hecho yo… ¡Yo le enseñé algunas cosas que aprendí contigo y otras que leí por ahí! Tuve relaciones, sí, varias pero… No me proveyó de orgasmos tan románticos e intensos como los que he sentido contigo, pero si me vine algunas veces con él, obviamente. El placer me lo conseguí yo misma sometiéndolo a mis caprichos, y no simplemente por el sexo, aunque ese fuera precisamente el cebo… ¡Pufff!

Mariana se ha quedado callada y pensativa, fumando. ¿Añorándolo? Aspira suave y lento, tan eróticamente sensual como pocas mujeres saben hacerlo, prolongando milimétricamente sus labios; manteniéndolo dentro de la calidez de su boca un rato para ingresarlo más profundo a su interior y luego disfrutando al exhalarlo en cámara lenta, extendiendo la condensada humareda, formándose en la atmosfera un anillo que va creciendo y por dentro de aquella circunferencia, –meditando– logra hacer pasar varios anillos más y todo en frente de mi… ¡Jugando! Maldita sea, no sé a qué atenerme con ella. Me niega que el sexo conmigo fuera el problema, y entonces yo no sé…

—Fue por mis ganas de vivir otra vida, cortar mi rutinario y privilegiado estilo de vida, del cual te lo aseguro, nunca pretendí alejarte; de hecho por eso la idea de Fadia y del hijueputa de tu amigo Eduardo, me pareció peligrosa pero genial. Fue mi decisión y las circunstancias o las personas que nos fueron rodeando, las que me llevaron a… ¡Hacerlo! —Observo un gesto de seriedad en la cara de mi esposo, con su postura recta, bien apoyado contra el espaldar de la silla y con los brazos cruzados, el pucho en medio de sus labios, subiéndolo un poco y bajándolo después, nervioso sí, pero prestándome mucha atención.

***

La mujer que está aquí sentada en la mesa, dista mucho de aquella que sin ser sumisa, me rendía explicaciones sin que yo se lo pidiera. Como amaba de Mariana, el que me incluyera para cualquier decisión que fuera a tomar, por ridícula que fuera… « ¿Cómo me queda esta blusa, amor? », me decía después de llegar de sus compras. ¡Pero sin ella puesta! Con los dos brazos estirados a la izquierda y colgando por las hombreras desde sus dedos, esa prenda por muleta, cual si fuera ella la mejor torera azuzando a la bestia, en el centro de nuestra alcoba. Mariana con su esbelto torso desnudo, de suave piel blanca, incitándome a embestirla por un lado a la altura de su seno izquierdo y posteriormente para el otro, con los pezones empitonados por el deseo; risueña y picara, atrayéndome para comenzar la faena, como ahora lo hace con sus recuerdos, llevándome de aquí para alla…

— ¡Andrew! ¿Se te olvidó o qué? —Le grita exigente, logrando sobresaltarme, y preciso cuando me voy a girar, veo cómo se silencia el televisor, la pantalla se ennegrece y Mariana triunfadora, se sonríe rejuvenecida y posteriormente, estira los labios formando un carnoso punto rosa, que luego deja escapar el sonido de un beso lanzado hacia él y que suena a ficticia gratitud, casi rozándome el cartílago de la oreja izquierda. ¿En venganza por el que me envió Maureen?

—Gracias Dushi, querido. ¡Por favor nos traes otras dos! Es que estas no van a darnos ni un brinco. — De nuevo le guiña el ojo y yo dándole la espalda, sin poder girarme para no darle la impresión a Mariana de que empieza a molestarme con sus provocadores devaneos, y mucho menos que me siento algo celoso; pero me imagino el rostro conquistador del cantinero, –feliz y dichoso– suponiendo que ha captado la atención de mi esposa y de paso burlándose de mí.

La observo tan bella como antes, como siempre lo ha sido para mí. Distinta en su carácter y… ¿Tan espontánea e intrépida? Sabe quién es, como la ven los demás y las armas corporales y gestuales que tiene para mostrar. ¡Ahora se hace notar y sentir! No puedo negar que eso me gusta de ella, de la nueva Mariana. Ha cambiado bastante, aunque ella tal vez no quiera reconocerlo.

Antes más recatada, mi mujer me pedía la opinión para comprar la marca de los mejores oleos para pintar, aunque ella con su mirada radiante ya los hubiera escogido con anterioridad, o cuando para hacer las compras más mínimas en el supermercado, requiriera de mi aprobación para las cantidades y los precios, pero porque ella así me lo exigía con cariño. Detalles pequeños que yo apreciaba de Mariana. ¡Mi mundo era ella y en el suyo, tan solo existía yo! Maldita la hora en que acepté casi a quemarropa, esa proposición.

—Eventos que sucedieron sin buscarlos en un principio, –continuo hablándole a Camilo, que parece estar en otro universo– pero que luego empecinada en salvar del desastre a una relación de un par de recién conocidos, terminé enredada y tuve que buscar la manera de afrontarlos, tomando medidas apresuradas y ahora con la distancia y el tiempo transcurrido, me parecen tan pueriles. —Siento en mis ojos esa pasada sensación de ardor, las ganas de dejar escapar el llanto pero, debo hacer el esfuerzo por serenarme.

— ¿Salvar a quiénes? Y… ¿De quién? No te entiendo Melissa, me tienes más perdido que el hijo de Lindbergh. Podrías por favor, enfocarte más en las causas, porque siento que divagas mucho y me confundes. —Le digo y ella solo se sonríe. Bebe de un trago largo el poco líquido del envase y me indica con su dedo en alto, que ya va a continuar.

—El lunes, una semana antes de tu cumpleaños, Fadia me dio la noticia que esperaba. Eduardo había conseguido que reubicaran a tu amiga Elizabeth en el departamento de proyectos bajo tu cargo, aprovechando que ella estaba por culminar su carrera de arquitectura. Convenció a don Gonzalo de que era necesario darte una mano para que pudieras terminar con la construcción de las últimas casas y las adecuaciones de las ya negociadas, para comenzar a desarrollar las ideas que tenías sobre un complejo hotelero que le vendría de perlas a la constructora. —Desvío la mirada del precioso café de sus ojos, al observar que se acerca sonriente el morenazo de nuevo, con la bandeja verde en una sola mano, equilibrando a la perfección el nuevo par de cervezas, un cenicero limpio con publicidad de Heineken y un pequeño plato de cerámica blanca con maní salado, mezclado con uvas pasas.

— ¡Pero qué servicio tan eficiente! Eres un amor de hombre. Danki, Dushi querido. —Le agradezco.

—Jajaja, es un placer servirle señora Melissa. Ya sabe que si necesita algo estoy para… —De nuevo Camilo lo interrumpe abruptamente y esta vez quien paga las cervezas es mi esposo, con algo de desgano y celos. ¿Será?

—Gracias Andrew, eres muy gentil. Ya sabemos que estas a su disposición. —Le respondo al nuevo pretendiente de mi esposa, pasándole los florines suficientes, –casi exactos– para cancelar esas nuevas bebidas y de paso, para que se marche cuanto antes. — ¿Y por dónde íbamos «esposita mía»?

— ¿Ahhh? ¡Ah, sí! Pues que tu amiga me dejaba el espacio libre para vincularme como asesora comercial en el grupo de ventas que dirigía el malparido ese. —Camilo me mira con mala cara ya que detesta las groserías y más si provienen de mi boca. Es que hasta en eso yo cambié. — ¡Oppps, Lo siento! Disculpa la grosería pero es que lo detesto. Ya verás por qué.

—Okey, pues que eso, que solo necesitábamos tu aprobación pues el inconveniente que existía de que trabajaran parejas de novios o matrimonios dentro de la organización, Fadia que es muy amiga de la señora Carmenza, jefe de recursos humanos, la convenció de echarnos una mano, para evitar aquella prohibida norma. ¡Favor con favor se paga! Me dijo Fadia sonriéndose maliciosamente. Nunca supe cuál sería la deuda de Carmencita para con ella. Tampoco me interesé en preguntárselo. Estaba feliz por trabajar de nuevo y sobre todo porque lo iba a hacer junto a ti. Bueno, casi. Nos separarían únicamente, dos pisos de distancia.

— ¡Si claro! Lo recuerdo bien, Melissa. Algo me decía que Eduardo con esa invitación a cenar crepes y wafles, –con la excusa de mi cumpleaños– se traía algo entre manos. Pensé de todo… Un préstamo de dinero o que necesitaría la casa para venir a veranear algún fin de semana con Fadia. No sé, pero lo tuyo… ¡Eso jamás se me atravesó por la mente! —Le respondo, pero ella se levanta de la mesa.

—Espera ya regreso, voy al baño un momento. Salí muy apresurada de la casa y con estas cervezas pues… Estoy que me reviento. ¡No me demoro! —Y Camilo se queda pensativo, como si no me hubiese escuchado. Por el contrario, siento la mirada del cantinero recorrer mis curvas de pies a cabeza, tal vez creyendo tener alguna oportunidad para acercárseme con discreción. Lamentablemente para él, tanto los baños como a mi marido, los tengo justito al lado.

***

Mientras Mariana camina hacia el baño, con mi cabeza oscilando de lado a lado, vuelvo a negarlo como aquella vez. ¿Pero qué será lo que a Mariana le habrá hecho Eduardo? Me contaron por encima algo y me entregaron la información, pero que por amor a ella o por cobardía mía de saberlo todo, no la revisé por completo. Cierro mis parpados y me voy remontando hacia ese maldito pasado.

— ¡Barriga llena corazón contento! — Exclama mi amigo, limpiando el poco sudor en su frente con un pañuelo blanco y luego sobándose a dos manos la barriga, sonriéndose satisfecho, fué achinando bastante los ojos, ya de por sí pequeños.

Recuerdo como ese sábado por la tarde, dos días antes de mi cumpleaños, me había invitado sorpresivamente a cenar en compañía de su esposa Fadia y por supuesto de Mariana. Tuvimos que dejar al niño en compañía de mi madre y mi hermana. Igual, al dia siguiente, saldríamos a las afueras de la ciudad para almorzar y celebrar mi nueva vuelta al sol con mi familia y la de Mariana.

— ¿Y qué dice el cumpleañero? ¿Qué se siente llegar al tercer piso? —Me pregunta Fadia, pero sin sonreír demasiado.

Y es que ella desde que la conocí, era así de seria. Algo introvertida y bastante mandona para con Eduardo. Pensándolo bien, creo que no lo ama lo suficiente y solo está con él por algún interés oculto. No lo sé, pero ya que no se metía conmigo y como se había vuelto tan buena amiga de mi mujer, no reparé en eso y por supuesto que no le paré bolas a su permanente estado de silenciosa seriedad.

—Pues Fadia, que puedo decirte. Primero que todo, les agradezco el detalle de invitarme a esta cena. ¡No me cabe ni un gramo más de waffle! Fue una verdadera sorpresa. Y en segundo lugar, no siento nada raro la verdad. No me duelen las rodillas ni una muela todavía. ¡Jajaja! Estoy feliz de tenerlos a ustedes a mi lado, su amistad y su aprecio. Y por supuesto, de tener la permanente compañía de una preciosa muñeca de porcelana, que además es mi amada esposa. —Y besé a Mariana en la mejilla, quien mantenía su mano apretando la mía.

— ¡Bueno, bueno! ¿Qué les parece si nos tomamos un amarillito en el bar de la terraza? Me han dicho que allí se pasa genial, pues es un ambiente más sosegado y apacible para nosotros los viejitos. ¡Jajaja! —Exclamó Eduardo paseando la palma de la mano izquierda por su brillante calva, lisa completamente como una bola de billar.

Y nos dirigimos hacia allí, mirando de paso algunas vitrinas de ropa y calzado. Mariana y Fadia se detuvieron un momento en frente de la joyería e ingresaron pero no se demoraron demasiado. Tal vez no le gustó nada de lo allí expuesto o ya habían decidido con rapidez que venir a comprar después. ¡Pero más tarde me enteraría bien!

El lounge bar tenía un ambiente de relax ciertamente muy agradable. Confortables sofás, sillones y sillas de diseño ergonómico y puffs con cojines grandes, ubicados a prudente distancia unos de otros, brindando mucha intimidad. Decoración minimalista, de colores pastel compaginando con los ornamentos de tipo vintage del resto del local. Luces indirectas nos iluminaban tenuemente, otorgándonos mayor privacidad y la música estaba sencillamente genial. Habían dado en el clavo para mi gusto. Jazz, Bossa-nova, swing y algo de techno pop. Me relajé bastante la verdad.

Nos acomodamos en un mini-reservado con cuadrados sillones blancos de piel sintética y con algunas guirnaldas de luces ambarinas, pendiendo del techo y otras blancas descolgándose de los muros. El verde de la plantas, –situadas estratégicamente– complementaban el cálido sitio cortando a la perfección con la pintura blanca de las paredes y el negro ceniza de los pisos cerámicos. Era todo muy encantador y sobre todo, podríamos hablar sin gritar.

A pedido de Eduardo, pronto nos sirvieron dos vasos de whiskey. Para él con soda y para mí con hielo. Fadia se decidió, al igual que mi esposa por los cocteles. Un Tom Collins para ella y un Daiquirí para mi mujer. Yo estaba muy tranquilo pero en un momento dado, me pareció que ellas dos se encontraban un poco intranquilas.

—Mi amor… Te tenemos una sorpresa más. —Me dijo Mariana con dulzura, después de brindar todos por mi cumpleaños.

— ¿Otra más? Pues espero que me la den con calma porque ya a esta edad puede darme un patatús. —Y nos reímos por mi apunte.

—A ver Camilo, –intervino de pronto Fadia, ligeramente sonriendo pero mirando a Mariana– pues que Melissa ha encontrado trabajo ya. —Me eché para atrás en el sillón y me sonreí.

—Ahh, ¿era eso nada más? Pues que bueno, ahora si podré pasar el lunes la carta de renuncia y ponerme a descansar. ¡Jajaja! —Yo me rei… ¡Solo! Ninguno más lo hizo.

—A ver en serio… ¡Es una broma! ¿No? —Les pregunté, aunque solo me fijé en el rostro de Mariana. Y Eduardo tomó la palabra.

—Tu esposa ha pasado las pruebas perfectamente y desde la primera semana de abril, entrará a reforzar mi grupo de ventas. Me quitaste a Elizabeth y ahora yo te robo a tu esposa, ¡Jajaja! De seguro que esta belleza de mujer lo va a hacer muy bien. Van a tener estos días para buscar una niñera que cuide bien de Mateo mientras ustedes dos trabajan. ¿Qué tal la sorpresa? —Me lo soltó así, como si fuera lo más normal del mundo y tal vez si nuestra situación financiera fuera otra, de seguro que me alegraría, pero no, estábamos muy bien. O eso creía yo.

Ganaba buen dinero y Mariana tenía siempre su cuenta corriente boyante, bien cubierta por las entradas que le generaba ser dueña de la tercera parte de la empresa de frutas y verduras que su padre había dejado en manos de los hermanos mayores, antes de morir. Recuerdo que se escuchaba en el ambiente la percusión lujuriosa de «I Know You» en la sensual voz de Skylar Grey, de la banda sonora de la película «Las 50 sombras de Grey». Pero yo, desconocía totalmente esa pretensión de trabajar en mi esposa y no entendía nada de lo que sucedía.

***

— ¿Camilo? ¡Hey! ¿Camilo? Óyeme… —La voz de Mariana me regresa a este presente. — ¿Ehhh? ¿Sí, dime? —Le respondo al sentir como con su mano derecha se mueve sobre mi hombro izquierdo.

— ¡Jajaja! Estabas elevado pensando. ¿En quién y en dónde? Si se puede saber, ¡esposito mío!

—Yo… En ti, en mí y en ellos. Estaba haciendo memoria de esa noche en Bogotá en el centro comercial, cuando me dieron la sorpresa, que no me alegró para nada y fastidió mi cumpleaños. ¿Recuerdas? —Le respondo, mientras ella se sienta de nuevo, toma un trago y se enciende un nuevo cigarrillo.

Yo me quedo mirándola embobado, extasiado con su belleza, que ha incrementado con el contorno negro alrededor del azul de sus ojos, el leve rosa claro dando vida a sus pómulos y el brillante carmín, resaltando las curvas encantadoras de sus tentadores labios.

— ¿Qué? ¿Ahora que me miras? —Le pregunto al verlo como me observa algo asombrado. ¡Y yo sé bien el por qué!

—No es nada, tranquila que no se te ha parado ningún bicho. —Le contesto de inmediato.

—A ver… Que me he visto en el espejo del baño y me he dado cuenta de que tenía cara de culo. Oops, disculpa. ¡Demacrada! Así, que un poco de rímel, delineador y polvitos mágicos para verme un poco mejor por fuera, ya que dentro de mí sigue deambulando la procesión. ¿Quedé bien? —Hago la consulta a Camilo y mi marido por respuesta suya, me obsequia una sonrisa.

—Sí, estas mejor. Quiero decir que te ves bien. — ¡Estas hermosa mi amor, como siempre! Lo pienso, pero no se lo digo y sin embargo se me escapa para ella, una sonrisa.

— ¿Y en que recuerdo ibas? Ah, sí. Cuando te enteraste de que iba a trabajar con tu amigo Eduardo. Pusiste cara de espanto. Yo lo sabía, le comenté a Fadia que no te iba a gustar y que lo mejor sería buscarme otro lugar para trabajar. Pero ella insistió en que a ti te iba a agradar tenerme cerca y que además ya tenía todo perfectamente calculado. Y Eduardo la secundó en todo lo que nos expuso esa noche. ¿No te pareció raro? —Camilo asiente con la cabeza.

—Pues sí, bastante. Aunque si te soy sincero, en ese momento entré en shock y no fui capaz de reaccionar de la forma en la que debería haberlo hecho. —Y después de hablarle, mi mente me regresa a esa noche…

—Camilo, no pongas esa cara, mira que tu esposa se aburre en casa. Llevas ya qué, Melissa… ¿Cuatro meses desde que llegaron? Entiende que necesita ponerse a hacer algo y sentirse viva. De lo contrario esa rutina acabará tarde o temprano con la bonita relación que tienen. —Me dijo Fadia, tratando de hacerme entrar en razón. Pero yo no lo vi tan claro como ella.

—Pues mi cielo, es que yo no sabía que tú te sentías así. Debiste habérmelo dicho y yo te ayudaría en lo que pudiera para que ubicaras algo relacionado con lo que te gusta. Es que vender casas y apartamentos… ¡No te veo en eso, la verdad! —Mirándote, te lo dije con sinceridad, sin querer ofenderte o queriendo imponer mi voluntad.

—Lo se Camilo, nunca pensé que me fueras a poner trabas, no eres ese tipo de hombre dominante y prepotente. Sin embargo si me hiciste sentir mal, porque tenías razón, yo debí hablarlo antes contigo y pedir tu opinión. Pero me dejé embaucar por Fadia y su loca idea de… De crear entre los dos un juego de roles, crear una obra de teatro, donde tú no serias nada mío y yo, nada de ti. Una calculada pantomima que nos haría disfrutar más nuestra relación matrimonial. Recuerdo que te respondí algo así como…

—Amor, solo quiero sentirme útil. Hacer algo con mi vida, que se me van a pasar los años y como dice Fadia, podríamos llegar a aburrirnos y… Y yo no quiero sepárame nunca de ti. —En ese momento tu querido amigo metió la cucharada, o mejor… ¡La cizaña!

— ¡Exacto Meli! Es un peligro en el matrimonio, dejarse atrapar por la monotonía. Haciendo las cosas bien, sin delatarse ante nadie, lo van a disfrutar bastante y me tendrán que dar las gracias. Y a mi esposa, por supuesto, que es quien se ha ocupado de planear con rigurosidad la estrategia a seguir y las reglas del juego que ustedes dos, deberán seguir al pie de la letra para que todo salga a pedir de boca. ¿No te parece bien, mi futura vendedora estrella?

—Me empalagó Eduardo con su labia, pero creo que a ti no. Y como si fuese una premonición, tampoco he podido olvidar que el «Mea Culpa» de Enigma, pero en una versión extendida, se escuchaba en ese instante.

—Uhum, así lo recuerdo yo tambien, Melissa. Entonces les comuniqué, que me iba a tocar renunciar a la constructora. ¡No está permitido que trabajen parejas en la empresa! ¡Es una regla muy clara! Les dije, sobretodo fijándome bien en la cara de Eduardo, que se mantenía a la expectativa. Pero el me respondió con severidad…

— ¡No seas tan güevón Camilo! No vas a abandonar tu trabajo apenas empezando y con un gran futuro por delante. Ya he dejado caer a los socios la idea que tienes del centro vacacional ecológico y les ha llamado poderosamente la atención. Mira ya tengo todo planeado y cubierto, nadie en la constructora se va a enterar si hacemos las cosas bien. ¿No es así cariño? —Le preguntó a Fadia, tomándola con cariño de las manos, pero solo fue por breves segundos, pues ella con sutileza, posteriormente se la apartó para decirme…

—Míralo de esta manera Camilo. Van a poder verse más horas, estar juntos durante el día, cerca pero no revueltos. Será para ustedes como un juego divertido de roles, eso de verse pero como si fueran dos desconocidos. Hablándose como lo harían dos extraños, con cosas diferentes por contarse, mientras comparten con los compañeros el almuerzo, sentados en la misma mesa, pero alejados manteniendo la distancia, aunque con ganas de compartirse con cariño algún bocado.

—No lo sé Fadia, yo veo eso muy arriesgado y de verdad innecesario. Puede que parezca divertido pero estar todo el dia sin hablarnos para no levantar sospechas, sabiendo que en cualquier momento con un desliz, podríamos ser descubiertos, pues yo a eso no le veo el gusto. —Le respondí a ella pero en realidad, lo hice para todos, pero tú…

—Va a ser genial, mi vida. Ya lo veras. ¡Ver y no tocar! Deberemos aguantarnos el apetito de estar juntos los dos, hasta llegar a nuestra casa y desfogar toda esa pasión. Vamos a renovar cada noche nuestro amor, contándonos las cosas que hicimos en el dia, sobre las personas que iré conociendo con los negocios y los logros que te aseguro mi amor, vas a alcanzar con tu inteligencia. Ambos lograremos descrestar en esa constructora, mi cielo. Podremos meternos en los baños y llamarnos a escondidas o hacernos videítos subidos de tono. ¡Jajaja!

—Intervine muy emocionada, lo sé. Y en serio que esa noche yo lo estaba, porque Fadia me había explicado ya como lo lograríamos y en verdad que no lo vi tan difícil.

— ¡Primero que todo deben cambiar esas sortijas! —Nos dijo ella, pero yo me negué rotundamente y te miré para que me ayudaras a razonar con ellos y que te echaras para atrás. Sabes que nunca, ni para lavarme las manos me quitaba el anillo, menos lo iba a hacer para darles gusto, aunque tu estuvieras tan involucrada.

—Al menos tú Melissa. La gente no es boba y puede caer en cuenta de ese detalle. ¿Los dos con iguales alianzas de matrimonio? ¡No, eso no! Mira aquí te entrego esta para ti. Tiene un labrado diferente a la de Camilo y si les da por pedírtela algún dia para chismosearla, por detrás está escrito el nombre de otro hombre. —Continuó Fadia explicándonos su planeada estrategia esa noche. Pero entonces fue cuando preguntaste…

—Veo que lo tienes todo bien planeado. ¿Y cómo se supone que se llama ese otro? A ver déjame ver. Y me sentí peor al leer aquel nombre. ¡Diego Javier Jaramillo! Pero que buena idea. A quién se le ocurrió usar a tu ex. ¿A ti o a Fadia? —Y con el gesto que hiciste al bajar tú mirada, –nerviosa y apenada– con eso me bastó.

—Tambien las redes sociales. —Dijo de pronto Eduardo, dejando sobre la mesita, su vaso de whiskey ya terminado. —Tienen que dejar de tenerlas públicas y colocarlas privadas. Por Camilo no veo problemas pero con la tuya si, Melissa, pues tendrás que relacionarte no solo con tus nuevos compañeros de trabajo sino con los futuros clientes y muchos querrán por gusto, morboso interés o pura necesidad comercial, contactarte por ahí. Debes crear un nuevo perfil, con fotos tuyas donde no aparezca por supuesto el rostro de mi amigo, ni por asomo. Pueden ser fotos del pasado, estaría mucho mejor si subes algunas donde aparezca tu ex novio. ¡Total, se supone que él será tu esposo!

—En ese momento yo giré mi rostro para mirarte y me encontré con la sorpresa de que te sonreías de forma nerviosa pero alegre, como una niña pequeña que está a punto de cometer alguna «pilatuna». —Y de nuevo presté atención a las palabras de mi amigo Eduardo.

—Y algunas otras donde estés visitando otros lugares y por supuesto que Fadia te colaborará para escoger el Nickname nuevo. Eso te daría mayor credibilidad. De todas maneras se te entregara un móvil empresarial y podrás mantener el tuyo personal solo para llamar o mensajearte con Camilo, pero cuidando de no delatarse o ser escuchados. Las paredes de las oficinas tienen muchos ojos y oídos. ¡Pero cambia esa cara Camilo, por Dios! Tranquilo que yo para tu esposa seré como su ángel de la guarda. Descuida que yo te la cuidaré muy bien.

—Y como han pensado hacer para que nadie se dé cuenta de que vivimos en el mismo conjunto residencial. ¿Qué tal que un día, a algún compañero le dé por acompañarla o a uno de sus clientes, seguirla? Tambien pueden pedirle que haga alguna reunión y preste su casa para ello. ¿Ah? ¿Entonces qué? —Les comenté, queriendo buscar una salida digna y efectiva a aquella locura de propuesta.

—A ver Camilo, ese conjunto residencial es demasiado grande y reservado. Además cuenta con dos entradas. Una por la carrera, la principal con una dirección y la otra por la calle, la auxiliar con numeración diferente. Decidan ustedes por cual van a salir. ¡No es tan difícil! Y por si algo, la dirección que tiene registrada la constructora en el currículo de Melissa, es la del apartamento de soltero de Eduardo y que ahora está vacío. Además no queda muy lejos de la casa de ustedes. Tranquilo que todo lo tengo muy bien planeado. —Me respondió Fadia, tan decidida y seria como siempre.

—Finalmente ante aquella encerrona y el gesto de niña consentida que tenías, no tuve más que aceptar aquello. Era tu sueño Melissa, y yo no iba a ser quien te lo arrebatara.

—Lo sé bien, mi am… Camilo. ¡Siempre has sido así! Consintiendo mis caprichos, brindándome la seguridad para realizar mis ideas. Eres un sol de hombre, un compañero estupendo para mi vida. —Le respondo, agradecida recordando que siempre me ha ofrecido su sincero apoyo. ¡Y te quiero de vuelta!

***

Mariana, –bebiendo su cerveza– me regala una mirada de alegría, como la de aquella noche, cuando di mi aprobación final a aquella representación en la cual no preveía que en el futuro, fuera a salir nada mal, pues total, la verdad yo por esa época estaba muy ocupado rediseñando y terminando con las construcciones. Además que casi nada compartía con Eduardo y su grupo, salvo algunas esporádicas salidas a tomar unas cervezas y ya.

No podía ser egoísta con mi esposa, si ella quería hacerlo pues la apoyaría. Y terminamos saliendo de allí, con ellos tres bien felices y yo, con motivos fundamentados, algo pensativo. Me preocupaba era Mateo. ¡Dejarlo en manos de quien sabe quién!

—No estabas muy convencido pero durante el trayecto para llegar a la casa al verte tan callado, fui pensando en la manera de terminar por persuadirte y… Compensarte. Llevabas algún tiempo con una idea dando vueltas en tu cabeza. Me refiero a la de arriba pero con seguridad tambien a la de abajo, –continuo recordando esa noche, con Camilo pendiente del movimiento de mi dedo índice, indicándole que se acercara para no tener que hablar muy alto– y yo pensé que aquella noche estando tan solitos, podría finalmente entregarme a ti por completo y gemir libremente, gritando a todo pulmón sin preocuparme por despertar a nuestro hijo y por supuesto darte todo mi amor en cuerpo entero y lo que tu soñabas lograr… ¡Dejar que me dieras por el culito!

(10,00)