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Mi nueva jefa es un poco guarrilla

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Mi nueva jefa ronda los cuarenta y es aficionada al deporte. Dos días en semana se pone unas mallas negras ajustadas, una camiseta de manga corta y unas zapatillas blancas y sale a correr y sudar por el parque. No se puede decir que sea la mujer más guapa que he conocido, ni siquiera la más simpática. Su forma de vestir, a base de prendas arrugadas y de discutible gusto; la ausencia de maquillaje y la falta de modales no contribuyen a realzar su atractivo. Y sin embargo, quizás su voz ronca ó su mirada directa e inteligente o ese gamberrismo implícito en los que mastican chicle, o quizás todo junto, transmiten cierta atracción.

Una tarde, serían las tres o así, me llamó a su despacho. Cuando entré, Paula estaba bebiendo cocacola y sobre la mesa tenía un trozo de pizza. Tenía el cabello recogido en una coleta, vestía unos pantalones de tela ceñidos color rosa y una camiseta con escote en pico que le quedaba grande.

-Me llamabas.

La mujer dejó el vaso de plástico en la mesa, eruptó y tomó la palabra.

-Perdón por el erupto. Las burbujas y la pizza tienen un peligro. A veces me tiro pedos y todo. -Comentó como quien no quiere la cosa mientras se levantaba.

Luego me miró y soltó una carcajada.

-Piensas que tu jefa es una guarra sin modales y se merece unos buenos azotes ¡eh! Contesta

No respondí.

-Quién calla otorga. Por cierto, has visto este informe -dijo mostrándome el portátil.

Me incliné sobre la mesa para mirarlo más de cerca y ella aprovechó para pellizcarme el culo.

Me reincorporé y la miré confundido.

Ella habló de nuevo.

-Ya tío, es que tengo la manía de pellizcar las nalgas de la gente. Sonia, la secretaria, debe odiarme por ello. Cualquier día me denuncia con tanto toqueteo. Pero dejemos a Sonia en paz. Tú, que tienes en mente. Te gustaría tocarme algo... quizás las tetas que no paras de mirarme.

-Yo no te miro las tetas. -repliqué.

-Ja, eso no te lo crees ni tú. 

-Bueno, sí, los ojos están para mirar no, ¿qué tiene de malo mirarle los pechos y el trasero a tu jefa? ¿Qué culpa tengo yo de encontrar a mi jefa atractiva?

Paula se acercó a mí y me plantó un beso en la boca. 

Yo respondí agarrando su teta derecha.

-Vamos a hacerlo, bájate los pantalones. -me susurró al oído.

Obedecí quedándome en calzoncillos. Mi pene crecido se marcaba sin disimulo.

-Ahora nos ocuparemos de tu miembro, pero antes quiero que me chupes el agujero del culo. -añadió dándose la vuelta y bajándose pantalones y bragas.

-Venga, trae para aquí esa lengua y lámeme.

El trasero era firme y la raja, generosa, invitaba a ser explorada. Me puse de cuclillas y metí la cara. Luego, tras separar las nalgas con las manos, saqué la lengua y comencé a lamerle el ano.

Mi jefa gimió, cambió la pierna de apoyo y quién sabe si por accidente o a propósito, se tiró un pedo en mi cara.

Reaccioné mal, enfadado por la humillación.

-¡Eres una cochina! -grité al tiempo que azotaba con la mano su nalga.

Ella se volvió, murmuró unas palabras de disculpa y seguidamente se río en mi cara.

Encendido por la burla, la cogí las manos, me senté en el sillón y tirando de ella la tumbé sobre mis rodillas y comencé a darle nalgadas. El trasero se iba poniendo rojo con cada azote y mientras mi pene crecía y palpitaba presa de una excitación desconocida.

La sesión de nalgadas duró un par de minutos eternos. 

Cuando la solté, se reincorporó y me miró con rostro enojado e inundado de rubor. La atraje hacia mí y la besé metiendo la lengua mientras manoseaba sus glúteos.

Lo siguiente que ocurrió fue que ella me bajó los calzoncillos y comenzó a chupármela. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras contraía mis propias nalgas. El instrumento estaba más que afinado cuando mi jefa se puso de pie. La besé en el cuello, chupé sus pezones y le metí el dedo en la vagina que por entonces estaba empapada.

-Fóllame, métela hasta el fondo. Te quiero dentro ahora. -dijo mientras sacaba del cajón un preservativo.

Me puse la goma con habilidad, la senté en la mesa, separé sus piernas y le metí el pene con suavidad, disfrutando del momento. 

-Soy una guarra, dime que soy una guarra. -suplicó entre gemidos.

La llamé de todo, me llené de locura.

-Date la vuelta para que pueda penetrarte por detrás. 

La mujer me dio la espalda inclinándose sobre la mesa. Se la metí y empujé una y otra vez.

-Sois una cochina llena de gases. Pero yo voy a hacer que no se escape ninguno. Voy a tapar ese tubo de escape. -dije metiéndole el dedo en el ano mientras aumentaba el ritmo de las embestidas.

Paula arqueó la espalda mientras sus piernas temblaban como preámbulo del orgasmo. Al notarlo, saqué la verga, me quité el condón y eyaculé sobre las nalgas de la mujer. Luego pegué mi cuerpo al suyo y la comí el cuello a besos, durante un momento noté como ella perdía el control y se corría sujetándose gracias a mi abrazo. La besé de nuevo queriendo hacer mío su intenso placer.

Poco a poco, su cuerpo fue tranquilizándose. 

La acaricié la espalda y las tetas con ternura. La besé en las mejillas y finalmente me separé.

-¿Te limpio? -pregunté

Ella asintió.

Cogí clínex y limpié con esmero sus nalgas pringadas de semen y sus partes íntimas. Luego, mientras observaba como se ponía las bragas y el sujetador, sequé mi miembro y me puse los calzoncillos y los pantalones.

-Esto está casi mejor que lo de correr. -me confesó.

-Sí, se queman calorías. -añadí.

-Pasado mañana tenemos que revisar unos informes. Te espero en la oficina.

-Vale. -respondí.

Aquello prometía.

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