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Oficialmente cornudo...

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Una cosa es la fantasía y otra totalmente diferente la realidad. La verdad, en el matrimonio, con el paso de los años, de repente, se despierta la curiosidad y los impulsos para buscar aventuras y atreverse más allá de lo convencional. ¿Por qué no?

Con mi esposa fantaseábamos muchas veces sobre la posibilidad de tener aventuras sexuales con otras personas. Muchas veces ella, en medio de desinhibidas conversaciones, reflexionaba, ¿por qué si los hombres tienen libertad para buscar aventuras y coger con varias mujeres a lo largo de la vida, las mujeres no?

Bueno, decía yo, creo que ambos tenemos el mismo derecho. El tema es que nosotros nos atrevemos más abiertamente y ustedes no. Tal vez el deseo existe, pero pasar del dicho al hecho requiere cierto atrevimiento y valentía, sobre todo cuando la mujer ha sido educada de manera conservadora y tradicional, donde ella debe dedicarse a su marido y hogar. Cualquier cosa que se haga fuera de ese principio puede juzgarse como inapropiado y fuera de lugar.

Las conversaciones fueron haciendo mella y, con el tiempo, hicieron que, tal vez, un tanto liberados de las responsabilidades del hogar porque los hijos ya estaban crecidos, la fantasía pasara a otra dimensión y surgiera la posibilidad de dejar la atrás la imaginación para pasar a la acción. Me causó curiosidad ver cómo, de un momento a otro, mi esposa empezó a referirse al tema con más insistencia y asiduidad. No pasaba semana donde no se tocará el tema, por uno u otro motivo.

Al fin, un día, ante tanta insistencia, surgió mi reto. Ya que tienes metida la idea en la cabeza, ¿serías capaz de llevarla a cabo? Sí, contestó con total convicción. Bueno, seguí el juego. Ya que andamos en estas, tenemos que ponernos de acuerdo en la manera de cómo volver realidad la fantasía y para ello tenemos que definir cosas concretas. ¿Qué es lo que quieres? Estar con otro hombre, contestó. Y ¿para qué? Para experimentar lo que se siente. He sido mujer de un solo hombre y quisiera probar cómo es estar con otra persona.

¿Hay alguna preferencia en especial? De momento, no. Pero, dije, entonces, ¿cualquier hombre estaría bien? Sí, dijo ella. ¿Tienes a alguien en mente? No. ¿Un conocido, un amigo, un compañero de trabajo, alguien en quien hayas puesto la atención? No, no, no sabría decir. Creo que, decía ella, tomada la decisión, en su momento, el hombre elegido aparecerá. Y ¿cómo saberlo? No lo sé. Llegado el momento, lo sabré.

¿Cómo crees que vamos a llegar a ese momento? No lo sé. ¿En dónde buscamos o cómo lo vamos a encontrar? No lo sé, repetía. Entonces, replicaba yo, ¿Cómo empezamos? ¿Cómo vamos a encontrar algo que no sabemos muy bien qué es? Salgamos, dijo ella, vamos a discotecas y sitios para adultos, a dónde van otras parejas, quizá allí encontremos algo. Y con esa propuesta, así inició todo.

En un principio fuimos a bares y discotecas, pero nada raro pasaba. Aparecían hombres que la cortejaban, bailaba con ellos, una que otra tocadita, uno que otro beso, pero nada pasaba porque quizá mi presencia los inhibía, tanto a ella como al posible candidato. Me propuse que ella tuviera encuentros a solas con ellos, pero manifestaba que si yo no estaba presente ella no se sentiría segura y, aunque hubo más de una oportunidad, por alguna razón nunca se concretaron.

La verdad, las salidas nos dieron la oportunidad de conocer muchos lugares de entretención, pero, pasado el tiempo, nada pasaba. Alguna noche nos atrevimos a visitar un prostíbulo. Era un lugar bastante sombrío y, ya estando allí, quise abandonar la aventura, pero ella me convenció de no hacerlo. Está bien, dijo. Podíamos ver a las muchachas y sus clientes en acción, sin ningún recato ni reserva, y mi esposa quiso conversar con ellas para saber cómo manejaban las situaciones con sus clientes. Después, pasado un tiempo, comentaba que aquella experiencia había sido provechosa.

Llegué a pensar que lo que ella quería era un romance y así se lo planteé. Me da la impresión, dije, que tú lo que quieres es un novio. Un tipo del cual enamorarte y que al final, como en toda relación, el cariño y la atracción termine manifestándose en la cama. No, decía ella. No sé, todavía no ha aparecido la persona. Tal vez nunca aparezca, llegó a decir. Bueno, reflexionaba yo, y sí así es, ¿qué es lo que estamos buscando? No lo sé, era su respuesta.

Busqué en páginas calientes y encontré un sitio que ofrecía hombres. Había sitio de encuentro y se podía ir a conocer los muchachos, así que, un tanto engañada, la convencí de acompañarme a hacer alguna diligencia y llegamos al mencionado sitio. Nos ubicaron en una sala, frente a una especie de tarima, donde los hombres disponibles desfilaban desnudos frente a nosotros. Vimos de todo, altos y bajos, acuerpados y delgados, de pene grande y penes no tan grandes, apuestos y no tan apuestos. En fin, variedad. Pero, tal vez la sorpresa y la impresión fue tanta, que no se concretó nada.

Después fuimos a conocer los bares y sitios swinger, donde también vimos de todo, pero tampoco concretamos nada. Estaba todo tan a la mano, pero parecía que nada era lo suficiente. Algo faltaba. Así que solté la idea de seguir buscando y dejé que todo se diera naturalmente. Tal vez, pensé, estoy presionando las cosas y en vez de propiciar el ambiente para que aquello funcione, lo que hago es forzar las cosas y actuar en contra de la voluntad de ella. Tal vez estoy decidiendo yo y no la dejo a ella tomar la iniciativa. Y así se lo hice saber.

Tú has sido la de la idea de llevar esto adelante, pero siento que haces muchas cosas para complacerme y no necesariamente para hacer lo que tú quieres. Hemos visto muchas cosas, conocido mucha gente, pero la verdad pareciera que la fantasía se quedó en eso y que la realidad está lejos de ser alcanzada. A estas alturas ya te hubieras acostado con más de uno si hubieras querido, pero por alguna razón las cosas no se dan. Así que, si sigues con el fin en mente, serás tú quien tome la iniciativa y hagas que las cosas pasen. En adelante, yo no voy a intervenir más. Me parece bien, contestó ella; de acuerdo.

Pasó el tiempo y las cosas parecieron enfriarse. No volvimos a hablar del tema. Seguimos saliendo, pero sin expectativa alguna. Aparecían las personas y las oportunidades, pero nada sucedía. Una noche, incluso, un señor dominicano, bastante guapo, puso los ojos en ella y le propuso, muy atrevidamente, llevarla a su habitación. Yo los esperaría en el bar del hotel según lo acordado. Y se fueron. Imaginé de todo y la espera se hizo angustiante. Casi dos horas después aparecieron de nuevo, pero nada había sucedido. Se habían ido a caminar, a charlar, a conocerse un poco más sin mi intrusa presencia, pero nada había pasado. Y yo, imaginándome de todo.

¿Qué pasó, pregunté después, acaso el tipo no te excitaba con su sola presencia? Sí, pero el tipo es un caballero. Nunca forzó las cosas. Pues, como el tipo propuso que te llevaba a la habitación y me comprometió a que los esperara, estaba convencido que esta vez sí iba a pasar algo. No, contó ella, me dijo que quería estar a solas conmigo y me invitó a pasear por la playa, pero nada más. Tal vez quiso darte celos. No sé. Vaya pendejada, dije yo.

Después de aquello, la verdad, me desinteresé del asunto. Le propuse que exploráramos páginas de contactos, donde quizá pudiera aparecer lo que quería. Podía pasar tiempo mirando y mirando candidatos, charlando desinteresadamente, sin presión y sin apuro. Era ella, al fin y al cabo, quien decidía si algo iba a pasar.

No pasó mucho tiempo cuando me propuso que le tomará unas fotos sugestivas para compartir en la página con los contactos que iban apareciendo. Bueno, decía yo en aquel entonces, ¿no tienes bastantes fotos tuyas para compartir? De esas que a ustedes les interesan no. ¿Y cuáles son las que a nosotros nos interesan? Ya tú sabes, decía, esas donde uno muestra todo. Es que, si no muestras la mercancía, difícilmente te vas a promocionar en ese medio, le decía yo riéndome.

Así que, a petición de ella, le empecé a tomar fotos en diferentes poses, con diferentes atuendos, semidesnuda, desnuda, de frente de espalda, de lado, en poses sugerentemente sexuales. En fin, todo un catálogo. Al parecer aquello le estaba gustando e imagino que su página se estaba llenando de fans. Me contaba que había hablado con uno, con otro, alguien de aquí, alguien de allá y la cosa parecía marchar bien. Poco después insistió en que al computador le hacía falta una cámara de buena resolución. Vaya, vaya, y como para qué, preguntaba yo. A veces piden activar la cámara y no siempre se ve bien.

Pasaba el tiempo y ella parecía estar conforme con lo que venía haciendo. El tema de las fotografías nos había llevado a visitar sex shops para comprar ropa sexy y diferentes atavíos, de manera que pudiera tener variedad en su catálogo. Creo que eso la fue empoderando y haciéndole tomar más confianza. Todos, como podía ver en los comentarios, querían conocerla y darse la oportunidad de darle verga en cuanto hubiera chance. Y creo que eso la calentaba al máximo, así que la posibilidad de tener un encuentro con alguien parecía estar muy cerca.

Y la oportunidad, ciertamente apareció. Un día me mostró la foto de un muchacho, un hombre relativamente joven, bastante moreno él. Me dijo que se llamaba Andrés, que vivía en el centro de la ciudad y que habían contemplado la posibilidad de conocerse muy pronto. Creería, dije yo, que si llegamos a esto es porque el tipo te mueve la aguja. Me parece un tipo atractivo, no lo puedo negar, y tengo la curiosidad. Además, habiendo hablado con él, supongo que ya le conoces la vida, obra y milagros, así que no debe haber muchos secretos.

Es un tipo joven, casado, vive con su mujer, tiene un hijo, trabaja en un negocio de internet de su propiedad y por eso el contacto y la frecuencia en la comunicación. Me imagino, dije yo, que, con aquello de la cámara y demás, ya se conocen bastante y no solamente el rostro. Sí, dijo ella. Bueno, supongo que él quiere tener sexo contigo. ¿O me equivoco? No. Eso es lo que quiere. ¿Y cuál es su fantasía? Quiere tener sexo con una señora casada en frente del marido. Y con nosotros tiene esa posibilidad. ¿Y tú lo ves probable? Sí. Él sabe que tú tienes que estar ahí. Es la condición. Y ¿cuándo va a ser? Pronto.

Ese pronto llegó muy rápido. Una semana después, un sábado en la noche, ella quedó de encontrarse con él en una discoteca en el centro de la ciudad, cercana a su sitio de trabajo. Llegamos muy puntuales al lugar, pero él no había llegado. Mi esposa estaba vestida de manera muy provocativa, muy sugestiva. Toda una puta diría yo y eso, además de excitarme, me pareció bastante inusual en ella. Creo que estaba mental y físicamente dispuesta a hacer realidad su fantasía. Los hombres que había allí no dejaban de echarle el ojo y, creo, ella se sentía a gusto con el impacto que estaba causando.

El hombre llegó casi una hora después. Llegué a pensar que nos había dejado metidos, pero finalmente apareció. Era un mulato joven, bastante apuesto, de buen cuerpo y un tanto más alto que ella. Contrastaba el color moreno de su piel con el color blanco de la piel de mi mujer y, como diría yo después, hacían juego. Muy respetuoso se acercó a nuestra mesa, intuyendo que éramos nosotros, desconociendo yo que ya se conocían de antes por aquello de la cámara, las fotos que compartían a través del internet y quién sabe qué otras cosas que para mí eran secreto en ese momento.

El hombre saludó a mi mujer como si se conocieran de toda la vida y se dirigió a ella con mucho respeto y delicadeza. Supuse que aquellas citas en internet habían sido algo más que charlas, pero, el hombre, para qué, de entrada, me agradó. Era un mulato joven, de contextura atlética, de seguro practicaba algún deporte y, como todo hombre en una situación de estas, se le notaban las ganas de follarse a mi mujer. Y ella, por lo visto, también le tenía muchas ganas. Sin embargo, siendo la primera vez que andábamos en estas aventuras, se mostraba reservada y bastante tímida.

Pasaban los minutos y, aunque la música estaba provocativa para bailar, aquellos conversaban y conversaban, nada más. Al parecer, el más excitado con la posibilidad de ver a mi mujer montándose a aquel tipo era yo. De un momento a otro, ella se levantó para ir al baño según dijo y nos dejó solos. Así que seguimos conversando, pero yo fui más directo. Bueno, joven, ¿cómo ve a la señora? Pregunté. Está bien, me dijo. ¿Qué es lo que más le agrada de ella? Sus tetas, me respondió sin vacilar. Y, ¿se la va a culear? Si usted está de acuerdo, sí, respondió.

Déjeme preguntarle algo, continué. ¿Acaso esta cita no era para eso? Pues, sí, dijo él, lo habíamos hablado, pero una cosa es fantasear a la distancia y otra distinta cuando las personas están frente a frente. ¿No era lo que esperaba? No, no dije eso. No sé, su presencia, de alguna manera no me deja ser como soy. Entiendo, respondí. Y ¿cómo es usted? Yo ya estaría en la pista, bailando con ella, manoseándola, calentándola. Y si la hembra da pie, de una para un motel. Bueno, y ¿qué espera? Que vuelva a la mesa, respondió.

Al llegar ella, fue evidente que se había retocado el maquillaje y se había perfumado. El tipo no esperó más y la invitó a bailar, así que ambos se levantaron de la mesa y se dirigieron a la pista de baile, que estaba atestada de gente. Les vi alejarse y empezar a bailar, pero, con el paso del tiempo, se perdían entre la multitud. Aparecían de cuando en vez y volvían a perderse. Y en esas duraron como un ahora y media. Llegué a pensar que ya se habían ido a hacer los deberes y que no me habían tenido en cuenta.

Pero, al rato, finalmente aparecieron. Bueno, le pregunté al tipo, ¿la hembra si dio pie? No dijo nada; solo asintió afirmativamente con su cabeza. Creo que ya se está haciendo tarde le dije a mi mujer. Si, dijo ella, el tiempo pasó volando. Entonces, pago y arrancamos. Al fin qué, ¿sí o no? Sí, respondió, a eso vinimos ¿no? Entonces ¡vamos! ¿Conoce algún sitio por aquí cerca donde podamos ir? Si, respondió él. Toca tomar un taxi, pero es bastante cerca.

Así que salimos los tres de allí. Tomamos el taxi, como aquel dijo, dirigiéndonos a yo no sé dónde. Es caso es que, como a los cinco minutos de recorrido, llegamos al lugar. El hombre, al parecer, frecuentaba el sitio, porque lo atendieron con familiaridad. El hizo los arreglos y, mostrándonos las llaves, nos guio por las escaleras hasta un tercer piso, llegando a la habitación 307. Un cuarto común y corriente, modestamente decorado, nada especial, cama y espejos; apenas lo necesario para concretar la aventura.

Mi mujer se sentó en el borde de la cama y él se situó frente a ella, de pie, esperando que tomara el control. Ella, así lo hizo. Desabrochó el cinturón, desabotonó sus pantalones, bajo la cremallera de su bragueta y lentamente le fue bajando la prenda hasta exponer su pene, que estaba ya erecto. Se vio el rostro de gusto de mi mujer cuando tuvo aquel pene en sus manos. ¡Qué esperaba ella? No lo sé, pero se mostraba fascinada con lo que tenía entre manos. Lo frotaba y frotaba, como hipnotizada, y, sin más vueltas, se lo llevó a la boca.

Empezó a chupar aquel miembro con mucha avidez, poniendo mucho énfasis en lamer con su lengua el glande de aquella reluciente y deliciosa verga. Chupaba y chupaba sin descanso, al parecer, sin querer acabar. Una de sus manos acariciaba las nalgas de aquel supuesto desconocido y su miembro se paraba y endurecía más y más. Ocupada su boca en mamar y mamar, mi esposa utilizó sus manos para acariciar la parte interna de los muslos de aquel hasta llegar a sus testículos. El tipo estaba feliz y no se la creía.

Pero, quizá consciente de su papel, en un momento dado la detuvo. Terminó el mismo de desnudarse frente a ella y la hizo levantar para ayudar a desnudarla él mismo, con todo el cuidado y detalle. Su falda, su blusa, su brasier, sus pantis. Quedando solo vestida con sus medias negras veladas y sus zapatos de tacón. No perdió la oportunidad para acariciar todo el cuerpo de mi mujer, sin dejar ningún rincón vedado. Amasaba, por decirlo así, los glúteos y senos, que ya mostraban la excitada que ella estaba.

La hizo acostar en la cama, abrió sus piernas y le devolvió el favor propinándole una extensa mamada a su sexo. Ella, encantada, gemía tímidamente cada vez que aquel iba más profundo con su lengua mientras introducía sus dedos en su vagina. La estaba pasando bien. Movía sus piernas, apretando la cabeza de aquel deseado intruso, que la estaba haciendo pasar un momento inolvidable.

El tipo se levantó, le mostró a mi esposa su miembro erecto y, abriendo sus piernas, se acomodó para penetrarla. ¿Puedo? Le preguntó, a lo que ella, ansiosa como estaba, respondió que sí. ¡Por supuesto! Vi como aquel inmenso tronco, poco a poco, desaparecía dentro del cuerpo de mi mujer. Y ella, quizá idealizando aquel momento, parecía disfrutar aquella intromisión a plenitud.

El tipo empezó a bombear, al principio muy suavemente, acelerando el ritmo a medida que ella se mostraba más y más excitada, apretando las nalgas de aquel y atrayéndolo hacia sí. Los dos se habían acoplado perfectamente. El hombre empujaba y ella respondía el movimiento. Quería disfrutar cada centímetro de ese miembro y se besaban apasionadamente mientras copulaban armónica y rítmicamente. Nunca la había visto a ella en ese trance de gozo y excitación. Esa verga, sin duda, le estaba tocando puntos sensibles de su cuerpo, que yo tal vez no había llegado a descubrir.

Pasado un tiempo, él se recostó a su lado, y ella entendió que era su turno para tomar el control. Mi mujer se montó sobre él y tomando su pene con la mano, lo dirigió hacia su vagina, dejándose caer sobre él, Empezó a moverse de un lado para otro, de adelante para atrás, como nunca quizá lo había hecho antes. Al menos no conmigo. Parecía estar poseída, en otro cuento, en otro mundo, totalmente desconectada del entorno. Yo no pesaba para nada en ese momento. Ella estaba en lo suyo.

Agitó y agitó su cuerpo encima de aquel, gimiendo una y otra vez. De seguro alcanzó, no uno sino varios orgasmos, que se hacían evidentes cada vez que emitía un sonoro y profundo alarido. Mami, te doy por detrás, preguntó él. Sí, papi, si… te siento rico. Vaya, vaya, pensé yo, y hasta me dio un poco de celos. Conmigo eso no pasaba. ¿Cómo así que papi? Ellos, ignorándome totalmente, se fueron acomodando. Mi esposa, que en ese momento era la puta de otro hombre, se puso en cuatro, dejó caer su torso sobre la cama y expuso sus nalgas para que aquel hiciera lo suyo.

Y así lo hizo. El tipo, ni corto ni perezoso, la penetró de nuevo con mucho brío y empezó a bombear dentro de ella con renovadas fuerzas. La penetración tuvo que ser muy profunda, porque mi mujer empezó a gemir casi que de inmediato, mostrando en su cara gestos de placer infinito. Mi hombre, ahora sí, teniendo sometida a mi esposa, alardeaba mostrándome cómo la tenía y lo bien que ella se sentía. Empujaba y empujaba, y sonriente me miraba.

Yo me sentía raro. Por un lado, disfrutaba de aquellas escenas, pero, por otro, me sentía un tanto intruso. ¿A cuenta de qué iba a reclamar algo a mi mujer si yo mismo había propiciado el momento y había hecho de todo para que finalmente se diera? Ciertamente, verla a ella disfrutar con aquel como nunca antes lo había visto en nuestra relación, me despertaba ciertos celos e inseguridades. Y es que ella, en medio de su aventura, ni me miraba. Estaba fascinada con su macho.

El tipo acabó sacando su pene, eyaculando todo su contenido en la espalda de mi mujer, que, al parecer, no se dio por enterada. Había experimentado muchos orgasmos y se mostraba un tanto agotada, así que, volteándose hacia él, le dijo, ¿descansamos un ratico? ¡Imagínense! Supongo que ella no quería que aquello terminara. El tipo se sentó en un sillón, frente a la cama, mientras ella, aún recostada, se recuperaba del ajetreo.

Se pusieron a conversar sobre todo y nada. Ella le preguntaba si frecuentaba aquel sitio, a lo cual él le respondía que había venido algunas veces, pero que el lugar era lo más cercano a donde estábamos. Ella volvía a preguntar que si conocía otros. Él contestaba que en el centro de la ciudad había varios, pero que este lugar, sin ser algo del otro mundo, era de los mejorcitos. Ella volvía a interrogarle que si venía muy seguido. El respondía que no mucho. Cuando se podía.

Pasado el tiempo, el miembro de aquel se volvió a despertar y poco a poco, sin esfuerzo, se volvió a poner erecto. El hombre, tal vez ya imaginaba a mi mujer entre sus brazos, y la sola idea le despertó el apetito. Oye, preguntó a mi mujer, ¿lo hacemos otra vez? Y ella, por supuesto, contestó afirmativamente. Yo estoy cansado, dijo él. Te toca a ti dirigir la orquesta. Así que ella se levantó de la cama, se dirigió a él, y ahí, sentado en el sillón, como estaba, se acomodó sobre su pene para volver a activar la faena.

Volvieron las contorsiones de su cuerpo, volvieron los gemidos, volvieron los orgasmos, no lo dudo, y volvió a disfrutar de su macho como nunca. Se la veía suelta, liberada, desinhibida totalmente, entregada al momento sin importarle nada más. Quizá había desfogado todos los deseos sexuales reprimidos por largo tiempo. Y habiendo la oportunidad para resarcir el pasado, ¿por qué no? Retozó y retozo encima de aquel, que la manoseaba a placer sin oposición alguna, hasta que, por fin, el clímax la alcanzó de nuevo, ahora sí poniendo punto final al encuentro.

Se vistieron y salimos de nuevo a la calle. ¿Por qué no nos tomamos algo antes de despedirnos? Sugirió ella. Así que nos metimos en el primer lugar que encontramos y pedimos unos tragos de ron. Hicieron un repaso de la velada y hablaron de lo bien que se habían sentido el uno con el otro. Fue un momento espectacular, decía mi mujer, habrá que repetirlo. Y, cómo no, aquel propuso vernos de nuevo a la siguiente semana. ¡Claro! Respondió ella encantada. Nos conversamos durante la semana y nos ponemos de acuerdo.

Yo, apenas los miraba. No podía creer que aquella aventura hubiese desembocado en eso y que, dado lo que veía, constituía mi bautizo como cornudo consentidor. ¿Cuándo me habría yo llegado a imaginar que mi recatada y conservadora mujer estuviera cuadrando con este macho, con toda naturalidad y sin vergüenza, una cita para tener un nuevo encuentro sexual? ¿Y frente a mí, sin ningún reparo o consideración?

Creo que nos vamos a ver más seguido de lo que imaginé, comenté. Y ahí mismo, aquel me suelta otra bomba emocional. Creo que sí, compa, me respondió. Me gustaría sacarla y estar a solas con ella. ¿Me da permiso? Me quedé mudo por unos segundos. Bueno, respondí, el tema no es si yo doy el permiso sino si ella está dispuesta a hacerlo. Voy a pensarlo, respondió ella, que estaba atenta a nuestra conversación. Al fin, pensé, como que las cosas volvieron a estar como al principio y me relajé. De todos modos, la despedida fue con beso apasionado, tanto, que llegue a creer que volverían a empezar.

Ya me metí en esto, reflexioné, así que me toca manejarlo como mejor pueda. No dudo que ella va a querer repetir con este señor y tal vez, liberada como se debe sentir, quiera explorar otras posibilidades. Amanecerá y veremos. Por ahora, tendré que ver cómo nos va la otra semana.

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