1. Nada es lo que…
— ¡Parece que te vas muy temprano! —Me aborda mi esposo, con sus cabellos revueltos y tan solo sus pantaloncillos negros por atuendo, sorprendiéndome al entrar a la cocina para prepararme un café antes de salir de casa.
—Ahhh… Hola mi cielo, buenos días… ¡Me asustaste! —Medio congelada, le respondo.
— ¡Ehhh!… sí. Recibí un correo anoche informándome de una reunión a primera hora con la junta directiva. No sé muy bien para qué, pero supongo que debe ser por el éxito de nuestro grupo de ventas. Los últimos meses hemos logrado un estupendo repunte en las metas fijadas y ya no faltan muchas casas por vender en el condominio campestre. Tres nada más, y ya dejaré esa viajadera tan cansona los fines de semana. Después de eso nos pondremos las pilas para ofrecer tu proyecto y estaré más tiempo con ustedes dos. ¡Lo prometo mi cielo!
Mi marido se mantiene firme en frente de mí, sin dejarme un resquicio para pasar a hacer lo que tenía en mente. Levanta el brazo derecho y lo dobla con lentitud, llevando su mano a la nuca, frotándosela como si algún dolor lo aquejara.
—Uhum, ok. Ya veo. Por cierto mi amor, ¿a qué hora llegaste anoche que no te sentí llegar?
—Tú estabas ya dormido cuando llegué, –respondo con fingida tranquilidad– y no te quise despertar. Me preparas un cafecito… ¡Please!
Mi esposo se da la vuelta y con prudencia, se gira nuevamente alcanzándome el mug blanco con letras rosas donde se lee Mamá. Humeante aroma a caramelo tostado y dulce almendrado, servido casi hasta el borde. Y no deja de mirarme con esa manera suya tan peculiar, de querer preguntar algo sin hablar, arqueando únicamente la ceja izquierda, menguando el ojo diestro en espera de mi respuesta.
—No tan tarde amor, –la mentirita piadosa, otra vez– serían… Hummm… ¿Las dos de la mañana, tal vez? Un poco más tarde quizás. No me fijé y al entrar tuve cuidado de retirarme los zapatos para no despertar con el ruido de los tacones a nuestro hijo. Pensé que te encontraría trabajando en el estudio, esperándome despierto, pero ya dormías como un bendito junto a él también. Se veían tan tiernos. ¡Los amo, como no te puedes hacer ni idea! —Respondo, colocando mi sonrisa de candorosa madre abnegada y esposa enamorada a la vez, evadiendo su inquisidora mirada al inclinar mi cabeza para fijar la vista en la taza caliente, soplar y beber un sorbo del ansiado café. ¡Fue a las cuatro de la mañana!… A las cuatro pasadas, lo recuerdo bien. – ¡Maldición!
—Sí cariño, lo siento. Los dos estábamos cansados. La clase de natación siempre lo deja extenuado y después de cenar, jugamos un rato, vimos unos videos y se estaba quedando dormido en el sofá. Así que lo acosté y me quedé junto a él, para consentirlo. Al rato se durmió. No te esperé despierto porque ya te conozco, cuando los jueves sales a celebrar tus logros con tu grupito de ventas. Te demoras cada vez más… ¡Festejando! Y ni siquiera te da por llamar para ver cómo estamos. —Me reclama, rascándose despreocupado los testículos con una mano y repasando mi rostro con su detallista mirada.
—Por favor cariño, no vas a empezar tan temprano con tus protestas que aún tengo una resaca de los mil demonios y no tengo ganas de pelearme contigo. Estoy aquí que es lo importante y ya ves que nada malo me pasó. —Doy dos sorbos seguidos, soplando en el intermedio para no quemarme la lengua. Debería mordérmela por mentirosa y quizás… ¡Me envenenaría!
—No estoy empezando nada. —Me responde en un tono tan apacible como desconcertante, tal vez hasta neutro. No lo entiendo, tenía pavor de hallarlo enojado por mi tardanza hace unas horas. Y sin embargo aquí está, escuchándome tan tranquilo, causándome inseguridad. ¿Será que ya no le intereso para nada?
—Estamos hablando nada más y tan solo te pido que estés más pendiente del niño. Te extraña mucho. Andas muy quisquillosa últimamente. ¿Estás segura de que todo está bien? Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. —Me lo dice sin hacer el intento de abrazarme.
—Lo único es que me está yendo bien en los negocios y a ti últimamente parece que te disgusta verme alcanzar el éxito. Salgo a celebrar, como tú lo hacías antes con tus amigos, y pues como no te agradan del todo mis compañeras ni mis compañeros, pues no te invito a salir con nosotras. Eso es todo, mi vida. —Mi marido me observa inexpresivo. Una serenidad que me intriga y me aturde, por ello me guardo otras explicaciones que sé muy bien que le disgustaran.
—A ver mi amor… –Ahora si se acerca y una mano la apoya sobre mi hombro izquierdo y con los dedos de la otra, acaricia con ternura mi mentón. – Primero que todo me alegro por tus triunfos. Te lo mereces por el empeño que le colocas a todo lo que te propones. Jamás sentiría celos de tus logros. Y segundo… No todos tus compañeros me caen mal. Las chicas son divertidas pero ellas no son el problema, tampoco los otros. Solo ese pedante que se cree la última Coca Cola del desierto y que se empeña en sacarme de quicio al ser tan empalagoso sin que tú lo pongas en su sitio y permitiéndole ciertos… —Humm, lo sabía. ¡Celos! Por ello coloco mi dedo índice sobre sus labios para callarlo, aunque no pudiese hacer lo mismo con sus pensamientos, mucho menos con sus sentimientos de rechazo hacia él.
—Por lo mismo amor, –le contesto después de dar otro sorbo– por eso decidimos que es mejor no volver a estar juntos en esas salidas a rumbear. Tú por tú lado y yo por el mío. No quiero que te sientas mal, que pienses mal y mucho menos que sufras por los comentarios de ese estúpido. —Sin decirme nada, hace una mueca de resignación y su mirada se concentra en mis ojos, luego en mi boca, detallándome.
—Por él no te preocupes, vuelvo y te lo repito. Yo lo sé manejar. Créeme cuando te digo que lo tengo controlado, a pesar de que para todos los demás parezca que sigue siendo el intimidante lobo feroz, ante mí, su palabrería no tiene efecto alguno. ¡Descuida! Son tan solo lastimeros chillidos de perrito faldero. ¿Ok? Yo confío en ti y tú debes hacer igual conmigo. Así nos evitamos dolores de cabeza y la posibilidad de exponernos a una escena desagradable y perder todo lo que hemos logrado. —Acabo por aclararle el escenario, aunque me moleste tener que mentirle por un tiempo más.
—Tienes razón mi amor, pero a ese «tumba locas» no lo trago. Me disgusta la manera que tiene de hablar de las mujeres y enumerar a todas sus conquistas según su desempeño en la cama. En fin, no hablemos más de eso. Solo espero que esta reunión sea para felicitarte y que te den algún bono extra por las metas alcanzadas. Y ojalá termines con la venta de esas últimas casas lo antes posible, y puedas quedarte aquí con nosotros dos. —Por fin me abraza con la fortaleza necesaria para hacerme sentir su acostumbrado calor y alejar de mi esos fantasmas que cada día aparecen con más fuerza, el miedo a que descubra otra realidad bien distinta a la que vivimos. Me gusta sentirme suya, protegida y amada. Me alegra ver que mi esposo me trata con benevolencia y se calma. ¡No quiero hacerle sufrir con mis inapropiadas conductas!
—Bueno mi vida, te dejo porque se me hace tarde y debo tomar un taxi o pedir un Uber y no quiero que me coja algún trancón.
— ¿Cómo así? ¿Dónde dejaste el auto acaso? —Vuelve a indagar con justificada razón, pero me desespera tanta preguntadera. Llevamos varias semanas así y cada día me cuesta más no decirle la verdad.
—Pues donde va a ser. ¡En la oficina, bobito mío! Jajaja. –Le respondo risueña. – No voy a darle papaya a la policía para que me detenga en algún reten y me pesquen oliendo a alcohol. Con las chicas pedimos un taxi que nos acercara a la zona «T» y nos metimos unas encima de las otras y ya. Los compañeros se fueron en el auto de Eduardo. Ya sabes que él casi no bebe y menos cuando le toca hacer de conductor elegido.
—Ahh bueno. ¿Entonces quién te trajo a casa fue él? —Nueva pregunta qué de hecho, me induce a inventarme otra mentira. Comienzo a sentirme incomoda pues, en el fondo, es un papel que no quisiera interpretar aunque llegados a este punto, es difícil dar un paso atrás cuando todo te empuja en el mismo sentido. Mi Audi debe estar esperándome a dos calles de distancia y tras el volante, aferradas las manos de mi amante y por supuesto, mi pactado chofer escogido.
—Pues claro mi vida. Tu amigo es como mi guarda espaldas personal o como te dijo al comienzo de todo. ¡El ángel de la guarda que nunca me desampara! –Miro mi reloj, se me hace tarde.
— ¡Uyyy! Chao mi cielo. Muakk. Te amo y… Solo deséame mucha suerte.
Beso a mi esposo en los labios tenuemente, pero le acaricio con ternura el rostro con ambas manos.
— ¡La tendrás! —Me responde sonriente y me sorprende nuevamente al besarme delicadamente el cuello, unos centímetros por encima de los pequeños eslabones de mi gargantilla dorada, causándome el mismo escalofrío que siento cada vez que estoy en sus brazos.
— ¡Hummm! —Me susurra al oído.
— ¿Te gusta? Es el nuevo splash que me recomendó nuestra vecina. —Le aclaro con un gesto de picardía.
—No me refiero a este aroma, mi vida. Sino a la fragancia que traías impregnada al cuello de la blusa que usaste anoche. —Me responde sin mirarme, pues continúa olfateándome con su nariz, aún anclada sobre mi clavícula.
—Ehhh, bueno mi amor y… ¿Qué tal me veo? ¿Estoy bien así para la reunión? —Le pregunto para cambiar de tema, pues me estaba incomodando.
Me observa de arriba hacia abajo y doy un giro con gracia, como la bailarina de la cajita musical donde guardo mis preciadas joyas, enseñándole por completo, el outfit elegido.
Una blusa Crop Top blanca para mostrar algo de piel sin parecer vulgar. La falda, de entubada gamuza negra y de talle alto, tres dedos por encima de las rodillas y con inserciones de cuero por los costados.
Pantimedias de encaje negras con pedrería bordada. Zapatos de suela negra y plateado tacón delgado, –elevándome diez centímetros adicionales– con punta cuadrada y un coqueto moño de pequeñísimos y relucientes cristales. Por encima un blazer oversize de solido gris ceniza, abiertas las solapas y con mangas largas. Sin botones, obviamente. Un look para verme espectacular.
—Pues te ves muy bien. Sencillamente preciosa, mi amor. ¡Hermosa y radiante! De seguro que vas a causar una gran impresión. —Me responde apartándose de mí, unos dos pasos pero sin soltarme de una mano.
—Gracias mi cielo. ¡Eso espero! Ni tan formal para pasar desapercibida como si fuese una aburrida secretaria, ni tan casual para que el gerente se lleve una imagen poco profesional de mí. Un look para que me admiren y así, hacerles ver lo poderosa, segura y por supuesto, lo agradecida que me siento de trabajar en la constructora. Una empleada autentica e irremplazable. ¡Jajaja! —Le respondo feliz mientras dejo sobre el mesón de la cocina, mi taza de café.
Mi esposo asiente y me acaricia las manos con amorosa delicadeza.
—No te olvides que te queremos. Por cierto… ¿Te despediste de Mateo?
— ¡Está dormidito! Le respondo de inmediato. —Dale mil besitos de mi parte y cuando despierte, dile a nuestro hijo que su mamita lo ama infinitamente. Este fin de semana tengo varias citas concertadas y tendré que viajar, pero dile que no he olvidado la promesa de llevarlo a ver los animales del zoológico. De verdad que los quiero con locura, cuídense mucho. ¡Nos vemos por la noche, mi amor!
Doy media vuelta y de la estrecha mesita en el recibidor, tomo mi bolso y me dirijo con prisa hasta la salida, para evitar más interrogatorios y que mi marido no perciba de mí, algún gesto de nerviosismo que me incrimine. Un último repaso a mi anatomía frente al sinuoso y rectangular espejo… ¡Bien, perfecta! Abro la puerta de mi casa, para recibir en mi frente y en las mejillas, la fría brisa de este nuevo amanecer.
Ahora con algo de angustia, –por sí alguna vecina chismosa se percatara de mi madrugadora salida– apresuro mi andar por los andenes que forman el laberinto de caminitos separando mi casa de las otras, hasta llegar a la portería que da a la calle por el sur y caigo en la cuenta de que esta apretada falda solo me permite avanzar dando unos cortos y rápidos pasos, como si fuese una geisha escapando de alguna ceremonia no concluida.
— ¡Buenos días señora! —Me saluda atento, el gordinflón y sonriente vigilante, aun con la ruana de lana marrón por encima de su uniforme azul oscuro, –pero sin el kepis puesto– para amainar el frio y terciada una punta sobre el hombro derecho, dejando a la vista el grueso cinturón donde pende la funda con su arma reglamentaria.
—Don Antonio, muy buenos días para usted también. —Le respondo y espero a que de manera caballerosa, me abra la puerta de metal.
— ¿No sale hoy en su automóvil? —Me pregunta curioso.
— ¡Cómo le parece que lo dejé en el taller! Pero no se preocupe que esta tarde me lo entregarán sin falta. —Lo sé, he sido muy cortante con el pobre, pero es lo primero que se vino a mi mente y además, estoy hastiada de tanta preguntadera.
— ¡Que tenga un buen día! le deseo sin sonreírle, y salgo disparada o al menos es lo que yo creo, pues mis pies siguen dando pasos minúsculos en una imaginaria línea recta, pero eso sí, mirando al frente hacía la lejanía, algunas calles más allá en busca del paradero de mi auto rojo. Ehhh… Sí, allá está aparcado.
Al llegar al sitio, me ubico al costado del conductor en espera de que abra la puerta y me permita ocupar mi lugar. Sin embargo para mi sorpresa, la ennegrecida ventanilla desciende lentamente, para ir apareciendo con algo de claridad, el anguloso y cuadrado rostro de Chacho, adornado por su inagotable y traviesa sonrisa, –estirando sus labios– deseando saludarme con un beso en la boca.
— ¡Ni lo sueñes! —Le digo de pie, cruzada de brazos y aun fuera de mi vehículo, percibiendo en mis huesos el frio intenso de la mañana.
— ¡Pero qué! –Me responde altanero alzando los hombros. – ¡Ni lo uno ni lo otro! —Le manifiesto mientras dirijo mi mano hacia la manija de la puerta del conductor.
—No sé a qué te refieres, bizcocho. —Me habla con un gesto de falsa inocencia, exagerando la redondez de sus bellos ojos, teñidos con el color de las aceitunas.
—Primero que tú no vas a conducir, y segundo, que no te saludaré de beso en la boca aquí a dos calles de mi casa. ¿Estás mal de la cabeza? Anda, córrete para el otro lado. —Finalmente me impongo y abro la portezuela.
— ¡Upaaa, pero qué saludo tan agrio! Por lo visto no dormiste casi nada. Es eso, o que tu maridito te armó una escena de celos. —Me responde algo subido de tono, mientras como un ágil contorsionista, pasa primero una pierna sobre la consola central, –y luego la otra– apoyando una mano sobre el salpicadero y con la otra en el cabecero del asiento, para acomodarse de mala gana en el puesto del copiloto. Aprovecho y me retiro el blazer. Lo cuelgo en el gancho de la puerta posterior, con cuidado de no arrugarlo y me acomodo en mi silla.
—A ver… Jose Ignacio, le respondo mirándolo tirana. —Tengo bastante sueño, ¿Sí? Y la cabeza parece que se me va a estallar por el dolor tan intenso que tengo en ella y en todo mi cuerpo, por no haber descansado como debería haber hecho. ¿Ok? Así que te voy a pedir el favor de no hablarme golpeadito. Y además que parte de… ¡No me nombres a mi esposo, para bien o para mal! ¿No entiendes? —Me mira un instante y luego se fija en mis manos, tomando la derecha, que le queda más cerca y me obliga con delicadeza a dejársela llevar hasta su boca, para besármela una y otra… Y otra vez.
Pero el último beso lo acompaña con la humedad de su lengua y el deseo inacabado en su mirada avellana, haciéndome percibir con pequeños círculos, –de paso recordándome la noche de pasión, sus ganas contenidas y la dedicación mía– en un roce constante de su dedo por debajo de la palma de mi mano, causándome una placentera sensación, incitándome a revivir la magia de nuestra primera vez juntos, entregándonos «el chiquito».
Su cabeza entre mis piernas y la mía en medio de sus muslos, acariciando sus pelotas y besando lo más escondido. Lamiendo nuestras humedades, saboreando los sudores y oliendo lo desagradable sin afectarnos; hurgando con dedos y palpando con nuestras lenguas el orificio deseado, antes para él prohibido y no entregado, pero prometido como premio desde mucho antes. Desnudos y alcoholizados, drogados, –con cocaína en su caso– y algo de «cripy» para elevarme. ¡Sí! El encanto de su primera vez culeándome y de la mía sodomizándolo. Él amándome y yo… Apenas queriéndole… ¡Pero ya! Ya sucedió y se acabó.
—Lo siento mamacita rica, discúlpame. Es solo que después de lo de anoche, no he podido arrancarte de mi mente y… –me habla más calmado– pues tampoco he podido dormir nada por pensar en ti. Cada vez que nos separamos para que regreses a tu casa con él… con tu familia, me cuesta más, me resulta más difícil alejarme de ti y ya no sé cómo aguantarme las ganas de que permanezcas todo el tiempo conmigo. Te extraño tanto y a todas horas que no consigo sacarte de la cabeza. Meli… ¡Me tienes más tragado que calzoncillo de torero! —Eso ha sonado sincero, gracioso y muy tierno a su estilo, tanto que sonrío y me estiro lo suficiente, para estamparle un corto beso en su cachete izquierdo y le acaricio con suficiente firmeza, la barbilla.
—Bueno bebé mío, vamos que se nos hace tarde y la verdad estoy ansiosa por conocer lo que los directivos tienen que decirnos. —Le digo, mientras me retiro los zapatos y a tientas, de debajo de la silla, busco mis sandalias para poder conducir de forma más cómoda, pero no las encuentro.
— ¿Buscas estas? —Me pregunta, elevándolas en frente de mi rostro, sosteniéndolas pinzadas, entre su índice y el pulgar. Meciéndolas en el aire, para luego llevar una de ellas hasta su nariz y simulando olfatearla, poner cara de repugnancia, pero a su vez la aleja de mi alcance riéndose de forma traviesa.
—Ven, dámelas ya por fis, que se nos hace tarde. —Casi parece que le suplico y mi voz sale aniñada, más dulce y entregada. Incluso sumisa.
—Pero si a cambio me das un beso, o… Creo que llegaremos tan tarde, que de seguro en lugar de algún premio y felicitaciones, nos tendrán listas las cartas de despido tan pronto abramos la puerta de esa sala de juntas. ¡Jajaja! —Me reta desvergonzado, con la mirada fija en mis ojos, para luego descenderla parsimoniosa, hasta el satinado escarlata de mis labios, seguro de que conseguirá de mí, su deseado premio. ¡Pícaro chantajista!
—Okey, okey… ¡Hummm! —Lo beso, suave al principio sin abrir demasiado mi boca, para poco a poco, dejar pasar por entre los labios mi lengua y así besarlo con mayor ahínco, sintiendo el calor húmedo de su boca entreabierta, que la abriga gustosa por saborearla de nuevo, rozando y absorbiéndola hasta casi envolver la suya con la mía. Con el mismo ímpetu erótico, que había demostrado algunas horas atrás.
—Bueno bebé, ya no más o si no, nos vamos a calentar y ahí sí es que no llegamos nunca. ¡Dámelas ya, por favor! Haz conseguido lo que querías. —Le digo con determinación, aunque por dentro ese beso, convertido en oleadas placenteras, haya estimulado mi cerebro y hasta un poco más abajo, en el medio de mis piernas.
— ¡Ufff, Meli! Que beso tan delicioso. Así da gusto madrugar para recogerte a diario, sin que me importe no haber dormido.
— ¡Ni lo sueñes bebé! Esto no puede volver a ocurrir. Ha sido un error por mi parte. ¡Es peligroso! —Le respondo, mirando al espejo retrovisor donde se dibuja mi expresión de deleite y aprecio el morbo que me provoca ver los labios despintados, por una excitación descontrolada entre nosotros.
—Es una lástima tener que ir para allá en lugar de aprovechar e irnos a hacer cositas ricas en mi casa. ¿No te parece, preciosa? —Chacho me responde entregándome el par de sandalias. Me las coloco y en seguida doy al botón de arranque y giro a la izquierda.
— ¿A estas horas? ¿En serio? ¡Cambia esa música por favor! —Le digo, pues se escucha una emisora de reguetón.
—Me aburren estas reuniones tan intempestivas y más, haciéndonos madrugar. Si como creo, nos van a llenar de elogios y de algún que otro incentivo, bien podrían hacerlo a medio día, delante de todo el personal para que a los demás les quede claro, quienes somos los mejores asesores comerciales, e invitarnos por lo menos a un buen restaurante. ¿Sí o no? —Me comenta, –ególatra como siempre– mientras los dedos de su mano izquierda, acarician el elaborado diseño de mi «earcuff» y juguetonamente, jalan hacia abajo un poco, mi estilizado pendiente de oro.
—Eres un hombre incorregible, Chacho. Siempre queriendo lucirte frente a los demás y por lo tanto creo, que nunca cambiaras. —Le respondo con sinceridad, pero él se lo toma a broma carcajeándose, –escandaloso para no variar– mientras acelero con prudencia por la no tan congestionada avenida, hacia el oriente.
Optimista, posa su mano sobre mi muslo y lo aprieta, deslizándola a continuación hacia mi rodilla, para intentar colarla por debajo de mi falda. Y lo dejo, pues sé muy bien que no lo logrará por lo ajustada de la tela, sin dejar por ello de sonreír, y mejor me concentro en cambiar de calle para acortar nuestro trayecto.
— ¡Bebé!… Ya sabes que al llegar debes agacharte para evitar las cámaras de seguridad, –lo pongo sobre aviso– debemos ser muy prudentes y discretos. Es fundamental que nadie pueda vernos llegar juntos.
—Siiiií, patrona. ¡Como usted diga! —Me responde frunciendo sus labios y blanqueándome los ojos, en un claro gesto de aceptación a regañadientes. Tiene el carácter de un niño malcriado, pero es lo que más me gusta de él. ¡Obvio, jamás se lo confesaré!
Hemos llegado justo a tiempo al edificio, sin atascos de consideración y en la esquina doblo a la derecha.
— ¡Agáchate ya! le ordeno a Chacho mientras enfilo la nariz de mi auto frente a la rampa inclinada y enseño la tarjeta de identificación a la cámara de seguridad. La cabeza del oculto acompañante reposa entre risas contenidas sobre mi regazo y la furtiva mano, acaricia mi tobillo derecho ascendiendo hasta perderse por la parte interna de mi pierna y todo en frente del control electrónico de acceso al garaje subterráneo.
Algunos segundos de sonriente espera, hasta que por fin se levanta la metálica barrera blanca con bandas rojas y se les esfuma de la pantalla mi sonrisa perlada, dirigiendo los dedos de mi mano, –mientras vamos descendiendo– para pellizcar con firmeza, el cachete de mi travieso amante… ¡Reprendiéndolo sin que por ello deje de querer seguir sintiéndolo pues el placer inunda mi cuerpo!
En el segundo nivel del sótano, cerca de las escaleras, aparco mi Audi justo al lado del blanco Honda Civic Coupe, –un modelo de la época de los 90– cuyo dueño se encuentra en estos momentos acariciando la parte interna de mi muslo derecho, con ganas eso sí, de ganarse un buen coscorrón, si su suerte se le tuerce y llega a rasgarme sin querer o queriendo, mis pantimedias.
—Ya basta, por favor. ¡Compórtate! —Autoritaria le hablo, mientras acaricio sus cabellos y con suavidad le aparto, –aplacando sus intenciones que eran también mis deseos– y consigo que resignado, Chacho se incorpore acomodándose el pisa corbatas cromado.
Me coloco los zapatos y bajo del auto, recogiendo el bolso y mi blazer. Chacho igual, del otro lado pero da un rodeo y se me acerca devorándome con la mirada, para luego abrazarme y decirme muy cerca de mi oído izquierdo…
— ¡Mamacita! Estás tan buena que te comería con ropa y todo, aunque pase meses cagando trapos.
— ¡Uichh! Tú y tus halagos, siempre tan encantadores, que hasta pareces un albañil. —Le respondo echando mi cabeza un poco para atrás, exhibiéndome y abriendo bastante mis ojos, con una sonrisa que no me abandona. Bajo la mirada y me libero de sus brazos.
—Meli, no seas tan arisca. Mira que podríamos echar uno rapidín allí, justo detrás de aquella columna. –Y me la señala, tan convencido. – Es un punto ciego para la vigilancia. ¿Qué tal mi idea? —Sonríe, y bribón me guiña un ojo, con el morbo a punto de desbordar por todas partes.
—Ajá, claro. ¡Cómo no! Ya lo sabes, ¡Aquí no! —Me toma la cara con sus manos y hace el intento de besarme, pero ágilmente giro mi cara y le digo…
—Suficiente Chacho. ¿Pero qué te está pasando? ¡Ubícate! Y deja tu calentura para otro momento, que te hará falta. Mejor espera a que yo suba primero y cinco minutos después lo haces tú. Eso sí, antes límpiate la cara, que te han quedado pintados los labios y pareces un payaso. —De inmediato se lleva la mano a su boca, lo cual aprovecho para dejarlo solo y largarme.
***
En los cristales de la entrada repaso mi vestuario. Reviso mi blazer para evitar algún pelo suelto por ahí. Aliso la falda por detrás sobre mis nalgas y saludo cordial al portero que me sonríe y seguro que terminará por repasarme el culo con su mirada no exenta de lujuria, justo cuando paso el torniquete del lobby. Ya dentro del elevador, frente al espejo retoco mi maquillaje. ¡Todo en orden! Aunque me giro un poco para detallar mi silueta, revisar las medias veladas que no tengan perforaciones de último momento y a dos manos, acomodo hacia el lado derecho, el alisado de mis cabellos dorados.
Al llegar al doceavo piso, las puertas del elevador se abren y justo al frente, en la recepción se encuentra esperándome, la anciana jefa de recursos humanos.
— ¡Buenos días Carmencita! Está de buen semblante hoy y tan elegante como siempre. —La saludo y a continuación como de costumbre, simulo darle un beso en su mejilla, para no tener que retocar mis labios.
—«Mijita», la están esperando en la sala de juntas. Sígame por favor. — ¡Que parco recibimiento! Pienso para mis adentros. Hoy se despertó menopaúsica la viejita. ¡Jajaja! Me sonrió a sus espaldas mientras camino tras de ella. Menos mal que está a punto de jubilarse para que descanse y deje paso a nuevos espíritus que el suyo debe estar ya llamando a las puertas del cielo, y disimulada, me rio por la ocurrencia.
En el salón de reuniones ya se encuentran acomodados alrededor de la rectangular mesa, el cincuentón director ejecutivo que apenas si se percata de mi llegada, pues ni se ha dignado a levantar la mirada, y tres hombres más que no conozco pero qué si se fijan algo en mí y están sentados justo al frente de don Gonzalo. ¿Serán los socios? Puede ser. Se me hace extraño que la mullida silla de la cabecera, permanezca vacía.
El que me parece más mayor, quizás de unos sesenta y pico de años, luce una marcada calvicie, eso sí, no tanto como la de mi jefe, rapado total. Es más bien un tipo gordito y cachetón, no tiene demasiadas arrugas pero si bastantes pecas pardas repartidas en la frente, los pómulos y, principalmente, en el cuello.
Permanece entretenido ojeando a través de unos pequeños lentes redondos con marco dorado, un grueso informe dentro de una cubierta roja, desestimando otra blanca y más delgada. De hecho me percato qué hay un juego similar de carpetas en frente de cada uno de ellos, igual que para el director. Las gafas de lectura evidentemente son muy elegantes, pero me parece que para la circular forma de su rostro, no le convienen tanto.
El que está sentado enseguida a su izquierda, es algo más joven aunque su cabello ya lo tiene canoso totalmente. Es delgado. De rostro enjuto y nariz aguileña, los ojos azules como los míos, –tal vez un poco más claros– pero hundidos hacia el interior de las cuencas. El traje que luce, parece sacado del armario de mi abuelito, ¡Alma bendita! Café oscuro a cuadros y camisa color salmón. La corbata desde aquí, me parece que es de lana, de un oscuro marrón. Teclea algo en su móvil y luego, se le ilumina la mirada.
Y el hombre que le sigue es bastante más joven, quizás sea el hijo de alguno de ellos, aunque la verdad no le encuentro el parecido con ninguno. Eso sí, muy llamativo con su traje de corte italiano, en un brillante gris. Con seguridad un costoso trabajo de diseñador y que como mucho, quizás ronde la edad de mi marido. Es un guapo «ojiclaro», para que negarlo… ¡Está como quiere el hombre! Además luce un corte de cabello moderno y una barba muy bien cuidada.
Usa también unas gafas cuadradas de color negro y medio marco dorado, pero nada lee, solo mira sus manos. Suda un poco y su frente brilla, a pesar de estar tan fría esta mañana. No parece estar cómodo y tal vez para calmar los nervios, se distrae haciendo girar con sus dedos, la abrillantada sortija en su otra mano.
Todos demuestran seriedad en sus semblantes y una majadera displicencia en su actitud. Ninguno tiene la gentileza de saludarme, lo que me hace sentir estúpida frente a ellos, desubicada en el espacio y lejana en cuanto a lo que esperábamos de aquel encuentro. Por lo que afirmo para mis adentros que tienen serios problemas de urbanidad, no así mi jefe inmediato, que por cierto a mi izquierda está sentado. Se pone en pie, me saluda con dos besos y me da su morbosa sonrisa por bienvenida.
—Melissa, buenos días. ¿Qué tal noche pasó mi asesora estrella?
— ¡Hola Jefe, buenos días! Le respondo fuerte y claro, para que los odiosos esos me escuchen. Me acerco a su oído y le susurro con rapidez mi interrogante.
— Eduardo ¿Sabes de que trata todo esto? ¿Por qué esta reunión tan temprano? ¿Y los demás? —Mi jefe se inclina a mi derecha y me responde.
—Pues para que te voy a mentir. No tengo certeza pero supongo que será para hablar de las metas alcanzadas y algo sobre el nuevo proyecto hotelero, así como para aclarar los rumores que se escuchan en los pasillos, ya sabes, sobre el nombramiento de Camilo como nuevo socio y director general de proyectos. —Presto atención a su respuesta y siento en mi corazón una profunda alegría.
—Ahh y también con seguridad, –continua hablándome– nos van a hacer un reconocimiento como el mejor grupo de ventas de la organización. Es probable que me nombren como único director nacional de mercadeo, pasando a manejar a los otros grupos de la constructora y así, te librarás de mí. Por un tiempo, mi preciosa Melissa. ¡Por un tiempo! —Termina por decirme, dejando resbalar su mano por mi espalda hasta rozar mi culo, sin que ninguno de los presentes se percate, aunque yo si me incomode.
— ¡Ojalá, mi querido Eduardo! Le respondo simulando felicidad. Y continúo alimentando para mi beneficio su ego, al decirle… ¡Sería un justo premio a todo tu esfuerzo! —Y suspiro suavemente, a la vez que tomo asiento a su lado en el extremo, deseando con todo mí ser, que ojalá sea así para finalmente, quedar libre de su yugo. Se escuchan algunas risitas fuera de la sala de juntas y todos, al unísono volteamos a mirar hacia la puerta que permanece abierta.
Es la señora María que trae sostenida con sus manos, una gran bandeja de plata con dos jarras de vidrio con agua y vasos altos de cristal. Intenta disimular su alegría agachando la cabeza, pero viene con la cara colorada y con Chacho pegadito a su costado, abrazándola por la cintura. ¡Quien sabe que andaría diciéndole y regalándole a su oído!
Mientras ella acomoda los vasos con timidez, – ¿Solo cuatro?– a un lado de las carpetas, uno a uno los va colmando del cristalino líquido y para variar Chacho, dándoselas de importante, da los buenos días en voz alta, mirando a alrededor, con su caminadito de conquistador, abotonándose el saco de su traje negro y se dirige con su mano estirada para saludar al director, por encima de la mesa, pero don Gonzalo se la deja extendida y por el contrario lo reprende por su tardanza, cosa que agranda nuestra desconfianza. ¿Qué ocurre?
—Tarde como siempre, señor Cifuentes. ¡Genio y figura, hasta la sepultura! Siéntese por favor.
Y Chacho, con un mohín en sus labios de desconcierto, retira el brazo y se acomoda en la esquina a mi derecha. La señora María al salir, pasa por su lado, rozándolo disimulada y le obsequia la chispa del deseo en una rápida mirada. ¡Otra más que le gustaría llevárselo a la cama!
Empiezo a ponerme nerviosa, pues no aparecen por la puerta el resto de mis compañeros de ventas. En cambio, veo llegar a Milton, –el jefe de seguridad de la constructora– acompañando a Carmencita, quien bajo el arco de su brazo derecho trae otro paquete de folders. Pasa por detrás de mí, también rodea a Eduardo y se posesiona de la silla que queda justo al lado de don Gonzalo. Milton cierra la puerta y se queda allí de pie, con los brazos cruzados, como escoltando la salida.
—Bueno ya estamos los que necesitamos estar, así que es mejor que comencemos esta reunión, pues todos tenemos cosas importantes por hacer. —Y el director mirando a Eduardo, luego a mí y por ultimo a Chacho, se explica… Ustedes tres por supuesto que no. ¡Pero aquí los socios, sí!
—Como saben, nuestra empresa aunque es relativamente joven en el mercado inmobiliario, tiene como meta principal alcanzar renombre a nivel nacional, para próximamente expandirnos presentando licitaciones en países vecinos para algunos proyectos de vivienda, otros hoteleros e infraestructura vial. —Tras esas iniciales palabras, todos los allí reunidos, lo confirmamos moviendo nuestras cabezas.
—Para ello es cierto que debemos esforzarnos por cumplir los más altos estándares de calidad en nuestras obras, utilizando un diseño diferencial en nuestros proyectos y poner en valor la inversión de nuestros clientes. Pero todo bajo unos parámetros de lealtad, honestidad, ética y valores morales, que todos ustedes conocen. —Don Gonzalo prosigue con su charla, pero yo solo deseo que vaya al grano, pues el cansancio y haber dormido tan poquito ya empieza a pasarme factura. ¡Bostezo sin querer, aunque lo escondo en la mano!
—Desde siempre nuestro gerente general y socio fundador, ha pretendido que todos nuestros colaboradores, se sientan en esta organización como en su casa, trabajando como una acoplada familia y que cada miembro de este equipo, pueda alcanzar sus propios sueños personales disfrutando de un bienestar económico y en conjunto, hacer crecer día a día a esta compañía, transmitiendo esa sensación de familiaridad a nuestros clientes. —Hace una pausa para beber agua de su vaso y tomar de la mesa un plateado apuntador, antes de continuar su charla.
—Es una lástima que nuestro gerente general, por compromisos ineludibles que no vienen al caso mencionar, no haya podido dirigir esta reunión. —Así que por eso, la silla al otro extremo en frente de mí, se encuentra vacía. Otra oportunidad desperdiciada para conocerlo en persona.
—Eduardo, hace unos meses atrás sostuvimos una charla, –le dice a mi jefe, tomando entre sus manos una de las carpetas. La roja que es la más gruesa. – donde me expusiste tu necesidad de enfrentar nuevos retos junto a tu grupo de ventas. —Y la brillante calva de mi jefe, –cruzado de brazos– se ladea medianamente para prestarle la debida atención.
—Querías hacerte un nombre en la organización, manejando las ventas de los proyectos más importantes, sin duda, encaminados a una clientela más selecta. Y aunque los resultados de tus dirigidos no eran los mejores en aquellos momentos, acepté entregarte y manejar las ventas del condominio de viviendas en Peñalisa y en las últimas semanas, te empecinaste en cerrar dos negocios que te aparecieron de la nada, para la primera torre de apartamentos en Cartagena. —El rostro de apostador, –acostumbrado a timar– no refleja emoción alguna; sin embargo los ojos grises de Eduardo a pesar de permanecer pequeños, –ante aquel reconocimiento– si dan algunos visos de un contenido orgullo y con su lengua da un rápido repaso a sus delgados y resecos labios.
—Y sí Eduardo, observando los informes trimestrales de ventas, los números claramente avalan tu gestión. —Observo como mi jefe aspira y se le hincha el pecho, no solo de aire sino de mucha vanidad.
Chacho sonriente y confiado, me guiña sin disimulo alguno su ojo derecho y emocionado, se frota las manos. Yo sonrío también y apoyo con decisión y ánimo, el que me había faltado hasta ese momento, todo mi cuerpo sobre el acolchado espaldar, para cruzar pudorosamente, mi pierna derecha sobre la otra y reposar mis manos, con los dedos entrecruzados sobre la rodilla descubierta.
¡Todo marcha sobre ruedas! Y sentí una inmensa satisfacción al imaginarlo.