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La masajista (Capítulo 4): Juliana

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Me desperté cerca del mediodía, en mi piso enorme y vacío. Me senté con un café en la mesa de la cocina, y hojeé el diario sin leerlo. Mi mente estaba lejos, enredada en los increíbles acontecimientos del día anterior. Una montaña rusa de emociones, pero en el sentido más amplio de la palabra. No tenía sentido engañarme a mí mismo. Algo sentía por Juliana. “¿Enamorado de una puta?... ¿adónde lleva este camino?” – pensaba. Interrumpió un SMS.

- hola

- hola Ju. Como estas?

- Bien. vos? – Disqué su número. Eran los tiempos de los textos tipeados en teclado numérico y no los soportaba.

- Bien flaca. Leyendo el diario – cuando me respondió. – ¿Recién te levantás?

- Recién me despierto. Estoy en la cama todavía.

- Dormilona.

- Me quedé hasta tarde viendo tu video con Majo.

- ¡Que pervertida! ¿Solamente viendo?

- Te falta para pornostar, pero esta bueno – respondió ignorando mi indirecta – habría que editarlo.

- ¿Para qué? Nunca saldrá en ningún sitio.

- Para aprender. Así además veo si estoy filmando bien.

- Venite a casa a la tarde. Lo bajamos a la Workstation y lo editamos.

- Dale. ¿A las siete?

- ¡Oki!

Juli llegó puntual. Llevaba un vestidito verde suelto y cortito. Su pelo atado en una colita de caballo. Nos saludamos con un beso en la mejilla.

- ¿Café o cerveza?

- Cerveza, obvio. ¡Que linda casa!

La llevé a recorrerla, paramos en la heladera por un par de latas, y nos fuimos hasta el escritorio, donde copiamos el crudo de la notebook a la Mac. Lo importamos al programa de edición, y empezamos a verlo, recortarlo, retocarlo, y sobre todo a divertirnos. Sentados uno al lado del otro en sendas sillas, alternábamos nuestras manos sobre el teclado y el mouse, donde se encontraban cada vez con más frecuencia, prolongando el contacto en la medida que la tensión sexual entre ambos crecía. Ya había notado que no llevaba corpiño, y mi verga acusaba los estímulos de toda la situación, que no excluía verme a mí mismo cogiendo a Majo. Se levantó a busca un par más de cervezas, y cuando volvió prefirió sentarse en mi falda “para estar más cómodos”. “Uy, después tenemos que atender eso” dijo al sentir mi erección bajo el short deportivo que llevaba puesto.

Continuamos hasta terminar de cortar lo que no nos parecía, y puso a correr la vista previa desde el principio. Mientras mirábamos mi mano acariciaba suavemente su pierna desnuda, y ella comenzó a mover suavemente sus caderas, masajeándome de esta manera con sus nalgas. Comencé a caer en cuenta que esta vez había cierta agitación en la respiración de Juliana. Mi mano que subía tímidamente por su muslo se encontró con una entrepierna caliente. El vestidito amplio que llevaba no me imponía ninguna dificultad de acceso, ni sus piernas que estaban bastante separadas. Mi índice llegó a su clítoris y una descarga eléctrica recorrió su cuerpo cuando lo toqué por sobre la tanga. Recostó su cuerpo hacia atrás y le besé la oreja mientras mi mano se entretenía entre sus piernas. Estaba húmeda. Muy húmeda. Corrí la tela y mi dedo entró en ella con facilidad. Juli suspiraba y gemía. “Paráte” le dije. Se incorporó un poco, le bajé la bombacha, liberó sus pies de ella, me bajé apenas el short y la hice sentar en mi verga. Titubeó en un principio, inconsciente ella misma de la mojada que estaba, pero pronto entró sin más. Le hice abrir las piernas, y mi diestra volvió a su clítoris, donde pronto encontré como respondía mejor a mis estímulos. Con mi otra mano le sobé las tetas sobre el vestido, y sus gemidos aumentaron al tiempo que los movimientos de su cuerpo delataban también su creciente excitación. Si bien mi propia estimulación no había sido mucha, se compensaba con lo que en mi cabeza provocaba lo especial de la situación. Me concentré entonces en apurar mi orgasmo. Quería – necesitaba – acabar con Juli. Pasó su brazo por sobre mi cabeza, e intentamos un beso en la medida que nos lo permitía la posición. “Aaa – Ayy” gemía mientras su cuerpo se tensaba y contorsionaba, buscando ese orgasmo tan anhelado. Mantuve constantes los movimientos de mi indicé sobre su clítoris, y la sentí llegar. Se quedó rígida un instante con un grito ahogado y trémolo, y todo su cuerpo tembló. También sentí sus contracciones en mi glande, que me dieron el empujón final para acabar junto con ella. Cerró con violencia sus piernas atrapando mi mano. Su orgasmo continuó por al menos diez segundos. Entre jadeos y gemidos. Y finalmente sollozos. Cuando pudo incorporarse un poco, se volteó y volvió a sentarse en mis piernas, me miró con ojos llorosos y nos besamos apasionadamente. Mi video con Majo seguía reproduciéndose, hacía ya tiempo ignorado.

- ¿Sushi? – le pregunté mientras sostenía su cara entre mis manos.

- Dale.

Ordené por teléfono, y mientras ella estaba en el baño busqué mi mejor chardonnay y lo puse a enfriarse un poco. Me puse a preparar unos Martinis en el bar del living, y vuelve Juli.

- Te traje un regalito.

Con inexplicable timidez me entrega un CD con envoltorio de regalo. Era “Live in Paris” de Diana Krall. Nos besamos de nuevo largamente, y nos sentamos con los Martinis y a escucharlo en el sofá. Conversamos olvidados del tiempo como el día anterior, pero esta vez había también caricias, y besos esporádicos. Y temas más profundos, ya que también compartimos nuestros miedos y heridas del pasado. El sushi vino y se fue, junto con el chardonnay, a Diana Krall le siguió Rita Lee, y también Chopin y Debussy mientras le explicaba de música clásica. Terminó “Claro de Luna” y nos miramos in instante en silencio.

- ¿Y ahora? – pregunta.

- Y ahora vamos a hacer el amor. Sin masajes, sin Majo, sin videos… solo nosotros.

La besé. Nos besamos. Le acaricié la pierna y el muslo llegando a su nalga, mientras ella me buscaba por debajo del short. Franeleamos con intensidad y mi mano encontró rápido su entrepierna húmeda, pero me empujó hacia atrás y me comió la verga, ya dura y ya fuera del pantalón. Por destreza o por sentimiento, o por ambos, fue la mamada más gloriosa. Le acaricié el pelo y la dejé hacer, pero por unos pocos minutos, ya que si no eso habría terminado demasiado pronto. La llevé de la mano a mi habitación y a mi cama. Le saqué el vestidito verde por sobre los hombros (la tanga nunca había vuelto a su lugar). Ella mi remera y mi short. Nos abrazamos y besamos, y gozamos el contacto de la piel de nuestros cuerpos desnudos. Besé su cuello, y luego sus pechos y pezones duros. La recosté en la cama, y hundí mi cabeza entre sus piernas. Mi lengua la recorrió sin descuidar detalle, pero se concentró en su sensible clítoris. Juli se retorcía y gemía. Continué largos minutos, hasta que la sentí llegar. Lejos de postergarlo para mas tarde, no dudé en llevarla al clímax que vino nuevamente largo e intenso, terminando en escalofríos y estertores. Me arrastre sobre ella, nuestros ojos y nuestras bocas se encontraron de nuevo. Y nuestros sexos, porque solo acomodó un poco su pelvis para que mi pene durísimo hallara su entrada y estuve en su interior sin romper nuestro beso y nuestro abrazo. Sus piernas me atraparon con vigor, e hicimos el amor muy juntos, muy cuerpo a cuerpo, hasta que quiso estar arriba mío, y deleitarme con sus mágicos movimientos de cadera, pero esta vez cada tanto se recostaba sobre mí para que pudiéramos unir nuestras lenguas.

- Dale, acabá dentro mío. Llenáme.

- No, vos también.

La puse a mi izquierda en la cama, y de costado de espaldas a mí, la penetré. Mi mano derecha buscó su clítoris, cosa que me facilitó levantando un poco su pierna. Mi índice repitió la magia de antes, y la fue llevando al orgasmo, sincronizándolo con el mío. Llegamos al unísono, gritando ambos, temblando ambos. Entre espasmos, Juliana juntó sus piernas y llevó las rodillas a su pecho. Como enroscándose. Como si anidara en mi cama. Y allí se quedó.

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