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Piratas y la hija del hacendado

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El año, 1646, lugar, el océano Atlántico. Muchos meses habían pasado ya desde que obtuvieron su último botín. Los hombres estaban inconformes y deseosos de obtener algún tesoro que les permitiera llevar la vida de lujos que deseaban. Se dirigían a Santo Domingo o más bien a la ruta comercial que usaban los navíos mercantes para ir y venir de allí a España.

Pero estaban en una calma chicha, si hay algo igual o peor que una tormenta para una nave a vela, es la falta total de viento. Las raciones de agua, alimento y sobre todo ron ya escaseaban.

El hombre de aspecto regordete, llamo a la puerta del camarote.

—Entre señor Sheefield —respondió una voz áspera y gruesa desde el interior.

—Capitán, los hombres están cada vez más inquietos y para colmo se termina el ron

—Y que quiere usted que haga señor Sheefield? Que sople e infle las velas con la fuerza de mis pulmones? No queda más que esperar! y dile a la tripulación que aquel que ose tener palabras contra de mi autoridad, será presa de los tiburones.

Sheefield salió del camarote y se dirigió al puente donde estaba ubicado el timón, con voz alta y clara transmitió lo que había dicho el capitán.

—Sí todos o la mayoría nos revelamos, nadie ira con los tiburones —dijo uno desde la multitud.

—Muéstrate y habla al frente! —se escuchó como un trueno la voz del capitán Morgan.

Nadie se movió, todos sostuvieron el aliento, era demasiado el temor que aquel hombre les inspiraba. Morgan que había aparecido a las escaleras que bajaban a su camarote, comenzó a caminar lento y tranquilo, recto en una dirección, como si supiera a quien buscar. Todos se apartaron de su camino, hasta que uno de ellos lo hizo pero Morgan lo encaro y dijo:

—¿Tiene algo que decir, señor Lambrish?

El hombre trató de sacar su sable de hoja ancha, pero fue sujetado por sus compañeros, impidiéndoselo.

—A los tiburones! —Ordenó Morgan.

Fue llevado a rastras para arrojarlo por la borda, como presintiendo su próxima comida, los tiburones nadaban cerca del navío en aquellas aguas tranquilas.

El hombre, presa del miedo logró arrojar a uno de los que lo sujetaban por la borda, varios tiburones se abalanzaron sobre él y lo devoraron mientras pedía socorro a sus compañeros, que seguían luchando para arrojar a Lambrish, pero ahora tenían miedo de acercarse demasiado a la orilla no querían correr la misma suerte que su compañero.

En ese momento sintieron una brisa en sus rostros, se quedaron todos a la espera y otra ráfaga más fuerte se sintió, el viento había vuelto. La desdicha de su compañero les había traído lo que esperaban, ya no era necesario arrojar a Lambrish.

—Señor Sheefield! Izad las velas! Poned rumbo a Santo Domingo!

—Si capitán! Ya escucharon mequetrefes! Rumbo a Santo Domingo!

El barco mercante zarpó de Santo Domingo en una mañana tranquila, era una goleta que transportaba café en su bodega, ningún tesoro importante.

La tripulación formada por su capitán, dos oficiales y diez marinos eran toda la custodia de que disponía el pequeño navío.

La primera semana transcurrió muy calmada y sin novedades.

La muchacha irrumpió en el camarote del capitán sin llamar. Sorprendiendo a este con los pantalones abajo, el hombre se sobresaltó y le dio la espalda apresurándose en levantarlos. Luego se giró y dijo:

—Julia, te he dicho muchas veces que no entres sin llamar.

—Oh, no seas cascarrabias tío, ya he visto hombres desnudos, al menos en dibujos, mi hermano Juan colecciona láminas muy atrevidas.

—A pesar de ello, tú eres una señorita de respeto y no debes caer en esas tentaciones, pero dime que querías, mi niña?

—Solo venía a preguntar si te apetece jugar a las damas conmigo, es que me aburro terriblemente, si al menos tuviéramos a bordo otra mujer con la que charlar?

—Pues claro, mi niña, juguemos una partida.

Pasó un cuarto de hora, estaban en medio del juego, le tocaba mover a Rodrigo, que así se llamaba el capitán, Rodrigo Sánchez de Vivar y Julia era la hija menor de su hermano Esteban, la joven volvía a España para continuar sus estudios de comportamiento social. Había estado en la hacienda de su padre para celebrar su cumpleaños número veintiuno.

—Ya mueve tío —dijo la muchacha, cuando se escuchó el primer cañonazo

—Quédate aquí Julia, bajo el escritorio y no salgas a menos que yo te asegure de que todo está bien.

Y dicho esto salió del camarote hasta la cubierta, estaban siendo atacados por un galeón de bandera negra, eran piratas, pero porque atacaban su insignificante navío? No llevaba nada de valor para ellos, solo unas cuantas botellas de vino.

—Señor García! —grito al timonel— debemos mantenernos fuera de rango de sus cañones, busque situarse sobre su popa y allí abriremos fuego!

—Si capitán así lo haré!

García situó la Goleta sobre la popa del Galeón y abrieron fuego con la media docena de cañones que llevaban, pero el daño fue mínimo. El barco pirata intentaba hacer blanco pero la Goleta era débil pero rápida y siempre estaba sobre la popa de aquel.

—Señor Sheefield, señor Lambrish! —Llamó Morgan.

—Ordene capitán! —respondió Sheefield.

—Llevad algunos barriles de pólvora y arrojadlos por popa, cuando estén cerca de ellos usad los mosquetes para hacerlos estallar!

Y así lo hicieron, arrojaron media docena de barriles por la popa directos hacia el costado de la pequeña Goleta.

Rodrigo se vio en una encrucijada, permanecer en esa posición y tratar de aguantar las explosiones de los barriles o abandonar esa posición y exponerse a los más de veinte cañones con que contaba el Galeón. Se decidió por lo primero esperando tener suerte.

—Señor García! Mantenga la posición!

El primer barril estalló muy cerca de la proa, el segundo y el tercero a solo dos metros a babor.

—Todos a cubierto! —Gritó Rodrigo.

Los últimos tres barriles detonaron de lleno contra el casco del navío, donde se creó un hueco por donde se filtraba el agua.

—Les dimos capitán! —Exclamo Sheefield— que sostenía su mosquete humeante en las manos, al igual que Lambrish y su capitán, el temido Landon Morgan.

—Si señor Sheefield ahora, al abordaje! No dejéis nadie vivo, solo al capitán, ese lo quiero para mí, debo preguntarle sobre sus estratagemas de combate para incorporarlas en un futuro.

Se produjo el abordaje, la lucha fue intensa pero breve, pues los marinos españoles estaban en inferioridad numérica cuatro a uno con respecto a los piratas ingleses.

Por último solo quedaba Rodrigo espada en mano y con su pistola de dos tiros, descargada en la otra. A su espalda tenía las puertas de su camarote, donde se ocultaba el mayor tesoro que llevaba. No dejaba de pensar en la suerte que correría Julia, su sobrina, en las manos de aquellas bestias sin escrúpulos.

—Ríndase capitán! —Exclamo Morgan— le doy mi palabra que respetaremos su vida a cambio de que nos entregue eso que tan tenazmente custodia. ¿Qué será? ¿Oro, joyas? ¿Telas?

Pero Rodrigo Sánchez de Vivar no se movió de donde estaba y se escucharon varios disparos de mosquete que impactaron en su cuerpo, acabando con su vida.

Julia estaba bajo el gran escritorio de roble, oculta y en silencio, escucho muchas explosiones durante un tiempo que le pareció una eternidad, luego escucho tres muy cerca y el barco se sacudió muy fuerte. Al rato escucho gritos y disparos en el exterior, hasta que se produjo el silencio. Esperaba oír la voz de su tío Rodrigo, que le dijera que ya todo estaba bien, pero no fue así, lo siguiente que escucho fue que alguien trataba de derribar la gruesa puerta que le servía de última defensa.

—Traed las hachas! Haced astillas esa puerta! Pero encontrad algo de valor, malditos desdichados! —Graznó Morgan.

Lentamente la madera fue cediendo hasta que la hoja de la puerta cayó. Los piratas entraron en tropel, empezaron a revolverlo todo, pero solo encontraban, papeles, algunos mapas de navegación, útiles para lo mismo y algunas botellas de vino.

El capitán Morgan entro al lugar y preguntó:

—¿Qué habéis encontrado? Solo unas botellas de vino? ¿Buscasteis bien, malditos infelices? —Y señaló hacia el suelo al costado del escritorio, se asomaba algo blanco, era la tela de seda del vestido de Julia.

Los piratas tomaron el escritorio y lo voltearon sobre sí mismo, dejando ver a la muchacha que estaba hincada a cuatro patas y la cara contra el suelo ocultándose la cabeza con los brazos.

—Pero que tenemos aquí? Así que este era el tesoro que tanto custodiaba el capitán. Ponedla de pie, la quiero ver!

Dos de los piratas la tomaron por los brazos y la levantaron en vilo, la muchacha estaba pálida y con los ojos desorbitados por el miedo.

Morgan la miró bien, traía un vestido blanco de ceda, con bordados, puntillas y algunas incrustaciones en piedras. Su cabello era negro como la noche, pero brillaba y estaba bien cuidado y peinado, lo adornaban lindas cintas también de seda.

—¿Quién eres muchacha? ¿Por qué te cuidaba con tanto celo el capitán?

—Tío? Que le paso a mi tío? Dónde está?

—Ah, era tu tío? Pues está muerto, no se quiso rendir por proteger tu honra y ahora perdió la vida y además tú perderás tu honra.

—Lambrish la llevamos con nosotros, le daremos un buen tratamiento.

Julia fue arrastrada hasta cubierta y luego trasladada hacia el barco pirata, donde aguardaban un veintenar de piratas, mal olientes y desalineados que estallaron en gritos de júbilo al ver a la muchacha.

—Señores, no encontramos tesoros, pero si encontramos esta preciosura, que dicen? Nos divertimos un poco?

—Siii!! —Gritaron todos al unísono. Ataron una soga en cada muñeca de la muchacha y otras dos en sus tobillos.

Sheefield se acercó a ella y le dijo:

—Pobre niña no sabes lo que te espera.

Lambrish se acercó por detrás y con su cuchillo corto las correas que ajustaban el vestido en la parte de atrás, dejando ver la piel desnuda de su espalda. Julia se llevó las manos al pecho, para evitar que el vestido cayera hacia el frente dejando ver su ropa interior, que era un biso con enaguas.

—No, no, no querida niña, sí haces eso se disgustarán y si lo hacen será peor para ti, hace meses que no vemos una mujer, así que está tranquila y muéstranos lo que queremos ver!

Julia obedeció y dejo caer el vestido, revelando un bonito biso que dejaba ver parte de sus jóvenes senos. Rápidamente dos de los piratas terminaron de quitarle el vestido, pero se encontraron con unas enaguas de bolados también blancas.

Las sogas que sujetaban sus muñecas y tobillos fueron jaladas en sentidos opuestos y aseguradas a los mástiles del navío, haciendo que Julia quedara con los brazos y piernas bien abiertos.

Sheefield saco su cuchillo y comenzó a cortar los cordeles del biso de Julia hasta que este se abrió por completo, luego lo descolgó de los hombros dejando a Julia con su parte superior desnuda, tenía su piel bronceada por el clima mediterráneo y la mescla con los moros que habitaban hasta hacia un par de siglos la península. Sus senos eran de tamaño mediano y sus pezones color caoba y apuntando hacia arriba, con su aureola no muy grande.

La muchacha estaba muerta de miedo y de vergüenza, cuando Lambrish no aguanto más y arranco las enaguas de Julia de un tirón, dejándola totalmente desnuda, mostrando su coño de bello oscuro, no muy abundante y unas piernas largas y torneadas que terminaban en unas nalgas hermosas y respingonas.

Aquel espectáculo enardeció a los piratas que ya caían sobre ella, pero se escuchó la voz del capitán:

—Alto! No seáis animales, somos caballeros, mantengamos el orden! Señor Sheefield que todos formen una fila y anote sus nombres.

Julia tomo coraje y escupió el rostro de Morgan que pasaba junto a ella, este la miro y no se alteró.

—Sheefield, primer juego, un azote con una soga de cáñamo por cada hombre.

—Ves? Te lo dije muchacha, si te resistes será peor para ti —le dijo Sheefield.

El primer azote le cruzo la espalda haciéndola estremecer, el segundo fue a la altura de las nalgas, dejando un listón rojo, el tercero le rodeo la cintura haciendo que la cuerda se quedara allí un instante a modo de cinturón, el cuarto y el quinto fueron dirigidos a sus hermosos senos.

Julia pugnaba por liberarse pero cuanto más tiraba sus ataduras más se ajustaban. Pronto empezó a llorar y pedir piedad, los golpes eran espaciados, todos los hombres se tomaban su tiempo para escoger el lugar y la forma de su golpe. Fueron pasando hasta que le llegó el turno a Lambrish y este golpeo a Julia con la soga haciendo un movimiento de abajo hacia arriba, justo en sus entre piernas.

—Aaahh!? Grito Julia, por piedad! Basta! No puedo más!

—Solo faltan dos querida niña, el mío y el del capitán —le dijo Sheefield.

—Sniff, snifff, por piedad, tengan misericordia.

—Esto recién empieza es solo el principio, digamos que es un extra por salivar al capitán.

Sheefield tomo la cuerda y golpeo suavemente a la semi inconsciente muchacha. Luego miró a su capitán y dijo:

—Su turno Capitán! —Morgan lo miró, miró a la muchacha y dijo— Ya ha tenido suficiente, nunca más osará ser irrespetuosa, desamarradla y lavad sus heridas.

Julia no se aguantaba en pie, la arrastraron hacia un costado y sobre el suelo de cubierta le arrojaron por encima los cubos llenos de agua sucia con los que trapeaban aquellos pisos.

Después de esto, dijo el capitán:

—Hora del siguiente juego, contra la borda!

La llevaron hacia la borda, la obligaron a extender los brazos y bajar el torso, de modo que los brazos y el pecho quedaron apoyados sobre la baranda de madera y allí le sujetaron los brazos a la altura de codos, muñecas y a la altura de las axilas, dejándola totalmente inmovilizada.

Julia esperaba más azotes, pero no era nada de aquello.

—Señor Sheefield diez peniques por su coño y cincuenta peniques por su culo! Que cada hombre pague lo que desee y se la folle, pero si paga una cosa y hace otra será follado él por el resto de la tripulación y si peor aún lo hace sin pagar se le cortaran sus partes íntimas y serán arrojadas al mar.

Los hombres se desesperaron por conseguir una moneda, trataban de robarse o estafarse unos a otros y así pasaron tres cuartos de hora, con Julia en aquella posición y el sol que caía sobre ella, quemándole la piel, las heridas le ardían y le picaban.

De pronto Sheefield exclamó:

—Ya que nadie se presenta lo haré yo, aquí tengo mis diez peniques!

Se acercó a Julia y le dijo al oído:

—Me imagino que eres virgen muchacha y te aseguro que será mejor que yo sea el primero, seré lo más amable que pueda, pero no te acostumbres los demás no lo serán.

Se colocó detrás de la joven y lentamente penetro su vagina, Julia levanto la cabeza y se estremeció, sintió una holeada de dolor al sentir su himen ser roto. La sangre corrió por sus muslos mientras Sheefield aceleraba sus envestidas.

—Bueno lo más difícil ya pasó, por ahora, aún queda el otro orificio, ruega porque nadie tenga los cincuenta peniques que pidió el capitán.

Pero Sheefield se equivocaba, si había alguien que los tenía y ese era Lambrish.

—Aquí están mis cincuenta peniques, señor Sheefield

—Mala suerte muchacha, te va a romper el culo, Lambrish es un animal —dijo Sheefield a la vez que eyaculaba sobre la espalda de Julia.

Lambrish se acercó a Julia, sacó su pene de veinticinco centímetros de largo por seis de diámetro y lo apoyo en la baranda junto a la cara de ella.

—Ves esto? Esto va directo a tu culo y me aseguraré de que sufras!

—Nooo! Por favor! Es muy grande y grueso! No entrara, me vas a rasgar! —Dijo Julia llena de miedo y angustia, moviendo el cuerpo de un lado a otro dando pequeños pasos laterales en un intento de evitar lo inevitable.

Lambrish la sujetó por las caderas, apoyó su glande en la puerta de su ano y empujo de un golpe, haciendo dar un grito de dolor, angustia y desesperación a la pobre Julia que solo podía gemir y llorar ante aquel bruto que la sodomizaba con salvajismo, gozando de su dolor y sus gemidos.

—Te duele? Te duele tu culito? Pues más duro te daré, no todos los días se tiene una linda señorita de sociedad para follarle el culo.

—Aaahh, por favor ya basta! —Gritaba y lloraba Julia al sentir su culo ser abierto.

—Disfrútalo, lindura, pronto te gustará y pedirás más, ya lo veras!

Lambrish la sacó de su culo, lo acerco a su cara y allí eyaculó, sobre el delicado rostro de ella.

—Liberadla —ordenó Morgan— ya es hora del juego final!

La soltaron de sus ataduras y la llevaron a la bodega, allí la dejaron desnuda durante horas, en medio de las ratas y su orina, volvieron a buscarla.

—Ya nos hemos puesto de acuerdo en el orden que llevaremos en el siguiente juego, como el capitán se siente bondadoso ha decidido que cada hombre que posea un título de propiedad y lo ponga como garantía de pago, podrá hacerte querida niña, lo que le plazca.

La llevaron al medio de la cubierta, pero solo cinco poseían un título que presentar, así que los demás no tuvieron más remedio que solo observar y masturbarse.

El primero se acercó a ella y le metió su pene en la boca, hacía meses que no se bañaba, tenía un olor nauseabundo y no digamos su sabor. Julia se estremecía del asco y la repulsión. El segundo la tendió en el piso y le follo el coño con violencia, en ese momento Julia agradeció a Sheefield haberla desvirgado. Mientras tenia aquel pene en su boca, Julia sintió un líquido caliente y agrio en su garganta, “que era aquello? No podía ser! El hombre se estaba orinando en su boca!”

Luego llegaron tres hermanos que quisieron hacerlo juntos, uno se tendió en el piso, julia a estas alturas ya se dejaba llevar, se colocó a horcajadas y penetro su coño comenzando una cabalgata descontrolada, el segundo la inclinó hacia adelante y le penetro su ano. Julia gritaba presa del dolor y placer de sentirse poseída por ambos huecos. El tercero se lo metió en la boca y le follo la garganta con ansias, atragantándola, dejándola sin aliento. Luego cambiaron posiciones, al que se la chupaba se puso debajo e hizo que ella se sentara por su culito y la obligo a recostar su espalda sobre su pecho. Esto hacia que su coño y su ano ya penetrado quedaran expuestos. Los otros dos se tumbaron de lado uno en cada costado y así en esa posición uno de ellos le penetro la vagina.

Julia ya casi no sentía dolor, solo se estaba dejando hacer, sus gemidos ya no eran gritos o llantos de dolor. Pero aquello no lo esperaba, aquel pene empujaba su culo, abriéndolo hasta el límite, los dos penes se movían dentro suyo a un ritmo acompasado, en un tremendo doble anal y otra vez tuvo que gritar presa del dolor y la sorpresa, su pequeño culito estaba siendo sometido a las más salvajes pruebas, los tres hombre la follaban con furia. Desesperada, pedía ayuda, pero todos los piratas se masturbaban viendo la escena.

Todos le acabaron al unísono en su interior inundándola de su esperma.

—Muy bien ese fue el último juego, señores, —exclamo el capitán—  devolvedle sus ropas y llevadla a mi camarote!

La muchacha fue llevada con lo que quedaba de su vestido hasta el camarote de Morgan.

—Lamento la situación que ha tenido que vivir señorita, pero como capitán de estos salvajes tengo que mantener un ejemplo y una reputación, me deben temer, en caso contrario soy hombre muerto. Hacía meses que no encontrábamos nada, por eso atacamos su pequeño navío, buscando que los hombres se distrajeran. Y que nos encontramos? A usted! La podía haber encerrado aquí, pero eso hubiera desatado un motín y eso es algo que no me puedo permitir. Los azotes? No fueron más que consecuencia de sus actos, me salivó en presencia de toda la tripulación, no podía dejarlo pasar ni mostrar esa debilidad. Ahora dese un baño caliente y cámbiese ese vestido, la espero para cenar. Dígame a quien debo pedir el rescate por tan delicada criatura? Y conteste rápido o esta vez serán diez azotes por cada hombre.

—Mi, mi padre es, es… Esteban Sánchez de Vivar, posee una plantación de café en Santo Domingo.

—Ah, un hacendado, le podemos sacar buen dinero a cambio de ti. Ahora ve a bañarte y a descansar, nadie más te tocara sí eres obediente, solo yo si es mi antojo.

Pasaron un par de meses en que Julia se convirtió en amante de aquel Capitán Morgan, en el que nunca obtuvieron respuesta de su pedido de rescate. Y su vínculo se fue desarrollando hasta el punto que Morgan le confiaba sus planes e intercambiaba ideas con ella. Pronto la muchacha, gracias a la protección del capitán y los concejos y enseñanzas de Sheefield, fue desarrollando habilidades para mantenerse a salvo entre aquellos miserables.

Una mañana Morgan le dijo:

—El próximo navío que encontremos, será tu destino, es claro que no van a pagar rescate por ti y a estas alturas ya los hombres deben de estar pensando lo mismo.

—Pero Morgan yo sé defenderme!

—Contra uno o dos tal vez, pero contra todos? No, ya lo he decidido, sigues viaje hasta España.

Y así lo hizo, el próximo buque que avistó, dio la orden de poner rumbo hacia él, cuando estuvo a distancia de catalejo, llevó a Julia hasta la borda y se paró allí con ella, para que la vieran. Un gran buque se acercó, era un buque mercante de bandera española, pero esta vez era una fragata de tres mástiles. Cuando Julia alcanzó a divisar a quien estaba parado frente a ella en el otro barco, susurró… Padre!

—Así que ese es don Esteban, menuda suerte, solo ve con él y no levantes sospechas o será una masacre.

La joven obedeció y bajó hasta el bote de remos para ir hacia el encuentro con su padre, Sheefield y Lambrish iban a los remos, el capitán sentado junto a Julia.

El encuentro entre ambos fue muy emotivo.

—Julia creí que estabas muerta, cuando escuché que la Goleta de tu tío fue asaltada por piratas, pensé lo peor.

—No padre, sobreviví bajo la protección del Capitán Morgan, el señor Sheefield y el señor Lambrish.

Esteban miró el bote con los tres hombres en él y pensó que debía hacer, la muchacha lo abrazo y le dijo:

—Padre ya olvídate de ellos, tu solo eres un civil, que la armada se haga cargo de castigarlos, quiero olvidar, ven cuéntame cómo van tus negocios?

—Mis negocios? Desde cuando preguntas por mis negocios?

—Ah, ya no soy la niña que tú recuerdas, quiero estar enterada de todo, hasta el último detalle.

FIN

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