Stella estaba terminado de platicarme lo que conté en mi relato anterior (dejo el link al final de este relato) cuando llegó el mesero del restaurante donde la invité a cenar.
–Discúlpenos, ya vamos a cerrar esta zona de restaurante porque no tenemos licencia de horario. Pueden continuar su charla en la zona del bar, ahí cerramos más tarde –dijo extendiéndome la cuenta.
Pagué y le pregunté a Stella si quería ir al bar. Ella aceptó con un gesto afirmativo.
–Sí, Cornelio recogió a mis hijos en la mañana y hasta el domingo en la noche los regresa. ¡Hay tiempo para todo!
–¿No tienes que verte con alguien para darle las delicias gastronómicas que hiciste con tu exmarido?
–¡Ja, ja, ja! No, ya lo voy a cortar como macho de planta –me dijo y se apoltronó en uno de los sillones del bar.
–¿Por qué? –pregunté extrañado– Pensé que te entendías muy bien con él.
–Porque es un macho tóxico. Ya sacó las garras: se enojó porque le dije que este fin de semana yo saldría con un amigo y ¡me lo prohibió! ¡Pinche pendejo!, cree que porque coge divino ya es mi “dueño” ¡Está jodido! –me decía con un semblante que denotaba mucha ira, el cual suavizó y cambió a una cara coqueta y una sonrisa que acompañó extendiendo su mano bajo la mesa y acariciar mi pene por encima del pantalón para terminar la explicación–: vergas sobran…
Movió su palma dándome masaje en el miembro que pronto se endureció. Le correspondí la sonrisa y pasé el dorso de mi mano sobre el brazo, acariciándola. Pedimos unas bebidas, que surtieron de inmediato y reanudé la plática que habíamos suspendido en el restaurante.
–Bueno, de lo que me contabas de ustedes, cuando Cornelio llevó a tus hijos, ¿lo convenciste de quedarse esa noche a dormir contigo?
–Sí, aunque no lo creas, nos amamos y deseamos mucho, pero no se me da la idea de ser propiedad de un solo hombre. Mi cama aún tenía el humor y los vellos del encuentro porque mi macho me dejó bien servida y me quedé dormida; cuando llegaron los niños sólo me puse una bata encima. Cambié a los hijos, Cornelio les contó un cuento dejándolos dormidos y lo esperé en el comedor con unos bocadillos que preparé pues yo sí tenía hambre. Le ofrecí, pero él declinó aduciendo que ya habían cenado. “Entonces acompáñame con esto” le dije extendiéndole una botella de vino y el sacacorchos. Él miró la etiqueta y sonrió pues con ese vino nos emborrachamos cuando me embarazó. El mensaje fue comprendido a cabalidad: de muy buen talante, abrió la botella, sirvió las copas y se sentó tomando uno de los bocadillos. Tomó la copa y dijo “Salud, chichona hermosa”. Choqué mi copa con la de él al tiempo que me desaté los botones de la bata y la deslicé por mi espalda dejando ver mis senos. “Terminemos de comer” dijo y volteando a ver la cama revuelta, porque la puerta de mi recámara estaba abierta, “A ver si logramos llegar allá sin traspiés después de acabarnos el vino”, dijo antes de darle varios tragos a la copa y la volvió a llenar. “¿Y tú…?” dijo acercándose para servirme más, urgiéndome a que me tomara el contenido. Cosa que hice mientras él me acariciaba los pezones. Me llenó otra vez la copa y seguimos comiendo los bocadillos hasta que se terminaron y nos fuimos al sofá con nuestras copas. Como yo dejé la bata sobre la silla ya estaba en pelotas, así que le empecé a quitar la suya dándole besos y lamidas en la piel y cuando lo tuve desnudo, metí uno de los pezones en mi vino y se lo ofrecí remembrando aquella noche del embarazo. Él mojó su pene en vino y continuamos la remembranza bebiendo el vino desde nuestra piel hasta que la botella se agotó.
–¡Waw, qué descriptiva! –exclamé tomándole la mano dándole un beso en la muñeca y pasando el otro brazo por su espalda.
–Sí, se nota que lo cuento bien –me dijo volviendo a apretar repetidamente mi herramienta y continuó su relato–. Me tomó de los brazos y los extendió hacia arriba para oler y lamer mis axilas. Imagina cómo olía después de no bañarme y con tanto ejercicio hecho en la cama, en el comedor y en la sala, con mi macho colocándome en todas las posiciones que quiso y el sudor de tanto movimiento frenético en cada vez, ya fuera sobre la mesa el sillón y el colchón. Le gusta olerme y se excita mucho cuando se concentra en la piel el olor que provoca la fornicación. “¡Hueles a puta muy cogida, mi amor!” dijo cuando me cargó para llevarme a la cama, donde sólo hizo las cobijas a un lado para dejarme caer sobre el colchón salpicado de los pelos que el fragor nos arrancó a mi macho y a mí. Continuó con la tarea que había iniciado con el vino y la lengua, metió su cara entre mis piernas y me limpió las ingles. Su lengua subió y succionó labios interiores y clítoris provocando mi entusiasmo por hacer lo mismo y se lo supliqué “Yo también quiero mamarte, acomódate bien”. Sin despegar los labios de mi sexo, se acomodó en un 69 que, de vez en cuando suspendía para señalar “Te cogieron mucho, Stella puta, ¡estás riquísima!” y volvía su lengua a provocar más orgasmos en el viaje delicioso desde el interior de mi raja, luego el periné para llegar a mi esfínter donde metía la punta de su ápice lingual. ¡Yo también estaba desatada! mi lengua recorría el tronco, los huevos que en cada viaje succionaba por turnos, me esmeré chupando el glande antes de meterme su falo hasta sentirlo en la garganta donde me soltó un generoso chorro de semen que al sentirlo hice la cabeza hacia atrás para que el siguiente trallazo inundara mi boca y pudiera saborearlo, Después de eso, quedo yerto, lo cual aproveché para acomodarme sobre él y compartirle mi buche de semen en un beso que disfrutamos. Después de descansar, con besos lo volvía excitar y me lo metió, yo cabalgué un poco hasta sentir un tercer escurrimiento de su amor líquido. y dormimos empiernados. Al día siguiente, me desperté sintiendo su lengua en el interior de mi vagina mientras que sus manos amasaban mis tetas. Lo dejé que saboreara el fermento del atole, que concluyó con el saludo mañanero de un beso a ocho labios que concluyó con un “Te amo” simultáneo a nuestra sincrónica venida matutina.
–¡Uf, qué aguante tienen! Si se aman tanto, ¿por qué no regresan?
–Porque también me gusta coger con otros y eso no se ve bien en una esposa –explicó poniendo una cara de resignación.
–Pues, al menos tienes variedad en la diversión. Así que preparaste también el atole para tu macho, tal como se lo habías prometido –dije para motivarla a que continuara con la secuencia narrativa.
–Sí. Nos levantamos, lo metí al baño y me fui a despertar a los hijos para que se lavaran y peinaran en el otro baño. Mientras ellos se vestían yo hice el desayuno. Cuando Cornelio salió de la recámara, las caritas de mis hijos se alegraron “¡Papi, buenos días! ¿Tú nos vas a llevar a la escuela?”, le preguntaron y él contestó afirmativamente con una gran sonrisa de felicidad. Al terminar el desayuno, todos nos fuimos a lavar los dientes. Con el tiempo muy limitado, salieron de prisa rumbo a la escuela, que está relativamente cerca. Al regresar, sólo tocó la puerta para despedirse. “Adiós, y muchas gracias” dijo y yo contesté “Al contrario, gracias a ti”, pensando en su donación de esperma y nos dimos un beso. No pasó mucho tiempo cuando llegó mi macho, quien después de besarme preguntó “¿Tu ex durmió aquí?” “Sí”, fue toda mi respuesta acompañada del abrir de mi bata para que disfrutara del olor de mi pelambre. Al igual que Cornelio, me tumbó en la cama y se puso a chuparme frenéticamente, deglutiendo el sabor que traía acompañado del flujo que me brotaba de los orgasmos que me daba su lengua…
–¡Sí que les gusta el atole a los dos! –dije con admiración.
–No sólo a ellos, todas mis parejas han probado el de Cornelio y él también el de ellos, además, de vez en cuando saborean el de otro, no sé si reconozcan que no es el de mi exmarido, pero también les gusta –precisó con un aire de satisfacción y en eso llegaron los mariachis al bar–. Vámonos ya, porque el ruido no es bueno para la plática y las canciones “tiranas” me molestan poniéndome triste–. Dijo haciéndole una señal al mesero para que nos trajera la cuenta.
–Bien, te llevaré a tu casa –dije al pagar.
–No, mejor vamos a la tuya, si no te molesta y tienes alguna botella para continuar la peda –me suplicó y yo acepté con un gesto afirmativo.
–¿Por qué dices canciones “tiranas”? –le pregunté ya en el auto.
–No lo digo yo, así les dicen a las canciones de desamor. Supongo que eso lo sacaron de la canción Corazoncito tirano – y me ponen triste porque me dan celos al acordarme de Cornelio y otros–. Es más, cuando ya estemos muy borrachos me pones una de esas para que llore a gusto en tus brazos. Creo que tú sabes más de mí, después de tu amigo Cornelio, que cualquiera otra persona, por eso me sentiré a gusto llorándolo –dijo recargándose en mi hombro y limpiándose una pequeña lágrima y yo recordé que siempre hicimos buenas migas desde que nos conocimos cuando ella y Cornelio eran novios.
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