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Mi primera terapia sexual

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Ésta es una historia real, aunque reconozco que por lo extraño de su contenido pareciera ser inventada, narra la ocasión en la que fui a consulta con un médico, uno que no había conocido antes, por las razones que a continuación les narraré...

Tenía más de una semana sintiendo una sensación extraña en mi vagina, no era precísamente una molestia, ya que no experimentaba dolor, comezón, flujo, mal olor o problemas para orinar...

Sólo sentía una intensa descarga de placer, una agradabilísima sensación de calor y humedad en el interior de mi vagina, seguida de rondas deliciosas de contracciones concéntricas...

Lo extraño de ésa situación, era que eso me ocurría espontáneamente y sin previo aviso, sin que tuviera relación con alguna experiencia erótica o sexual...

Por la pena que sentía al tener que dar explicaciones, decidí no acudir con mi médico de siempre, y busqué en la guía telefónica el número y dirección de un ginecólogo con el que agendé una cita.

Sé que es un dicho muy viejo y conocido aquel que dice: ..."A los sacerdotes y a los doctores, siempre hay que decirles toda la verdad"... Y era precísamente el confesar la verdad lo que me apenaba.

Después de comentarle y describirle mis síntomas el doctor me hizo una serie de preguntas acerca de mi vida sexual...

Me sentí algo ruborizada al inicio, debido a que el médico era un hombre muy apuesto y varonil, y también algo más joven que yo, justo era el tipo de hombre que sexualmente me fascina y me hace perder el control por completo...

Yo le comenté con lujo de detalles que me fascina muchísimo el sexo, y que solía tener actividad sexual muy intensa, constante y variada, pero que mi marido tenía ya un par de semanas fuera de la ciudad debido a un viaje de trabajo...

Le conté que para aliviar su ausencia me encargué de masturbarme con un vibrador como suelo hacerlo, hasta venirme y así poder dormir cada vez que él viaja...

Le confesé que para variar un poco, un día antes de su partida, había encargado un dildo de látex muy realista, así como un gel rubefaciente para las noches solitarias que estaban por venir…

Le comenté que mis síntomas habían iniciado varios días después de haber estrenado el dildo y usado también el lubricante.

El doctor me dijo que tenía una idea de lo que pudiera estar ocasionando mis síntomas, pero que era necesario realizarme una revisión vaginal para corroborarlo...

Antes de pasar a la sala de exploración para revisarme, el médico me vió muy fijamente a los ojos y me dijo que le respondiera con toda honestidad si es que en ése momento yo estaba sintiendo ésos síntomas...

Agregó, a manera de explicación y supongo que también para contribuir a tranquilizarme, que ésa información le era crucial para saber en cual de las salas de revisión debía valorarme...

Visiblemente ruborizada, yo lo miré a los ojos y le respondí afirmativamente asintiendo con la cabeza, me dijo que si los síntomas eran leves, entonces debería pasar a la sala contigua, en donde me debería desnudar de la cintura para abajo, descalzarme y luego recostarme sobre la mesa clínica para que luego el me pudiera revisar bien...

También me dijo que si los síntomas que yo estaba experimentando era muy intensos, entonces debía pasar al cubículo situado al fondo de un pasillo, que no tendría necesidad de retirarme la ropa, incluida la interior, no tampoco el calzado...

Y fue muy enfático al señalar que si así era, y pasaba al cubículo situado al fondo del pasillo, debía colocarme los accesorios metálicos que se encontraban prendiendo de las pierneras de la camilla clínica, y luego recostarme sobre ella para esperarlo

Luego de haberme dado ésas muy inusuales indicaciones, el doctor salió del consultorio para que yo pudiera dirigirme a alguno de ambos cubículos, y siguiera sus instrucciones tal y como él como me las había dado...

Supuse que la disyuntiva que me había planteado aquel distinguido médico, era para evitarme la pena de tener que expresar que en realidad yo estaba experimentando ésos síntomas muy intensamente...

Así que me dirigí al cubículo situado al fondo del pasillo, experimentando con cada paso una excitación y también una ansiedad crecientes...

Y ésa era la verdad, pues prácticamente tenía que esforzarme para no emitir un profundo y sonoro gemido de placer cada vez que mi cálida y lubricada vagina se estremecía con los deliciosos espasmos concéntricos, que me tenían cada vez más y más excitada...

Me coloqué los accesorios metálicos sobre los tobillos, me recosté y me cubrí con una sábana azul que supuse que se encontraba ahí para ése propósito...

En cuanto estuve instalada, el doctor tocó a la puerta y me preguntó si ya podía pasar, a lo que yo le respondí afirmativamente, entró y me dijo que subiera las piernas sobre las pierneras y lo escuché accionando los extremos de los seguros metálicos que pedían de mis tobillos al riel metálico de la mesa de exploración...

Sentí un poco de tirantez y también una notoria reducción de la movilidad de mis piernas y cadera, me sentía algo incómoda, vulnerable pero más que éso, también muy excitada...

Escuché cuando el doctor se puso unos guantes y cuando escuché su voz diciéndome lo que estaba por hacerme. No pude contener el profundo gemido de placer que escapó de mi garganta...

El varonil Galeno introdujo sus dedos en el interior de mi vagina, y nuevamente me arrancó un profundo gemido de placer, luego dijo que efectivamente, tal y como él lo había supuesto, yo padecía de un verdadero síndrome de abstinencia sexual...

Me dijo que mi adicción al sexo me había llevado a ése síndrome de abstinencia, y que una reacción alérgica al látex y al gel rubefaciente con el que traté de aliviar la abstinencia, en realidad habían logrado incrementar los síntomas...

Luego me dijo que iba a darme una sesión de terapia para aliviar mi malestar, que consistía en un masaje vaginal interno con sus dedos, y que iba a sentir un poco frio había lubricado sus dedos con una crema e para no lastimarme...

El doctor empezó a frotar muy delicada y lentamente las paredes internas de mi vagina con la crema untada en sus dedos enguantados, yo empecé a sentir una creciente excitacion, y gemía con cada estocada de los hábiles dedos de aquel jóven galeno...

El doctor me dijo que mi vagina era muy estrecha, que sus esfínteres se contraían con una muy buena presión, y que tenía además un grado de lubricación óptima...

Yo ya no escuché que más me dijo el galeno, sólo recuerdo que salió de mi un profundo suspiro, y luego sentí algo así como el impacto de un relámpago, que me hizo estremecerme por completo y luego me sentí como flotando en otra dimensión...

Escuché la voz del apuesto médico diciéndome que ya habíamos logrado avanzar algo, pero que aún no habíamos terminado, y continuó estimulando con sus dedos insertados profundamente dentro de mí vagina trazando círculos. No pude contenerme más y me vine una vez más, muy intensa y ruidosamente.

En cuanto mi cuerpo terminó de sacudirse por la gran intensidad del orgasmo, abrí los ojos, ví al doctor que me miraba fijamente y comenzó a decirme que no me preocupara que era muy natural que me había acabado de ocurrir, pues yo era una mujer muy fogosa y a la menor provocacion mi cuerpo respondió a la terapia...

Luego agregó, mientras me masajeaba la vulva muy gentilmente, que mi pareja era un hombre muy afortunada al tenerme como compañera sexual...

Y luego me preguntó si sentía que con sólo ésa sesión sería suficiente para aliviar mis síntomas, y me dijo que no era su intención incomodarme, pero que era crucial para él saber si es que yo, era también adicta al semen...

Ésta vez afirmé casi con desesperación y también con una gran sonrisa de complicidad, al intuir las implicaciones que mi adicción al semen pudieran tener para que el doctor tuviera que complementar y reforzar mi terapia...

El apuesto y varonil profesional de la salud sonrió muy feliz y satisfecho en cuanto le otorgué mi consentimiento informado para que tratase con una terapia algo más directa y agresiva a mi afección...

Después de una muy intensa sesión de terapia, habiéndome prodigado copiosas irrigaciones de semen en todas y cada una de mis cavidades corporales para aliviar mi Síndrome de Abstinencia Sexual y Seminal, el doctor desactivó los sujetadores de mis tobillos y me dejó sola tendida sobre la mesa de exploración...

Yo estaba temblando, de las muy intensas venidas que tuve, como pude me paré y me limpié, me acomodé la ropa y salí al consultorio, donde el apuesto médico me esperaba...

Yo no lo miraba a la cara, tenía algo de verguenza aún, y no podía creer lo que había pasado en aquel cubículo durante mi intensa sesión de terapia, pero también me sentía tranquila y profundamente aliviada...

Aunque cerré los ojos e hice un esfuerzo consciente para tratar de no pensar en ello, yo simplemente no podía dejar de pensar en el gran y potente instrumental con el que aquel médico contaba, así como la gran maestría con la que me había aplicado el tratamiento de irrigación seminal...

Le pregunté al galeno por el monto de sus honorarios, y él me respondió que siempre era todo un placer ayudar a las pacientes como yo, y que conmigo lo haría gratuitamente, desde ahora y cada vez que yo lo necesitara...

Me extendió su tarjeta y me dijo que con mucho gusto me atendería también en una consulta a domicilio, para tener aún mejores resultados con la terapia, tomé su tarjeta y le di las gracias...

Luego de despedirnos, salí del consultorio y fui a mi casa, aún temblaba por la excitación y también sentía el semen escurriendo por mi entrepierna y empapando mi vulva...

Sonreí agradecida por haber encontrado la más deliciosa terapia para el Síndrome de Abstinencia Sexual y Seminal que del que padezco periódicamente cuando mi pareja sale de viaje.

Cuando se trata de viajes largos, suelo requerir terapia intensiva, y el apuesto y varonil galeno me prodiga sus excesos cuidados mediante muy prolongadas sesiones de terapia y consultas domiciliarias.

Star.

"Sensualidad a Cada Paso"

(9,25)