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Lo que sí pasó el día de mi boda

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Al día siguiente que publiqué “El día de mi boda”, aparecieron los siguientes comentarios:

Ber: –¿No te parece sumamente raro que lo hayas olvidado y, de repente, salte ese recuerdo? Una explicación es que se trate de un recuerdo inventado, o, quizá, algo más obscuro...

Ishtar: –¿De verdad podrá olvidarse algo tan importante? Mira que estar a punto de coger con otro, minutos antes de tu boda, y olvidarlo... ¡No es para creerse!

Mar: –¡No!, hubo algo más donde tú misma te ocultaste esa acción. ¿Estás segura de que no cogiste con Roberto ese día? A ver, trata de recordar lo que has soñado desde el día en que leíste "Una boda y un secreto familiar" y cuéntaselo a un analista. Seguramente te llevarás una sorpresa.

Agradezco a mis amigos, lectores y autores de relatos, con los cuales llevo varios años intercambiando opiniones sobre nuestros escritos, es decir, nuestras vivencias, pues cuando se trata de fantasías lo aclaran desde las primeras líneas para que no lo entendamos de otra manera. No niego que en ocasiones yo les he respondido de manera algo grosera por sentir que me ofenden (sean ofensas ciertas o no) y ellos siempre han sido muy prudentes y no me responden airados como yo, quizá en consideración a mi edad, muy mayor que la de ellos.

Sin embargo, en esta ocasión, esos tres comentarios me estaban diciendo que algo estaba mal o incompleto en mí, y la más perspicaz y directa fue la opinión de Mar, aunada a una sugerencia. Quedé pensando: “¿Por qué lo olvidaría? ¿Qué estaré encubriéndome ante mí?” Traté de seguir su consejo, pero respecto a los sueños desde ese día de la lectura no recordé nada extraño, sin embargo, el esfuerzo tuvo frutos. Me cogió mi marido rico y se durmió. Aunque yo también tuve orgasmos, me quedé con ganas, pero no me dormí y me puse a acariciar mi pepa mientras pensaba y recordaba lo que disfruté en el festejo de mis “Bodas de oro”, una a una las diversas penetraciones que tuve y en tanto amor me dieron mis machos. Cuando, dos horas después ya me estaba durmiendo y empecé a pensar en lo que hubiese hecho si Roberto aún viviera, ¿qué habríamos hecho él y yo en el festejo?, me llegaron otros recuerdos, escuché su voz decirme “Lo mismo que cuando te casaste, puTita”.

Y me vino otra epifanía… ¡Oh, no! Ya recuerdo mejor: ¡Sí hubo penetración! Tuve que cambiarme la falda porque quedó completamente arrugada al colgarme del cuello de Roberto y aprisionarlo con mis piernas. Él descargó una gran cantidad de semen. La falda quedó manchada de semen, igual que mis pantaletas. ¡Incluso un último chorro sobre la falda cuando bajé mis piernas de golpe al escuchar a mi hermana Helen llamándome! Recuerdo que en el cambio de pantaletas me coloqué una toalla sanitaria, para que absorbiera lo que me hubiese podido escurrir. También recuerdo que esa noche lavé la falda y las pantaletas para que no quedasen pruebas. ¡Quise gritarle a Saúl para que despertara y contarle lo que me había ocurrido! Pero me puse a llorar en silencio una hora más, recordando los detalles de aquella noche de mi boda. Dormí con una certeza: Tengo que contárselo a Saúl, aunque él me repudie…

En la mañana siguiente, cuando Saúl estaba tomando su propio atole y con sus manos estiradas apretando mi pecho, me desperté y grité “¡Qué!” Saúl se incorporó y me dijo “Soy yo, mi Nena, estás hermosa y sabes muy rico…”, pero me vio los ojos muy irritados y los párpados hinchados por haber llorado tanto. “¿Qué te pasa, Nena? ¿Lloraste? ¿Te traté mal anoche y no me di cuenta?”, preguntó.

No hubo más, y le conté lo que me pasó, le dije que más de medio siglo después había recordado algo que pasó el día que nos casamos, después de leer un relato. También le dije que lo había publicado en el foro y las preguntas que los amigos me hicieron el día de ayer en los comentarios. Saúl me veía escudriñando cada gesto que hacía. Cuando terminé de contarle, me abracé a él y le pedí perdón por no habérselo contado antes. Yo esperaba un regaño, una reacción de ira o, al menos, de enojo. Pero no… No fue así. Tomó su celular y estuvo atento a él un rato. Después lo dejó a un lado, sosteniéndolo despreocupadamente con una mano (después supe que fue en modo de grabación).

Lo primero que hizo fue preguntarme con voz calmada sobre lo que había soñado cuatro días antes y le conté lo poco que recordaba de mis inconexos sueños.

“Ya entiendo”, me dijo calmadamente. No debes preocuparte. La razón por la que olvidaste la fornicación de ese día no se debió a que te hubiese sido desagradable, sino todo lo contrario, quizá sólo lo intempestivo de la culminación que no les resultó completamente satisfactoria. Sin embargo, tu temor principal fue que hubieras quedado embarazada. Además, se unieron otras agravantes causadas por mi deseo de tener un hijo y mi necedad de embarazarte en cuanto nos casáramos.

“¡Dios mío! ¡Perdóname, Saúl, no pude ser la madre de tu anhelado hijo!”, exclamé y me solté llorando inconsoladamente otra vez. Saúl, con tranquilidad, tomó su teléfono y se fue a la cocina para hacer el desayuno.

Una hora después, yo seguía lamentándome. Mi esposo llegó con una charola de cama, ofreciéndome un desayuno apetecible. Me incorporé entre sollozos y me empezó a dar de comer en la boca. Me parecieron sumamente extraños sus mimos y su calma. “¿No estás enojado?”, le pregunté.

–Vamos por partes, mi Nena. Lo más importante para ambos es que mi hijo sí es mío, y no sólo en el papel, como mi hija. Sí, sería triste que Roberto fuese el padre biológico de ambos, pero no es así –dijo ofreciéndome el vaso de jugo.

Sólo como aclaración, en mi primer relato de la saga “Ninfomanía e infidelidad”, trato mi tercer embarazo, producto de mi relación con mi amante. Aquí, en “El día de mi boda” estoy refiriéndome al segundo embarazo, ya que en el primero me hice un legrado.

–¿Por qué estás tan seguro? –pregunté extrañada, pero consciente de que su respuesta tenía que ser cierta.

–Sí, seguramente hiciste cuentas desde tu última regla, que recuerdo fue una semana posterior al coito con Roberto y nuestra boda por la iglesia fue días después. Los días transcurridos desde entonces al nacimiento de mi hijo, caerían dentro de las posibilidades, aunque estirando mucho las cuentas, tomándolo como un embarazo muy prolongado y suponiendo que se trató de una regla suspendida por que el endometrio no se vació ya que estabas preñada, como fue en el caso de tu hija. Pero esta vez el sangrado sí te duró cinco días, yo sí lo recuerdo.

Me empecé a tranquilizar, aunque me pareció cruel que se expresara como “mi hijo” y “tu hija”.

–Aun así, tú aceptas que existe la posibilidad… –insistí.

–Sí, bajo los supuestos extremos que señalé, pero basta ver las fotos actuales de mi hijo, las mías y las de mi madre para darse cuenta que es mi hijo –dijo y me mostró las fotos de todos: ¡El mismo rostro, ojos, nariz y boca!

–¿Por eso estuviste tan tranquilo? ¿No estarías mejor si haces un análisis de ADN? –pregunté retándolo.

–¡Ja, ja, ja…! ¿Para qué? Mi hijo cincuentón es una versión mejorada de mí. Tú y yo los hemos disfrutado, a él y a su hermana, y ahora hacemos lo mismo con las nietas. Si tampoco fuese mío, ni a quién reclamarle, Roberto está muerto. ¡Ja, ja, ja…!

Su risa me molestó, pues lo tomé como una burla hacia mi finado amante.

–¡Claro que me preocupé!, Nena, ¡pero fue por ti! –dijo y pasó a explicarme qué me había ocurrido.

“Busqué tu relato publicado, lo leí, así como los comentarios y entendí la situación en la que te encontrabas. Te pedí que me contaras lo que soñaste a partir de ese día y pude rescatar la razón de tu angustia.

Mientras descansabas, yo preparaba el desayuno y volví a escuchar lo que dijiste, pues lo grabé. Al soñar que le dabas una teta a mi hijo y la otra a Roberto, y luego se las intercambiabas provocando que mi hijo muriera de covid-19, te hacía verte, a ti misma, como asesina (Roberto murió en 2021 durante la pandemia). En el sueño querías castigar la osadía de Roberto, matando al bebé que tú considerabas el producto de eso. Entiende, él no te embarazó esa vez, yo lo sé.”

“También en tus sueños siguientes, hablaste de que dormimos en un hotel muy viejo y derruido, que uno de los baños comenzó a inundarse con aguas pestilentes que provenían de otra habitación donde Roberto y tú estaban haciendo el amor, lo recordaste en alusión a cuando él sí te embarazó. Cuando mi hijo entró al baño, quiso prender la luz, pero afortunadamente llegamos Sheny, la esposa de Roberto, y yo y se lo impedimos pues se hubiese electrocutado. Otro intento más de castigo, pero fue impedido, o mejor dicho, atenuado con nuestra presencia, ya que piensas que Sheny y yo cogíamos mientras ustedes lo hacían.”

–¿Y no es cierto que así lo han hecho cuando nos han dejado solos para hacer el amor? –pregunté inquisitiva, pues Sheny aceptó que Roberto me siguiera viendo, para casarse con Carlos.

–¡Eso es otro asunto! Ahorita estamos examinando tu trauma –contestó Saúl, secamente y molesto.

–¿Soliveg es hija tuya? –le pregunté, dejando ver una duda que siempre me ha carcomido con relación a esa hija de Roberto.

–¿Qué…! Mejor allí dejamos esto, al parecer ya no te causará más problemas el asunto que te metió en problemas – dijo y se llevó los trastes vacíos del desayuno.

Más tarde me explicó por qué yo había soñado lo del viejo hotel, que era una pensión de mi tía, y también tía de Roberto, en la cual después ella utilizó para colocar las primeras máquinas tejedoras y fabricar telas de terlenka, muy de moda entonces, o suéteres, calcetines y otras prendas tejidas. Eso fue posterior a cuando Roberto y yo varias veces nos escondimos en alguna de las habitaciones para hacer el amor.

Respecto a la pensión, se fueron derruyendo zonas para construir algo propio para la fábrica, que mucho tiempo después le compró Sheny a mi tía. “Bueno, está mejor, la pasaré viajando por el mundo con mi esposo lo que resta de nuestros días. Yo pensaba heredarla a Roberto y a su hermano, pero salió mejor”, dijo mi tía al terminar la operación mercantil. Roberto multiplicó las entradas que Sheny esperaba, pero acabó el amor y se divorciaron hace unos años.

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