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Memorias de África (XI)

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Amaneció un nuevo día y los rayos del sol se volvían a colar entre las ramas que formaban las paredes de mi cabaña.  Después del desayuno y del lavado diario, salí a caminar por el poblado. Los hombres se preparaban para salir de pesca. Esta vez, cosa rara, Samsung parecía que les acompañaba. Yo pensaba que los altos dignatarios de estas tribus no se plegaban a tareas tan mundanas. Mi “amigo”, el atrevido veinteañero, también iba, así como algunas mujeres. Lila salió de una cabaña con una especie de cesta en su mano, y cogiéndome de la mano me llevó hasta el grupo; era evidente que quería que los acompañara. El camino se me volvió a hacer largo y además pesado, pues las lluvias de los días anteriores habían dejado la selva bastante embarrada. Al menos el día acompañaba y cuando llegamos a nuestro resort playero particular, estaba empapada en sudor. Me quité el taparrabo y me acerqué a la orilla a refrescarme. Las chicas me imitaron (al menos para aquellas chicas yo era una “influencer” que se llama ahora), mientras los hombres se dedicaron a buscar zonas para pescar. Hacía un día radiante y después del baño fui a tumbarme debajo de un árbol, a la sombra. Lila vino con un montón de hojas de platanera e hizo una especie manto que nos separaba de la arena. ”Mira tú, qué detalle”, pensé. Al parecer habían aprendido que en la playa se estaba mejor sin el cuerpo lleno de arena. Quién no habrá oído en su vida aquello de “no echas en falta las cosas hasta que no las tienes”, pues en todo el tiempo que llevaba con aquella gente había podido darme cuenta que esa frase es tan cierta como rotunda. Menos mal que estos salvajes tienen inventiva. Unas hojas de palmera, algo de hierba, unas hojas de platanera, y ya estuvo hecho una especie de echadero bastante amplio, mullido y a la sombra. Me entretuve viendo a los hombres caminar por las rocas cogiendo marisco o metidos en el agua con sus cañas afiladas, intentando ensartar los peces. Mi “amigo veinteañero” y mi semental entre ellos. Aifon salió de la espesura con un cuenco, una especie de coco vacío y un líquido viscoso en su interior. Metí el dedo índice y frotándolo luego contra el pulgar, noté que era viscoso, una especie de aceite con un olor a césped recién cortado. Intenté dormir un poco, pero los cuchicheos y las risas de las chicas no me dejaron, así que opté por levantarme e irme a sentar a la orilla. Aifon se acercó a mí y empezó a hablarme en su extraño idioma. No sé si me estaba consolando al verme abatida, no sé si me estaba recitando algún poema de alguno de sus ancestros o qué se yo, lo cierto es que le puse la mano abierta en la mejilla y le acaricié. Enseguida volvió la sonrisa a su boca, se levantó y se fue. Me di un baño y volví a nuestra área de descanso. Los hombres ya habían vuelto con sus capturas; ese día fue bueno. Samsung se tendió boca arriba junto a mí y las chicas, como en una especie de gesto de respeto, se apartaron formando un corro. Samsung estaba hermoso aquella mañana y las gotas de agua resbalaban por su cuerpo. Una de las chicas se acercó y cogió su verga. Samsung parecía relajado y la chica me miraba de forma pícara mientras le masturbaba. Aifon se colocó junto a mí y con sus manos me acariciaba los muslos y las caderas. Poco a poco fui mojando mi sexo, y Aifon no pudo reprimir tocarme para asegurarse de ello. Me levanté y puse a Lila de rodillas sobre la cara de Samsung, y acto seguido me senté sobre mi semental cara a cara con Lila. Mientras Samsung hurgaba con su lengua en el sexo de Lila, yo la cogí la cara y la besé lentamente. Podía sentir la enorme verga de Samsung pidiendo entrar en mí, la sentía moverse como si tuviera vida propia rozando mis nalgas. Me deslicé un poco y abriendo mis muslos, cogí el miembro y lo guie hasta mi sexo. Rocé el glande por los labios de mi vagina y cuando me pareció bien, lo introduje en mi sexo. Sentí como ese guerrero de ébano entraba hasta mis entrañas y me volvía a llenar. No pude reprimir un gemido de placer y cogiendo los brazos de Lila, puse sus manos sobre mis hombros. Ese movimiento hizo que se inclinara hacia adelante con lo que su sexo quedó mejor expuesto a la boca de Samsung, que con sus dos manos separó las nalgas de Lila y exploró con su lengua el ano de la muchacha. Con su cabeza entre los muslos abiertos de par en par, lamía el sexo de Lila hurgándola con lentas y profundas pasadas. Su lengua entraba poco a poco y la sondeaba con una insistencia exquisita. Bailé lentamente con aquella verga dentro de mí, y Samsung me ayudó a disfrutar con suaves movimientos de sus caderas arriba y abajo. Sin darme cuenta y aprovechando que en esas situaciones una se olvida de lo que pasa a su alrededor, Aifon se puso detrás de mí y me untó las nalgas y el ano con aquél líquido viscoso que había traído antes. Uno de los hombres que estaba por allí, se decidió a participar de la fiesta y se había acercado. Aifon con la mano empapada me masajeó el ano y metiendo los dedos entre el cuerpo de Samsung y mío, llegó hasta mi clítoris, que lo masajeaba cada vez que con los movimientos de nuestros cuerpos coincidían y se separaban. Una vez lubricada, el otro hombre se situó detrás de mí y en la posición que más les gustaba a aquellos salvajes, en cuclillas, ensartó su polla en mi ano. Agarrándose a mis caderas con tal fuerza, que no me pude mover con soltura, por lo que me quedé quieta para que fueran él y Samsumg los que con sus vaivenes me follaran y me dieran placer. Necesitaba respirar y jadear, pero cada vez que Lila podía, acercaba su cara a la mía y me besaba, de forma tosca, pero un beso, al fin y al cabo. Aifon que parecía no darse por vencida y quería participar de todo aquello, se puso detrás de Lila y le masajeó los pechos. La suerte que tienen aquellos indígenas como ya dije antes, es que las erecciones les duran bastante, por lo que a veces no se preocupan de correrse antes de lo necesario para nosotras. Así que mientras tenía un orgasmo intenso y gozaba como una leona, ambos sacaron sus pollas de mí y me inundaron a ráfagas con su semen, alcanzado incluso a Lila.

-No sé qué tienes hijo de puta, pero por tu culpa voy a acabar mal -le dije en la cara.

Cogí de la mano a Samsung y lo llevé frente a Lila, que seguía boca arriba. Lo puse de rodillas frente a ella. Cogiéndola por las caderas la elevó lo justo para situar su pene todavía derecho, frente a la vagina de Lila. ”Fóllatela”, le dije con la mirada, y pareció entenderme. La penetró con fuerza mientras Lila gritaba y se revolvía de placer. Era increíble el aguante de esta gente. Me puse de rodillas sobre Lila con mi vagina sobre su boca y al instante sentí el roce de su lengua en mi raja. Estábamos entregados sin ningún pudor a un sexo desenfrenado. Aifon estaba sobre uno de los hombres haciendo un 69. Una visión que me pareció de lo más excitante. Lila me arrancó el enésimo orgasmo al mismo tiempo que Samsung volvía a derramar su semen sobre ella entre gemidos y gritos. Me gustaba aquello, me gustaba ese sexo alocado y desinhibido, pero también salvaje. Tenía ganas de sentir a mi semental dentro de mi otra vez. Después de un descanso, y baño para refrescarnos, me volvió el calentón. Desde que estaba allí me había vuelto una depravada. Le indiqué a Samsung que se tumbara boca arriba. Flexionando las piernas puse mi culo a disposición de su polla que no tardó en ponerse de nuevo dura. En lugar de ponerme frente a él, le di la espalda y una vez que logró ensartarme, recosté mi espalda sobre su pecho. Me sentí poderosa y dominante. Era yo la que organizaba y mandaba. Eran mis caderas las que subiendo y bajando conseguían que ese pene de ébano entrara en mi culo y lo llenara por completo. Tenía la boca seca, no dejaba de jadear de placer. Levanté la cabeza para ver qué pasaba a mi alrededor, y el resto del grupo estaba entregado a la misma tarea, follar. Le hice una seña a Aifon para que se acercara y metiera su cabeza entre mis piernas. Obedeció encantada y me comió el sexo. Tenía la polla musculosa y dura de Samsung en mi culo, y la boca y la lengua de Aifon lamiendo mi vagina, los labios, y mordisqueando mi clítoris. Lo dicho, me sentía enorme. Sentí de nuevo el semen caliente de Samsung dentro de mí, cómo el cuerpo de mi semental se estremecía y se tensaba debajo de mí, y como un orgasmo electrizante me llenaba y me recorría el cuerpo desde mi sexo hasta la cabeza. Estaba inundada y el efecto lubricante del semen y el aceite, hacía que la verga de Samsung pudiera seguir entrando y saliendo, ahora más despacio. No tenía fuerzas, estaba débil y ni los brazos ni las piernas me permitían seguir en aquella postura. Me dejé caer de espalda y me apoyé por completo en mi hombre. Con maestría llevó sus manos hasta mis muslos y levantó mis piernas, dejándole más margen de maniobra, y de paso, exponiendo más mi vagina. Noté como el pene de mi hombre iba creciendo y volviéndose más duro dentro de mí, no tenía intención de parar. Flexionando las piernas, se ayudó para volver a bombear y arremeter. Yo estaba flácida, no tenía fuerzas. Estaba completamente recostada sobre su pecho y sentía el bamboleo de mis pechos con cada bombeo de Samsung. Más gritos, más jadeos, más placer. Uno de los hombres se acercó y situándose frente a mí, ensartó su polla en mi vagina. Las arremetidas de ambos hombres no estaban coordinadas, pero si en algún instante lo conseguían, el placer era infinito al sentir dos miembros meterse en mí con esa intensidad. La sensación de ingravidez por el cansancio y el hecho de no poderme mover, hacía el placer más intenso. Nos corrimos a la vez. Esta vez no hubo tanto semen, pero acabé igualmente mojada e inundada. Tenía el corazón a mil por hora, y por supuesto ni fuerzas para levantarme. Cuando pude ver al resto del grupo, estaban todos igual. No pude ver como follaban a Lila, o cómo Aifon se corría de alguna manera, estuve totalmente entregada a lo mío, pero intuyo que debió ser igualmente placentero y extenuante, porque estaban jadeando boca arriba. Cuando los hombres lo creyeron oportuno, recogimos todo y regresamos al poblado. Que poco me imaginaba yo que iba a ser la última vez que tomaría aquél camino y vería por última aquella playa.

Llevábamos un tiempo caminando, cuando de repente los hombres que iban al principio del grupo se pararon. Se agacharon y nos obligaron a las mujeres a hacer lo mismo. a lo lejos entre unas ramas pude ver a un grupo de hombres. Iban vestidos y con mochilas, y hablaban en perfecto inglés. El corazón me dio un salto y justo cuando me iba a poner de pie para gritarles que estaba allí, unos brazos me sujetaron con una fuerza inusitada, al mismo tiempo que una mano me tapó la boca. Esperamos agachados hasta que pasó un largo rato. Cuando comprobaron que no había peligro, corrieron llevándome a rastras.

Aquella noche casi no dormí, había visto gente normal por aquellas tierras, ¿me estarían buscando?, ¿sería el equipo de producción del National Geografic buscando exteriores?, lo que quiera que fuese me quitó el sueño y me despertó el deseo dormido de irme de allí. Al día siguiente los hombres estaban nerviosos, el poblado entero sabía que hombres extraños estaban por allí. Se me pasó por la cabeza la estúpida idea de que si nos volvíamos a encontrar, no era plan de que me vieran con un taparrabo, por lo que ese día, como si fuera un presentimiento, me vestí con mis gastadas ropas. Como intentando acelerar un posible encuentro con aquella gente, acompañé a las chicas al riachuelo a buscar agua. Si aquellos hombres habían visto algún programa “El Último Superviviente” de Bear Grills, merodearían por el río para tener agua cerca. Me coloqué en el sitio más despejado a posta, quería ser vista y que me sacaran de allí, pero por desgracia para mí no fue así. Las chicas volvieron antes de lo que acostumbraban supongo que advertidas por los hombres de la tribu. Lo volví a intentar el día después con igual suerte, hasta que el tercer día en el silencio de la selva sí que pude oír voces. Sin que las chicas se dieran cuenta, me fui separando del grupo hasta que encontré un sitio donde esconderme. A voces las mujeres me llamaron cuando se dieron cuenta de que no estaba y como las voces del grupo de extranjeros se acercaban, decidieron salir corriendo con sus calabazas llenas de agua. Me levanté despacio para mirar entre las plantas y pude ver un grupo de unos diez hombres, entre ellos tres blancos. Aunque me costó por el tiempo que había pasado, reconocí a Fredi, mi conductor, mi guía, y en aquel momento hasta mi salvador. Sin pensarlo, salí corriendo, ni atrás miré. Adiós Samsung, “amigo” veinteañero, Aifon, Lila y todos vosotros.

He escrito todo esto en Las Palmas, en el salón de mi pisito de soltera. Al parecer estuve casi un año con aquellos indígenas. Quiero pasar desapercibida. A mi llegada a Las Palmas sólo quise ver a mi familia, me horroriza el morbo que levantan los medios de comunicación. Algunas noches recuerdo mi vida en aquel poblado, y pienso qué habrán hecho hoy Lila o Aifon, pienso si Samsung se habrá recuperado de la pérdida de su juguete, o tal vez no, vete a saber.

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