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Las fantasías de William (capítulo siete)

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Regresando al pueblo bajando de la guagua, me encontré con William que como de costumbre andaba de cacería en el parque.

- ¿Qué bolá ese culazo? - Fue su saludo, William siempre andaba con las ganas de singar.

Nos sentamos un rato a hablar, le conté un poco de las travesuras en la capital con Ramiro y con Roger. Sonrió dándome unas palmadas por el hombro como aprobando aquella tormenta, lo que más le gustó fue que Ramiro me había hecho mamarle la pinga al guarda del hotel.

- ¡Cojones, estoy orgulloso de lo que haces! Eres el mejor mariconazo que he tenido. - Me dijo eso mientras se manoseaba el pingón, era otra de las cosas de él, el constante manoseo de su pinga. - ¡Mira, tengo un cuadro apalabrado! ¡Vamos tú y yo!

Le dije que me diera un tiempo para llegar a la casa y que regresaría dentro de una hora. Por raro que pareciera me dijo que sí, que dentro de una hora no veíamos allí y que me preparara bien porque la singueta iba a ser buena como a mí me gustaba. Él sabía amenizar todo y por el mismo camino. A la hora y media estaba yo en el parque, William al parecer había ido a su casa porque se había cambiado de ropa. Cogimos rumbo a la salida del pueblo y antes de llegar a los palomares, así le decían a las casas prefabricadas porque eran feas y de verdad que parecían palomares. Tocó en la puerta de una casa, de esas antiguas con puerta enorme, y al rato la abrió Roly o Rolando, un bugarrón conocido en el pueblo que ya pasaba de los cincuenta y pico pero que se conservaba bien, excepto el pelo que se lo pintaba de negro y eso sí le quedaba fatal. Nunca había tenido nada con él, aunque sí habíamos intercambiado alguna que otra vez miradas lascivas pero nunca habíamos llegado a nada y al parecer había llegado el momento, eso fue lo que dijo cuando entramos y William nos presentó.

- ¡Pues llegó el momento de que yo te dé la entrada de pinga que te debo!- me dijo Rolando.

- ¡Coño, mariconazo, que todo el mundo quiere darte pinga!.- sonrió William mientras me daba una nalgada.

La casa de Rolando era grande y vivía solo, ya habían llegado dos que estaban en la cocina sentados con sus tragos de ron y fumando, El Nene y Héctor, a los dos ya los conocía de cuando estudiaba pero no sabía que estuvieran en el bando nuestro. Pasamos al último cuarto que era donde iba a ser la fiesta o mejor dicho la singueta. El centro lo ocupaba un potro de madera con la cubierta como acolchonada, había sillas, y mil cosas más. Empezamos a quitarnos la ropa, Rolando y William ya estaban con las pingas bien duras, la mía crecía igual. El Nene se nos unió desnudándose también. Rolando y William me llevaron hasta el potro haciendo que me acostara sobre él, las piernas quedaban en el suelo, empezaron a inmovilizarme atándome los brazos y las piernas. Me sentía algo raro desnudo, con las piernas abiertas y el culo al aire, me imaginaba que iba a pasar.

William trajo a Héctor frente a mi cara para que yo le chupara la pinga, larga y cabezona no tenía otra opción que abrir la boca y dejar que me singara. Lo hacía sin compasión muy a pesar de las arqueadas que hacía yo la saliva que me corría por el mentón. En eso sentí que alguien lamía mi culo, lo masajeaba con los dedos, con la lengua, al rato escuché a Rolando que decía que mi culo parecía un chocho. Me lubricó con saliva y empezó a meter su pinga, el muy hijo de puta tenía buena tranca y se abría paso en mi culo sin compasión hasta los cojones. Protesté porque me dolía, me sentía que iba a reventar, por suerte sacó su pinga y untó algo, mientras me decía "maricón, ahora si va a resbalar bien y vas a tener lo tuyo". Así mismo fue, sentí alivio cuando entró suave, como si se deslizara. Me singaba como si fuera una máquina y yo gozando, con la boca llena hasta la garganta de la pinga de Héctor, supuse que William y el Nene estarían enroscados en algún sitio, pero yo no los veía.

- ¡A ver, déjame, que quiero echarle el lechazo!

Era la voz de William que le pedía a Rolando que lo dejara penetrarme, el cambio fue rápido, y William me singó hasta que se vino. Al sacar su rabo para darle paso a Rolando, me dio una nalgada mientras me decía que ya tenía su leche dentro. Rolando no acababa, daba caña a todo, a fondo. Héctor, el muy cabrón, se vino en mi garganta agarrando con fuerza mi cabeza para que no me liberara, tuve que tragarme toda su leche, cuando sacó su pinga de mi boca y quise escupir el semen, pero me fue imposible.

Al fin escuché los ronquidos de Rolando que se venía, tras sus convulsiones y la manera con que se agarraba de mi cintura. Después estuvieron singándome El Nene y Héctor, lo supe porque hablaban y me decían cosas. Rolando se plantó delante de mí diciéndome que mirara cómo le había dejado la pinga. La tenía morcillona, oscura, y brillante del lubricante. A mí me corría el semen por las piernas, por suerte se vinieron los dos y me liberaron de esa posición. Casi que me costó trabajo erguirme, William me besó diciendo que me había portado bien, como lo que era. Estuvimos un rato bebiendo y charlando, cuando Rolando dijo que le tocaba a él, fue y se encorvó en el potro para que lo amarraran y pidió que le dieran caña por turno, pero que yo tenía que estar enfrente de él, al parecer William sabía qué hacer, trajo una silla y me indicó como ponerme. En fin, Rolando quería que se lo singaran mientras me mamaba el culo. Aquello me dio ánimos de nuevo, se me paró viendo cómo se singaban a aquel macho que me comía mi culo y decía groserías.

Cuando terminaron los tres me dejaron ver el culo rojo y abotonado de Rolando, William me dijo que me lo singara, aunque Rolando empezó a gritar que no, que no se dejaría singar por mí, pero no le hicimos caso y me lo singué, despacio y rápido, dándole nalgadas, escupiéndole, finalmente entró en el goce y pedía más. Me vine, me fui a limpiar al baño y allí se apareció Rolando que dándome una galletada por la cara, me hizo volverme y me metió la pinga. No hubo forcejeo porque todo estaba bien y ambos queríamos. De ahí, al rato salimos a la cama sin que se saliera de mí, nos tumbamos, esta vez fue más cariñoso. Al rato William dijo que se iba, también se fueron los otros dos y nos quedamos allí abrazados, unidos, él dentro de mí.

- Me gustas, maricón, de verdad que me gustas.

Me repetía Rolando al oído, como murmurando mientras con suavidad se movía metiendo su pinga. Me abrazaba con fuerza, parecía a veces temblar, otras se quedaba quieto sin siquiera respirar.

- ¡Cojones, bien me lo decía William, eres un tremendo mariconazo...! Se ve que te enseñó bien.

Bueno, quizá William me enseñó algo, quizá me ayudo a aceptarme tal y como era, pero mucho dependía de qué era lo que me gustaba y eso, antes de caer en manos de William ya lo sabía. Comenzaba así una relación con Rolando en la que él seguía teniendo esa buena parte aunque a veces me pedía que me lo singara. A la semana me dijo que haría una fiesta y que yo sería el culo para todos. Por mucho que le pregunté a quienes pensaba invitar, me dijo que no sabía que eso dependía a última hora de cada cual.

Cuando llegó el sábado fui a la hora acordada con Rolando, antes, porque los demás vendrían a las nueve. Estuve ayudando con las bebidas y cosas de picar. Ya cerca de las ocho menos veinte Rolando me dijo que me preparara, fui al baño, me puse un lavado, me limpié y salí desnudo directo al potro. Allí Rolando me coloco en el potro y me untó lidocaína para que tuviera bien engrasado el culo. Cuando estaba dándome masaje con el dedo, tocaron a la puerta. Mientras Rolando iba a abrir, me quedé solo allí, en aquella posición sintiendo el frescor de mi ano lleno de crema que se enfriaba y a la par que me hacía sentir el ligero ardor de la anestesia. Escuche pasos que se acercaban y voces, pero como estaba atado y con la cabeza contra la pared, no podía ver nada. Sentí que alguien toco con la mano mi culo, pero nada más hizo. Las voces se confundían, la música estaba alta. Escuchaba risas, la habitación llena de gente, Rolando me había puesto de una manera que me era imposible alzar la cabeza o volverla para ver, delante de mí la pared.

Sentí que alguien ponía su pinga en mi agujero y empezaba a abrirse paso, sentía como mis pliegues se dilataban, como mi culo se iba llenando de algo bien duro y grande porque me penetraba bien lento. Cuando sentí su pelvis y huevos en mis nalgas, sentí alivio porque había entrado. No sabía quién era, pero el tronco era a tener en cuenta. Así empezó aquella fiesta de sexo, ese supuesto desconocido me singó por mucho tiempo o quizá no fue mucho, pero me parecía que fue bastante tiempo. Alguien me puso delante su pinga y acto seguido abriendo mi boca con una de sus manos me hizo tragarla toda, otro se le unió, obligándome a tragar y chupar ambas por turno, ellos se besaban porque ese sonido si me llegaba. Otro ya había ocupado el lugar de quien me singó primero, lo hacía con fuerza, yo sentía placer pero como la anestesia hacía de lo suyo, podía aguantar, lo malo era que también anestesiaba la pinga y se demoraban más en venirse. Había perdido ya la cuenta porque cada vez que alguien sacaba su pinga otra ocupaba el lugar dejado, sentía que el semen me corría por los muslos. De los que pasaron por mi boca uno se vino en mi cara, alguno de los que me había singando me dio de mamar porque sentí el sabor de la crema anestésica y de semen. Otro más se vino en mi garganta, el muy listo me empujó la cabeza para impedir que expulsara su pinga.

Rolando me liberó diciendo que me había portado bien, me sentí aliviado aunque raro al incorporarme, con las piernas húmedas de semen. Olía a leche. Allí estaban William y Lázaro, el guajiro, después vi que estaba Gustavo, aquel trozo de negro que tuve como pareja un tiempo, vino y me besó, me dijo que ya echaba de menos mi culo. También vi en la otra habitación al Mandarria y a el Mulo, del baño salió Hugo, el policía y hermano de Lázaro. Me miró con cara seria, vino y me dio un beso.

- Tú sabes que me gustas mucho..., pero ya veo que eres muy puta para estar de pareja conmigo.

Lázaro se lo llevó para calmarlo. Rolando me sonreía, después me dijo que había sido idea de William reunir a todos mis maridos y singantes. Después nos fuimos a la sala, yo al baño a limpiarme. Ya cuando estaba en la ducha, entró Gustavo.

- ¿Quieres que te enjabone?

- Sí.

Le dije, entró y cerró, me dijo que ya Rolando había ocupado mi sitio en el potro y que pedía pinga como el mejor. Me comenzó a enjabonar, a acariciarme mientras me decía que seguía queriéndome, que todos cometíamos errores, que volviera con él. Sentía su sexo enorme en mis nalgas mientras me lavaba la espalda.

- ¿Quieres...? .- Me dijo poniendo la cabeza de su pinga entre mis nalgas. Le dije que sí y con todo el cuidado me la metió con suavidad.- ¡Si te duele me lo dices!

No me dolió, me sentía también que era imposible que cupiera el dolor en aquel momento. Alguien quiso entrar, era Lázaro que quería mear, Gustavo le abrió la puerta, meo y salió dejándonos singar. Fue todo un sexo pasional el que tuvimos en la ducha. Cuando salimos, todavía Rolando estaba allí en el potro recibiendo caña, Hugo se había ido, ese era otro que no podía soportar que yo no estuviera con él. La fiesta duro bastante, Lázaro después ocupó el potro, no sabía que le gustara, pero lo vi disfrutar la pinga del Mulo como el mejor. Gustavo y yo nos acostamos en un catre que había en uno de los cuartos, abrazados, él comiéndome a besos y caricias, repitiendo mil veces por qué lo había dejado. A media noche Rolando se nos paró delante invitándonos a la cama. Nos fuimos con él a la cama, en principio nos acostamos para dormir abrazados, tranquilos aunque en realidad eso era casi imposible primero por Gustavo a quien nunca se le caía la pinga. Rolando empezó a juguetear con el morrongón del negro, la tentación era mucha.

- ¡Coño, macho!, ¿cómo te puedes meter este trozo de pinga?- me preguntaba Rolando que intentaba tragarse aquel pingón.

Rolando terminó pidiendo a Gustavo que se lo singara, estaba como medio borracho, pero se puso bocabajo en la cama abriendo las nalgas. Pero agregó que quería que le ataran las manos, a Gustavo le gustó la idea, encontró una soga, le amarró las manos a la espalda y cogiendo el calzoncillo lo hizo una bola y se lo metió en la boca a modo de tapón.

- Esto es para que no grite al principio.- explicó Gustavo.

Yo me puse delante para verle la cara, me gustaba el muy cabrón porque tenía cara de macho y un bigote que lo hacía más lindo. Cuando Gustavo le clavó la pinga vi que se le desorbitaban los ojos, empezó a tratar de moverse, de zafarse, de gritar pero nada podía hacer. Se escuchaba un sonido sordo de su voz que era ahogada por el calzoncillo. Las venas del cuello se le querían salir y los ojos casi aguados, casi no creía que fuera tan serio, pero al parecer le costaba trabajo meterse aquel pingón. Claro que Gustavo le puso crema pero el muy cabrón le metió todo de un golpe, claro que el efecto era ese, a cualquiera hubiera hecho jadear o gritar. Al rato fue cuando Gustavo empezó a singar de verdad, metiendo y sacando, fue cuando me dijo que le podía quitar el calzoncillo de la boca.

- ¡Cojones, por poco me matas!... pero que rico… Sigue

Le estaba gustando, sabía que le gustaba que le dieran por culo, y estaba allí gozando. Después me pidió que le pusiera mis piernas abiertas para comerme el culo, así estuvimos un rato, Gustavo singando a Rolando y éste comiéndose mi ojete.

- ¡Ven ponte debajo pa meterte la pinga que quiero venirme!

Hice lo que Rolando quería, Gustavo lo alzó dando la oportunidad de que pudiera meterme su pinga y allí estuvimos un rato en el tren pero el que más gozaba era Rolando. Cuando se vino le dijo a Gustavo que se viniera ya.

- ¡Bien, pero la leche se la quiero dar a él! - dijo Gustavo refiriéndose a mí.

Así fue, me puse al lado, preparado, Gustavo empezó a darle pinga con mucha fuerza a Rolando y en el momento de venirse, sacó su pinga y me la metió. Sentí que se venía, sentí los latidos de su pinga mientras me llenaba de leche. Caímos muertos los tres.

- ¡Eres el mejor, ese culo vale oro!.- me dijo Rolando mientras me besaba y me acariciaba el ojete húmedo de semen.

Quise levantarme para ir al baño, pero me detuvo Gustavo.

- No, papi, no quédate con la leche de tus machos adentro, quédate bien preñado que pa eso te hemos dado leche.

Allí me quedé, a veces se me salía algo de semen y uno de ellos pues con sus dedos me lo volvía a meter o me lo restregaba por el cuerpo. Dormimos abrazados, felices y satisfechos los tres.

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