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La noche lluviosa con la tía Gloria (Parte 2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Así que decidí jugar su juego y utilizar su propio lenguaje.

-Tía, yo la puedo montar si Ud. quiere.

-Ja ja wao, salió el macho. ¿Me quieres montar?, bueno a ver, móntame para ver. Soy golosa y exigente.

No dije más nada. Simplemente me desnudé a oscuras debajo de la sábana y coloqué bajo mi almohada el short que ella me había prestado. Después me quité la sábana a esperar su iniciativa. Ella hizo lo propio. Escuché el desliz de su tanga por sus piernas y se descubrió completamente. Estábamos desnudos por fin, pero en medio de la penumbra. Mi respiración se hizo pesada y emocionada.

No sabía exactamente cómo proceder, pero no tuve necesidad de pensar en una iniciativa. Su mano ansiosa sin más preámbulos se extendió a tentar mi verga.

-¡Ah, ya la tienes parada!

La acomodó hasta comenzar una suave masturbación.

-Hmm, ¡que palo te gastas!

-Todo suyo, tía.

-¿Todo, todito?

-Si. Con todo y huevas.

-Hmm, wao, macho.

Para mi favor encendió la lamparita de noche de luz amarillosa. Eso no solamente me permitía mirar su desnudez que tanto morbo generaba, sino que además daba calidez al ambiente de aquel cuartito. Miró mi verga con morbo. Ella estaba aún medio tapada por sus sábanas, cubierta desde su abdomen hacía abajo y pude yo mirarles las tetas caídas. ¡Qué instante morboso! Su mano de deslizaba suavemente de arriba hacia abajo por mi pene con ganas. Detuvo su movimiento y me pidió que me pusiera de pie. Lo hice.

Ella se sentó al borde de la cama con sus pies descalzos sobre un tapete y con su rostro sonriente me miró a los ojos. La engulló sin vacilar. La mamada fue lenta y estimulante. Yo acariciaba sus cabellos, sus hombros desnudos y atinaba a sobarle los pezones erectos. Me encantaba su carnosidad. Ella concentró sus ganas en mamarme la verga y mirarme de vez en cuando a mis ojos para asegurarse de que yo gozaba.

Lamía mi glande con provocación sin parar de masturbarme. Luego descendió por el desfiladero de mi miembro hasta poner su lengua cálida y húmeda en mis testículos. La sensación fue mágica. Mientras su lengua se resbalaba hambrienta por mis huevos, su mano agitaba con soltura mi pene. Un cosquilleo agradable se apoderaba de mi cuerpo y me hacía emitir gemidos placenteros. Su chupada se sentía tan cálida, tan suave, tan húmeda. Se notaba su experiencia. Mujer en la cuarta década al fin y al cabo.

-Hmm, eso cariño, disfruta, que rico te hace tu tía.

Volvió a engullir la verga, pero esta vez con mucho más agilidad como queriéndome provocar el orgasmo. Sacudió su cabeza. Yo a ratos la ayudaba tomándola por sus cabellos engajados. Chupaba rico muy rico. Agotada, soltó mi pene, sonrió y con su respiración agitada se reclinó hacía atrás apoyando sus dos manos en el colchón. Respiró profundo. Exhaló. No le pedí permiso. Aproveche su pausa y me subí a la cama colocando mis rodillas a lado y lado de sus caderas. Mi verga mojada de su boca se estrelló con su mentón. Abrí un tanto mis piernas para bajar más mi torso resbalando mi pene cuesta abajo. Lo posé justo entre sus dos senos.

-Ah, ya sé lo que quieres. Hombres, hombres. Quieres que te haga una buena paja rusa.

Lo hizo con naturalidad y morbo. Sonreía mientras sostenía cada teta grande con sus manos. Arropó de carnes mi sexo que se perdía entre sus ubres de manera armónica. La sensación física no era tan cálida, pero visualmente el morbo estaba a tope. Afuera la lluvia que se escuchaba en el tejado sumaba a la atmósfera cierto aire de complicidad. Gloria se divertía haciendo eso. Mi verga arrastrándose entre sus tetas una y otra vez le daba morbo y hacía gestos provocativos con su boca.

-¿Te gusta, verdad?, morboso –me preguntaba mas a modo de azuzar excitación que por preguntar.

Entonces agotada y sonriente como siempre, se dejó tumbar boca arriba en el colchón con sus piernas aun en el suelo y todavía mal cubierta por su sábana. Era una manera de decirme: soy toda tuya. No la decepcioné claro está. La despojé de la sábana para tenerla finalmente completamente desnuda. Ella se acomodó transversalmente en la cama con sus piernas recogidas y cerradas apoyadas ya en el colchón. Yo las abrí. Sus piernas eran carnosas y un olor intenso a sexo femenino, a vagina, a orín, a culo, todo revuelto, fascinantemente mezclado en mi nariz despertó todavía más mis ansias de sexo. Que peluda era esa vulva. Me resultó tremendamente erótica esa imagen densamente oscura.

-Si hubiera sabido que iba a terminar culeando con un hombre, me hubiera afeitado.

-Tía, tía, a mi me gusta así. Se ve rica con pelos.

-Ah, menos mal.

Me agaché en el suelo al borde de la cama.

-¿Qué haces?

-Quiero chuparla

-¡Ay qué vergüenza!, está sucia. Desde la tarde que me fui a la fiesta, y con todo lo que bailé y sudé.

Yo la halé por las piernas y entre refunfuños ella se acostó y apoyó cada pié en uno de mis hombros. El plato de almeja estaba servido. En el fondo estaba loca porque yo se la comiera. Acerqué mi nariz a su vulva peluda. Su abundancia me daba mucho morbo y el olor de su sexo se hacía más intenso. Le di unos tenues besitos iniciales para estudiar esa geografía. Después comencé de un solo tajo a dar lamidos intensos resbalando mi lengua como trapero sobre piso mojado una y otra vez. Parecía un chicho goloso comiendo una deliciosa paleta helada en el más caluroso día del año. Poco a poco fui adivinando donde y que tan intensamente lamer. El sabor salado de sus jugos comenzó a activarse en mis papilas gustativas y mi nariz estaba completamente embriagada de olor femenino. Olía a cuca, a cuca sucia, pero era el mejor olor del mundo.

-Que rico me chupas la chucha, así, así sigue, no pares.

Yo metía la lengua por todos lados, subía, bajaba, entraba en su raja mojada, lamía por fuera en sus labios mayores, después jugaba más adentro en sus cálidos repliegues de los labios menores hinchados de placer. Encontré su botón. El clítoris de mi tía era de esos medio escondidos, pero era perfectamente identificado por mi lengua. Lo estimulé haciéndola temblar. Ella con sus manos acariciaba mis cabellos como intentando meterme más aun dentro de su sexo. Estaba loca, vibrante, gemía entrecortadamente. Llegó al punto de la desesperación.

-Ay, ya, ya por favor. Métemela. Quiero verga, No aguanto más.

Me encimé y parecía una succionadora su vagina. Una vez puse mi glande encima de su vulva, mi verga se resbaló en esa caverna de forma fácil. No tuve que hacer tanto esfuerzo con mis caderas. Se sentía muy caliente, más de lo que me esperaba. Había carne, mucha carne. Embestí con fuerza hasta penetrarla completamente. Los pelos de mi pubis se enredaron con los abundantes pelos de Gloria. Ver eso me daba tanto, pero tanto morbo. Mi boca se juntó accidentalmente con la de ella y un beso no buscado se sumó al acto sexual. Su aliento a cerveza aún persistía, pero se sentía agradable en ese beso desaforado que ahogaba gemidos. El plap plap plap de mis pelvis golpeando la suya, la lluvia copiosa cayendo en el tejado y dando toquecitos en los cristales de la ventana, el gemido breve y repetitivo de mi tía, mis exhalaciones entrecortadas en cada embestida, el crujido de esos tornillos vencidos de la cama, todo eso era una gran música sexual, El sonido de un morbo frenético. Su gruta era increíblemente caliente. Ambos sudábamos. Sus manos acariciaban mi pecho. Mis manos se agarraban de sus tetas jugosas. Su boca hacía gestos lujuriosos al gemir.

Sin afanes ella fue lentamente girando su cuerpo hasta quedar de medio lado. Yo sosteniendo su pierna con mi mano para facilitar mi continua penetración. La metía, la sacaba, la metía, la sacaba, la metía con fuerza para oír el golpeteo de pieles y su gemido mas intensificado, y la sacaba hasta solo dejar la punta del falo, le zampaba la verga con ahínco, morbo, ganas para ver como sus tetas se sacudían con la embestida. Nos divertía ese juego.

Cansada de tener su pierna alzada, se giró completamente boca abajo. Su cuerpo quedó entonces de espaldas a mi merced. Que culo más abultado y abundante tenía mi tía. Eran sus nalgas tan jugosas como sus tetas. Se acomodó con cierta torpeza en cuatro patas.

-Anda, dame verga.

A pesar de lo ya un poco agotado que me sentía de estar yo embistiendo en la misma pose, la visión de su culo me dio muchas más ganas de continuar. Abrió sus piernas, acomodé mi verga paseándola por la raja de su culo.

-No, por ahí no. No por el culo. No me gusta casi.

Respeté su consigna. Deslicé mi verga más hacia abajo hasta que encontré el hoyo vaginal. La penetré y un golpeteo con un sonido más nítido, más vulgar, más pornográfico se instaló en el ambiente. Mi tía parecía experimentar un morbo mayor en esa pose. Sus gemidos se hicieron aún más agudos, urgentes y repetitivos.

-Si, así, si, sigue, así, rico, duro, dame esa verga, así, hm, si hm, ay, jueputa que rico, que rica verga, hm sí, que rico se siente en mi chucha, ah, hm, hm.

No paró de gemir y hablar obscenidades. Eso la calentaba mucho. Éramos un par de morbosos haciendo crujir la cama al máximo, pero ella fue notando mi agotamiento.

-Ven, acuéstate tú. Yo quiero arriba.

Lo hice. Me acomodé boca arriba. ¡Uf, qué descanso! Ella completamente desnuda se subió con sigilo. Desde mi perspectiva se veía abundante, quizás más grande de lo que era en realidad. Su piel blanca sudada y carnosa le daba un aspecto tierno y salvaje a la vez. El calor de su vagina me quemó mi abdomen. Sentí su sobrepeso aplastarse deliciosamente en mi sexo. El calor de su cuca quemó mi falo que fue tragado por la vorágine de pelos negros tupidos. Mi tía comenzó un meneo sorprendentemente ágil, propio de una mujer acostumbrada a bailar y la fiesta. Culeaba con ganas. Me encantaba ver como sus tetas desparramadas se balanceaban groseramente y con libertad con cada meneo de sus caderas. Mi verga debía estar tocando zonas muy sensibles allá bien adentro de su sexo. Su temblor en el cuerpo era intenso y sus gemidos aumentaron de volumen, quizás audibles por cualquier persona que caminara por la calle y pasara no lejos de la ventana. Pero a esa hora y con lluvia, la privacidad en ese pueblo de quinta estaba garantizada.

Por momentos ella se inclinaba y yo podía ahogarme comiendo sus tetas, saboreando el sudor de sus aureolas y jugueteando a mordisquear sus rosados pezones. Mi verga quemante estaba completamente tomada en su raja húmeda. Los sudores se intensificaban. Hacía calor en esa pieza pequeña a pesar de que afuera la lluvia refrescaba la madrugada. El olor a sexo, a sudor, a culo sucio, a cerveza había viciado el aire poco renovado.

Su cuerpo se contrajo, su gemido subió de tonalidad. Yo no paraba de comerle las tetas y de sobar con mis manos su espalda y el culo grande.

-Ay jueputa, rico, me vine, me vine, me vine uf, hm, rico papi.

Yo casi al instante tampoco pude soportarlo más. Mis músculos se contrajeron al máximo y ni pregunté si estaba para ella llenarle su vagina de semen. No podía ser racional en esas circunstancias. El orgasmo era implacable e incontenible. Mis palpitaciones intensas crearon una corriente de goce que se paseaba por mi cuerpo. Mi leche inundaba a chorros hondo, bien hondo en su cuca mojada. Ella pudo darse cuenta. Todo era evidente, yo temblaba, ella al parecer sentía las contracciones de mi verga y el semen invasivo dentro de su cuerpo. Nos fuimos relajando poco a poco.

Ella desnuda, sentada encima de mí con sus piernas gruesas explayadas a lado y lado de mis caderas en su cama crujiente por un suave meneo finalizador. Ella cantando, sonriendo, gimiendo y a la vez meneando sus caderas hacia delante y hacia atrás restregando mi pene vencido y sucio por fuera de su rajita caliente.

Apenas si nos dio fuerza de ponernos la ropa. Yo volví a ponerme esa ridícula prenda femenina. Nos dimos un beso cual esposos acostumbrados. Pude cavilar por unos minutos aun sin digerir bien todo esto que me acaba de suceder con mi tía Gloria y no supe en qué momento me quedé por fin, profundamente dormido.

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