Nuevos relatos publicados: 13

Otra cosa

  • 6
  • 8.370
  • 9,50 (6 Val.)
  • 0

"Chúpamela, Cristina, chúpamela", rogué a mi esposa. Esta se arrodilló frente a mi, frente al sofá, y se metió mi polla en la boca. Mi esposa la chupaba bien: sin prisas y sin gestos de cara a la galería, quiero decir, sin imitar a esas chupadoras de pacotilla que salen en los videos porno, que adoptan posturas bastante poco probables para hacer una buena mamada, mi esposa simplemente pasaba sus labios semiabiertos sobre el glande, el prepucio y el tronco, hacia delante y hacia atrás, en un vaivén sostenido, es decir, con un ritmo continuado. Yo, para excitarme más, miraba cómo mi polla entraba y salía de ella, cada vez más hinchada. Mi esposa gemía: eran gemidos guturales, sordos, que significaban que también a ella le estaba gustando. "Oh, sigue, sigue, ya viene, ya viene", le dije para avisarla de la corrida. Entonces ella apresuró sus empujes, pues quería que yo me corriera bien, en condiciones, que no me quedara ni una gota de semen sin expulsar. "Ooohhh", y me corrí.

"¡Bernardo, vamos, se hace tarde!", exclamó mi esposa; "Voy, Cristina, voy", respondí. Íbamos a recoger a nuestros nietos, un niño y una niña, a la casa de mi hija, recién separada de su marido. Cristina abrió impaciente la puerta de nuestro dormitorio y me vio delante del espejo del armario. "Venga, Bernardo, no seas coqueto, que sólo vamos a recoger a los nietos para llevarlos a ver las luces de Navidad"; "Pero, pero, eso es en el Centro, tengo que ir bien arreglado"; "Estás bien así como estás, venga". Salí del dormitorio. Después salimos Cristina y yo a la calle. Cristina se había vestido para la ocasión de cintura hacia abajo con una falda azul plisada, que le cubría las medias negras, hasta las pantorrillas; más abajo, unas manoletinas. De cintura para arriba, Cristina iba tapada hasta el cuello con un anorak rojo. Yo iba como siempre: zapatos castellanos, pantalones vaqueros rectos, camisa, jersey y cazadora.

Llegamos al portal del piso donde vivía mi hija y tocamos al porterillo. "Papá, mamá, ya bajan". Esperamos unos minutos. Iba haciéndose de noche. Pronto las leds se iluminarían en casi todas las calles de la ciudad haciendo las delicias de los peques. "¡Abuelo, abuela!", gritaron nieta y nieto nada más vernos tras salir del portal. Mientras, arriba:

"Lola, ¿se han ido ya?"; "Ay, sí, Diego, qué impaciente eres..."; "Lola, quiero beber de tus tetas"; "¡Ja!, va a ser que no"; "Vamos, Lola, por fa-vor"; "Qué tonto eres, Diego, ¡pues claro!, pero... bébeme a mí entera". Dicho esto último, Lola se quitó el pijama, y Diego la tomó en brazos para llevarla a la cama y follarla con todas sus ganas. Lola era como Cristina, una versión de esta pero sin la flacidez en las carnes que conocía Diego.

"¡Diego, ah, ah, Diego!"; "No grites, Cristina, o despertarás a tu marido"; "Le he dado Valium"; "Ja, ja, ja"; "Ríe menos y folla..., ah, Diego". Se conocieron porque vino un día a su casa a ponerle la vacuna de la gripe por prescripción de su médico de familia, y Bernardo estaba ausente. Cristina lo hizo pasar al saloncito. Le gustaba mucho aquel enfermero de pelo largo y enredado y extremidades musculadas, Diego pasó al saloncito. Le gustaba mucho aquella mujer madura con hechuras de matrona romana. Cristina desnudó su brazo derecho: se subió la manga de la bata de andar por casa. Diego enseguida se dio cuenta de que no llevaba nada debajo y se le fue la vista hacia los dos bultos del torso de Cristina. Cristina se percató y se abrió la bata para mostrar a Diego sus tetas grávidas. Este metió su cabeza ahí y comió la carne blanda de Cristina. Esta le desabrochó el pantalón del uniforme y acarició la polla de Diego. Este tumbó bocarriba a Cristina en el sofá. Esta se metió la polla de Diego en el coño. Este jadeó, jadeó, jadeó sobre el cuerpo de Cristina. Esta gimió, gimió, gritó montada por Diego. Este se corrió y miró la cara gozosa de Cristina. Esta tuvo un orgasmo y fue lo suficientemente satisfactorio para que quisiese repetir más y, de hecho, durante un breve tiempo, lo siguiese haciendo con Diego; para que desease follar por siempre con Diego y que nada ni nadie, como prontamente ocurrió, se interpusiese entre ellos.

"Oh, sí, visité a tu madre, en calle Convalecientes"; "Me dijo que la pusiste la de la Covid"; "En realidad, no, en realidad me la tiré"; "Oye, que es mi madre"; "Es mentira, ja, ja, la vacuné, de la gripe"; "¿Me vacunarás a mí? ". El flechazo era evidente. "A ti te voy a vacunar pero sin jeringuilla"; "Qué gracioso eres". Esta conversación se produjo a la salida del colegio. Diego había ido a dar una charla a los niños sobre los riesgos Covid. Lola había asistido. Le preguntó si la vacuna se ponía en los domicilios; él contestó que no. Le dijo que a su madre se la pusieron. "¿Dónde vive tu madre?"; "En calle Convalecientes, se llama Cristina"; "La vacuné yo, sólo de la gripe"; "Ah, me dijo otra cosa"; "¿Qué te dijo?"; "Otra... cosa; "Pues se liaría".

Lola se acostó con Diego. Fue en casa de este, a la hora del desayuno, Diego le había dado su dirección y Lola se presentó sin previo aviso. Tocó su timbre y Diego la recibió adormilado. Lola avanzó su figura hasta tocarlo y besó largamente los labios de Diego. Este, a ciegas, dio un empujón a la puerta y oyó que se cerró. Lo siguiente que sintió fue la humedad en la punta de su polla y el gusto que le dio al sentirla. Tomó la cabeza de Lola entre las dos manos para ayudarse y para ayudarla en su cometido. Pocos minutos después, su semen se escurría por la garganta de Lola. Luego, se acostaron.

"Bernardo, cuándo me vas a follar"; "Ya sabes, Cristina, que no se me levanta ya tanto como cuando éramos más jóvenes". Esto lo hablaban en la oscuridad del dormitorio de matrimonio. "Bernardo, yo hago que se te levante, lo sabes, pero es que te has vuelto muy vago". Y por la noche Cristina soñó que era Jane; soñó que Tarzán la sodomizaba en aquella choza que habían construido en un árbol; la faldita mínima levantada y la gran polla de Tarzán, sin taparrabos, entrando en su culo una y otra vez mientras ella miraba extasiada a los animales de la selva moverse; ella gritando o aullando como estos hasta el momento en que la última gota del semen de Tarzán se derramaba.

(9,50)