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Mi mejor amiga se convirtió en mi amante (Parte I)

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María y yo nos conocimos desde el primer año en la universidad. Ella es de 1.65 m aproximadamente, cabello negro y lacio, unos labios bonitos y delicados, tez clara y un trasero bien proporcionado. Sus senos medianamente generosos, su complexión delgada define sensualmente su cintura, brazos y piernas. Una chica muy risueña, amigable, de buenos sentimientos, apasionada y sensible. Muy sentimental en cuestiones del amor.

Llevamos poco más de dos años de conocernos. Charlamos constantemente, nos hicimos confidentes. Nuestra comunicación es de lo más abierta, madura y sin tapujos. En más de una ocasión hablábamos de temas sexuales, retroalimentándonos de nuestras experiencias para aprender el uno del otro. Bromas, risas y diversión nunca faltan en cada encuentro que tenemos.

En una ocasión María me invitó a almorzar a su casa. Comí con su familia y pasamos un buen rato de charlas y risas. Decidimos terminar esa amena reunión con una “tarde de películas”. Mari escogía un par de películas de su preferencia y yo las mías para luego verlas una tras otra en un maratón que nos llevaba horas y horas.

Su familia había salido esa tarde dejándonos confiadamente a solas en su casa. Casi al final de la primera película romántica Mari rompió en llanto. Suspiros y sollozos desbordaban cascadas de lágrimas sobre sus mejillas. Le pregunté qué le pasaba, ella me contó que había tenido constantes peleas con su actual novio y que era casi definitivo que su relación estaba terminando. No era la primera vez que María sufría de un mal amor y como siempre, la escuché pacientemente tratando de tranquilizarla y consolarla.

Logró calmarse un poco luego de su desahogo. Yo la abrazaba con mi brazo izquierdo y ella se acurrucaba en mi pecho acomodando sus pies sobre el sillón. Sollozaba como una niña mientras sus lágrimas se deslizaban mojando mi camisa.

-Tranquila Mari, yo sé que es doloroso pero ya verás que pronto conocerás al tipo indicado.

-¡Ash! Olvídalo, lo menos que quiero ahora es una relación. No entiendo como los hombres pueden ser ¡tan tontos!

-¡Gracias por el cumplido! –dije en son de broma.

-Jaja ¡es la verdad! –Decía Mari entre carcajadas– obviamente tu no.

-Tranquila, se lo que quisiste decir.

-Bueno ¡ya!, mejor miremos una de tus películas. –dijo mientras secaba sus mejillas y tomaba el control remoto.

-Bien, seguro que esta si te va a gustar, es muy interesante.

María tomó el cojín del sofá, lo arrulló como una niña a su peluche. Encogió sus piernas recostándose de lado dejando descansar su cabeza en mis piernas, muy cerca de mi cintura. Sentí como mi bulto amortiguaba su cabeza como una suave almohada. Me apenaba que ella se percatara de eso pero parecía no importarle, así que me confié.

La película había comenzado y me costaba trabajo concentrarme en las escenas. María era muy inquieta y constantemente se movía acomodándose en el sofá. Eso provocaba que mi pene se estimulara y no podía evitarlo por más que me concentrara.

-Mari, ¿podrías quedarte quieta un instante muchachita? ¡Pareces una niña! –le decía mientras la picoteaba con mis dedos en la cintura haciéndole cosquillas.

-Jaja, no puedo, tú ya sabes como soy –su rostro era una ternura al verla sonreír con sus ojos vidriosos y rojizos por el llanto. Sus últimas lágrimas se desprendían de sus ojos y rodaban por sus mejillas ahora sonrientes mientras se carcajeaba por las cosquillas.

Luego la dejé tranquila, ella se estiró en el sofá como quien se despierta por la mañana y se acurrucó de nuevo sobre mis piernas. Comencé a juguetear con su oreja, la acariciaba para luego bajar mi dedo deslizándolo suavemente hasta su cuello. Acariciaba su cabello acomodándolo, masajeaba su cuello y sus hombros como pretendiendo que se relajara.

María llevaba puesta una de esas blusas cuyas mangas se sujetan en sus brazos pero no cubren sus hombros, dejando un fácil acceso a su espalda y sus pechos tanto para mi vista como para mis manos. Ya les comenté la confianza que teníamos entre nosotros, así que de manera pícara y traviesa comencé a acariciar su espalda metiendo mi mano bajo su blusa. Ella no se oponía, ocasionalmente cerraba los ojos suavemente como quien disfruta placenteramente de una sensación y luego los abría para disimular viendo la película.

Ya no me importaba la trama, estaba concentrado en la suavidad y calidez de su piel. La acariciaba con lujuria pero a la vez con ternura. Mis dedos descendieron por su espalda hasta el broche de su sostén y comencé mi intento por desabrocharlo lentamente, cómo tratando de que no se diese cuenta, sarcásticamente, ya que obviamente ella lo sabía.

Luego de un par minutos sin tener éxito en mi maniobra María soltó una carcajada.

-¿Ves lo que te digo?, los hombres son unos tontos, no podrían desabrochar un sostén ni aunque tuvieran un manual enfrente

-¿Crees que no puedo? Ya te voy a enseñar para que dejes de compararme con los demás –metí mi mano descaradamente en su blusa y con un movimiento rápido desabroché su sostén.

-¡AH! ¡NO! –gritó María sorprendida entre carcajadas mientras mantenía las copas en su sitio con sus manos.– pensé que no podrías –decía mientras reía medio apenada.

De manera torpe trataba de abrochárselo nuevamente con una mano mientras sostenía sus pechos con la otra. Yo me carcajeaba burlándome de ella.

-Creí que eras más lista que un hombre, no podrías abrochar un sostén ni aunque tuvieras un manual en frente.

-Jaja, cállate, eres un tonto, ayúdame a abrocharlo –dijo dándome la espalda y acomodando su largo cabello por un costado hacia adelante.

No pude resistirme al ver sus voluminosos glúteos frente a mí. Acaricié sus hombros desnudos y bajé por su espalda. Tomé su blusa y se la bajé hasta la cintura suave y lentamente. Ella no se opuso. Abroché su sostén, acaricié su espalda cerca de sus costillas deslizándolas por su tallada cintura hasta llegar a su blusa, la tomé y la subí colocándosela nuevamente.

Noté un repentino y agitado suspiro cuando le acomodé la blusa en sus pechos. Le di una suave palmada en esos glúteos que temblaron sutilmente.

-¡Listo! –le dije sonriendo y luego me senté de nuevo en el sofá.

-¡Gracias! –dijo. Ella me miró con una mirada pícara, sonrió y se acomodó igual que antes.

Continué hurgando entre su blusa como lo estaba haciendo, acariciándola y provocándola cuanto pudiese. Su respiración se aceleraba, silenciosos y sutiles gemidos se escapaban de su boca. Mi verga se había endurecido como una roca. Sentía la cabeza de Mari sobre mi erección palpitante. Ella lo disfrutaba, era obvio que lo sentía y yo la dejaba disfrutar.

De repente la excitación superó su razón. Levantó su cabeza de mi pelvis y volteándose boca abajo dijo

-¡Ay, qué incomodo! Que traes allí… –mientras llevaba su mano hasta el cierre de mi pantalón para desabrocharlo descubriendo mí miembro.

Mi verga se incorporó creciendo libremente a su máxima longitud (unos 19 cm) y grosor (unos 18 cm de diámetro). Mari abrió sus ojos y su boca, poniendo una expresión de asombro.

-¡Madre mía! ¡Donni… estás… tan…! ¡Wow! Tiene tantas venas –decía curiosa inspeccionando mi pene como si estuviese descubriendo algo.

-¡Oye! ¿Qué haces?, si no compra no toque –dije bromeando mientras trataba de guardar mi pene.

-No, ¡espera! Quiero ver –dijo mientras sonreía.

Su mano comenzó a acariciar mi verga de arriba hacia abajo masturbándola. Un glande inflamado y rojizo emergió del prepucio. Mari llevó su boca hasta él y comenzó a lamerlo cual si fuese un helado. Lo saboreaba meticulosamente para luego engullirlo de una bocanada. Su saliva escurría por mis testículos. Abría al máximo su boca tragando mi pene y luego succionaba con fuerza al sacarlo.

Estiré mi mano y comencé a acariciar esos glúteos redondos y prominentes. La nalgueaba fuertemente sacudiéndolos y ella gemía con cada azote. Luego de un rato de mamarla como una experta Mari se puso de pie, me levantó y se puso frente a mí.

Nos miramos a los ojos fijamente, los suyos eran preciosos, jamás los había visto de esa manera. Redondos, color marrón aún vidriosos con sus largas pestañas humectadas por su llanto. Mordía su labio inferior de manera nerviosa, inocente y sensual.

Abracé su piel desnuda, bajo su blusa, por la cintura, apresándola contra mi cuerpo. Sus ojos no dejaban de mirar los míos fijamente hasta que los cerró cuando la besé apasionadamente. Su respiración se agitó instantáneamente, mis manos se deslizaron hasta sus prominentes glúteos apretujándolos de manera apasionada. Un gemido escapó de su boca cuando lo hice. Apretaba esos glúteos con fuerza masajeándolos presionando su pelvis contra mi verga.

Estallamos en un desenfrenado instinto sexual. Le arranqué la blusa, ella mi camisa, nos quitamos la ropa mutuamente de manera apasionada mientras continuábamos comiendo nuestras lenguas en lujuriosos besos. Me arrojó sentándome en el sillón y se montó sobre mí abriendo sus piernas. Su vagina estilaba de excitación. Su vulva bien afeitada ardía sobre mi glande abrazándolo placenteramente.

Mari no dejaba de devorarme los labios y la lengua. Yo acariciaba sus pechos, deslizaba mis manos por todo su cuerpo, bajaba por su cintura hasta sus piernas. Sus voluminosas y sensuales piernas, luego subía hasta sus glúteos y la nalgueaba fuertemente, apretujaba esos glúteos amasándolos apasionadamente. En un movimiento de cadera mi pene se deslizó dentro de Mari, muy profundamente llenándola por completa.

Un suave grito se desvanecía hasta acabar en un gemido luego de la primera embestida. Mari comenzó a mover sus caderas como una diosa restregando su clítoris en mi pubis. Su vagina estaba muy caliente, ardía como el fuego y mojaba como la marea. Su estrechez estrangulaba suavemente todo mi pene en rítmicos espasmos con cada sentón que Mari se daba en mi verga. Me comí esas tetas como un león devorando su presa.

Mis dedos comenzaron a hurgar entre sus glúteos hasta llegar a su ano, comencé a juguetear en él lubricándolo con el caldo de placer que salía de su vagina. Metí uno de mis dedos suavemente en su culo para ver su reacción. Creí que le disgustaría la idea, pero para mi sorpresa, un gemido placentero acompañó una contracción de sus esfínteres.

Mari ensanchaba sus glúteos abriéndolos cada vez que descendía metiéndose mi verga. Yo aprovechaba para introducir mi dedo casi hasta el nudillo en su ano.

-¡Ah! ¡Ah! ¡Qué rico!, siento tu dedo en mi culo –decía ebria de placer.

-Te quiero desvirgar el culo Mari, ¿me dejas?

-¡Uf! ¡Ah! ¡Ah!, bueno dale.

Rápidamente me puse de pie frente al sillón, Mari recostó sus codos y su cabeza en el respaldo, abrió sus piernas apoyando sus rodillas en los cojines haciendo descender un poco su culo. Y arqueando su cintura, abría sus enormes glúteos exponiendo aquel perfecto esfínter jugoso y apretado.

Metí mi boca entre sus glúteos y comencé a comerme su ano. Mi lengua exploraba sus cavidades lubricándola por completa. Los gemidos de Mari resonaban en eco por toda la sala. Luego de hurgar con mi lengua por un rato me incorporé. Escupí una buena cantidad de viscosa saliva en su culo y metí mi verga sin esperar más.

Su apretado culo se estiró dándole paso a mi hinchado glande que con esfuerzo se abotonó dentro de su esfínter.

-¡AY! ¡Duele!, pero qué rico.

-Tranquila, ya te pasará el dolor, me avisas cuando estés lista.

-¡Ya! ¡Ya! Dale de una vez.

Metí mis 19 cm dentro de sus intestinos con fuerza. Sentí como mi glande estiraba su esfínter y empujaba su contenido de vuelta a su interior. Mari gritaba de dolor y placer, luego de un rato sus gritos se convirtieron en solamente gemidos de placer. Sus fluidos chorreaban por sus muslos y goteaban en los cojines del sillón mientras yo la perforaba metiendo y sacando mi verga sin parar.

-¡Ah! Ah! Ah! Así, que rico, ¡ay! ¡Ay qué rico! –gemía incesantemente.

De repente un orgasmo intenso convulsionó el cuerpo de Mari, sus esfínteres se contrajeron fuertemente causándome un intenso placer.

-Ven Mari, te lo quiero hacer en la cocina. –le dije mientras sacaba mi verga de su culo y la llevaba hasta la mesa.

Mari, sumisa obedeció a mi petición y se recostó sobre la mesa. Tiramos todo al piso para hacer lugar. Acerqué las caderas de Mari a la orilla de la mesa y me dispuse a penetrarla de pie. Sus pechos brincaban al ritmo de mis penetraciones. Justo cuando Mari anunció su orgasmo con esos movimientos y gemidos característicos bajé hasta su vagina y la devoré con mi lengua mientras mis dedos hurgaban en su clítoris y mi otra mano la penetraba en la vagina.

Un segundo orgasmo intenso estremeció a Mari, esta vez con un chorro de un fluido transparente que expulsó con fuerza desde su vulva. Sus piernas temblaban y Mari respiraba tan agitada como una atleta.

Ella se sentó sobre la mesa y luego de besarme apasionadamente. Se bajó para arrodillarse y devorar mi verga nuevamente.

-Si sigues así harás que acabe –le advertí para que se preparara.

-Yo quiero que lo hagas –dijo mientras engullía salvajemente mi verga. Sacudía su cabeza de adelante hacia atrás tragando mi verga hasta donde le era posible.

No tardó más de 2 minutos con esa habilidosa mamada y estallé en un intenso orgasmo que desembocó en su garganta y su lengua. Mi verga se hinchaba descomunalmente en rítmicos espasmos que expulsaban gran cantidad de semen en su boca. Por un momento creí que esto le disgustaría, para mi sorpresa, Mari me miraba a los ojos, mientras sonreía morbosamente y sacaba su lengua cargada de borbollones de semen para mostrarme como se saboreaba mis fluidos para luego, de un solo trago, alimentarse con todo mi semen.

Mari y yo nos dirigimos a su habitación, nos recostamos en su cama, sudorosos y exhaustos. Nos acariciábamos mientras nuestros cuerpos reunían fuerzas para poder seguir follando.

-Te quiero –dijo Mari sonrojada por el esfuerzo, mirándome tiernamente a los ojos

-Te quiero –respondí besándole la frente y acariciando sus pechos.

Ambos nos reímos y nos abrazamos fuertemente.

De repente escuchamos la puerta de su casa abrirse, unos pasos recorrieron el pasillo hasta su sala y luego escuchamos la voz de su madre sorprendida al ver el desorden de la sala y la cocina

-¡Santo cielo! ¿Pero qué pasó aquí?...

Pero eso ya es para otro capítulo que les contaré luego.

Espero que os haya gustado.

Con cariño, Donni.

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